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Entrevistas

18 de Noviembre de 2023

Bastián Bodenhöfer: “La televisión es un medio que te permite vivir, pero definitivamente no es un medio que te permite hacer arte”

Fotos: Felipe Figueroa

A los 62 años, el actor se prepara para el estreno de una película basada en el cierre del Penal Cordillera, que fue creado en 2004, durante el gobierno del presidente Ricardo Lagos, para descomprimir Punta Peuco. En esta entrevista repasa algunos de sus momentos en las telenovelas que lo hicieron famoso a partir de la década de los 80 del siglo XX y confiesa que cree haberse equivocado, que debió dedicarse a la música. También repasa su accidentada incursión como agregado cultural en París y revela la desesperanza que siente frente al estado actual del país.

Por Jimena Villegas

Es lunes en Santiago de Chile y el actor Bastián Lorenzo Bodenhöfer Alexander se asoma al otro lado de una verja un poco desvencijada para dar la bienvenida. Ahí mismo, a primera vista, está estacionada una linda “camper” blanca: “He recorrido toda Sudamérica en ella”, dirá más tarde. Su casa rústica, de adobe y madera, donde hoy vive solo, está enclavada en los faldeos precordilleranos. La rodean el silencio y el olor a vegetación húmeda que solo lugares apartados y semi silvestres, como la Comunidad Ecológica de Peñalolén, todavía pueden ofrecer en una gran ciudad.

Se ve tan alto y tan flaco debajo de ese beatle de color negro y los pantalones de pana desgarbados. Da la impresión de tener frío. Y lo tiene. Durante todo el diálogo para esta entrevista sus pies serán vigilados por el atento calor de una estufa que solo una primavera desconsiderada e inestable como ésta puede explicar. A los 62 años, Bastián Bodenhöfer sigue proyectando en persona la imagen gentil, distante y elegante con la que saltó a la televisión, durante la primera mitad de la década de los 80 del siglo XX, gracias a las telenovelas.

Su irrupción en el pequeño star system chileno de la época ocupó litros de tinta en diarios y revistas. En solo un par de años, esencialmente a partir del protagónico de la emblemática “Ángel Malo” de Canal 13, se convirtió en el galán número uno. Un dato de la década posterior indica que después de “Ámame”, que en 1993 protagonizó junto a Ángela Contreras para TVN, su nombre apareció repentinamente entre los 50 más elegidos por los chilenos. Es muy probable que los bastianes chilenos que ahora rondan la treintena le deban su nombre a él.

Hoy, Bastián Bodenhöfer se complace al decir que está lejos de esas primeras planas. No le interesan y -asegura- nunca le interesaron. Tras vivir de cara a las audiencias una turbulenta separación de su primera esposa, la actriz Consuelo Holzapfel, y después una mediática relación con la modelo y viuda del cantante Gervasio, Mónica Aguirre, aprendió la lección. Ya, a fines de los 90, echó el cerrojo a la sola idea de ventilar su vida privada y la de su familia, en la que hay tres hijos: “No hay llamados a conferencias de prensa o cosas así para decir: Ahora estoy con tal persona. No”.

Leyendo sobre usted, es posible seguir la línea de sus relaciones de pareja. Su vida personal ha estado en la palestra. Es algo así como uno de los inventores de la farándula en este país. ¿Está de acuerdo?

-No, para nada. No me siento identificado con eso. He cometido errores, de ingenuo, al hacer declaraciones o de exponer mi vida privada dentro de una cierta ingenuidad, que correspondía a una cierta edad o a un cierto momento.

-Su segunda relación, con Mónica Aguirre, ocupó mucha tinta de revistas.

-Sí, claro, sí. Porque al tiro se me acercó la revista Caras: Queremos hacer una sesión fotográfica y toda la cosa. No sé por qué acepté en ese momento. O sea, hoy en día ni cagando.

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Mientras juega con un cigarrillo liado en papel orgánico, Bastián Bodenhöfer mueve las manos y reflexiona. Cada respuesta, por breve o simple que sea, le toma tiempo. Antes de hablar, acomoda el cuerpo, desvía la mirada hacia alguna lejanía que es solo suya, prolonga el silencio. En este momento, se prepara para el estreno, el jueves 23 de noviembre, de la película “Penal Cordillera”.

