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29 de Agosto de 2022

“Me dan premios de trayectoria y nadie se preocupa de mis películas, que es lo que me interesa”: Las reflexiones del documentalista Peter Chaskel, a sus 90 años

Crédito: Javier Middleton.

El nombre de Peter Chaskel está íntimamente vinculado al cine chileno. A lo largo de sus 90 años, ha participado en decenas de producciones nacionales del género documental, pero también en ficciones. Se recuerda, sobre todo, su rol clave en el montaje de “El Chacal de Nahueltoro” (1969) y “La Batalla de Chile” (1974-1977). En entrevista con The Clinic, revisa su carrera, y habla de un proyecto que todavía tiene pendiente. “No sé si estoy tan satisfecho. Pero debiera estarlo”, comenta al pensar en su trayectoria.

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Si uno se sumerge en los registros de la historia del cine y el documentalismo chileno, hay un nombre que se repite en las producciones más icónicas del siglo XX: Peter Chaskel.

Este realizador y montajista, nacido en Alemania en 1932, llegó a Chile siendo un niño, con apenas siete años. Desde entonces ha dirigido una treintena de obras audiovisuales, además de trabajar el montaje de piezas como “El Chacal de Nahueltoro” (1969), de Miguel Littín; y los tres capítulos de “La Batalla de Chile” (1974-1977), filme esencial del repertorio de Patricio Guzmán.

Su camino en el séptimo arte es extenso. Comenzó como alumno de Arquitectura en la Universidad de Chile, fundando en 1954 el mítico Cine Club de la Federación de Estudiantes. Tres años más tarde, cofundaría el Centro de Cine Experimental de la misma casa de estudios, y trabajaría en las primeras producciones del maestro Naum Kramarenco, como asistente de dirección y montajista. En 1961, sería nombrado Director de la Cineteca Universitaria de la Chile, y en 1963, Director del Departamento de Cine. Ambos cargos los ocuparía hasta el golpe de 1973, cuando se marchó al exilio a Cuba, donde seguiría produciendo sus filmes.

Muchos lo conocían como “Pedro”. Tempranamente asumió que, por moverse en círculos de habla hispana, ese sería su “seudónimo artístico”, evitando así dejar al descubierto su leve acento germánico. Hoy prefiere que lo traten de Peter, para “socializar” el nombre.

El pasado 2 de agosto, Chaskel cumplió 90, lo que devino en un homenaje a su trayectoria realizado en la Universidad de Chile. En esa línea, el documentalista abre las puertas de su hogar en La Florida, para sostener una conversación franca acerca de la senda que ha recorrido, los proyectos que tiene pendientes y sus reflexiones sobre la actualidad nacional.

“Pienso que he tenido mucha suerte. Que he sido privilegiado por el destino”, comenta a The Clinic, a modo de síntesis.

-A sus 90 años recién cumplidos, ¿cómo se siente, Peter?

-La verdad es que la sensación es que me queda poco. Sin drama ni heroicidad ni nada por el estilo. Sin embargo, con una cierta preocupación de las cosas pendientes.

-¿Qué tiene pendiente?

-Más bien cosas domésticas. Y tengo pendiente un documental experimental, que tengo prácticamente grabado. Tengo que editarlo. He estado chuteando el trabajo. Es una mezcla entre documental y experimento. Y esto de experimental es una especie de pantallita por si sale mal.

Peter Chaskel suelta una sincera risotada.

Peter Chaskel. Crédito: Javier Middleton.

-¿Me puede adelantar algo sobre ese documental?

-Te lo puedo contar, ya que a lo mejor no lo alcanzo a terminar. 

Entre 1994 y 2006, Chaskel fue profesor del Taller Audiovisual que se impartía en la Universidad ARCIS. Sus clases comenzaban a las 9 de la mañana, y para llegar a la casa de estudios, se movilizaba en transporte público hasta el centro de Santiago

Odiaba las aglomeraciones, y para evitarlas, tomaba al metro antes de las 7. En ese rato que le quedaba libre antes de entrar a la sala, aprovechaba de pasearse y filmar el espacio público en el histórico barrio Yungay. “Fachadas, rejas y, sobre todo, murales, que anónimos habían pintado para bien o para mal”, señala.

