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Opinión

17 de Agosto de 2022

El riesgo de mirarnos a los ojos

Tomar el riesgo de encontrarnos, aunque no queramos reconocerlo, nos produce temblor, pues corremos el riesgo de transformarnos y dejar de ser la persona que hemos sido hasta hoy.

Camilo Herrera
Camilo Herrera
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Escuchar con los ojos. Fue la invitación de Aïcha Liviana Messina en este medio, parafraseando a Nietzsche con su “¿Tengo que gritarles en las orejas para que aprendan a escuchar con los ojos?”.

En tiempos donde nuestro país se dirime entre los apruebo y los rechazo, con zonas grises en torno a las transformaciones de la Carta Magna, mirarnos a los ojos con quien piensa distinto puede ser una aventura peligrosa. En ese ejercicio de apertura y sinceridad de encontrarnos en la mirada, corremos el riesgo de que nos invada el miedo, esa emoción que emerge cuando tenemos algo que nos importa y podríamos perder, o bien, cuando nos sentimos bajo amenaza. Pero ¿qué es lo perdemos en el acto de mirarnos a través de los ojos de otro? ¿Por qué nos vuelve vulnerables?

A diario, nos detenemos frente al espejo. A veces con poca atención, otras con demasía. Es una práctica que nos genera placer, cuando lo que vemos nos produce orgullo. O incomodidad, cuando existe una distancia entre lo observado y lo que nos gustaría ver. En ese sentido, los ojos del otro actúan como espejos. Al mirarnos en ellos, su luz nos devuelve imágenes teñidas por lo que previamente han observado. Entre más distintos hayan sido nuestros mundos, más posibilidades hay de que sus hologramas presenten perspectivas antes ocultas y, por tanto, más enriquecedoras o amenazantes pueden tornarse las impresiones que esa mirada nos done.

En tiempos donde nuestro país se dirime entre los apruebo y los rechazo, con zonas grises en torno a las transformaciones de la Carta Magna, mirarnos a los ojos con quien piensa distinto puede ser una aventura peligrosa.

Cuando lo que reflejamos nos perturba, reaccionamos de diversas formas: podemos negar el reflejo, diciendo que el espejo no es adecuado o que no había suficiente luz. Podemos buscar la conformidad tranquilizadora del “es lo que soy”. Podemos maquillar aquello que nos disgusta y reaccionar con angustia o culpa, pensando en aquello que podríamos hacer para no vernos así. O bien, con miedo y decidir no mirarnos más para evitar esa sensación que produce nuestro reflejo. Pero también podemos tomar acción y comprometernos con transformar a voluntad aquello que nos molesta.

Mirarnos en los ojos del otro –aún más, en quienes piensan distinto–, será correr el riesgo de que algo cambie en nuestra manera de sentir, pensar y de hacer. Tomar el riesgo de encontrarnos, aunque no queramos reconocerlo, nos produce temblor, pues corremos el riesgo de transformarnos y dejar de ser la persona que hemos sido hasta hoy.

Si tenemos el coraje de atravesar el umbral del miedo y de permitirnos que las preguntas nos miren, el diálogo pestañeará entre palabras valientes, abriéndole al Chile del plebiscito de salida, un transitar amable en medio de lo que somos e imaginamos; acortando la brecha entre lo que ven mis ojos y aquel que me observa.

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