Ópera prima del dramaturgo Felipe Carmona, tiene su origen en una obra teatral de 2015. En poco menos de dos horas, desarrolla una ficción en torno a un hecho real: el cierre en 2013, justo el año del aniversario 40 del golpe militar, del Centro de Cumplimiento Penitenciario Cordillera, que funcionaba a un costado del Comando de Telecomunicaciones del Ejército, en la comuna de Peñalolén. Creado en 2004, durante el gobierno del presidente Ricardo Lagos, debía servir para descomprimir el penal de Punta Peuco.

Fue instalado en un antiguo centro de vacaciones, que se adaptó para recibir a los reclusos. En él trabajaban 38 gendarmes que atendían a 10 presos. Su cierre, decretado durante el primer gobierno del presidente Sebastián Piñera, se desarrolló en medio de las críticas por el privilegio con que eran tratados los reclusos, todos condenados por crímenes de lesa humanidad, y tras una polémica entrevista televisiva a uno de ellos, el exdirector de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) Manuel Contreras.

Bastián Bodenhöfer

Ese hito es recreado en “Penal Cordillera” y marca un quiebre clave en el filme de Carmona, quien estructura una historia cargada de tensión, oscuridad y violencia contenida en torno a cinco exmilitares: Miguel Krassnoff, interpretado por Bodenhöfer; Marcelo Moren Brito, a cargo de Mauricio Pesutic; Odlanier Mena, recreado por Alejandro Trejo; Pedro Espinoza, interpretado por Óscar Hernández, y el propio Contreras, a quien da vida Hugo Medina.

-¿Quedó conforme?

-Sí. El trabajo de producción fue impecable. Con respecto a mi personaje, fue muy difícil. Yo creo que es uno de los personajes más difíciles que me ha tocado hacer.

-¿Por qué?

-Cuando un actor se enfrenta a un personaje, primero hay una etapa que tiene que ver con la investigación y, sobre todo, si el personaje existió o existe, como es el caso. Hay un trabajo intelectual de investigación. Después viene la etapa de creación. Después, el trabajo personal, donde uno va en mesa confrontando con el director, para saber cuál es su punto de vista, y con los otros actores. Después viene la filmación. Todo actor tiene que enamorarse de su personaje. Eso es ley. Significa, de partida, justificarlo en todo. Entonces, investigué, leí. Es brutal. Hasta entonces yo tenía la información que tiene cualquier chileno más o menos informado acerca de este personaje: ultra milico, cosaco, muy anticomunista.

-Usted lo interpreta como un hombre muy duro, frío y malvado.

-Bueno, es que es malvado. Pero lo que pasa es que es complejo, porque no es simplemente una bestia. Es un tipo tremendamente culto e inteligente. Muy bien informado. Sabe de arte, de música, de pintura, de la vida. Habla muchos idiomas. Físicamente además sobresale con respecto al resto de los otros militares. De niño fue testigo de la ejecución de su padre y de su abuelo por los bolcheviques. Entonces, el anticomunismo él lo lleva en la sangre. Es una cosa como genética. Yo me imagino a este tipo siendo testigo de la ejecución de su padre y su abuelo.

-¿Y así es como usted logra enamorarse del personaje?

-Él tiene, porque vive aún, una parte muy encantadora, pero que al mismo tiempo se torna fácilmente en una cosa cínica. Si tú revisas las fotografías del detenido siempre está sonriente, es irónico. Está absolutamente convencido de que hay que extirpar de la faz de la tierra a los comunistas. Entonces tiene un motor muy, muy, muy potente.

-Usted es una persona izquierda. Debe haber sido complicado enamorarse de un tipo tan anticomunista.

– Claro que es complicado. Pero bueno, esa es nuestra pega como actor.

****

Las teleseries son -qué duda cabe- lo que ha dado prominencia. Pero Bastián Bodenhöfer ha incursionado durante su vida profesional en todos los ámbitos posibles. En 2003 fue fichado por TVN, para inaugurar su área de ficción, donde lideró series como “Loco por ti”, “Justicia para todos” y “Geografía del deseo”. En este momento mantiene una relación laboral con la municipalidad de Recoleta, donde imparte talleres de teatro a adultos vulnerables: “Llegué allá hace casi 5 años. Estaba cesante. Hacía mucho rato que no tenía pega; de hecho, hasta empecé a trabajar de Uber, y de repente se me ocurrió. Tomé cita con el alcalde, pedí audiencia, me la dieron a las dos semanas”, afirma.