Las imágenes las tiene en el computador. Eso sí, no sabe dónde. Se considera muy torpe con la tecnología. “Es otra tarea que tengo pendiente”, comenta. “Recuperarlas”.

-Antes decía tener esa sensación de que le “queda poco”. ¿Cómo es vivir con ese pensamiento?

-No tengo muy elaborado ese tema. Tengo todo esto de lo pendiente. 

Y habla de cosas materiales. Muestra su desordenada y maravillosa colección de libros, DVDs y cintas VHS. Muchos registros que, a falta de tener el dispositivo de reproducción adecuado, le parecen casi inservibles.

Algunos de los VHS de Peter Chaskel. Crédito: Javier Middleton.

“Siempre digo que voy a ordenar, pero yo ya tiré la esponja. Y es realmente curioso, porque una de mis preocupaciones es qué van a hacer con todos estos libros. En realidad, no tengo de qué preocuparme”. Ríe. “Será preocupación de mi familia, que vive aquí”. 

El documentalista habita esa casa en el corazón de La Florida hace más de 20 años. Vive con su hija, su yerno y sus nietos. Su habitación es un compacto departamento, construido en el patio. Chaskel valora su independencia en términos de espacio.

“Qué irán a hacer con tanto libro”, vuelve a preguntarse. Novelas, historia contemporánea, teoría del cine. Algunos ya los está regalando. Ofrece un texto a este reportero.

“Pero hay algunos que yo no suelto…”, dice. 

-¿Qué libro lo ha acompañado siempre? Ese título especial…

-Bueno, no soy muy original. Un libro que me ha acompañado es “El Principito”. 

“Yo debiese estar satisfecho”

-Mirando hacia atrás, ¿se siente satisfecho con cómo ha vivido su vida? 

-Mira, eso depende del estado de ánimo. No es una cosa permanente, ni es muy objetivo. No me había puesto a pensar así el tema. No sé si estoy tan satisfecho. Pero debiera estarlo. 

De reojo y en un gesto rápido, posa la mirada en los múltiples reconocimientos que adornan las estanterías de su despacho. Entre otros, está el premio Orden al Mérito Artístico Cultural Pablo Neruda (2005); la medalla Rectoral de la Universidad de Chile (2006); y el premio Altazor, por su contribución al arte cinematográfico en Chile (2009).

“Bueno, ahí hay una cosa. Me dan premios de trayectoria, o por mi apoyo a los cineastas jóvenes, y nadie se preocupa de mis películas, que es lo que a mí me interesa. Por todo eso, yo debiese estar satisfecho. Pero me doy cuenta de que esto no es tan importante”. 

-¿Por qué dice que no es tan importante? 

-Porque en este país, con las cosas que han pasado, con la dictadura, con los sacrificios, con los muertos… Yo me siento pequeñito al lado de todos los que de alguna manera entregaron sus vidas en este asunto, mientras yo… 

Revisita su pasado. Su trabajo en la serie documental “Al sur del mundo”, durante las postrimerías de la dictadura. En ese proyecto lo pasó bien. Viajaba mucho. Conoció Chile de norte a sur, mostrando su flora y fauna nativa. También, a su gente.

Pero esa memoria, de alguna manera, le pesa. No puede evitar compararse con otros de la época, que respiraban -y sangraban- política

“Después de la dictadura, incluso, yo me siento… No voy a decir que me siento culpable, pero al lado de estos compañeros, que han estado en una primera línea durante todo este tiempo, lo mío es…”. Se detiene. “¿Qué es?”.

-¿Le hubiese gustado ser parte de esa “primera línea”?

-No sé si podría haber sido capaz. Porque ésa es una cuestión, por un lado, de valentía, de convencimiento y disposición a entregar la vida. Y eso se comprueba en la práctica. No puedes publicitarlo. Tanto a los demás como a ti mismo. Entonces, yo no sé hasta qué punto habría sido capaz de jugármela. 

