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Fotos: Felipe Figueroa

Entrevistas

8 de Agosto de 2024

Eduardo Carrasco: “En Quilapayún le debemos la vida a Allende”

Símbolo de la canción comprometida con el gobierno de la Unidad Popular, Eduardo Carrasco, líder y fundador de Quilapayún, cuenta que gracias al apoyo del expresidente, quien financió una gira europea en septiembre de 1973, no corrieron la misma suerte que Víctor Jara. A sus 84 años y aún activo, defiende a Pablo Neruda de las críticas feministas, asegura que el PC actual se ha desperfilado y recuerda cuando fumaba marihuana junto a Los Blops.

Por Felipe Rodríguez
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Es un día caluroso de enero de 2010. El motivo de la reunión es una entrevista colectiva para una jornada especial: el festival de Olmué, en el marco del Bicentenario, escoge a la mejor canción folclórica de la música chilena. Están Jorge Coulon, Gloria Simonetti, Paz Undurraga, Ángel Parra y Eduardo Carrasco.

Parra pregunta si falta alguien más para iniciar la sesión fotográfica y le dicen que Benjamín Mackenna, el líder de los Huasos Quincheros, viene atrasado. Eduardo Carrasco, emblema de Quilapayún, se sorprende por esa visita y se descompone. Lanza insultos al aire, amenaza con retirarse y Parra lo abraza y pone la pelota en el piso. Cuando Mackenna ingresa al estudio, todos lo saludan. Excepto Carrasco, que ni siquiera lo mira. “No podía saludarlo”, dice el director de los creadores de la Cantata Santa María.

Un par de días después del Golpe y, cuando se supo la crueldad con que los militares asesinaron a Víctor Jara, Mackenna asumió como asesor cultural de la dictadura de Pinochet y, posteriormente, fue Secretario de Relaciones Culturales de la Secretaría General de Gobierno.

Sus primeras medidas fueron drásticas. Cualquier canción que incluyera charangos, quenas o flautas serían eliminadas, el folclor nortino no era chileno y definían a Quilapayún como factores fundamentales de división en la juventud chilena.

Además, instauró que, bajo el nuevo régimen, la música local debía volver a las tonadas campesinas y a las cuecas de salón, las mismas que identificaban a los Huasos Quincheros. “Teníamos buenas relaciones con ellos. Hace unos meses, encontré un aviso de un diario donde aparecía un concierto de Quilapayún con los Quincheros en los años de la UP. Nosotros supimos que Mackenna fue el responsable de la destrucción de cintas nuestras y de Víctor Jara, entre otros, que estaban en DICAP. Felizmente, se pudieron rescatar. Pero las quemaron. Fue un acto de barbarie absoluta. A este tipo debimos haberle hecho un juicio”, señala.

A sus 84 años, Eduardo Carrasco, filósofo y figura estelar de la música chilena con Quilapayún, es un hombre que mantiene curiosidad y ganas de aprender. Al entrar en su amplio departamento de Las Condes —donde es vecino de José Piñera—, observa el libro que este periodista lleva en sus manos y lo pide para revisarlo. Es una autobiografía de Patricio Manns y, de inmediato, recuerda tres situaciones alambicadísimas del creador de “Llegó volando”, que prefiere que no se publiquen.

Al menos, una de las historias es relatada por el propio Manns en su texto. Una tarde en que algo ebrio acompañó a unos pescadores franceses, cayó al mar por accidente y estuvo media hora flotando entre oleajes y lluvia y fue rescatado por los propios marineros. “Pato era completamente talentoso y completamente loco”, indica.

Carrasco es un chileno privilegiado. Compartió con músicos de primer nivel como Violeta Parra, Víctor Jara, Angel e Isabel Parra, Rolando Alarcón, el mismo Patricio Manns e Inti Illimani y forjó amistad con Pablo Neruda, Roberto Matta, Raúl Ruiz, Nicanor Parra, Atahualpa Yupanqui y Alfredo Zitarrosa, entre otros próceres de la cultura sudamericana.