Explica que Daniel Jadue (PC) lo contrató a tiempo completo con el compromiso de poder seguir con el teatro profesional: “Creo que toda persona debería tener por lo menos un año de teatro. Es muy terapéutico. Te conecta con cosas que tú tenías ahí escondidas. Es como el viaje que uno se pega. El lado oscuro de la luna deja de ser oscuro el momento en que te das la vuelta, lo miras y puedes entenderlo”.

-Su biografía en Wikipedia dice de usted que es actor, director de teatro y músico. ¿De las tres cuál prefiere?

-La música, porque es donde mejor lo paso.

-¿Y por qué se dedicó al teatro?

-No sé, me equivoqué. Estudié música desde los ocho años. Vivía en París con mi mamá, fui al conservatorio, estudié cinco años clarinete, después tres años saxofón y teoría de solfeo. Llegué a Chile en 1978 y me metí al Instituto de Música de la Universidad Católica. Estudié un año entero o más, dos años, percusión con Guillermo Riffo y Ricardo Vivanco, el actual percusionista de la Sinfónica. Entre medio, retomé el saxo, estudié un año con Kiko Aldana, el viejo. Pero descubrí el teatro y dije: No, esto es lo mío.

-¿Y qué lo hizo pensar que era lo suyo?

-No sé. Es que yo venía llegando a Chile, estaba muy despistado después de haber vivido diez años en Francia. Quise volver porque me quería sentir chileno. Estaba como pollo en corral ajeno. Entonces necesitaba formar parte de algo y aparecieron unos amigos de mi mamá, que estaban en un taller de teatro de Óscar Stuardo, gran director y dramaturgo de la época que en paz descansa. Ahí descubrí el teatro y pasé a formar parte. Después ingresé a la compañía La Feria, de Jaime Vadell. Estuve cuatro o cinco años. Sin que él lo supiera, fue mi maestro en realidad.

-Pero hizo estudios formales en la UC.

-Me metí a la Escuela de la Católica, pero alcancé a estar dos años y me fui. En realidad, me formé solo, como a la antigua. En cada obra de teatro me encontraba con viejos actores y le sacaba el jugo a cada uno. Ahí fue donde conocí a Óscar Hernández, que está en esta película. Yo era joven actor, de 19 o 20 años, y malo.

-¿Mal actor dice usted?

-Mal actor, tieso. Pero los viejos me tenían cariño. Óscar me enseñó training de manos y me hizo observar todas las pinturas y las esculturas del Renacimiento. Después, Enrique Heyne me enseñó otras cosas. Sergio Aguirre, otras. Y así me fui formando.

-Sorprende que la música sea lo suyo. ¿Será posible que la fama tan pronta lo haya dejado en la actuación?

-No lo sé. Me marcó en cuanto a todo lo complicado que empezó a significar en lo social, el ser reconocido en la calle, la popularidad. Eso nunca supe manejarlo bien. Me demoré muchos años en poder manejar la cosa. Siempre me asustó. Nunca lo busqué y nunca quise ser conocido ni popular, era algo que me molestaba mucho, que me afectaba, me daba mucha vergüenza.

-¿Por qué vergüenza?

-Es algo que yo nunca haría. Nunca me atrevería a acercarme. De hecho, me ha pasado. Estar frente a músicos o actores conocidos, que admiro y no se me ocurriría acercarme, molestarlos y decirles: ¿Me puedo sacar una foto con usted? ¿Me da un autógrafo? Me daría un pudor tremendo.

-En cine, usted partió en los años 80, con la película “Imagen Latente”. ¿Qué representa el cine para usted?

-Me encanta hacer cine. Es algo totalmente distinto al teatro o a la televisión. Hay un trabajo artístico muy acabado, muy preciso. La diferencia con el teatro es que en el teatro uno sigue un orden cronológico. La historia empieza, tiene su desarrollo y termina. Todo de una sola vez. En el cine se filma de manera desordenada, pero cada escena implica hacer una pequeña obra de arte en conjunto con el director, con los otros actores, con el director de arte, con el director de fotografía. Hay un trabajo en conjunto que es maravilloso.