“Los premios a la trayectoria son siempre premios a los viejos”

Peter Chaskel es el rey de la trayectoria. El Adán en el génesis del cine chileno. El precursor del género documental criollo. Su primera obra surgió en 1962, mismo año del Mundial de fútbol que consolidó la cultura televisiva en Chile. A lo largo de su carrera, ha dirigido o codirigido 33 cintas y episodios de “Al sur del mundo”. Y como montajista, participó en otras varias decenas de producciones.

-Como bien decía, a usted lo reconocen mucho por su trayectoria. De hecho, la Universidad de Chile le hizo hace poco un homenaje por sus 90 años… 

-Sí. 

Y pasa señalar nuevamente los galardones que repletan la repisa. 

“Son premios a la trayectoria que son de la primera etapa después de la dictadura. Yo volví el ‘83. Viví 10 años en Cuba. Esto fue de ‘La Batalla de Chile’ en adelante. Y en ese tiempo no había tanta gente digna de premios”, apunta, riendo.

“Los premios a la trayectoria son siempre premios a los viejos. Porque claro, sin cierta cantidad de años, no hay premios a la trayectoria. Es imposible. Por eso me doy cuenta de que en esa etapa, había que buscar viejos para darles premios”. 

-Peter, ¿usted se siente merecedor de esos reconocimientos? Porque me doy cuenta de que tiene otro tema pendiente ahí… 

-Pienso que he tenido mucha suerte. Que he sido privilegiado por el destino. Tuve mi iniciación cinematográfica de manera paulatina. Primero en Cine Club y todas esas cosas… Y luego, en un tiempo en que en Chile se hacían uno, o uno y medio largometrajes al año. 

Rememora sus colaboraciones en las primeras películas de Naum Kramarenco, uno de sus mentores. “De él aprendí la técnica”, dice. “Y fui a dar a la dirección del Departamento de Cine de la Universidad de Chile (en 1963). Y esa fue una especie de regalo del destino”. 

Confiesa que, en ese cargo universitario, enseñaba cine, pero sin disponer del presupuesto para hacer películas. Con el tiempo, tuvieron los medios para grabar y producir. Eso le permitió apreciar de cerca las primeras incursiones fílmicas de figuras hoy consagradas, como los directores Raúl Ruiz y Helvio Soto

-¿Podría señalar una obra en su carrera como la que más lo enorgullece?

-Sí. Diría que, como tengo pocas películas que he realizado yo, me gusta mi primera.

Se refiere a “Aquí vivieron” (1962), un breve documental donde registra la excavaciones del etnólogo suizo Jean Christian Spahni en la desembocadura del río Loa. Ahí, ubica restos óseos y objetos del pueblo indígena Chango.

“Lo que me salta de ésa es el testimonio. Lo recuerdo con mucho cariño (…). Me permitió ensayar. Y todo era un ensayo, porque por primera vez ocupaba mi cámara. Está dentro de un tipo de cine que me gustaba hacer”. Su inspiración fue un documental canadiense sobre un vaquero ensillando un caballo salvaje, que proyectó en el Cine Club.

Dentro de su lista de trabajos predilectos, menciona también “El Chacal de Nahueltoro” (1969), la ficción de Miguel Littín donde Chaskel fue montajista y que califica como un “pequeño milagro del cine chileno”. 

Y de inmediato, sin que se le pregunte, pasa a desmentir un “rumor” de “El Chacal”: según cuenta, circulaba entre los chismosos que el filme era suyo y de Héctor Ríos, quien se encargó de la fotografía. “Y no me he cansado de decir que no, que me consta que realmente el autor del Chacal fue el equipo y Miguel, quien hizo su primera película”, asegura.

Chaskel trabajando en su despacho. Crédito: Javier Middleton.

-Su trabajo en el montaje de “El Chacal de Nahueltoro”, ¿es otro de los hitos de su trayectoria que lo enorgullecen?

-Esto siempre se lo cuento a mis alumnos. ¡Y es que éramos un equipo de diez! O algo así, para hacer esta película (…). En ese tiempo ya era director del Departamento de Cine de la Universidad de Chile, y el pequeño departamento nuestro lo pusimos a completa disposición de la película.

