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La foto muestra a Marcelo Mellado frente a un paisaje

Cultura & Pop

25 de Febrero de 2022

Marcelo Mellado antes de subirse a las tablas: “El teatro nunca me gustó, muy de divos y divas de mierda”

Juntó extractos de su novela El niño alcalde (2019), relatos del teatro popular en dictadura y textos recientes de su vida en Placilla, donde compró un terreno hace dos años y hoy pasa sus días plantando árboles, reciclando y escribiendo. Así surgió "Vida silvestre", pieza que mezcla teatro, poesía y performance que el escritor comenzará a ensayar en marzo. La estrenará en Placilla y Valparaíso, y además tiene ganas de subirse al escenario: “No quiero actuar sino recitar e intervenir la escena”, dice. Aquí, Mellado escarba en sus vínculos con la tierra y el teatro, anuncia dos novelas y despotrica contra artistas y amarillos.

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En su patio crecen árboles nativos, quillay, peumo, maqui, y unos cuantos frutales, entre manzanos, naranjos, limones, papayos, membrillos, un par de paltos y hasta un lúcumo que él mismo plantó. También han comenzado a dar las hierbas y ajíes, a enrojecer los primeros tomates y a madurar las frambuesas. Con los años estará rodeado de una especie de bosque esclerófilo capaz de hacer frente a la sequía.

Hace dos años, el escritor chileno Marcelo Mellado (Concepción, 1955) se fue de los cerros de Valparaíso y compró un terreno grande con una pequeña casa en Placilla de Peñuelas, una de las zonas más devastadas por la crisis hídrica en la cordillera costa de la V Región. Allí adoptó un intransable estilo de vida verde: riega lo justo y necesario, recicla sus desechos orgánicos en composteras y casi toda el agua que consume. Tampoco bota cartones ni plásticos, apenas una bolsita con lo realmente inservible, y solo cocina a leña. El resto del tiempo, cuando no está con la cabeza y las manos metidas en la tierra, intenta concentrarse en escribir, algo que, afortunadamente, dice, no ha dejado de hacer ni un solo día.

“Aquí soy don nadie, un hueón cualquiera, pero deberían darme un premio por la manera en que vivo y contribuyo al planeta. Hoy vivo muy preocupado de mi huella de carbono”, dice Mellado, autor de títulos como La provincia y Humillaciones a través de Zoom.

“Trabajo en la tierra casi todos los días. Aún estoy sacando escombritos. Se ha vuelto parte de mi rutina diaria. Mira: yo me levanto, me visto porque hay que vestirse, me tomo el medicamento correspondiente, bendito ansiolítico, hay que tomárselo, después hago la cama, el aseo dentro de lo que uno puede, tomo desayuno y de ahí empiezo a producir. Pero nada en cama, porque la depre te puede venir en cualquier momento. La depre culiá, te pegai. Pa’ esquivarla me mantengo ocupado; empiezo a escribir y empieza la vida. Después riesgo por las tardes, cuando ya no hay tanto sol”, cuenta Mellado.

Marcelo Mellado

Todos sus vecinos tienen perro, a veces más de uno. Marcelo Mellado, en cambio, vive solo con una gata blanca con negro llamada Melisa. Dice que se la impusieron, pero que le ha tomado cariño y que de no ser por ella pasaría la mayor parte del tiempo solo. No obstante, ha estado recibiendo visitas recientemente. Enumera a varios: Pedro Cayuqueo, Patricia Cerda, Carlos Tromben, todos amigos suyos que fueron a moverle la reja y a compartir en su casa. En sus ratos libres, en tanto, el también cronista y columnista se distrae en sus clases de yoga, tomando talleres de huertas medicinales, dando vueltas en su bicicleta o copuchando con los vecinos y amigos en el Museo Histórico de la localidad. “Mi casa se ha vuelto el centro del mariconeo político cultural”, asegura Mellado.

“Aquí soy don nadie, un hueón cualquiera, pero deberían darme un premio por la manera en que vivo y contribuyo al planeta. Hoy vivo muy preocupado de mi huella de carbono”, dice Marcelo Mellado.