– ¿Y qué se siente ser actor de Jodorowsky? Un privilegio, ¿no?

-Ojalá fuera el actor de Jodorowsky. Participé en dos películas de él, nomás. Fue una experiencia maravillosa. Sí, maravillosa.

-Uno pensaría que él está un poco loco.

-¡No! Tenía más clara la película, mejor que nadie. Sabía exactamente lo que quería, y dirigía además de una manera muy poética. Fue un placer trabajar con él. Te da indicaciones precisas y, como es un hombre que sabe de teatro, no solo usa la nomenclatura necesaria como para ayudar a un actor a enfrentar una escena, sino que además con poesía. Te instala, arma una atmósfera. Es bien mágico.

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La palabra arte, que él define como “la mezcla de trabajo con técnica”, está ligada a la vida de Bastián Bodenhöfer desde siempre. Si él no fue músico, uno de sus hermanos -Andreas- sí lo es. Ambos deben su segundo apellido, que es Alexander, a la mayor compositora de música contemporánea que tuvo este país en el siglo XX. Única descendiente en una familia judía y nacida en la actual Polonia, Leni Alexander fue hija de una cantante de ópera. Llegó a Chile en 1939 arrancando de la Alemania nazi, pero en 1954 volvió a Europa a estudiar becada con el célebre compositor Olivier Messiaen. También trabajó con el director de orquesta Pierre Boulez. Su mundo creativo fue el de la música electroacústica.

Bastián Bodenhöfer

-¿Qué se siente tener una madre como la suya?

-Una gran responsabilidad. Aunque crecí con mi madre, que fue una gran compositora, nunca entendí mucho la música contemporánea. Y hasta el día de hoy. Pero para mí es emocionante. De repente me encuentro con estudiantes de composición de la Universidad de Chile, cabros jóvenes que me dicen: Tú eres hijo de Leni Alexander. Ella es ídola, la tenemos como materia obligada.

-En su familia hay una especie de linaje artístico. Sus hijos también son artistas. ¿Cómo lleva eso?

-Es una gran responsabilidad, también.

-Leyendo prensa, es posible ver que la televisión nunca ha sido grata para usted.

-Mira, la televisión es un medio que te permite vivir, pero definitivamente no es un medio que te permite hacer arte. Yo diría que son muy pocos, contados con los dedos de una mano, los directores a los que realmente les interesa la dirección de actores y que saben dirigir actores. Realmente son directores que no tienen idea, que no se han leído la escena antes y que llegan al set diciendo: A ver, leamos la escena una vez. En realidad, es para que ellos puedan leerla.

-Es su experiencia más reciente con las teleseries, ¿no?

-Sí, son pocos los directores. Con Óscar Rodríguez fue distinto. Y con Vicente Sabatini. Bueno, con él hice una sola teleserie nomás, “Trampas y Caretas”. Con la Quena Rencoret fue distinto, porque ella empezó muy joven. “Ámame” fue la primera que hizo y estaba dispuesta a aprender. Pero después el resto de los directores, no.

-¿Le provoca algo si le digo “Ángel Malo”?

-Desde luego. Yo creo que lo dimensiono más ahora que en la época. De partida, “Ángel Malo” y “¿Te conté?”, que fue la que se hizo justo después, eran de Cassiano Gabus Mendes, que era un muy buen guionista brasileño. “Ángel Malo” tenía un guión muy bien escrito, una historia muy bien perfilada. Era la época en que cada capítulo era un libreto con escenas de 10, 12 o 15 páginas.

Hoy en día, una escena en una teleserie es un cuarto de página como máximo y sin principios, conflictos, desarrollo de conflictos y resoluciones. En esa época el estudio del Canal 13 estaba justo en el corazón de la casa central de la UC. Estábamos inmersos en un ámbito universitario. Óscar Rodríguez, el director, trabajaba de una manera muy artística. Le interesaba muchísimo el fenómeno de la actuación. Se preparaba la teleserie con mucha anticipación. Cuando me tocó hacer “¿Te Conté?” estuve dos meses yendo a observar a una escuela de ciegos. Se hacía con tiempo.

