Opinión
11 de Noviembre de 2023Columna de cine de Cristián Briones | The Killer: David Fincher, el ejecutor
El columnista de cine de The Clinic escribe sobre la nueva cinta del director David Fincher (Zodiac, The social network), que acaba de estrenarse en Netflix. Protagonizada por Michael Fassbender, Fílmico destaca que en la película "se vuelve casi imposible ignorar la notoria fusión entre el personaje principal y el relato visual propiamente tal. Un trabajo de montaje y edición de sonido que logra centrar la atención en todo momento en un posible pie en falso, produciendo la tensión a pulso, una que no está en la misma trama".
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Se reúnen el guionista y el director de “Los siete pecados capitales” (Se7en), Andrew Kevin Walker y David Fincher y la atención y expectativas de aquello a comentar sube de nivel de forma inmediata. Es muy difícil, por decir lo menos, sacarnos el sesgo de que Fincher es uno de los creadores que ha definido un estándar de cine en Hollywood en las últimas décadas y, por lo tanto, más complejo es revisar si esta nueva obra está o no a la altura de esa devoción por el autor.
No se preocupen. Lo está. De hecho, si algo comprueba “The Killer” (El Asesino), es que un artista puede estar en la mejor de las formas, aun cuando la obra no. Una película puede tener menos cine y mucho cineasta.
“The Killer” -que se estrenó este viernes en Netflix- es la historia de Michael Fassbender, un sicario de primer nivel en su oficio. Preciso, profesional, metódico, dedicado. Con un código laboral férreo al que se ciñe con un mantra que se pregona a sí mismo, en constantes soliloquios existencialistas en donde las citas y las fuentes se le extravían. Todo al ritmo de una playlist de The Smiths.
Un personaje que se falla a sí mismo de forma constante, mucho más que las eventualidades que pudiera sufrir en su trabajo. El asesino (nadie tiene nombres en “The Killer”: “La experta”, “La bestia”, “El abogado”, etcétera) pertenece a ese manoseado, pero siempre preciso, concepto del “estudio de personaje”: una revisión por las características internas, que permite usarlo como vehículo narrativo.
Ahora, eso no quiere decir que el guión sea la pieza que brilla en esto, lo cual no implica que sea pobre ni fallido, solo que no es el trabajo de Walker el que luce. La estructura es de una enorme simpleza: el asesino falla en su trabajo, sufre las consecuencias y toma represalias a propósito de ello. Y acá es donde uno llega a encontrarle la razón a una pieza publicitaria, porque la ejecución sí lo es todo.
Quizás puede ser lo directo del guión, que hace relucir tanto las cualidades fílmicas de David Fincher, pero se vuelve casi imposible ignorar la notoria fusión entre el personaje interpretado por Michael Fassbender y el relato visual propiamente tal. Cada vez que el protagónico se extravía de su mantra, se aparta de su código nihilista o se desequilibra, también lo hacen las formas visuales de la película. En el mejor de los sentidos. Las imágenes en la pantalla son el reflejo del protagonista. Precisas, profesionales, metódicas. Y no. Le acompañan y definen. Un proceso puramente narrativo.
Los encuadres se vuelven calmos cuando Fassbender así lo está. La edición se vuelve frenética cuando la paranoia persigue al sicario. Un trabajo de montaje y edición de sonido que logra centrar la atención en todo momento en un posible pie en falso, produciendo la tensión a pulso, una que no está en la misma trama. Y que muy probablemente por eso mismo, tenga dificultad para encontrar su audiencia fuera de las fronteras del “fincherismo”.
Y lo entiendo, vivimos en tiempos en que lo qué se cuenta tiene más valor que el cómo se cuenta. Está la constante polémica y evasión del “spoiler” y la búsqueda de cuñas entre los comentarios para interesarse por una obra. Y por otro lado, los thrillers de acción tienen complicado el panorama cuando John Wick puede hacer 4 películas y una serie de TV sobre una venganza canina. Entiéndase esto sin ninguna connotación negativa, los acervos de Stahelski venían de Oriente y ese tipo de acción trepidante caló hondo y sin culpas.
Pero acá, tanto historia como narración tienen otra fuente: “El Polar”. Género francés cuyo mejor ejemplo fílmico es “Le Samourai” (El silencio de un hombre), obra con la cual “The Killer” está en enorme deuda. Pero esto bien puede ser, porque la película está basada en el cómic francés Le Tueur de Matz y Luc Jacamon o porque, (en sus propias palabras) Michael Fassbender quería un personaje como el de Alain Delon desde que vio la obra de Melville. O quizás David Fincher solo quería un armado lo suficientemente evidente para flectar sus músculos audiovisuales.
No es que David Fincher decida ir por la vía estilizada de Don Jean-Pierre, sus definiciones visuales y sonoras pasan por otros lugares. Desde una secuencia de créditos que más evoca la intro de una serie de TV, con Trent Reznor & Atticus Ross musicalizando, hasta la extensa secuencia de presentación del protagonista, Fincher no deja de fascinar con su enfoque procedimental desde un inicio.
Mientras menos diálogos hay, más se explica todo en la acción. Y, paradojalmente, mientras más sabemos el paso a paso de lo que va a ocurrir, porque “The Killer” no pretende en ningún minuto sorprender con algún giro en la trama, más seductores se vuelven los artefactos ópticos para resolver esa narración. La pelea con “La Bestia” es un gran ejemplo de ello. De pronto, todo es silencioso y estruendoso a la vez. Lo mismo el encuentro con “La Experta”, cambiando los encuadres y cortes a un ritmo más pausado y gentil.
Fincher es “The Killer”. Con todas las implicancias de esa afirmación. La película es forma, en estado puro. Simple en su fondo, tal vez, pero su ejecución estudiada y metódica quizás sólo se ve traicionada por sí misma, no pudiendo anticipar que su simpleza puede no ser del todo bienvenida. Y ya no hay posibilidad de improvisación.
La ejecución lo es todo, y sólo el tiempo dirá si un avatar del destino no hizo fallar el tiro.
*Cristián Briones, comentarista de cine y TV, dueño de la Tienda Fílmico.