“El otro día me peleé con un vecino porque le mojé sin querer al perro. Yo sé de mascotas, quizás la única hueá que hago bien es domesticar animales. Domestiqué caballos, toros y era conocido por eso, montaba muy bien además, esa hueá la tengo de chico. Y si voy a tener un perro, lo voy a tener de verdad pero no así, no lo sacan ni a pasear. Soy el único que no tiene perro aquí. Todos los vecinos tienen como cinco por casa. Creen que mientras más ladran, mejor. Esa hueá estúpida que tienen en la cabeza los chilenos. Son terribles, lo peor. Igual tengo buenos vecinos, pero en general los chilenos creen que los perros que más ladran son los que más cuidan, y en todo orden de cosas”, dice Mellado.

-¿Por qué escogiste irte a vivir a Placilla?

-Años antes escribí una novela que se llamaba La batalla de Placilla (2012), por lo tanto ya le tenía cariño y aprecio a este lugar, aunque hubo también mucho azar. Yo andaba buscando donde instalarme con la intención de producir harto. Busqué un poco salir del ruido, estar en un lugar donde me fuera más fácil todo. Podría haber sido cualquiera en la cordillera de la costa y con espíritu rural. Estuve a punto de irme a Villa Alemana, pero justo se me dio aquí y encontré este terreno relativamente barato. La casa es chiquitita, pero el terreno es grande y todo está creciendo. Me fascina la vida de campo y aquí me la paso haciendo hoyos todo el día. Tengo miedo de cavar muy profundo y encontrarme con cadáveres porque esta es zona de batalla, el cementerio de soldados de la guerra civil de 1891.

-En los 80 te fuiste a vivir a Chiloé, a trabajar también la tierra. ¿Sientes las mismas pulsiones de ese entonces?

-Son distintas. En esa época yo simplemente pensaba en el campo. Ahora estoy pensando en otras cosas. Tiene que ver un poco con la familia, aunque vivo solo. La soledad me funciona, me es productiva. A veces viene una hija a verme, también mi pareja, que está en Italia ahora mismo visitando familia por un mes. Podría haber ido a Roma, pero no me da el cuero. Me siento tan irresponsable con la cagaíta que está en todas partes. De repente me puedo quedar pegado en un aeropuerto culiao en un país culiao por culpa del Covid y hasta ahí llegó el intento. Tengo una hueá cívica muy fuerte, ¡creo en la salud pública, ja, ja, ja!

“Igual tengo buenos vecinos, pero en general los chilenos creen que los perros que más ladran son los que más cuidan, y en todo orden de cosas”, dice Marcelo Mellado.

-Dices que te ha gustado siempre la vida en el campo. ¿De dónde viene ese apego?

-Mi relación con la tierra sí es pulsional. Toda la vida me ha gustado el campo, plantar árboles, la siembra de cosechas y los animales. No tengo animales ahora pero siempre fui bueno pa’ criarlos. Ahora mismo no me la podría. Y con la tierra, yo creo que esa relación viene de familia. Yo caché que mi abuela era muy buena para la tierra, y en parte es mi recuperación de ese mundo. Hay un relato en lo que estoy haciendo que no es muy distinto o es exactamente igual a lo que ella hacía hace 80 años en su Talca natal, en la zona maulina. En el sentido práctico, o sea, naturalmente reciclaban y yo aquí me dedico mucho a eso. Tengo árboles que cuidar, así que reciclo el agua con la que lavo la loza y con la que me lavo las manos también para gastar menos agua. Corto también los aromos que son una invasión acá y los uso para la leña. Tengo una cocina afuera de mi casa en la que quemo rastrojos de madera para cocinar de manera muy económica. Tengo muy incorporadas esas prácticas ahorrativas. Me gusta la relación austera con el campo y que implica que tu vida funciona en ese registro. Mi relación con la tierra es como un tejido nutricio, una hueá medio facha identificación.

-¿Cómo reciclas?