-Y había más plata, ¿no?

-La escenografía de la casa de “Ángel Malo” era grande, casi del tamaño de ChileFilms, con living, comedor, biblioteca, lobby, cocina, escalera, segundo piso, dormitorio uno, dormitorio dos, dormitorio tres, dormitorio cuatro. O sea, una escena, claro. Y la escena podía partir del dormitorio cuatro, de ahí uno se metía al dos y volvía a salir, la cámara seguía, bajaba y volvía.

Bien hollywoodense.

-Sí, total. La tele cambió mucho en ese sentido.

-Usted fue protagonista en unas 16 teleseries. ¿Alguna que sea su favorita?

-Sí, bueno, “¿Te conté?”, por esta historia. Me encantaba el personaje. Hubo un trabajo de creación, y primera vez que me tocaba hacer un personaje popular, que no fuera el ricachón de la familia. Y después “Tic Tac”. Ahí lo pasé bien, con la Ximena Rivas, haciendo estos personajes de cómics.

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El año 2000, durante el gobierno de Ricardo Lagos, Bastián Bodenhöfer partió como agregado cultural a París. Dice que lo llamaron, que formó parte de un trío de candidatos y que cuando le confirmaron que era el elegido le ofrecieron irse a Estados Unidos. Él, que no habla bien inglés, sugirió París, porque sí habla francés: hizo el colegio en Francia. El problema es nunca había habido legación cultural en esa ciudad. Cuenta que un día lo llamaron para darle el OK.

Bastián Bodenhöfer

En ese entonces estaba casado con la actriz Aline Kuppenheim: “Yo estaba grabando con la Quena Rencoret una teleserie en Caleta Tumbes, ‘Santo Ladrón’, y estaba chato. Entonces me vino como anillo al dedo. Con la Aline pensamos en tener la posibilidad de ver y vivir miles de cosas. El Ian, mi hijo menor, tenía menos de un año. Se nos abrió la vida. Y nada, pues. No fue nada así”.

-¿Lo pasó mal?

-Lo pasé pésimo. De partida, llegué a una embajada donde el embajador era Marcelo Schilling, y fue espantoso. Él y su mujer, la Loreto Morras, fueron pesadillas. Él es de una incultura… Y yo, como buen mateo, llegué con una planificación de dos años y de todo lo que había que hacer como agregado cultural. Fui a trabajar y él no me ayudó en nada. No me dio ninguna facilidad. No se interesó en nada.

-Y, además, no había plata.

-No. El presupuesto para representar la cultura chilena en Francia eran como 3.500 dólares anuales, nada. Me las arreglé. Quise hacer una exposición de los mejores fotógrafos chilenos. Tenía un material fotográfico increíble, pero no había presupuesto para enmarcar. Se me ocurrió comprar cáñamo y perritos, y los puse. Se veía precioso. Y llega Schilling y me dice: ¿Qué es esto es horrible? ¡Saca esto inmediatamente! Y así, no estuvo de acuerdo con nada. Nunca me dio pelota. Pasé las vergüenzas más grandes que te puedes imaginar. Terminé renunciando.

-Déjeme decirle que la lectura pública fue que usted, actor mimado, se había ido a París y no le había gustado. Que se quejaba de lleno.

-Sí, claro. Y como en esa época no había Instagram y cosas donde uno pudiera marcar registro en vivo. Pero yo igual me comunicaba con Chile para decir lo que estaba haciendo. Todo estaba informado, cada cosa que hacía.

-Su madre es de origen judío. ¿Qué sentimiento le genera hoy la guerra en Israel?

-Es tremendo. Hay una gran desinformación. Mucha gente tiende a poner en un mismo saco, y habla de los judíos: qué terrible lo que están haciendo los judíos con los palestinos. Pero lo que sucede es totalmente distinto. Una cosa es el Estado de Israel. Hay una acción del Estado de Israel, que está cometiendo todos estos errores y, desde hace casi 60 años, está ocupando en condiciones espantosas territorio que pertenece a los palestinos. Entonces, yo trato de explicar que es como decir que todos los católicos son pedófilos, por culpa de algunos curas que han sido acusados de pedofilia. No podemos decir que todos los católicos del mundo son pedófilos. Hasta judíos ortodoxos han hecho declaraciones contra el Estado de Israel. Pero efectivamente se ha producido una especie de polarización.

