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Opinión

9 de Junio de 2022

Christine Angot, la mejor novelista francesa

La imagen muestra a Galemiri frente a Christine Angot

La narrativa francesa tiene un antes y después de Christine Angot. Ya hace 30 años ella luchaba por levantar un personaje femenino en sus novelas combativas, decidida a enfrentarse a los molinos de viento del mundo literario patriarcal francés, muy sutil, pero no por eso menos pernicioso.

Benjamín Galemiri
Benjamín Galemiri
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Conozco a esta suculenta novelista francesa hace más de treinta años, cuando yo era un jovencísimo dramaturgo comenzando a triunfar en la pluscuamperfecta ciudad de París. Tuve la suerte de que al final de una de mis primeras obras teatrales estrenadas en esa embriagadora ciudad, que esta novelista francesa estuviera entre el público. Era una joven mujer  prometedora pero igualmente controvertida, de pelo negro muy corto, muy delgada, de mirada filosa, pero por cierto muy atractiva, joven, esperanza de “la gloire des lettres francaises”  ( “la gloria de las letras francesas”) llamada Christine Angot.

Cuando terminó mi estreno parisino, ella quiso hablar conmigo inmediatamente (como acostumbran los muy sinceros, aunque a veces un poco duros, parisinos) y me dio su completa opinión, que contenía elogios superlativos pero también algunas discordancias importantes. Esta joven Christine Angot me parecía muy veloz en sus pensamientos, y por cierto me recordaba totalmente su escritura, zig-zagueante, en abismo, a veces también en cascada, y reiterativa en el mejor sentido de la palabra, un diluvio de su conciencia novedosa y por cierto una gran novelista y una mujer intensa y muy encendida feminista, en línea directa muy influida de la otra grande de la escritura francesa, Marguerite Duras.

La novelista Christine Angot a veces parecía odiar a los medios de comunicación que la acechaban y en otros momentos ella les regalaba esas perlas de vocales y consonantes muy francesas que saben tan bien combinar y ahí estaba entonces esa  “fille terrible” de Paris, pero en plan iconoclasta tipo versión feminista de otro grande el francés de origen judío, el por siempre iconoclasta, músico y compositor, Serge Gainsbourg, autor de la húmeda y memorable canción “Je t´aime, moi non plus”.

Es interesante esta mujer muy audaz, Christine Angot. Por ejemplo: su nombre completo es Christine Angot Schwartz, es decir, muy francesa por su padre Pierre Angot, y muy judía por su madre, Rachel Schawrtz. Nació con el nombre Christine Schwartz, en combate de su madre contra su marido y padre de Christine. Pero, ella, súbitamente, volvió al apellido de su padre.

Cuando yo la conocí aun no estallaba el fenómeno Angot. Quiero decir, todavía no había escrito su portentoso lamento irónico-novela “El incesto”, donde con descaro inteligente y también con una impostura muy de joven radical y muy parisina, describe sin censuras cómo fue abusada sexualmente por su padre, cómo fue que ese padre tan adorado por un lado, tan culto, según él experto en veinte lenguas extranjeras, privilegiado funcionario para la inaudita Unesco, pudo cometer incesto contra su hija en su inicio de adolescencia, y luego eso continuó hasta los dieciséis años, edad en que ella decide cortar para siempre con ese padre cautivante y al mismo tiempo un horrible dictador del sexo.

El conflicto fue que Christine Angot, en sus novelas, lo describe, a su progenitor, por cierto, como de encantador dandy, un caballero a veces, instruido, hasta sentimental, (aunque Borges dijo “Todos los sentimentales son unos canallas”), y otras como un pequeño gran perverso, que intenta instalar ante su hija un incesto “natural” y ”genuino”. Eso confunde a la a veces demasiado inocente Christine Angot adolescente, y la lleva a seguirle a la fuerza y a la inocencia el juego a su padre, aunque por cierto hay algo en todo eso que no le termina de cuajar para esta niña tan joven. El sucio y astuto padre, Pierre Angot, la hace sentirse avergonzada no de ser objeto de su violenta y insólita  sodomización, sino que de ponerle trabas a las iniciativas pervertidas de su padre.

La novelista Christine Angot a veces parecía odiar a los medios de comunicación que la acechaban y en otros momentos ella les regalaba esas perlas de vocales y consonantes muy francesas que saben tan bien combinar y ahí estaba entonces esa  “fille terrible” de Paris.