-Tengo varias composteras. Incluso mi pareja, quien vive en Valparaíso, me trae sus restos y los reciclo acá. En realidad, reciclo casi todo. Incluso el plástico, porque hago unas micro composteras que entierro en la tierra, les hago unos hoyitos y les pongo desechos para que se descompongan y mejoren la tierra. Para qué decir el cartón y los papeles, que tampoco boto. Por eso te digo: a mí me deberían dar un premio. Yo aquí no tengo lectores, tengo vecinos, y me he dado cuenta de que puta que son buenos para botar basura los chilenos y para ostentar además su propia basura. Les gusta ver lo que otros consumen y tiran televisores, línea blanca, un montón de hueás, residuos de modernidad y consumo neoliberal. Y yo, muy señorita, saco una bolsita toda cagona. Espero que alguna vez me condecoren.

-¿Y eres difusor del estilo de vida y estas prácticas?

-No, no soy un fanático tampoco. Aquí hay un grupo de cabros que se dedican a eso y quiero ir pa’ aprender más, pero ya lo que estoy haciendo actualmente es bastante. Ellos limpian el bosque, el Tranque de la Luz y hacen otras acciones más concretas. Yo participo, a veces. Incluso estuve en un taller de yerbitas medicinales con unos viejitos y unas viejitas, acá en el museo. Yo ya me siento adulto mayor. Por ahí tengo el diploma. Estoy llevando una vida bastante sana en general.

¿Eres vegetariano?

-No, pero consumo poca carne. Intento consumir menos, aunque igual me gusta.

-¿Y qué hay con el yoga?

-Volví a hacer porque necesito estar haciendo algo de actividad física. Antes hacía Ygengar y ahora me metí a Kundalini, que es un poco devocional. Tiene buenos ejercicios, eso sí, pero la hueá devocional a mí me da lata.

-¿Lo devocional en general no va contigo?

-Hay algo divertido en el rezo, en el mantra, en el canturreo. Sobre todo en el canturreo. No sé si realmente logro conectarme ni irme en volada, pero me entretiene por lo divertido y lo delirante también.

-Gabriel Boric ha dicho que su gobierno combatirá el cambio climático y que tendrá un acento verde. ¿Cómo lo ves?

-Eso me interesa. Y me interesa no solo por la hueá pasá a caca de jardinería de vieja cuica preocupada, sino porque es un modelo de mundo de futuro. Verde apunta al sentido de preocuparnos por lo que consumimos y de lo que producimos, de ser ciudadanos responsables y cívicos. Yo creo que la vida verde es un nuevo civismo y un modelo de mundo que debemos implementar con urgencia. Es una nueva cívica, y bien si Boric lo entiende también así. Siento que los chilenos respetan poco su entorno. Yo siempre he tenido esa obsesión porque mi mamá la tenía. Cuando éramos chicos, hacíamos picnics familiares en Concepción y recuerdo de haber ido al río Andalién y de que todo lo que consumíamos mi mamá se lo llevaba para botarlo donde correspondía y no dejar tiradas las hueás ahí. Y nos mostraba cuando otros lo hacían. Acá en mi casa le hice un homenaje a mi mamá: ella ponía siempre un damasco frente a la entrada de la casa y yo puse uno frente a la mía. Después, me comí todos los damascos. En el fondo, proponer la vida doméstica tiene que ser un deber del Estado también. Y que el futuro presidente lo tenga claro, me parece muy positivo.

“A mí me deberían dar un premio. Yo aquí no tengo lectores, tengo vecinos, y me he dado cuenta de que puta que son buenos para botar basura los chilenos y para ostentar además su propia basura”, dice Marcelo Mellado.

Mellado ha estado escribiendo al respecto. Actualmente, el narrador trabaja en dos nuevas novelas -que desmenuzará más abajo- y en un tercer texto que tendrá otro vuelo: juntó extractos de su monólogo El niño alcalde (2019), relatos de amigos y conocidos que hacían teatro popular en dictadura y textos recientes de sus últimos dos años en Placilla. De todo eso y otros pocos recuerdos surgió Vida silvestre, una mezcla de teatro, poesía y performance que Mellado llevará a escena junto a su amigo Luis Retamales. Dirigido por este último, el montaje iniciará ensayos en marzo y se estrenará en Placilla y Valparaíso, cuenta el autor, quien además subirá al escenario: “No quiero actuar sino recitar e intervenir la escena”, dice.

