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Entrevistas

2 de Octubre de 2022

Carlos Tromben: «En períodos caóticos, la ficción invade la realidad y hace que las fake news sean efectivas»

El periodista y escritor reedita su extraviada novela Guía para armar un complot (2014) e inaugura Rocamar, sello editorial que creó junto a su esposa y cuyo catálogo apostará por la no ficción y temas actuales. El autor retoma además su exitosa saga histórica –precedida por Huáscar, Balmaceda y Santa María de Iquique– y anuncia que a fin de año publicará Baquedano, una revisita a la crisis política y constitucional de 1924 a partir de la polémica estatua del militar chileno. Tromben analiza aquí el escenario político actual; del gobierno, la derrota del Apruebo y el avance de las fakenews al caso Interferencia, el libro de Baradit sobre la Convención y los Amarillos: “Hay que acostumbrarnos a que exista una intelectualidad de derecha conservadora”.

Por Pedro Bahamondes Chaud

Carlos Tromben los observó durante largo tiempo: eran tres hermanos enanos, trillizos idénticos, dos señoras y un hombre bastante mayores que vivían juntos en una antigua casa venida a menos en un barrio residencial de la comuna de Providencia. Los veía ir y venir de hacer las compras, haciendo asados en el antejardín, incluso notó que arrendaban su patio como estacionamiento para carros repartidores de comida. Pasó el tiempo: primero dejó de verlo a él y luego a las otras dos; habían comenzado a morir. Lo confirmó cuando vio un cartel en la reja con las coordenadas del velorio de uno de ellos, poco antes de que la misma casa ubicada en la calle Santa Beatriz se convirtiera en lo que es en la actualidad, una sede de la Junji. 

Nunca les dirigió la palabra ni los saludó de lejos siquiera, recuerda ahora Carlos Tromben (1966): prefirió mirarlos con distancia, apreciar su visibilidad e invisibilidad en el entorno, y no tardó mucho en decidir convertirlos en personajes de ficción en Guía para armar un complot, novela que el periodista y autor chileno escribió entre los años 2011 y 2012, mientras vivía en Santiago. Finalista del premio a la mejor novela inédita del Fondo del Libro y la Lectura en 2013, un año después fue publicada por La Calabaza del Diablo en una edición de poquísimos ejemplares y escasa circulación. 

Hoy es prácticamente imposible encontrarla en librerías y casi no hay reseñas ni rastros de ésta última en la prensa o internet. 

La historia está protagonizada por Gabriel, un periodista que cubre cultura y gastronomía desencantado de su trabajo, quien se instala junto a su pareja en un antiguo barrio burgués de una ciudad sin nombre. Hay tomas y marchas estudiantiles de fondo, un alcalde siniestro y paranoico, tres misteriosos enanos, escándalos de todo tipo al interior de una congregación religiosa y también un crimen. 

“El primer día, mientras deshacían las últimas cajas de la mudanza, Gabriel notó que la mirilla de la puerta no estaba emplazada a la altura de una persona normal. Había pasado por alto este detalle la primera vez que visitaron el departamento y ahora lo miraba con inquietud. Su primera conclusión fue que allí había vivido un enano”, escribe Tromben al inicio de Guía para armar un complot

A casi una década de su publicación, la novela será relanzada el próximo 26 de octubre en el Espacio Cultural de Ñuñoa e inaugurará el catálogo de Rocamar, nuevo proyecto y sello editorial con que el también autor de libros como Poderes fácticos (2003) y La señora del Dolor (2017) debuta además como editor. 

“Esta novela muestra algunos circuitos semánticos que ya eran problemáticos en ese entonces y que fueron creciendo hasta estallar y ahora vuelven como un reflujo complejo, difícil de procesar hoy, a más de diez años de haberla escrito”, comenta Tromben. 

“Cuando estábamos pensando con mi esposa, María Paz (Vargas, profesora y doctora en Literatura), en que necesitábamos tener un texto para trabajar con total libertad, aprender del proceso de edición y lanzarnos con Rocamar, la volvimos a leer y estuvimos de acuerdo en que, con todo lo que había pasado post estallido, había envejecido bastante bien y que era un vino de buena guarda para presentar la editorial”, comenta Tromben. 

¿Cómo surge Rocamar y cómo se define editorialmente?