“Esos encuentros son dones de los dioses”, repite. Pero a quien recuerda con más cariño es a Salvador Allende. “En Quilapayún le debemos la vida a Allende. Estuvimos muy comprometidos con su Gobierno y cuando recibimos una oferta para tocar en el Olympia de París, nos conseguimos una audiencia con él porque no teníamos plata para los pasajes. Y nos ayudó. Cuando vino el Golpe estábamos en Francia. En Chile, hubiésemos corrido la misma suerte que Víctor (Jara). Allende era una persona afable, simple, hablaba muy bien a la gente, tenía humor. Podías estar con él a tus anchas, porque hablaba de cualquier cosa. Una vez dijo que la revolución chilena nunca terminará de agradecerle a Quilapayún por lo que han hecho por su proceso político. Fue un orgullo”. 

—¿Cómo vivieron la información del golpe de Estado en Chile?

—Todos queríamos volver. Era mi patria, mis libros, mi familia. Pero era una locura volver al Chile de Pinochet, que se empezó a mostrar con las muertes de Víctor, de Neruda. Éramos todos comunistas. Tuvimos que buscar un refugio y armarnos. Tuvimos la suerte de estar en París, una ciudad maravillosa. El lugar más extraordinario de la tierra.

—¿Por qué no se quedó allá?

—Por problemas familiares. Mi vida se empezó a desmoronar, el Quilapayún empezó a perder fuerza tras 15 años, donde vivimos una época de oro. Hicimos los programas de televisión más populares. Nosotros fuimos conocidos desde 1970 en Francia y España. Luego, en Italia, descubrieron la música andina y los Inti se beneficiaron. Una vez, en 1970, tomé un taxi en París y en la radio sonaba una canción nuestra. Pero todas las cosas pasan.

—Ustedes se expandieron a varios continentes. He visto vinilos japoneses de Quilapayún…

—Tocamos muchas veces allá. Recorrimos Japón y son muy diferentes a nosotros. Muy respetuosos con los músicos. Habían grupos que cantaban nuestras canciones y revistas exclusivamente de música latinoamericana en papel couché. De otro nivel. En Hiroshima hicimos la Cantata Santa María con relato en japonés y, en el camino de vuelta al hotel, nos entregaron unas trenzas, que significa que te desean lo mejor. Fue muy emocionante.

—¿Cuáles son sus primeros recuerdos musicales?

—Mi madre escuchaba zarzuela los sábados por la tarde en la radio. Ella cantaba muy bien. Escuchaba también un programa de Raúl Matas que se llamaba “Discomanía”. Siempre me encantó la música. Un día estaba enfermo, en cama, y empezó a sonar una música extraña, distinta. Quise cambiarla, pero no lo hice porque no tenía fuerzas. Y era el Concierto para Piano de Grieg. Fue una revelación. Me generó una conmoción total. Tenía unos 9 años. Fue el cambio más importante de mi vida. Hasta ahora lo único que escucho es música clásica.

—¿Y el rock?

—Como generación, era algo que nos pertenecía. Bill Halley, Elvis Presley eran para el bailoteo, pero no escuchaba esa música.

—Y bandas como Pink Floyd o Rolling Stones…

—No las escuché mucho. Los Beatles nos gustaban a mi hermano y a mí. La música negra no la apreciaba. Pero sí los boleros de Lucho Gatica, de Los Panchos. Eramos más románticos. Escuchaba música brasileña, zamba argentina, a Yupanqui.

—¿Lo conocieron en París?

—Sí, cantamos muchas veces con él. Era muy sabio. Un tipo con una gran admiración por Neruda. Le hicimos muchos homenajes juntos a Neruda. No le gustaba compartir escenario con nadie. Salvo con nosotros.

—Fue parte de una generación que vivió la guerra de Vietnam, el mayo del 68 y la proliferación de las drogas. ¿Hubo mucha variedad de drogas en Chile en esa época?

—La marihuana era una cuestión extendida. En Los Andes y San Felipe habían campos de marihuana silvestre. Tomabas un auto, partías allá y sacabas cuatro matas y te llevabas un kilo de marihuana. No era algo de otro mundo. Todos nos pegamos un pito alguna vez.

—¿Les servía para crear?