-¿Cuál es tu vínculo con el teatro?

-El teatro nunca me gustó. Siempre he tenido una especie de distancia radical. Lo encuentro pasado a caca, muy de divos y divas de mierda, insoportable. Por supuesto que hay experiencias teatrales que me han parecido fascinantes, pero en el fondo no me es cómodo. Debe ser por su modo divo o diva de ser. La pretensión que tenemos ahora es no tratar de hacer una hueá bien hecha. Es una búsqueda a través de distintos dispositivos de representación o distintos dispositivos de búsqueda de relatos, una forma totalmente distinta para mí de contar una historia. Mi amigo Luis (Retamales) siempre ha trabajado el teatro popular, que es lo que lo determinó. Y estamos en eso, buscando distintos registros de conceptualización. Podríamos escribir poesía, aunque ninguno de los dos somos poetas. Quiero jugar con los distintos lenguajes. A mí me carga el teatro chileno, el cine chileno y la literatura chilena. Me carga todo. Pero, digamos, había que meterse en algo. Y esta va a ser, como te digo, una búsqueda a partir de algo perfomático y que se parece a la escena. Lo estamos dibujando, estamos en pleno proceso. Quiero sumar a otras personas y disciplinas, por ahí una amiga dibujante, no sé, alguien que ayude a tirar otras líneas.

-Háblame de ese texto, ¿cómo surge?

-Mezclé textos míos de ahora que tienen que ver con mi vida doméstica y “de campo” que es intentísima. Mucha pala, picota, gualato, azadón, rastrillo. Trabajo de “campesino”, trabajo duro. Y también trabajo de archivo  y memoria porque alguna vez con el Luis y otros amigos solíamos hacer una performance en la que relatábamos las humillaciones que provenían del mundo municipal y del mundo provinciano por el hecho de hacer cultura en esos lugares. El modelo del amateurismo chupapiquístico que consistía en que si tú vivías y habías nacido ahí, valías callampa. Las hueás que han valido siempre la pena son de Santiago y, si es posible, con un rostrito televisivo para que se llene el centro cultural. Yo, que he vivido en regiones, esa es una hueá clásica. Esta es un poco la venganza contra la cultura santiaguina y fundamentalmente de Providencia, Las Condes y Vitacura. Un intento de matar al santiaguino cuico. Lo sazonamos además con relatos que nos contaba mi amigo (el poeta de San Antonio) Roberto Bescós sobre cómo sobrevivían haciendo cultura en los años 70, siendo de provincia, en plena dictadura, año 76, y cuando simplemente erís nadie y hacís una hueá distinta y que puede ser poesía y teatro, y la gente te odia por eso. Aparece entonces la memoria humillatoria provinciana de las políticas públicas de la cultura, o sea, todo ese chuchumequeo y ese mañonserío de los que se apropian de la cultura y toda esa onda basuresca pasada a caca. Todos esos perros y esas perras que nos impiden el trabajo. Escogí también algunas cápsulas de mi novela El niño alcalde, que tiene que ver con fórmulas de lo urbano y lo cultural como parte del sustrato política, aprovechando todo este discurso en respuesta a la ignominia del mundo culturoso y político.

-Dijiste que quieres intervenir en la escena. ¿Actuarás?