Sostiene que se estableció, por entonces, una imagen de estos “diez tipos locos” que estaban arriesgando, en cierto modo, los recursos de la universidad por un proyecto. “Pero nos fascinaba: al fin podíamos hacer películas”. Y que diez personas hayan sido el equipo completo hoy parece una broma, al comparar con las mega producciones de los grandes estudios o las plataformas de streaming

Cuenta, además, algunas confidencias, como que la cinta se financió “con una plata de la herencia del Tito Noguera, o algo así. Me recuerdo vagamente. En fin”.

“En esa primera etapa, yo fui una especia de ‘goma’, como decíamos: estaba metido en todo, y metido en nada a la vez”. La especialidad de Chaskel era el montaje, pero fue un ayudante polifacético. Por lo mismo, su rol fue clave para que la obra terminase viendo la luz. Hasta puso a disposición su automóvil. “En el Chacal se usaron dos citronetas: la del Tito Noguera y la mía”

El profesor consagrado

-Usted ha sido formador de múltiples cineastas chilenos. Entiendo que, de hecho, Raúl Ruiz y el mismo Miguel Littín fueron alumnos suyos. ¿Cuál es el principal sello que buscaba inculcar en los futuros cineastas? 

-Lo mío es el documental. Por falta de formación. Por timidez. Por humildad. Y bueno, en cierto modo, por desconocimiento también. Siempre hice talleres de primer año. Nunca salí del primer año porque, realmente, era lo más cómodo, en el sentido de que los jóvenes llegaban en pelota total. Querían ser cineastas para salir en el diario, y ser famosos.

Proponía ejercicios a sus alumnos. Tópicos. Modos de presentar un relato audiovisual. 

“Y ahí descubrí que era más difícil hacer documentales que hacer ficción. Y a ellos también les interesaba más”. 

-Imagine que soy su alumno. Le pregunto: ¿Profesor, qué elementos debe tener una cinta para ser un buen documental? 

-Por un lado, la seriedad, y la autoexigencia de cierta profundidad de la investigación previa. De la búsqueda honesta de la verdad. La ficción se puede permitir, en ese sentido, una mayor libertad, si se quiere. Yo siempre digo que el documental es una búsqueda de una verdad en donde se juntan las paralelas, ¡que no se juntan jamás! O sea, puedes profundizar sin límites. Entonces, yo creo que ese interés, ese apasionamiento de acercarse a la verdad, o las verdades del realizador, es una de las características de un buen documental.

Destaca otro aspecto fundamental: la visión del realizador, que es “un artista” con una “sensibilidad especial”. Y dice que estamos frente a un buen documental cuando, “como espectador, me siento enriquecido. Porque me ayuda, o me impele, a conocer aspectos de la realidad que a lo mejor no veo”.

-En una entrevista con la revista Ecran, publicada en 1965, usted dijo, hablando del panorama del cine chileno, que éste “no es muy claro, por eso encuentro cruel formar nuevos cineastas si no tienen campo de acción en su propio país”. ¿Cómo ha cambiado ese “campo de acción” para los cineastas chilenos? ¿Es todavía “cruel” formar a nuevos cineastas en Chile?

-Lo que pasa es que en esta pequeña historia del cine chileno, yo diría que hay momentos donde se dan saltos cualitativos que tienen que ver más con la técnica. En los años 60, con el cine clásico y el celuloide -y si vas más atrás, con el nitrato-, implicaba una inversión financiera grande. 

Ejemplifica con que Kramarenco “poco menos tuvo que vender sus muebles para terminar de financiar su ópera prima”

“También hubo cambios tecnológicos. Porque entre andar con una lata de película en 35mm, que cada lata pesaba un kilo y medio… Lo otro era dónde proyectar. Arrendar una sala, tener un proyeccionista… Era una parafernalia bastante grande. En cambio, ahora tienes una cámara que te graba junto el sonido con la imagen. Y los rollos de celuloide eran de diez minutos. Entonces, había que hacer acrobacias, por ejemplo, para hacer parecer que una película era de una sola toma, cosa que ahora se puede hacer y se hace”. 