—Con Los Blops, sí. Nos fumábamos un pito y hacíamos sesiones fenomenales. Era una música muy rara porque mezclábamos quenas con guitarras. Era, en todo caso, una cosa más bien social. Había otras drogas, claro que sí. Pero nunca las tocamos. Sabíamos que se comercializaban en cabarets, por ejemplo. Cuando se supo que Los Beatles, el grupo más popular del mundo, fumaba marihuana, el asunto se relajó.

Jubilado y con tiempo libre, Carrasco siempre está en movimiento. Su rostro expresa alegría cuando rememora que su mayor himno, “El Pueblo Unido”, es cantado en todos los países que quieren cambiar su destino y adelanta que acaba de terminar un libro sobre Heráclito, mientras está en busca de editorial.

Aunque no volverá a radicarse en Francia, donde viven tres de sus hijos, se expresa con nostalgia de su vida parisina. “Soporté el exilio, que tiene cosas negativas como la pérdida de tu trabajo y de tu país, que dan rabia e impotencia. Pero también descubres situaciones estimulantes. Aprendes a comer de otra manera, disfrutas de otros paisajes, se multiplica tu mundo, que es el ideal de cualquier viaje. Los franceses, a diferencia de los chilenos, hacen cosas para la eternidad como el Louvre o los puentes de París”.

Eduardo Carrasco

—Tienen más historia…

—No, tienen otro gusto. Piensan en términos definitivos. Cuando ves los Campos Elíseos, te das cuenta que hay una perspectiva pensada, imaginada y realizada por un urbanista. La Moneda es una cosa horrorosa, por ejemplo, frente a la Alameda y no tiene ninguna perspectiva.

—¿Le gusta vivir en Chile?

—No. Si pudiera viviría en Francia. Pero tengo mi vida en Chile. Mi casa, mi jardín, la filosofía, el Quilapayún.

—¿Que no le gusta de este país?

—Que todo sea provisional, que todo se hace sin pensar en lo que hay al lado. No hay estilo en las casas ni en los edificios. Es poco pensado, al lote. En Francia, siempre hay parques. El sector sur de Santiago está mal pensado, sin áreas verdes.

—En Chile hay menos presupuesto…

—Es cierto. Pero con poca plata se podrían hacer mejor las cosas. Acá no hay pensamiento. Vicuña Mackenna tenía pensamiento. Hizo los únicos lugares interesantes de Santiago: el cerro Santa Lucía, el Mercado Central, el museo de Bellas Artes. Después de él, no hay nadie más. Piensa en la actual plaza de Armas de Santiago. Es horrible, monstruosa.

“El Partido Comunista actual es sectario”

—En su época más comprometida, usted era un acérrimo comunista. Ahora se ha distanciado del partido. ¿Qué pasó?

—El PC actual no tiene nada que ver con aquel en que milité, donde lo trascendente era lo concreto. Ese partido buscaba cambios a través de la vía pacífica, que era contrario a, por ejemplo, los cubanos, quienes tenían una opción por la guerrilla. El PC nuestro versus el PC cubano éramos casi enemigos.

—¿Siempre optó por la vía pacífica?

—Obvio. De lo contrario, hubiese sido mirista. Hoy no se hacen diferencias entre el MIR y el PC. Ambos alaban a Allende, le hacen homenajes. Cuando en esos años los miristas criticaban a Allende por amarillo y timorato.

—¿Qué opinión tuvo con la irrupción del Frente Patriótico, que eran descolgados del PC, para combatir por las armas a Pinochet?

—Estaba totalmente en contra. Pato Manns estuvo a favor, fue su vocero internacional. Fue otra burrada suya. El PC de mi época fue el que más defendió a Allende, coincidió con su política y la sostuvo sin vacilaciones. El PS, en cambio, era extremista, penetrado seguramente por el MIR. No olvides que el PC era un partido muy abierto a la cultura. Los intelectuales más eminentes pasaron por ahí. Se apoyaba a Violeta, su hermano Nicanor perteneció en algún momento al partido. Era otra cosa.

—¿Y el PC actual?

—Es un partido sectario, ultraizquierdista. Neruda, como Víctor Jara, hubiesen tenido muchas diferencias con este partido. Este PC, por ejemplo, nunca ha hecho un gesto de agradecimiento hacia lo que hicimos nosotros o el Inti. Dejamos de ser comunistas porque se pusieron violentistas. Había que derrotar a Pinochet en forma democrática. El PC no quiso pertenecer a la Concertación. Eso fue una vergüenza. El PC en que milité hubiese sido el alma de la Concertación.