-Estoy intentando no actuar, porque uno más o menos sabe los códigos del teatro. Yo también hice teatro universitario en los 80, en la Universidad Católica, o sea, “puedo ser un hombre de teatro” (dice impostando la voz). Fue hace muchos años, en la época de la dictadura, todo muy amateur. Era todo muy ingenuo, y de hecho nos llamábamos el grupo Ingenuo Teatro. Luego desistí con eso y alguna vez, hace mucho también, se montó una obra mía que se llamó El neceser (fue en 1996, la dirigía Ricardo Balic y obtuvo buenas críticas: “Un salto saludable al vacío”, decía una). Ambas experiencias eran o pretendían ser teatro de verdad, y yo no quiero hacer teatro de verdad. Quiero recitar algo y dejar que el Luis me dirija, pero uno siempre se interviene a sí mismo. Quiero explorar desde la escena y con un trabajo a medio camino como este, más performático, poético incluso. Con Luis existe esta especie de compañía hace rato: tenemos una editorial que se llama Economías de Guerra y este nuevo giro al teatro podría ser una productora de textualidad e imaginarios.

-¿Te encuentras histriónico?

-Claro, uno es histriónico. Ser así me ha salvado la vida.

PAÍS CULIAO

Mellado terminó hace un tiempo de escribir una nueva novela, pero aún no se ha decidido a publicarla. “Está terminada entre comillas porque la sigo rastrillando”, dice.

“Debiera publicarla pronto, pero he evitado hacerlo. Quiero que funcione en otro registro, mandarla a competir. Germán Marín siempre me decía: hay que dejar reposar las hueás, hueón. Y la dejé reposar. Ahora está reposando de nuevo y se la mandé a un amigo escritor que está en España y me hizo algunas observaciones. Es una novela carnavalesca que quiero dejar crecer. Tuvo de título provisorio Una novela de mierda pero ahora se va a llamar Teatro de muñecos. Por un lado, retrata la degradación de Valparaíso hecha teatrismo y con personajes que hacían teatro popular con marionetas para deshacerse del mundo de los actores. Porque una de las peores lacras, junto con los poetas, son los actores y actrices. Qué gente más insoportable”, comenta.

-¿Por qué dices eso?

-Porque se creen artistas. Una cosa es ser artista, ¡pero la otra hueá es tener los gastos de representación de ser artista! Y eso es insoportable. Como ser rockero, qué insoportable ser rockero. Un hueón que se levanta y que tiene que consumir algo pa’ mantenerse. Todo rockero termina siendo una especie de Marcianeke en algún punto. Me es insoportable esa vida sometida a lo mismo. Los que se hacen llamar artistas son igual de conservadores que los fachos culiaos. No son productivos, son improductivos. Me pasa algo con eso.

Marcelo Mellado

Mellado acaba de sentarse a escribir también otra novela. Se titula Lecciones de Historia y la resume como “la historia familiar” de un sector del Partido Comunista chileno.

“Estoy escribiendo e investigando sobre una red de espionaje soviético que hubo en Chile en la época de la Segunda Guerra Mundial y que liderada (Iosef) Grigulevich, el famoso espía soviético que participó en el asesinato de Trotsky, estuvo en la guerra civil española y participó del asesinato del Líder del Partido Obrero de Unificación Marxista Andrés Nin, en España. Era un hueón operativo y se codeaba con varios chilenos y funcionarios que tenían labores diplomáticas como Neruda, que le dio papeles falsos para infiltrarlo en Chile. En la ficción, un periodista joven e investigador descubre todo esto y su editor, que es un comunista culiao de la vieja escuela, le caga el reportaje y le dice que mejor no se meta ahí. Intento retratar una cierta cultura comunista y he intentado hacer algunas entrevistas, pero los compañeros comunistas no hablan de esto. Los hijos de me han mandado a la chucha, hay una autorrestricción muy fuerte”, cuenta.

“Yo creo que la vida verde es un nuevo civismo y un modelo de mundo que debemos implementar con urgencia. Es una nueva cívica, y bien si Boric lo entiende también así”, dice Marcelo Mellado.

-¿Por qué te interesa contar una historia antigua del PC?

-Es una historia arcaica, pero está vista desde hoy. Además, la cultura comunista fue importantísima en la construcción del mundo que vivimos. El PC chileno es un gran partido y armó gran parte de lo que es Chile y de lo cual uno es tributario. Ellos armaron una democracia a pesar de sí mismos y de que no creyeran en ella, pero la constituyeron y la modelaron y remodelaron, participaron activamente de la democracia y fueron los que más la defendieron. Eso está datado. En fin, es un interesantísimo partido. Es un patrimonio político chileno, a pesar de que hoy está teñido de muchos colores.