En 2018 nos fuimos a Barcelona con María Paz. Ella fue a hacer el máster de edición de la Universidad Autónoma y tuvo una experiencia increíble con la industria catalana; hizo pasantías en Anagrama y otras editoriales de nicho, y volvimos con la idea de crear la editorial en septiembre de 2019. Queríamos ponerla en marcha en 2020 pero pasó todo lo que pasó entre estallido y pandemia, y los planes se postergaron. Ya con el desconfinamiento y la normalización de las actividades productivas, dijimos: volvamos a nuestro proyecto inicial recogiendo lo que ha pasado. Rocamar busca ser una editorial mayoritariamente de no ficción y que se hace cargo de las crisis que estamos viviendo, que es una crisis colectiva, individual también y que se manifiesta en la economía, la salud mental, la salud pública, el medio ambiente y toda una serie de circuitos que también están en crisis. Esas van a ser las temáticas de nuestros libros, no de vocación testimonial sino de análisis y relatos de no ficción –ensayo, crónica e investigación periodística– en torno a prácticas emergentes que aborden el problema mayúsculo en el que estamos metidos como sociedad en todo el mundo. 

Dices que Rocamar tendrá su acento en títulos de no ficción, sin embargo decidieron abrirla con una novela, ¿por qué?

Sí, fue porque estaba a nuestra disposición ese texto, lo podíamos trabajar a nuestros tiempos y sembrar una pequeña ambigüedad con el libro y la portada. No va a ser un caso aislado, pero en Rocamar sí va a tener un espacio menor la ficción, a menos que sean ficciones que se hagan cargo de asuntos peculiares, urgentes, o sean rescates de títulos antiguos títulos que tengan pertinencia actual. En España miramos ejemplos de otros proyectos editoriales que nos parecieron interesantes y llamativos, desde los Textos Urgentes de Anagrama, a la labor y el catálogo de Capital Swing en Madrid y Blackie Books, editoriales independientes que tienen una mirada extraordinaria y que además están desacademizando trabajos académicos y convirtiéndolos en una propuesta poderosa de pensamiento y acción. 

No puedo revelar los títulos que se vienen pero sí están en las temáticas que ya nombré y en esa misma tecla. Queremos que sean textos útiles, prácticos y con buena prosa, no especulaciones abstractas ni discursos que se plieguen a otros discursos hegemónicos en torno a estas mismas temáticas, como ocurre por ejemplo al hablar de economía. 

Hablemos también de esta novela, Guía para armar un complot, que ante todo es la historia de un periodista que al igual que tú ha cubierto temas gastronómicos y culturales. ¿Cuánto hay de ti en ese personaje?

-Mucho, hay mucho de mi vida en la novela. En el periodo en que la estaba escribiendo yo precisamente era un periodista que viajaba mucho a eventos internacionales en lugares súper remotos y exóticos. Era la post crisis 2008 y un periodo de recuperación, entre comillas, de la normalidad neoliberal globalizada, y estuve en muchos aeropuertos como el de Shanghai, gigantescos y cosmopolitas, en tiempos en que esa globalización no estaba tan problematizada como ahora y en contraste con el barrio que retrata la novela, que evidentemente es Providencia. 

¿Viviste allí?

-Sí y me tocó estar en Providencia cuando comenzaron las protestas estudiantiles y las chiquillas del Carmela Carvajal iban al municipio a manifestarse en esa época, donde estaba aún de alcalde Cristián Labbé. Todo eso afeaba el mono y la estampa del barrio abc1 que tiene Providencia. Me llamó mucho la atención ver que Providencia tiene modernidad, tradición y rareza en una misma cuadra. Los enanos, por ejemplo, que efectivamente existieron, no fueron invención mía. Ellos también ensuciaban la foto oficial, por decirlo de alguna manera. Una vez también hice el ejercicio de contar cuántos autos abandonados había en el barrio y eran montones de carcasas botadas en los patios de casas maravillosas y que deben costar 200 millones o más, y en las que viven abuelitos y matrimonios de viejecillos que no las pueden vender y que están rodeadas de edificios. Son resistentes a la modernidad, a la invasión imaginaria, y resisten de una manera muy peculiar porque no vienen de la sociedad civil manifestante y organizada. Todo eso me interesó mucho.

Porque además retratas al movimiento estudiantil de la época, que estaba haciendo mucho ruido precisamente en esos años. ¿Cómo ves al mismo movimiento diez años y un estallido social después? 