-La realidad se ha vuelto muy compleja.

– Es feroz y en Chile es feroz. Yo creo que la incultura es uno de los legados más exitosos de la dictadura. La desinformación es brutal hasta el día de hoy. Basta con ver cuando se rechazó el primer texto de la Constitución. Te aseguro que el 95% de las personas que rechazó ni siquiera se dio el trabajo de leer el texto.

-Era un texto largo y complejo.

-Ahora que ya está publicado el nuevo. Te aseguro que ese mismo 95% de personas no lo van a leer, y en una de esas van a aprobar o a rechazar esta nueva propuesta según lo que vean en la tele cuando empiece la franja. Entonces ahí van a ganar los que sean más hábiles.

-¿Los que hagan mejor propaganda?

– Los que hagan mejor propaganda. Y yo ya veo comentarios con respecto a esta película “Penal Cordillera”: Otra vez, ¿hasta cuándo el cine chileno habla de la dictadura? Demos vuelta a la página. Pero es que no solo tiene que ver con la memoria, sino que con la información. Porque este estado de desinformación e incultura provoca en las personas que no entiendan nada, que no quieran saber nada. Me extraña mucho que el Gobierno no haya impulsado una campaña informativa sobre lo que se va a votar el próximo mes. Nadie sabe nada. No hay información, no hay educación. Estamos como en un país derrotado.

-¿Derrotado por qué o por quién?

-Yo creo que la derrota quedó plasmada con el rechazo del plebiscito anterior. Con la manera en que se empezaron a llevar las cosas, con cómo los partidos trataron también de apropiarse de un fenómeno que era más bien popular, sin cabeza política. Había un malestar generalizado y de alguna manera trató de encaminarse en el mismo proceso constituyente. Yo fui candidato a constituyente y no salí. Pero menos mal que no quedé.

-Fue un proceso interesante.

-Pero por lo mismo. Imagínate toda la esperanza, todo el trabajo, toda la energía, todo lo que se conversó, todo lo que se discutió, para que un pueblo desinformado lo reprobara. Yo creo que era una proposición absolutamente perfectible, pero en ese momento estábamos bajo lupa del mundo entero, que veía esta propuesta constitucional como una cosa absolutamente revolucionaria.

-Da la impresión de que va a rechazar esta nueva propuesta constitucional.

-La leí y es una vuelta a un feudalismo impresionante. De hecho, encuentro tan poco democrático el plebiscito que va a haber ahora. Sería plenamente democrático que tuviesen las tres alternativas: la Constitución del 80, la proposición de la primera constitución que se escribió y de esta segunda. Que uno tuviera las tres posibilidades.

-Es un poco duro que se declare derrotado. Las narrativas espirituales indican que el camino no es lineal. Siempre es posible que recuperar la esperanza.

-No sé, lo veo todo muy negro en este momento. Este sentimiento de derrota lo asocio con algo impúdico. Hay algo impúdico en esta cierta violencia que se respira en las calles. Hay tanta falta de amabilidad. La gente ya no dice: buenos días, buenas tardes. Pase usted, ¿a qué piso va? Si tú ves “La batalla de Chile”, donde Patricio Guzmán sale a la calle, entrevista a gente y de repente enfoca una discusión entre un obrero y un momio. Los dos discuten, pero con mucho respeto: Mire, caballero, yo no estoy muy de acuerdo con usted, permítame expresar mi pensamiento. Sí, lo escucho, adelante caballero. Echo de menos la amabilidad.

-No es un momento fácil en general.

-No tengo nada contra Gabriel Boric. Es un joven simpático, amable, que trata de hacer lo mejor posible. Creo que es un buen hombre, una buena persona. Pero me parece impúdico que Boric declare que Piñera es un ejemplo de demócrata. No entiendo.

Sebastián Piñera fue dos veces presidente de la República, elegido por mayoría. La democracia es eso.

-Tú no puedes decir de una persona que es un ejemplo de demócrata si ante un pueblo que está cansado de la injusticia, que se siente humillado y que trata de expresar en las calles su molestia, lo primero que declara es que este es un país en guerra.

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