-En tu novela anterior hablabas del “gorilismo” del PC, que luego atribuiste a Jadue. ¿Percibes también esa impronta en algunos comunistas?

-Sí, el gorilismo ultra siempre está. Y Jadue es un buen militante, a pesar de sí mismo también. Lo que pasa es que él habla de más, le gusta la escena. Es diva, árabe, le gusta bailar, o sea no puede evitar hablar, pero el hueón es buen gestor. En ese sentido me gusta más Boric, que es lo que es, más toc, más genuino. Es bueno tener a alguien como Boric, alguien que caiga mejor. Y a mí, en lo personal, me cae mejor y por eso voté por él.

-¿Cómo lees la expectación positiva y las muestras de cariño y fanatismo incluso de algunos hacia el futuro presidente?

-El fanatismo, en general, es irremediable. Pasa mucho con los futbolistas como pasa también ahora con los Marcianekes, y no es algo que Boric pueda administrar. Más bien depende de las construcciones y diseños de la histeria en la gente, con sus pulsiones. A Allende también lo quería mucho la gente. Siempre está presente la identificación con algún líder, con el jefe, el duce. Es irremediable, y no depende de él. Yo más bien creo que la elección de Boric le puso fin al modelo presidencial del estadista culiao y cambió al modelo del hueón más de la calle y que incluso decide irse a vivir a un barrio distinto y patrimonial como Yungay y no en las tres comunas del rechazo.

En la casa de Mellado suenan regularmente las grandes voces del soul; Ella Fitzgerald, Nina Simone y Etta James. También boleros, tangos y otros ritmos latinos. La mayor parte del tiempo, sin embargo, la radio transmite las noticias incansablemente. “Herencia de mi papá -dice Mellado-, aunque a veces la apago porque hablan puras estupideces. Qué manera de hablar hueás en este país”.

“El PC chileno es un gran partido y armó gran parte de lo que es Chile y de lo cual uno es tributario. Ellos armaron una democracia a pesar de sí mismos y de que no creyeran en ella, pero la constituyeron y la modelaron y remodelaron, participaron activamente de la democracia y fueron los que más la defendieron”, dice Marcelo Mellado.

-Hace algunos años, antes del estallido incluso, dijiste que Chile era un país mediocre, maricón y conchesumadre. ¿Cambiaste de parecer?

-Hay una parte de Chile que sigue siendo eso. Chile nunca me ha sido cómodo, pero creo que siempre el lugar de donde uno viene y donde vive lo es a ratos. Chile no es un país cómodo, es un país de mierda, un país culiao. Cómo no iba a venir la insurrección popular, algo tenía que pasar. El encierro de la pandemia probablemente hizo aún más visibles los síntomas de descomposición social. Todo es sintomatológico. Y en Chile, lo único bien repartido son las patologías, ese es mi diagnóstico. A ratos pareciera que algo está cambiando, pero honestamente creo que Chile sigue siendo un país viejas y de viejos culiaos mal comportados, muy poco cívico, y precisamente porque el modelo oligárquico lo hizo mierda. Hoy día somos víctimas de un sistema oligárquico, del modelo Pérez-Cruz: “¡Salgan de mi casa!”. Esa hueá es muy fuerte. Los pobres antes en Chile eran humildes, hoy son unos mal comportados también. Falta un nuevo diseño de país porque no es fácil sobrevivir en él. Es muy mafioso. Pero al mismo tiempo es muy solidario y tiene redes de solidaridad muy fuertes y arraigadas. Pero el que domina sigue siendo el conchesumadre, el perro que ladra más fuerte. En otras partes es igual y peor, hay mafias con poder de fuego incluso. Eso aquí está comenzado recién. Falta manejar mejores detalles en este país. Volver a calibrar todo. Y, si no creemos que ese intento está en la nueva Constitución, no sé por qué votamos Apruebo. No se puede estar en contra ni aportillar el proceso. Al menos, ya les quitamos una cuota de poder a los chuchesumadres que lo tuvieron siempre. Eso ya es un cambio de escenario. 

