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Opinión

23 de Septiembre de 2022

Columna literaria de Montserrat Martorell: Los fantasmas de Javier Marías

"Javier Marías nos pegó con la realidad, con las apariencias, con la memoria y con la imaginación. Javier Marías nos regaló ironía, política y poética".

Montserrat Martorell
Montserrat Martorell
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Lo leí y lo leí mucho cuando vivía en Madrid hace ya algunos años. En ese tiempo estaba tomada por la literatura, igual que ahora, pero viviendo en España y era fácil coincidir con él o con la sombra de él que es más o menos lo mismo -de hecho no pocas veces pasé por debajo de su departamento, un piso ubicado en la Plaza de la Villa-.

Me acuerdo también de que fui a la presentación de su libro Así empieza lo malo. Era 2014 y le faltaban ocho años para morirse. “La literatura es lo opuesto a los juicios, jamás deben haber veredictos, sentencias ni nada que se le parezca”, dijo en el Círculo de Bellas Artes. Lo apunté. También escribí otras frases que guardo cerca de mi corazón literario: “intento presentar a los personajes y no juzgar porque una novela con moralina o moraleja es desastrosa. Es ridículo que un novelista se dedique a tomar partido o dar lecciones”.

Hubo otra que me caló: “hay personas a las que les perdonamos todo”. Y lo entendí. Entendí su humanidad, su arrojo, su búsqueda que comenzó cuando nació en 1951, que continuó veinte años después con la publicación de su primer libro, Los dominios del lobo, y el año pasado con Tomás Nevinson. Hay una cosa con los números, ¿eh, Marías? Pero da igual porque no hubo más, no hubo más -aunque los negocios editoriales siempre se las arreglen para soltar y soltar manuscritos inéditos-.

Javier Marías Franco fue escritor, editor, traductor, profesor y miembro de la Real Academia Española desde 2008. Ese día, el día que ingresó a ocupar el sillón R, leyó su discurso Sobre la dificultad de contar.  Allí fue tajante: “no sé cuál es el criterio que los lleva a ustedes a admitir en el seno de su digna institución a algunos novelistas. En realidad se me hace difícil entender que admitan a cualquier novelista, es decir, a novelista alguno, ya que, si la contemplamos desde un punto de vista adulto y mínimamente serio, nuestra labor es bastante pueril”. Era un hombre de oficio, de principios, de verdades grandes. Basta leer el inicio de Negra espalda del tiempo:

“Creo no haber confundido todavía nunca la ficción con la realidad, aunque sí las he mezclado en más de una ocasión como todo mundo, no solo los novelistas, no solo los escritores sino cuantos han relatado algo desde que empezó nuestro conocido tiempo, y en ese tiempo conocido nadie ha hecho otra cosa que contar y contar, o preparar y meditar su cuento, o maquinarlo”.

Una neumonía sacó al hijo de Julián -filósofo y discípulo de Ortega y Gasset- y de Dolores -escritora y traductora- de ese mundo ambiguo pocos días antes de cumplir los 71 años en un Hospital de Madrid. Sí, sí, el 11 de septiembre. ¿Por dónde entonces empezar hablando de sus libros? ¿Por dónde entonces empezar hablando de él, de ese él cuyo nombre se escribía originalmente con X y no con J y que Roberto Bolaño nos decía que teníamos que leer? Parte de su infancia, la de Xavi, transcurrió en Estados Unidos. ¿Las razones? El padre fue encarcelado por ser republicano y el castigo, impedir que impartiera clases en la universidad. Ya de adulto, Javier Marías vivió en Oxford, hizo clases, escribió 16 novelas y miles de artículos (recomiendo particularmente Las amistades desaparecidas de El País), fue traducido a más de 40 idiomas y publicado en 50 países. Nunca dejó de escribir con ese tono que parecía saberlo todo. Cito otra vez:

“Yo voy a cometer aquí varias afrentas porque hablaré, entre otras cosas, de algunos muertos reales a los que no he conocido, y así seré una forma inesperada y lejana de posteridad para ellos. O dicho de otra manera, seré memoria suya sin haberlos vistos y sin que ellos pudieran preverme en su tiempo ya perdido, seré su fantasma”.

De fantasmas sabía Marías. De amores también. Carme López Mercader fue su compañera durante más de veinte años. Nunca una relación convencional, sí mucho juntos, sí muy separados. Él en Madrid, ella en Barcelona y la editorial que formaron: Reino de redonda. Varias de sus novelas fueron dedicadas con esa pasión que da el tiempo. Cito: “Para Carme López Mercader, que, lejos o cerca, confinados o no, alegres o menos -ella siempre más alegre que yo- me ha acompañado sonriente en este libro desde el principio hasta el final” o “Y para Carme López Mercader, que inverosímilmente no se ha cansado de escucharme. Aún no”. Hay más: “Para Carme López Mercader, los ojos atentos que ven, los oídos atentos que escuchan y la voz que aconseja mejor”/”Para Carmen López Mercader, por seguir riendo a mi oído y escuchándome”. Se casaron en 2018.

Y la incomodidad. Supimos de sus peleas con Jorge Herralde, de su rechazo a los premios que, según reconocía, le quitaban el tiempo a su escritura -en esa presentación a la que asistí dijo: “Descuiden, no me voy a ganar el Cervantes- y que detestaba los correos electrónicos. Lo suyo era la máquina de escribir, siempre la máquina de escribir.

¿Qué leer de JM? Yo sigo eligiendo Corazón tan blanco, El hombre sentimental, Mañana en la batalla piensa en mí, Negra espalda del tiempo, Tu rostro mañana, Los enamoramientos y Todas las almas. También Berta Isla. Ahora estoy leyendo Mientras ellas duermen, edición que incluye 10 relatos y que fue publicada por el sello Alfaguara en 1990. Y lo recomiendo. Lo recomiendo porque te atrapa, porque controla el ritmo de tu lectura, porque piensa, porque siente, porque transforma la emoción universal en palabras, en pragmatismo, en observación, en mirada de mundo. Porque experimenta. Porque es valiente y atrevido y profundo. Porque nos habla despacito sobre la vida, despacito como nos hablan estas líneas:

“Y además uno olvida siempre demasiados instantes, también horas y días y meses y años, y la cicatriz de un muslo que vio y besó a diario durante largo tiempo de su tiempo conocido y perdido. Olvida uno años enteros, y no necesariamente los más insignificativos”. 

Jorge Luis Borges confesaba que a él, lo que le importaba, era releer. “Creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer, se necesita haber leído. Yo tengo ese culto al libro”. Coincido y sostengo que a Marías hay que buscarlo en medio del extravío que supone la literatura, el escape que supone el arte de narrar. Quizás porque como él mismo decía: “todo está ahí a la vista, en realidad todo es visible desde muy pronto en las relaciones como en los relatos honrados, basta con atreverse a mirarlo, un solo instante encierra el germen de muchos años venideros y casi de nuestra historia entera”.

Javier Marías nos pegó con la realidad, con las apariencias, con la memoria y con la imaginación. Javier Marías nos regaló ironía, política y poética. Javier Marías nos dio intimidad y garra y fuerza que es lo mínimo que se necesita para ser un buen escritor. Y se fue. Y le quedamos debiendo el Nobel. Y le quedamos debiendo el aplauso. Por eso esta columna agradece, sonríe y no olvida. Gracias Javier.

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