-Yo creo que a todos los chilenos nos sorprendió el movimiento pingüino y estudiantil que se fue nutriendo y polinizando entre sí en los años posteriores. Fueron sorpresivos, refrescantes, renovadores, desafiantes y plantearon un enorme desafío a lo que era el establishment político de aquel entonces, que estaba regido por el sistema binominal y que en apariencias era tecnocrático, eficiente y personajes del pasado que seguían ahí, como Labbé, que representaban algo aún más raro pero resulta que ahora no tienen nada de raro, son mainstream. Yo creo y temo que la repetición ad nauseam ha ido desgastando la posibilidad de un cambio social empujado por los estudiantes. Hoy en día en Santiago las movilizaciones son todas las semanas y más de un día a la semana. Entonces, la herramienta se va desgastando, como los antibióticos. En 2008 y 2011 remecieron al poder político, pero en 2022 es un remedio social muy desgastado y que más bien ha provocado acostumbramiento y molestia. Puede que tengan toda la razón los cabros, ese no es el punto, es el método el que se ve un poco no, casi enteramente desgastado.

En la nueva portada de Guía para armar un complot se ve un fondo negro con letras fotocopiadas y como sacadas de un collage que arman el título. Es lo único que se lee en ella: el nombre del autor aparece recién al reverso y en la solapa, y el libro tiene el aspecto de un panfleto que circula clandestinamente y de mano en mano.  

Hay libros tuyos, sobre todo las novelas históricas, que ocupan espacios más oficiales y son best sellers incluso, y otros como éste o Breviario del neoliberalismo (2002), que han circulado poco y en otros círculos. ¿Te gusta que tus libros tengan esa doble vida, una comercial y otra más under?

-Sí, yo tengo la suerte de ser un autor que puede generar movimiento en su catálogo y en su obra y tener títulos de circulación masiva, novelas y libros de investigación, pero al mismo tiempo me gusta que convivan con libros de otra naturaleza, como estos dos que mencionas. Breviario… surgió de la urgencia, para el estallido, y lo produjimos con Marcelo Mendoza, el editor, en una semana y media, diez días, y fue casi como un folletín de trinchera. Guía… busca también, partiendo por la portada, esa complicidad con lo clandestino y lo que circula fuera de la oficialidad. Queríamos que la gente se preguntara: ¿es este un objeto literario, una novela o una verdadera guía para armar complots? Me gusta que genere esa perplejidad y lo trabajamos desde el diseño como algo absolutamente deliberado. 

¿Qué tipo de autor te consideras dentro de la escena literaria?

-Yo soy un escritor escribiente, lo principal para mí es la escritura. La obra va saliendo en determinadas salidas, pero el escribir para mí lo es todo, esa labor artesanal en el sentido de que quien lo hace es un individuo que, como esos chefs de las redes sociales, juntan ingredientes, procesos, acceden a información, bibliografías, prensa, investigación personal, entrevistas, lo que sea, y sale una obra. Y ésta puede tener distintas naturalezas. Yo me siento un escribiente con distintas inquietudes y salidas más que un escritor con proyecto de obra. Para mí las cosas se fueron dando desde un abanico de posibilidades de escritura, y era a lo que saliera, lo que yo quería era escribir. Primero me salieron unas novelas medio policíacas, después otras más literarias, ensayos. Y lo digo con cariño, no con autocastigo: soy como esos locales que hacen sushi y pizza también, y hacen buenos sushis, buenas pizzas, a un costo razonable y la gente se alimenta bien y además vuelve. Ahora también te hago delivery. 

MUJERES, POETAS Y UNA ESTATUA MILITAR

Antes de la pandemia, en marzo de 2020, Carlos Tromben cerró un ciclo en Santiago y se fue a vivir a Quintero, en la V región, una de las llamadas zonas de sacrificio debido a la contaminación producida desde hace más de 50 años por grandes empresas de energía, químicos y combustibles. El autor e ingeniero de profesión se instaló junto a su esposa y su gata en una casa con vista a un humedal en la zona de Mantagua, constantemente visitada por bandadas de aves migratorias. Alejarse del ruido y el ajetreo de la ciudad le dio un lugar propicio para la escritura, a la que desde hace unos años dedica la mayor parte del tiempo.  

