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11 de Julio de 2022

7 momentos de mi infancia: Los recuerdos de Roberto Merino en “Mundos habitados”

Roberto Merino y su infancia Patricio Vera

"Lo que he conversado con gente es que lo que me tocó ver fue el final de un modo de vida originado en el siglo XIX y que alcanza al campo y a las ciudades", dice a The Clinic el escritor y periodista. En su nuevo libro, revive lo que fueron los años 1960 y 1970 para él: desde lo mal que la pasaba en La Serena, pasando por los paseos en el centro de Santiago, hasta un choque que dejó a su padre hospitalizado en el período de la UP.

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Roberto Merino se ha sumergido y -a la vez- ha desatendido muchas veces su memoria. Pero, tras varios intentos, logró sacar a la luz “Mundos habitados” (Random House, 2022) un detallado viaje interior y una exploración a sus recuerdos.

“La vida era protegida y agradable hasta que hubo que entrar al colegio y vivir angustias desconocidas: el atraso, la tarea no entregada, el castigo, el matón, la zancadilla, el aburrimiento, el hoyo en la guata la noche del domingo. Alguna vez, muy chico, estaba lloviendo en el recreo y protegido por unas columnatas yo pensaba que quería estar en mi casa, algo que hoy parece insignificante, pero que en ese momento era un problema metafísico”, comenta sobre su pasado a The Clinic.  

“Pero así se va haciendo uno, si creciera totalmente protegido sería un monstruo. La adolescencia fue buena desde los 15, y fue el fenómeno contrario: empecé a escribir poesía y a conocer gente y a autonomizarme, o sea fue el comienzo de un progresivo adiós a la familia”, añade el autor de libros como “Todo Santiago” y “Transmigración”.  

El escritor y periodista reconoce que, durante la escritura, muchas veces su memoria lo hizo pensar en el universo onírico. “El hecho de que los sueños se olviden pone a ambas esferas en relación. El olvido es más drástico con los sueños que con las experiencias de la vigilia, quizás porque estamos mayormente dispuestos a relatar nuestra vida según estas últimas. No obstante, si llevamos un diario de los sueños al tiempo nos daremos cuenta de que ahí hay una vida paralela, un individuo al que le suceden cosas todo el tiempo, cosas a veces muy intensas: se cae por abismos, viaja, se muere, vuela. En este caso específico, la invocación de la memoria remota por medio de la escritura tiene algo en común con la dinámica de los sueños. Se producen condensaciones, por ejemplo: la imagen de una calle puede pertenecer a dos ciudades a la vez, o la imagen de una persona corresponder a más de una identidad”, dice.

Es cierto. En “Mundos habitados” hay imágenes de lo que pudo ser Santiago, La Serena, Punta de Tralca en su primera infancia. Pero también fácilmente esos lugares podrían llevar a los lectores contemporáneos de Merino a otras tantas localidades de Chile durante ese período.

Lo mismo pasa con la descripción de las canciones que sonaban en la radio, los programas que daban en televisión o lo que se podía ver en el centro de Santiago. Al contar sus memorias, de una u otra manera el escritor también termina relatando la historia de muchas otras personas.

Luego de este ejercicio de escritura, Merino dice que le gusta pensar la memoria como la imagen de la casa: “galerías, espejos, mamparas, vidrieras. Asomarse, buscar lo que está más allá de una superficie, observar la duplicación de las cosas en los reflejos, ese tipo de fenómenos se parece mucho a la indagación de la memoria”. “Pero hay algo que me dijeron y que suscribo totalmente: que en el libro no hay biografía ni pasado, ya que la memoria en él es una experiencia presente, del presente de la escritura. Es lo que va apareciendo a la conciencia lo que se registra”, advierte.

-¿Qué reflexiones saca, entonces, de ese período que le tocó vivir? ¿Sigue habitando esos mundos?

-Los habito en calidad de problema. O sea, son cosas que hablaba con la psiquiatra. En la vida visible habito una franja mucho más exigua. A veces mis desplazamientos diarios son de treinta metros. Lo que he conversado con gente es que lo que me tocó ver fue el final de un modo de vida originado en el siglo XIX y que alcanza al campo y a las ciudades. Quizás es una pretensión literaria reclamar para sí el protagonismo de un crepúsculo social, un cuento que nos contamos. Pero en este caso me parece que el modelo funciona.

A continuación, algunos de los recuerdos de Merino.

“Había caballos por entonces en Santiago”

“Había caballos por entonces en Santiago. En las inmediaciones del centro, donde vivíamos, y también en Antonio Varas, donde pasábamos en taxi hacia la casa de mi otra abuela, con carabineros enhiestos, casi estáticos en las monturas, y había árboles en esa parte de la vida, ciruelos en las calles, del mismo color que las liebres en las que también a veces nos subíamos para ir de un lado a otro en las tardes muy nubladas, tan nubladas como las tardes de los trolleys con sus pisos acelerados con figuras en cruz, distintos a los de las micros que solían estar cubiertos por listones de metal medio sueltos y con sonajera de temblor”.