“Todo rockero termina siendo una especie de Marcianeke en algún punto. Me es insoportable esa vida sometida a lo mismo”, dice Marcelo Mellado.

-¿Qué opinas del movimiento amarillo de Cristián Warnken y compañía?

-La soberbia amarillista es una pataleta en reacción al cambio de esquema. Para decirlo en términos marxistas: estamos en un momento preciso de la lucha de clases y es lógico que a los Warnken y a los Gumucio se les mueva el piso. Ellos pertenecen a un mundo de clases que claramente va a perder pie. Es muy bueno que eso ocurra. Lo que es mejor aún es que una sociedad se renueve a sí misma y se reestructure, que haya relaciones de justicia más potentes. Que tengamos una educación que produzca y que no consuma, y una política más territorial y enfocada en las comunidades, pero de verdad. Eso solo lo puede resolver, espero, una nueva Constitución y los cambios que se quieren introducir, que son a los que ellos se niegan. Yo conozco a Cristián (Warnken), le tengo estima, pero sé que es un hueón que trabaja para la derecha. Le gusta ese imaginario, convive bien en él. Le gusta que el mundo esté estructurado así. Para qué decir Gumucio, que pertenece a la nomenclatura del mundo de la Concertación, el mundo que se ajustó y que hizo de la educación un negocio millonario. Lo ideal sería que en Chile hubiera acuerdos y alianzas transversales de clase; yo soy más político. No creo que sea necesario triunfar de la otra manera, el triunfo guerrero, digamos, el de la horda. Eso no es necesario, porque generalmente cuando es así, el periodo de la restauración es mucho más fuerte, más criminal y mucho más doloroso, por cierto. Y no nos podemos poner fascistas. Eso sí que no po, aunque de alguna manera todos tenemos un facho adentro. Hay que auto controlarse.

Hay una frase de Maturana que siempre le da vueltas a Mellado: “Todo error es posterior”.

“A mí me carga cuando la gente dice que hay que hacer las cosas bien o hacerlas de verdad -dice Mellado-. Hay mucha gente como yo, asperger, fracasados, que siempre fuimos víctimas de alguien que nos dijo que había que hacer bien las cosas porque uno las hacía mal. Yo nunca he hecho nada en serio ni de verdad”.

-Hacías un diagnóstico de Chile, ¿cómo te diagnosticas a ti mismo hoy?

-Chuta. Soy un corpus sintomatológico que trata de funcionar con sus síntomas. Trato de opacarlos siempre y de funcionar con la enfermedad. No dejar de ser la cagá que uno es pero intentar ser productivo y lo menos dañino posible. Y querer a los tuyos, funcionar como papá. Yo perdí a un hijo de leucemia, mi hijo mayor, Nicolás -era asperger y falleció en 2015, casi a los 40 años y tras ocho meses de lucha contra el cáncer. Mellado escribió la novela Monroe (2016) inspirada y dedicada a él-. Todos tenemos síntomas de algo y a él le costaba. Nunca pude dar con lo preciso y no siempre estuve. Esa es la parte dolorosa y cuesta hablarla. A veces siento culpa, pero estoy aprendiendo a asumirlo y a vivir en paz con ello. En el fondo, lo que estoy haciendo acá en Placilla y haberme venido a vivir acá tiene que ver con él. Sé que lo habríamos pasado bien aquí y lo siento muy presente todo el tiempo. Yo siempre me sentí como Kevin en Mi pobre angelito, cuando todos se iban de vacaciones y se olvidaban de él. Era el tercero de cinco hermanos, el del medio, nadie me veía, pensaban que tenía todo resuelto. Sentí que se olvidaron mucho de mí. Y en realidad, necesitaba que me olvidaran. De hecho, muchos veranos me quedé solo en una casa no muy pequeña y no me desagradaba. Al contrario, podía funcionar autárquicamente solo, al igual que ahora.

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