“Escribo todas las mañanas y en general creo que el proceso se ha visto beneficiado desde que vivo acá. Yo nací en Valparaíso, pero la vida acá, en esta zona, es más relajada. Está por supuesto el problema ambiental en Quintero, pero este es un lugar con niveles de estrés bien bajos en relación a otros lugares cercanos. La influencia del mar en la psiquis de las personas acá tiende derechamente al hippismo, a un cierto hedonismo, por supuesto también a veces hay tensión y roces, pero en general es mucho más relajado. Me tengo que mentalizar para viajar en bus a Santiago todas las semanas e ir a reuniones, pero esos son mis espacios de lectura. La Ruta 68 es mi biblioteca: nadie me huevea”, cuenta Tromben por videollamada. 

Hace unos meses, este mismo año, el autor publicó el libro Todo legal, en coautoría con Ignacio Schiappacasse, sobre el auge y caída de la élite financiera en Chile. También acaba de terminar de escribir una nueva novela histórica con la que retomará su exitosa saga precedida por Huáscar (2015), Balmaceda (2016) y Santa María de Iquique (2017). 

Se trata de Baquedano, título que publicará a fines de año por Ediciones B y en el que se sumerge en los años 20 en Chile para retratar la crisis política, económica y constitucional de 1924 a partir de la polémica figura histórica de la estatua del general y político chileno. La misma que después de 93 años y los ataques que recibió durante el estallido social de 2019 fue removida de Plaza Italia y reinaugurada semanas atrás en el Museo Histórico Militar. 

Baquedano no habla del general sino de la estatua del general Baquedano. Es una novela sobre esa gran crisis que se cierra o se cree que se va a cerrar con la inauguración de la estatua del 18 de septiembre de 1928. Ese hecho y la estatua misma vinieron a representar la alianza política entre la república y los militares, y en particular el proyecto político de Carlos Ibáñez del Campo que impulsa la Constitución de 1925, la constitución presidencialista, utilizando además a Arturo Alessandri como figura que facilita ese proceso desde lo político”, comenta Tromben. 

“Esa gran crisis del año 24 va acompañada de dos nuevos actores sociales: las mujeres y los poetas. Los militares son el tercer personaje. El feminismo está representado por una publicación periodística ficticia basada en algunas que existieron, como Acción Femenina, y la poesía aparece en el espacio público ya en 1917 con la antología Selva Lírica, con Mistral y Desolación, y también con de Neruda y De Rokha. Los dos últimos son personajes en la novela, y ahí se cruzan otros personajes históricos como Pedro Aguirre Cerda, que es el sponsor de Gabriela Mistral, y la familia de Vicente Huidobro, que es súper reaccionaria mientras que Huidobro coquetea con la izquierda”, agrega. 

La novela arranca el 4 de septiembre de 1970, día en que es electo presidente Salvador Allende, y está narrada desde el punto de vista de una mujer, una avezada y reconocida periodista, quien ya mayor rememora los hechos ocurridos a contar de 1924. “Ahí aparece nuevamente la estatua, que tuvo un protagonismo en el 70 que nadie cacha y que yo encontré por casualidad en la prensa de la época. No voy a decirte más porque no quiero spoilear”. 

¿INTELECTUALES DE DERECHA?: “RECORDEMOS A NICANOR PARRA”

Le sorprendió lo inmediato de su aparición y reconoce que aún no lo ha leído. Sí varios de los comentarios de todo tipo que se han publicado en las redes sociales sobre La Constituyente: Historia Secreta de Chile, el más reciente libro del escritor y exmiembro de la Convención Constitucional, Jorge Baradit. “Me sorprendió el timing con que salió, tan próximo a la propia Convención, y el hecho de que él escribiera mientras era convencional”, dice Tromben.

“No he leído el libro, pero sí las reacciones furiosas en las redes sociales, como también otras que reconocen la calidad de la prosa, lo apasionante de la crónica. Creo que el tema de la Convención no se agota con el libro de Baradit porque él está situado en un punto del hemiciclo, con su historia personal y su rol performático de convencional y de personaje público y polémico, pero van a haber otros, seguro van a venir varios otros libros”. 

-¿Qué mirada tienes hoy del estallido y lo que significó la Convención?