La intensa novela “Le voyage dans l´est”, de Christine Angot, otro regalo de Constance, mi novia francesa

En la última novela de Angot, ”Le voyage dans l´Est”, “El Viaje hacia el Este”, aun no traducida al español, ella vuelve al tema que ha sido pivote en cinco de sus novelas: el incesto de su padre. Al inicio, justo o después del libro “El Incesto”, toda la prensa quería hablar con Angot si era verdad que su padre la había violado. Ella no respondía jamás a esa pregunta y se limitaba a exigir que se hablara de literatura, de escritura, no de esos comentarios “estúpidamente faranduleros”.

Y tenía razón, porque la inmensidad de su aporte a la literatura francesa no es si ha sido objeto o no del incesto, sino que de preocuparse entusiastamente de liberarse de ese posible incesto no confesado en su lenguaje  endemoniado, arrollador, como una máquina escritural llena de un a veces estertor venido de un cruce abrumador de la balada hiper sexualizada tipo Edith Piaf, y del libre discurrir del ardoroso jazz, música de la libertad. Y entonces ella repite, recalca, vuelve atrás como en el indómito lenguaje del cine, la asociación a la perturbadora técnica cinematográfica del Fastforwarsd no es casual: asocia una y mil veces, deconstruye, pareciera que lo mas importante en ella es el ejercicio lingüístico, como eso acarrea mas escándalo que el propio incesto.

Por cierto, ella no es inocente en este operación de arte, ya que sabe que la suspensión de su confesión, es, en si misma, incestuosa-erótica-perversa. La narrativa francesa tiene un antes y después de Christine Angot. Ya hace 30 años ella luchaba por levantar un personaje femenino en sus novelas combativas, decidida a enfrentarse a los molinos de viento del mundo literario patriarcal francés, muy sutil, pero no por eso menos pernicioso, ella, es sin dudas, una mujer muy feminista por arte y magia de algo muy algo natural, genuino, más que por convicción política o sociológica. En Francia, así como en Chile, son los autores hombres los que más concitan la atención. Pero Angot, en cada una de sus novelas, penetra en la carcasa masculina y la roe con un deliberado  placer culpable y barre alegremente con todo prejuicio masculino de la ya insostenible “tradition litteraire francaise de Qualite” (“tradición literaria francesa de Calidad”).

La inmensidad de su aporte a la literatura francesa no es si ha sido objeto o no del incesto, sino que de preocuparse entusiastamente de liberarse de ese posible incesto no confesado en su lenguaje  endemoniado, arrollador, como una máquina escritural llena de un a veces estertor venido de un cruce abrumador de la balada hiper sexualizada tipo Edith Piaf, y del libre discurrir del ardoroso jazz, música de la libertad.

En su última novela, el personaje que tiene su mismo nombre aparentemente está disponible primero para un padre embaucador, pero depredador sexual que la lleva al incesto con detestables “gestos de padre”. La muy adolescente Angot, no tiene clara conciencia de lo que está haciendo -ya que ese personaje femenino lo único que desea es el amor incondicional de su padre-, pero se deja hacer, aunque constantemente está plagada de contradictorios remordimientos.

Hasta que es capaz de cortar con su padre y años después, de llevarlo a juicio por incesto, aunque la versallesca justicia  francesa, exculpa de cargos a su padre, porque el incidente por el paso de los  años ha caducado. Una bofetada en su rostro. Seguro que este acontecimiento extra-literario, genera esta nueva novela de esta mujer distinguida, incontestablemente enamorada de la literatura, muy creyente en el amor, pedazos de ella se nos incrustan en nuestra conciencia y alma, y a pesar de tanta contradicción la queremos cada vez más.

Queda en mi recuerdo la vez que la conocí en el estreno de mi obra parisina, sus muy traviesas  frases favoritas, su inmensidad como mujer, su dialogo con el mundo, una gran novelista, una gran escritora, una maravillosa y también muy contradictoria mujer.

Le escribo a mi novia francesa para volver a agradecerle el envío de libros en francés que me hace llegar  y que permiten tener la primicia en Chile  y Latinoamérica de estas novelas. Constance me dice que cuando vaya de nuevo a París, ella puede organizar un Rendez-Vous (Encuentro) con Christine Angot treinta años después, ya que conoce bastante bien a su bella hija Leonore, porque fueron a la misma Ecole Primaire Publique cuando niñas y, me asegura, “se quieren mucho”. 

Los hombres, al parecer, no somos nada más que el viento que nos embiste el polvo de estrellas contra nuestro rostro adoquinado. Suena un poco kitsh, pero, por el momento, es lo único que se me ocurre para terminar esta columna.

*Benjamín Galemiri es dramaturgo chileno. Tiene más de una veintena de obras publicadas; que han sido llevadas a escena en Chile y otros países.

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