Chaskel también disfruta de la música clásica. Crédito: Javier Middleton.

-Hoy hacer cine es mucho más accesible. 

-Eso es. Es mucho más barato. Técnicamente es más fácil. Tienes que prever muchas menos cosas. 

-Probablemente, este mayor acceso ha impactado a las producciones en general. ¿Cómo evalúa la calidad del cine chileno en la actualidad?

-Sabía que me ibas a preguntar eso. Lo que pasa es que yo he visto muy poco. Entonces, no me atrevo a hacer un análisis honesto ante la pregunta. 

-¿No le llama mucho la atención la filmografía nacional?

-No, fíjate. La verdad es que tampoco he reflexionado al respecto. 

-Y yo que quería conocer su opinión del a estas alturas hollywoodense Pablo Larraín…

-Le he visto varias cosas que son muy profesionales, y no hay ningún pero. Es el que ha tenido, parece, más oportunidades o condiciones para hacer sus películas. Tiene equipos grandes de gente. No tiene que hacer de maestro chasquilla. 

“Lo viejo está demasiado podrido, y lo nuevo es un desafío maravilloso”

Una de las temáticas centrales del cine chileno, ya sea en ficción o documentales, ha sido la dictadura. Son muchísimas las obras que reflexionan en torno a los impactos directos e indirectos que ese período supuso para la población y su cultura, en películas cargadas de expresión política y social. En esa línea, “La Batalla de Chile” es probablemente la joya de la corona.

-El cine chileno más reconocido, al menos en el pasado, solía abordar historias relacionadas con la dictadura. Hoy, vemos películas nacionales que presentan tramas alejadas de esa vertiente y de los mensajes políticos. ¿Podría el estallido social de 2019, y el proceso que abrió, transformarse, como la dictadura en su momento, en un motivo o inspiración recurrente para el cine chileno? Patricio Guzmán acaba de sacar su documental “Mi País Imaginario”, que trata del estallido…

-Lo que pasa es que el estallido ya fue. Una gran diferencia entre documentales como “La Batalla de Chile”, es que uno de sus méritos es que está filmada en presente. Del estallido, de lo que hay filmado, hay una buena parte que está en presente también, pero el estallido está en gran medida filmado en pasado. 

Chaskel apunta al aspecto totalizante de la dictadura. A su enorme influencia en la vida cotidiana, que marcó indeleblemente a una generación completa. De ahí viene ese sentirla como algo todavía “presente”, versus un estallido que fue una coyuntura importante, con sus respectivas consecuencias, pero que duró, como tal, unos pocos meses.

-Quedémonos en Chile y el proceso constituyente. Miguel Littín está trabajando en un documental ciudadano de cara al plebiscito y, en Twitter, afirmó que usted participará en el proyecto. ¿Cuál ha sido su participación concreta?

-Miguel me habló de que estaban haciendo grabaciones, un poco la clásica, de distintos personajes que manifiestan su decisión de votar en el plebiscito. A mí, eso de aparecer con una cuña cortita para decir “Yo apruebo porque bla, bla, bla”, que puede ser inventado por un buen actor… Este estilo, de cuñas, de decir mis razones, me hace sentir incómodo. 

-¿Pero participó del video? 

-Es que no he sabido más. Quizás ahí entra también este tema de la timidez, de la humildad, y estas grandes palabras. Le dije que si querían, tenían que venir a filmarme acá a la casa. Y ahí quedó la cosa. Dije que no, pero que sí (se ríe).

-Ya que esa cuña con Littín no funcionó, haré yo el ejercicio. ¿Aprueba o rechaza este 4 de septiembre?

-Creo que, en el fondo, la alternativa que nos ponen es entre lo viejo o lo nuevo. Esta es una frase conocida: hay un viejo que ya está moribundo, y hay un joven que no termina de nacer todavía. Es una elección entre lo conocido y el desafío del experimento, en el buen sentido. Porque hay experimentos locos, que hacen más mal que bien. Por otro lado, hay que tener la valentía y la audacia de jugársela por encontrar la nueva verdad. Eso se conecta con todo lo que hemos hablado. 

