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Opinión

25 de Noviembre de 2023

Columna de Cristián Briones | Napoleón: La epopeya errática

Napoleón

El columnista de cine Cristián Briones, "Fílmico", escribe sobre el regreso de Ridley Scott al cine con este biopic que protagoniza Joaquin Phoenix, planteando que “acá el problema está en no construir un andamiaje en el relato que permita entender la forma en que los personajes enfrentan las encrucijadas que los mueven”. “Puede ser producto de que esta película, es una versión resumida de la edición de 4 horas que será estrenada en el streaming de Apple”, agrega.

Por Cristián Briones

Un nuevo “biopic”, término al que nos hemos acostumbrado, en parte por la velocidad que tenemos de adoptar abreviaturas anglos, y en parte porque “película biográfica” ocupa muchos caracteres. Pero hay que decir que la popularidad del concepto también se debe a la proliferación de este tipo de obras. No son nuevas las películas basadas en personajes históricos. Están ahí desde los albores del Cine. De hecho, este nuevo esfuerzo del siempre aclamado Ridley Scott, Napoleón, llega a casi un siglo de la obra maestra homónima de Abel Gance, de 1927.

Pero hoy parece ser que todos los años tenemos películas sobre algún héroe o villano de antaño, o “basadas en hechos reales”. Y ni hablar en la TV. Y es que las ‘biopic’ son muy seductoras para los autores. Permiten tomar un personaje reconocible y optar por distintos objetivos:

Relatar una vida excepcional, uno de los favoritos, porque permite atisbar los derroteros que instalaron al personaje en la historia. ‘Raging Bull’ o ‘Patton’ son grandes ejemplos de esto.
Servirse del punto de vista de esos individuos, para mostrar un momento de otra era, o ilustrar que, a pesar de haber pasado el tiempo, la sociedad en realidad no ha cambiado como lo creímos. A veces de forma cínica y otras abiertamente como advertencia. ‘Malcolm X’ o ‘Social Network’ se mueven más cerca de esto.

Y luego están los que logran equilibrar estos puntos, entregando obras que retratan a aquellos protagonistas y a su mundo, dejando al espectador a sabiendas de haber consumido un punto de vista a través de la grandeza o la miseria: ‘Ali’ de Michael Mann y ‘Ed Wood’ de Tim Burton grafican magníficamente esta disparidad.

Nótese que eludo incluir las biopics de Estrellas del Rock. Básicamente, porque esas cayeron ya en la definición de hagiografías, crónicas de santos cuyas vidas fueron penurias, sus obras milagros y sus canonizaciones llegan en la forma de las obras de caridad de sus fundaciones. Y son, demasiadas veces, las más ambicionadas en la escala de premios: revisar ‘Bohemian Rhapsody’ o ‘Rocketman’.

¿Dónde apuntó el legendario director que fácilmente tiene instalada una película celebrada por década en las últimas cinco? Es una excelente pregunta. Y el no tener una respuesta que se pueda entregar ni incluso cuando ya la película ha sido digerida, no es para nada un elogio a la obra.

No nos equivoquemos, Ridley Scott filma mejor que probablemente el 90% del material que vemos en la actualidad. Su dominio de cada aspecto visual es magnífico, y con esto ya basta para que valga la pena ver esta película en pantalla gigante. Cada escena está cuidada. Cada plano está medido. Las entradas de las piezas musicales funcionan con la precisión de un comercial. El uso de la paleta de colores es una firma del cineasta. El problema es el foco. O mejor dicho, la falta de ello. No hay una perspectiva nítida en ‘Napoleón’. Y tampoco nos engañemos, en una épica hollywoodense, ese es un gran pecado.

Joaquin Phoenix

¿Es una epopeya que describe un momento histórico que fue el crisol de la sociedad occidental moderna? Quizás. Porque Scott retrata al pueblo francés como una simple chusma en constante vaivén entre levantamientos revolucionarios barbáricos (la guillotina es convertida en una parodia ignominiosa de aquello) y su devoción por la Monarquía y la Aristocracia. La gente no existe en ‘Napoleón’. Son solo carne de cañón fílmica, los soldados están ahí única y exclusivamente para vitorear al Jinete Triunfante y desaparecer de la pantalla en aras de plasmar la derrota. Si todo este apartado es un punto de vista, por lo demás muy válido, carece de la exposición, certeza y el pulso para ser notado siquiera.

Porque además, debiéramos estar frente a la historia de Napoleón Bonaparte. El brillante estratega que devolvió la gloria a Francia. El genio militar. O no tanto. Este es el punto que quizás si resuelve Scott. El plantear el hecho de que los triunfos eran sangrientos y cargados de muerte y las derrotas eran sangrientas y cargadas de muerte. El acento lo pone en las derrotas. Enfoca la soberbia y el patetismo en vez de la grandeza y el prodigio. Un pusilánime frente a otros a los que no podía resistir admirar como superiores. Y una porfía en enviar hombres al sacrificio con tal de preservar su propia gloria, “entregada por la Providencia”. 