Cuando hace un repaso de su existencia, el fundador de Quilapayún se siente agradecido. Estuvo y trabajó con lo más graneado de la cultura chilena. “Con Violeta no éramos amigos, había cierta distancia por la edad, pero aprendimos mucho de su autenticidad cuando íbamos a tocar a su carpa en La Reina. Con Víctor nos hicimos amigos de inmediato. Era muy divertido, juguetón, creativo. Cuando supimos sobre su muerte, no podíamos calibrar que en el ejército chileno había ese tipo de salvajes. Chile era un país que apreciaba al ejército. Mi abuelo era militar”, recuerda.

Luego prosigue: “A Roberto Matta lo conocí en unas reuniones de cultura chilena en Polonia. Fue a fines de los 70, en un castillo. Llegó en bicicleta y con unos perros que le sujetaban los pantalones. Causó mucha risa e hizo un discurso fenomenal sobre la cultura chilena. Para Quilapayún fue fundamental haberlo conocido. Nos hizo cambiar. Nosotros queríamos poner el arte al servicio de la revolución y él nos enseñó que la revolución estaba al servicio de la cultura. Gracias a él, hicimos un trabajo más poético, elaborado y creativo. Con más humor y alegría. Debes revolucionarte a ti mismo y sumar a la mayoría de las personas. No como lo que hace Maduro, un tipo nefasto. Vi un afiche muy ingenioso sobre Maduro sobre las elecciones. Decía ‘que se vaya uno para que volvamos todos’. Una frase genial”, dice Carrasco.

—Ustedes trabajaron con Neruda, quien hoy, pese a ser un hombre admirado por su trabajo artístico y su militancia política, está siendo puesto en duda por feministas tras desligarse de su hija con hidrocefalia. ¿Cree que perderá trascendencia?

—Eso no va a ocurrir. Son tonterías, estupidez humana. Es muy complicado juzgar al pasado a través de la historia. Las valoraciones cambian. Así era la vida antes. No le puedo exigir a mi bisabuelo que haga un escándalo porque mi abuela no podía votar. No puedes juzgar con las valoraciones actuales a una persona de los años 20. Es muy poco inteligente y sumamente ignorante.

—¿Le molesta cuando dicen que Quilapayún, figuras de la canción protesta y comprometida, se separaron por dinero?

—Sería fantástico que fuera cierto. Nunca hemos ganado plata. Ni tampoco tocamos gratuitamente. En Francia vivimos 15 años de la música, pero todos hacíamos cosas distintas. Yo era profesor universitario de filosofía.

—¿Y por qué se fue Rodolfo Parada?

—Fue una pelotudez de un tipo que no era honesto. Le hemos ganado 22 juicios y tiene prohibición de actuar con nuestro nombre en Chile y la Unión Europea porque quiso apropiarse del nombre del grupo. Éramos muy amigos, y aunque nunca falta el periodista pelotudo que le sigue la corriente, perdió la ética. Es un enemigo chico.

Con el foco dispuesto a colaborar con las nuevas generaciones de músicos, Carrasco ha trabajado con Carlos Cabezas, Fernando Julio y Pablo Chill-E. Asegura que para escuchar música no se debe tener prejuicios y admira al hip hop, porque “es creativo y muestra las historias poblacionales que están ocultas”.

—¿Cree que habrá un movimiento musical en Chile tan importante como la Nueva Canción de la que usted fue protagonista?

—Espero que vuelvan otras oleadas. Las generaciones son como las olas del mar. Siempre viene otra y es incansable. El arte hay que trabajarlo y el mundo al que llegamos no tenía ni la fuerza ni la personalidad que tuvo después. Por eso, la Nueva Canción fue importante a nivel cultural. Creo que existe un fuego íntimo que se mantiene ardiendo. Nosotros hicimos todo lo posible por mostrar nuestra música de manera amplia, honesta. A lo mejor nos equivocamos, pero fuimos artistas del pueblo.

—¿Cómo le gustaría que lo recordaran los chilenos?

—Me interesa tener un buen recuerdo. Es la única inmortalidad a la que uno puede acceder.

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