-Entonces, por lo que entiendo entre líneas, usted aprueba…

-Sí. Apruebo desde el principio. Incluso, cuando hablo de la búsqueda de la verdad, y la investigación… Bueno, es un año de trabajo el que han tenido en la Convención Constituyente. Y no sé qué mucho más se puede pedir. Quizás otro añito más para seguir trabajando, con otros representantes. Pero vale la pena, creo yo, porque lo viejo está demasiado podrido, y lo nuevo es un desafío maravilloso. Es tener una posibilidad de participar en hacer un país de nuevo.

“Al final, no existe la página en blanco”

-¿Cómo ve el ambiente previo al plebiscito? Las cosas parecen estar, al menos, polarizadas… ¿Le recuerda a algún otro período de la historia chilena que le haya tocado vivir?

-Creo que la Unidad Popular fue algo parecido a esto, con todas sus características. 

-¿En qué sentido?

-En el sentido del desafío de lo nuevo. Claro, hay mucha diferencia. Ya sabemos cómo terminó la UP y Allende. 

Se detiene en el estilo de Allende, propio de un personaje del siglo XX. Su forma de hilar discursos. “Un gran orador”, dice. “Aunque no es el caso de ahora. No sé quién es el gran líder del proceso actual”. 

-Efectivamente, no hay una figura única que impulse la campaña. El gobierno derechamente no puede, por el tema de la prescindencia, mientras la Contraloría los aprieta… 

-Claro, y para el inicio del proceso tocó con un presidente, Piñera, que no era precisamente el más adecuado para enfrentar una situación como el estallido. 

-Ya que estamos hablando de presidentes, ¿qué opina de Gabriel Boric y su gobierno?

-Dentro de su estilo, es bastante bueno. Pero tanto que uno se entusiasma con él, y después uno dice: ¡Cuándo va a empezar con las cosas! Porque claro, es distinto con guitarra, como dicen. Es parte del desafío. 

-¿Sigue confiando en el gobierno, o le genera cierto resquemor?

-Tanto como resquemor no. Impaciencia, sí. Impaciencia en el buen sentido. No negativa. Uno de repente se olvida de que han pasado pocos meses. Uno quisiera que empezaran a haber señales concretas de todo lo prometido. Pero esto es complicado. No es un juego de niños ni una competencia atlética. Además, merece hacerse con pasión. 

-Usted ha presenciado un montón de hitos y procesos en la historia de Chile. ¿Qué tan importante es comprender la memoria a la hora de pensar el futuro? 

-Me ha pasado, tanto en filmaciones mías como en las de otros, que me llega esa sensación de que estás registrando testimonios que si no los estuvieras filmando, se desvanecen con el paso del tiempo. Ahí sientes que estás haciendo algo importante, independiente de la calidad artística, por esa búsqueda de la verdad. Volvemos siempre a la verdad, cuando hablo de documentales. 

-¿Y por qué es importante mantener esos testimonios, esa “verdad” del pasado, para imaginar el futuro?

-Al final, no existe la página en blanco. Todos somos resultado de algo. Somos una mezcla de pasado y futuro. De un pasado que puede pasar dignamente, o putrefactamente. Y un futuro experimental, audaz y apasionado. Pero si no tiene la seriedad y profundidad adecuada, corre el peligro de banalizarse. 

Chaskel cierra con un consejo. “En esta etapa, creo que se debiera recurrir más a la experiencia de la UP. Se le tiene miedo. Que la derecha se va a aprovechar y que el trauma… A lo mejor es correcto pensarlo así (…). Y creo que en el inconsciente colectivo, este peligro de que se repita la historia existe. Pero la derecha, en la medida que pueda, va a tratar de aprovecharse. Esto de los fake news hace un daño increíble. Porque con el financiamiento adecuado, se puede desarrollar increíblemente. Y ahí se acaba la confianza en todo. Y si no hay confianza mínima, no hay Apruebo, ni Rechazo. Es decir, se arma una melcocha donde nadie cree nada”. 

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