Mi abuela paterna

“En La Serena había tensiones psicológicas en esa casa, bueno, como en todas. Quizás ella no era una persona activamente cariñosa, podía ser hostil en ocasiones. Pero a mí me dio lo justo. Yo era uno más entre muchos nietos y sin embargo a los doce años me regaló una máquina de escribir. Más tarde me dejó una pintura suya de 1919 que está en la tapa de un libro mío. En fin, un verano nos quedamos juntos y me curó una herida que me hice con una rama de litre, pacientemente, todas las tardes. Y así, hay cosas. La Serena es un mundo enigmático para mí, cada vez más. Cualquier lugar del mundo tiene una profundidad insospechada. Hace poco vi que unos tatarabuelos míos de La Serena se casaron en Ñuñoa a mediados del siglo XIX. Eran vascos de Vitoria-Gasteiz.  Hay un largo viaje en ese dato, un viaje que fue real, dificultoso, y que debe haber tenido un motivo. Ojalá pudiera averiguarlo”.

Andar con la frente en alto

“Mi papá me dice que es importante andar con la frente en alto. Que me fije en Alfred Hitchcock, en su postura física. Su frente en alto revelaba que tenía la conciencia limpia. Por las noches daban el programa La hora de Hitchcock y otro que se llamaba Un paso al más allá. Yo sólo veía los comienzos porque tenía que dormir y porque además eran cosas que no entendía”.

Todo cuanto pudiera mirar

“Me interesaba tanto cuanto pudiera mirar en el centro a la salida de clases: en los kioskos las revistas de la RDA y de China Popular, las portadas de Última Hora y Tribuna, el viejo de anteojos negros que tocaba el serrucho y una especie de balalaica fabricada con un tarro de parafina, el charlatán de la pomada mágica para copiar imágenes, el que vendía timbres metálicos con las iniciales de los nombres, las exposiciones del segundo piso de la Librería Universitaria, los edificios, la escalera mecánica del Banco del Estado, las puertas automáticas de las oficinas de Braniff, los escuadrones del MIR formados frente a la casa central de la Universidad de Chile y los de Patria y Libertad avanzando por la Alameda frente a Estado, los panfletos del grupo Espartaco, los piquetes de la FER pegando cadenazos en la puerta del colegio, la película Los desvíos del sexo en el Alfil”.

El choque

“En mayo fue el choque. Camino a San Antonio, frente a la localidad de El Turco, camión parado en la neblina, el Peugeot 404 se mete debajo. Negro total del campo recién anochecido rayado por destellos plateados de luces de autos, pavimento resbaladizo, otras luces definidas amarillas, luces de sodio o cobalto o magnesio, brazos en cruz hacia los focos, padre inconsciente, pulmones flotantes”.

“La imagen de la vulnerabilidad absoluta: niebla, noche, focos, pavimento resbaladizo, bosques oscuros, gritos, mi padre inconsciente en el asiento del auto cubierto de harina (chocaron con un camión lleno de sacos de harina). Después el hospital de San Antonio y la compasión de las enfermeras. Me dieron un agua amarga, un calmante. Pero no había ni yeso en el hospital, era la crisis de la UP. Son tristes recuerdos”.

11 de septiembre

“Todos los de esa casa eran medio momios, pero jamás se subieran permitido destapar champagne o izar la bandera por la caída de Allende. Eso hubiera sido una fanfarronada fuera de nuestra realidad. No teníamos fundos ni empresas ni nadie muy involucrado en los hechos del país. O sea, fundos quedaban por ahí, en manos de parientes medianamente cercanos. Ellos tuvieron problemas con la reforma agraria, con fulanos en jeep que aparecían con instrumentos de agrimensura u otros que aleonaban a los huasos y los hacían unirse en temibles asociaciones. El fundo del abuelo de mis primos en Chillán se lo tomaron los inquilinos, que incurrieron en la brutalidad de hacer un gran asado con chanchos enfermos de triquinosis. Cuando alguno de los patrones se acercaba, le dirigían una mirada alcohólica y escupían el parásito por el costado de la boca”.

Los catorce años

“Los catorce años fue una edad hostil, incómoda, desesperante. Estaba totalmente lanzado a la búsqueda de lo que intuía como espiritual y a la vez mis padres me zaherían simplemente por el hecho de que parecía estar buscando caminos alternativos al ofrecido por ellos”.

“Yo aún tenía problemas con la ropa. No sabía cómo vestirme, a veces andaba con chaqueta de mezclilla y abajo una polera delgada, y pantalones delgados de granjero y zapatillas ‘de básquetbol’. Ese fue un año frío y plomo”.

“Experimentaba con técnicas de meditación y en el relajo general del cuerpo. Una noche en mi pieza creí escuchar tanques avanzando a través de las murallas, por donde además se colaba el viento helado”.

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