-Yo creo que estamos viviendo una repetición de los años 20 del siglo pasado, algo que podríamos llamar la crisis secular o del capitalismo. Hubo un momento en que las distintas corrientes de insatisfacción se unieron en un mismo movimiento, y como es natural, después de esa unión vino una fragmentación de los descontentos. Una vez que todos decantaron en la Convención y después en el texto constitucional empezaron a operar otros marcadores y otras señales durante el proceso, sobre todo a contar de abril, donde, como todos sabemos, hubo una política comunicacional de los sectores del establishment económico financiero de la derecha. Hay que dejar de ponerle adjetivos a esas posturas porque son previsibles desde la teoría de la ciencia política: cada actor va a defender sus intereses y eso es esperable y por las artes que sean, porque cuando hay mucho en juego hay personas dispuestas a poner muchos recursos para evitar que esos cambios sucedan. Eso ocurrió aquí. 

-¿Y ahora, qué?

-Hay un punto que visibiliza Zizek en su ensayo sobre el Manifiesto Comunista, en que decía que llega un momento en que la sociedad necesita volver a una normalidad, a una previsibilidad, a un horario de trabajo y de descanso rutinario cuando han pasado por procesos revolucionarios, y a mí me parece que el 2019 fue un proceso revolucionario por su propia naturaleza. La resaca que viene después de un proceso así es dura, un costalazo de proporciones, por no haber preparado el escenario nosotros mismos. Ahora mismo creo que estamos en eso. Yo estuve por el Apruebo, hice algún tipo de intervención de campaña y estaba muy alerta a las señales que fueron apareciendo; los amarillos, la gente que decía con mi plata no. Pensé que todo se estaba descarrilando un poco en cámara lenta. No comparto el diagnóstico de ‘nos farreamos una oportunidad’. Es una mirada posible, pero yo creo que los convencionales operaron con una señal que les daba el sistema electoral en su momento. Ellos eran la mayoría habilitada para escribir el texto de acuerdo a los valores y propuestas que habían llevado a la propia elección de convencionales. Era esperable que también operaran desde esa misma lógica, tal como era esperable que el Rechazo lo hiciera con las fake news y todo lo que fuera. 

¿Y la Lista del Pueblo, no te parece que también mostraron la hilacha?

Por supuesto que sí. La Lista del Pueblo fue un caballo de Troya, era un misterio y sigue siéndolo hasta cierto punto, tal como sigue siendo un misterio quiénes son esos personajes de blanco que van a las manifestaciones del Liceo de Aplicación y queman buses. Esa es la parte negra del asunto, y en todo proceso caótico las conspiraciones surgen con las verdades del fanatismo. A mí me encantan las conspiraciones como artilugio narrativo y en el siglo XX existían esos sistemas conspirativos que eran los masones, los iluminatis, los rosacruces, los jesuitas, y todavía están ahí. Recordemos que en la Convención estaban Benito Baranda y Fernando Atria, y Atria fue miembro del consejo editorial de la revista Mensaje de la Compañía de Jesús. Son datos para no olvida. Está la parte visible que todos vimos, la representación de todo aquello, los pueblos originarios también, que también votaron Rechazo después y uno queda como what?, pero está la parte negra que no vemos; los informes de inteligencia que se filtran, que no se filtran. 

De esa parte negra de la que tú hablas, surgió también una amarilla. 

-Sí, y hay que acostumbrarnos a que exista una intelectualidad de derecha conservadora y enemiga de cualquier tipo de cambio porque generan zozobra, incertidumbre y tienen un listado largo de argumentos de por qué no hay que cambiar nada, o de por qué hay que hacerlo de a poco, que es equivalente a nunca, o de por qué hay que hacerlo mediante consensos, que es otra palabra para decir nunca. Es lo que estamos viendo hoy en la nueva negociación constitucional. 

¿Consideras que tenemos una imagen preconcebida y errada de los intelectuales en Chile?

-Tenemos poca experiencia, en primer lugar, y una falsa noción de que los intelectuales son de izquierda per se. Yo viví en Francia y está lleno de intelectuales y filósofos de derecha mediáticos, como Bernard Henri-Levy, que es totalmente fantoche, rico heredero y está en la tele, en los programas de farándula. Hay un aspecto del intelectual y su cercanía con el poder financiero, político o lo que sea, que simula esa falsa imagen de ser de izquierda, que quieren cambios y son revolucionarios. No, macho, les encanta estar cerca del poder. Recordemos a Nicanor Parra y sus posturas de derecha concretas y demostrables, no solamente tomar té con la señora de Nixon, muchos otros también. Nos olvidamos (también) que (este otro) poeta, Cristián Warnken, pasaba los Años Nuevos con Miguel Serrano, le arrendó un departamento, él se jactaba de eso, y que además fue a su funeral con ex miembros de Patria y Libertad.. Nos olvidamos también de que el movimiento político Patria y Libertad venía del radicalismo: siempre pensamos que la extrema derecha es católica y ultra conservadora, y no. Parte de la ultra derecha es laica, agnóstica, viene del radicalismo y tiene no pocas vinculaciones o filiaciones con la masonería. De esa raigambre venía Pablo Rodríguez. No estoy diciendo que Parra haya sido de esa tendencia, pero era parte de su entorno, conversaba y por lo visto tenía vínculos cercanos con tipos que eran de extrema derecha desde hace tiempo, y eso muchos hoy lo pasan por alto. 