Scott decide filmar la tozudez con una épica que se extrañaba en el Cine. Sus planos abiertos y enormes para la gloria bélica le son ajenos incluso a él, Gladiator usaba planos cerrados en muchas de sus secuencias de batalla. Me atrevería a decir incluso que este siglo no había visto una apuesta así. Que pusiera su acento en la construcción del encuadre y la precisión en su montaje más que en llenar la pantalla con soldados digitales, pecado de ‘Kingdom of Heaven’, por cierto. ‘Dunkirk’ y ‘1917’ a veces apuntan allá, pero no llegan a la “Batalla de los Tres Emperadores” o Waterloo, con su salvaje obstinación. 

Pero hay dos inconvenientes con esta mirada cuestionando el genio estratégico de Napoleón: el primero es que surge recién cuando estamos llegando a las 2 horas de metraje y el segundo que la elegancia en haberlo hecho notar, se explicita con un texto en la pantalla. Una escasa deferencia a la capacidad de reflexión de una audiencia que ya había pasado la serie de desconexiones narrativas previas.

¿O quizás todo el pilar de la historia es ese amor tan fascinante como retorcido entre Josefina y Napoleón? ¿Una alusión declarativa sobre la alianza que se enquista galantemente en el Poder? Si este fuera el férreo eslabón narrativo de la historia, siempre en contexto y que sirviera como definición de los personajes, hubiera sido magnífico. 

Porque está en la película. De hecho, es el hilo conductor este matrimonio entre la burguesía que regresaba de las catacumbas y la clase castrense que sellaba su ambición (y desprecio por el vulgo), al entrar cabizbajo a los salones de la renovada opulencia. Esto no es pura perorata, Scott lo filma. Exhibe los textos y encuadra los planos en función de ello. 

Pero la falta de foco para conseguir que sea el eje narrativo y subtextual, se hace más notorio todavía. Ambos actores están a sus anchas, de eso no cabe duda. Si bien Vanessa Kirby tiene evidentemente menos metraje y textos, consigue que su personaje esté totalmente encauzado desde su primera hasta su última aparición. No es que interpretar a la realeza le sea ajeno, su Princesa Margarita en The Crown era de un enorme rango actoral y un abanico emocional completo.

Vanessa Kirby

No pasa lo mismo con un magnífico, pero desatado, Joaquin Phoenix. Puede deberse esto a la falta de contexto en los puntos de inflexión, algo que es una falla constante de toda la obra, por lo demás. Y no, no en lo referente a simplemente instalar datos históricos, es perogrullo reiterar que esta es una película y que cualquier libertad que se tome frente a un hecho histórico, es válida. Porque sigue siendo ficción. Y depende de su verosimilitud narrativa, no de su veracidad. 

No, acá el problema está en no construir un andamiaje en el relato que permita entender la forma en que los personajes enfrentan las encrucijadas que los mueven. Y esto es manifiesto en el caso de la construcción de Bonaparte. Phoenix puede ser un gigante, pero su actuación requiere de ser dirigida en aras de un punto de vista. Se necesita que algo tan sutil como el uso del pañuelo, se quede instalado en la retina del espectador, y que si se vuelve notorio, que sea un artefacto narrativo que cumpla una función. La gestualidad o la impostación, por superlativas que sean, sin un marco que las acote, son más para la celebración en las tablas que en la pantalla. Y esto requiere una idea clara detrás de las cámaras.

Ahora, quizás le estoy pidiendo a la película algo que no puede ser. Es una épica tan excelsa la historia de Napoleón Bonaparte, que tal vez exigirle una perspectiva autoral es un despropósito y debiera simplemente disfrutar que Ridley Scott esté, sin contención alguna, tratando de exponerlo todo. Fue el sino del protagonista también: haber abarcado tanto que finalmente se volvió imposible que no perdiera las batallas. Pero el tema es que en el mismo metraje se va filtrando el elefante en la habitación: el hecho de que la incuestionable cualidad deshilvanada puede ser producto de que esta película, es una versión resumida de la edición de 4 horas que será estrenada en el streaming de Apple. ¿Estará ahí la ilación necesaria para captar la perspectiva del cineasta? ¿Acaso Scott sacó las mañas del publicista que fue y presentó una propuesta de campaña absolutamente espectacular y ahora deberemos negociar el fee?

Puedo llegar a respetar eso. Pero la gran carga contra ello, es que ya estuve frente al espectáculo sobresaliente en el Cine que apostaba a una épica. Una que por sí sola, vale la pena la visita a una sala acorde. Pero también una en donde esos planos abiertos del campo de batalla debieron ser la coronación de un personaje a la altura. O el desprecio a ese personaje y el paroxismo frente a su supuesto prodigio. O el dolor del personaje ante la pérdida de sus amores, (“Francia, El Ejército, Josefina”)

‘Napoleón’ queda hoy, a falta del metraje prometido, como una obra que pretende majestuosidad, pero resulta errática e inconexa. Un portento que tenía tantas cosas que decir y que finalmente no dijo nada que luzca y signifique tanto como esas imágenes que llenan la pantalla y que sí son dignos de una epopeya.

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