¿Cómo analizas el avance y el impacto que están teniendo hoy en día las fake news?

-Lo que está pasando es que la ficción está invadiendo la realidad. A veces es al revés, en periodos como la belle epoque que vivimos recién, de crecimiento económico, armonía social y una tecnocracia que lleva el cuento. En esos periodos la ficción es realista y refleja la sociedad, como en las buenas novelas de Fuguet, por ejemplo, esa autoficción o ficción realista de cómo eran los lolos de una época, dónde carreteaban, cómo hablaban, así era la ficción en ese tiempo, un poco subjetivizada y privatizada, muy Proust. En períodos caóticos, la ficción invade la realidad y hace que las fake news sean efectivas. Son narrativas, ficciones que están siendo instrumentalizadas, y eso es preocupante. Está bien que la ficción esté reflejando la realidad, que sea un realismo agudo, minucioso, pero no puede infectar el tejido social y político. Vivimos en tiempos de mucha conspiranoia. 

¿Y del caso Interferencia y el encontrón con el gobierno, qué opinas?

-Yo creo que el meollo del asunto, como le escuché a personas más sensatas en esto, por ejemplo al diputado Winter, es que había un problema en la redacción del artículo y la calidad de testigo de Lucía Dammert como testigo voluntaria, al igual que varios otros cercanos al político mexicano en cuestión, no habría quedado claramente estipulada en el artículo, permitiendo una lectura posible. Citando a Umberto Eco: el texto y el lector podían confundirse al respecto y visualizar un grado de complicidad de Lucía Dammert con el cartel de Sinaloa, lo cual es gravísimo. Entonces, un gobierno que está en una situación como la que se encuentra, y unos electores y partidarios de ese gobierno que están con la epidermis a morir, llegan a saltar sobre el medio de una manera despiadada y probablemente con algún grado de crítica legítima. Interferencia no miente, no es una mentira. Sí le faltó una mano editorial probablemente, y haber separado los hechos de las interpretaciones sin dar espacio a la ambigüedad. Es lo jodido del periodismo, estamos siempre expuestos a eso. 

¿Cuál es para ti la mayor debilidad de este gobierno?

-El gobierno tiene un problema semántico discursivo muy central, y es que el movimiento político que lo sostiene, donde nació, que es Apruebo Dignidad, tiene su identidad construida en torno al cuestionamiento de los 30 años. Yo puedo compartirlo o no, pero el gobierno necesita al progresismo tradicional para sostenerse y sostener una agenda legislativa. Entonces, cuando a un embajador o al ministro Jackson se le arrancan los tarros con la ética de los 30 años, es complejo, ¿cómo van a sacar leyes adelante? Ese diagnóstico es perfectamente legítimo, mucha gente lo comparte, yo mismo lo comparto: durante esos mismos años se hicieron negociados, chanchullos, se neutralizó completamente el movimiento social para consolidar la tecnocracia y un sistema de explotación y de apropiación de rentas públicas desde lo privado. No está bien, pero es así, pero ya que estamos siendo gobierno y que lo seremos por cuatro años, pienso yo, no digo que haya que cambiar de postura, pero hay que encontrar un discurso coherente. 

Es como el dilema de Hamlet, ¿cómo se hace sale de él?

-Yo no sé cómo se hace. Habría que tal vez traer a Eco y a Barthes para intentar conciliar un discurso entre los que gobiernan y cuestionan los 30 años, con quienes encabezaron ese periodo y sacar adelante un proyecto concreto de país en su momento más delicado en los últimos 50 años. No es falta de capacidad ni de diagnóstico ni de competencia de los ministros y cuadros técnicos, es el discurso.

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