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Opinión

24 de Agosto de 2024

¿Adiós Papanicolau, hola modernidad?

Foto autor Isabel Plant Por Isabel Plant

En su columna de hoy, Isabel Plant aborda las brechas de género en salud a partir de una nueva alternativa al Papanicolau. "Los avances comienzan a vislumbrarse, lentamente. A ver si la ciencia se pone al día para entender, sanar y salvar a los cuerpos femeninos. Para eso, claro, hay que saber escuchar a las mujeres. ¿Habrá llegado el futuro en eso?", escribe.

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Suena demasiado bueno para ser verdad: adiós espéculo frío y rígido, adiós al examen incómodo en la camilla, los estribos con los pies elevados y abiertos. Adiós al raspaje. El Papanicolau, el examen que desde los años 40 se usa para detectar principalmente el cáncer cérvico uterino, podría ahora tener una opción indolora, sencilla y hasta casera. 

¿Llegó el futuro?

Países como Australia o Dinamarca lo han estado implementando y Estados Unidos está en camino: una prueba con un hisopo que permite tomar muestras de la pared del útero (es decir, menos profundo que el Pap) en la comodidad de la casa, para enviar al laboratorio. Como un test de Covid, menos invasivo y más simple. 

Vi a mujeres festejar la noticia en redes sociales. Y es que el Pap anual, fundamental, es descrito como rápido e indoloro y para muchas lo es. Pero tantas otras lo evitan porque sí les duele, porque sí les incomoda, incluso porque les da pudor. Para mí es un trámite anual que no sufro, pero agradable no es. Y si se puede lograr que más mujeres no se salten el examen justamente por comodidad o simpleza, se salvarán vidas: el cáncer cérvico uterino es el segundo más recurrente en las mujeres chilenas y anualmente cobra cerca de 600 vidas, con un alza en los últimos años. 

Como históricamente ha sucedido en lo que se refiere a mujeres y salud, los estudios y avances han quedado relegados, las pacientes ignoradas y los males incomprendidos. La brecha de género en salud no solo existe, es realmente indignante.

Enojémonos.  

Las cifras son abrumadoras: por SIGLOS los estudios clínicos se han hecho principalmente en hombres, asumiendo que el cuerpo humano responde de la misma manera sin tomar cuenta el género. Pues no. 

Y aunque por suerte cada día tenemos más mujeres en la ciencia, hasta hace poco la gran mayoría de los doctores eran solo hombres. Hay ejemplos concretos de cómo esto ha afectado a la salud femenina, y no me refiero al siglo XIX cuando a las mujeres con cualquier dolencia se les tildaba de “histéricas” y se les recetaba orgasmos o histerectomías. Hablo de hoy. 

El corazón, por ejemplo, es un tema. Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte de las mujeres en nuestro país y lideran en los primeros puestos en muchos países. Los problemas son dos. Primero, los estudios científicos al respecto usan más cantidad de hombres que de mujeres, en una proporción de 3 a 1, por lo que si las mujeres tienen distintos síntomas que un hombre al tener un infarto se hace más difícil diagnosticarlo. Y sí tienen distintos síntomas (más falta de aliento que dolor agudo en el pecho, por ejemplo). Hay estudios que dicen que el 50% de los infartos en mujeres son mal diagnosticados. 

Lo que nos lleva al segundo problema: que la medicina históricamente no ha escuchado, o a directamente ignorado, a una mujer describiendo síntomas o dolor. Mujeres que llegan con infartos a salas de emergencia en el mundo son regresadas a sus casas con remedios para la ansiedad. Puedo seguir citando estudios infinitamente al respecto, pero la conclusión es una: decimos que nos duele y nos dicen que está todo en nuestra cabeza. O que no nos puede doler tanto como decimos. 

El caso quizás más impactante de esto es la endometriosis. La enfermedad aqueja a 190 millones de mujeres y niñas en el mundo, diez por ciento de la población en edad reproductiva. Es decir, una salvajada de gente. En simple, el tejido que reviste el útero crece por fuera de este, causando dolor, mucho dolor, e incluso infertilidad. Las mujeres con endometriosis sufren en serio. Pero las mujeres con endometriosis demoran entre cinco a ocho años en recibir el diagnóstico. Y luego no hay cura, ni solución. Ni estudios clínicos existían, porque los que hacían estudios clínicos no tenían útero. Recién hoy, con más mujeres dedicadas al tema, es que se está tomando en serio, como una enfermedad importante y atendible científicamente. 

Otro ejemplo. Uno de los grandes hallazgos publicados en el último año es sobre las náuseas en el embarazo. Un síntoma normal, claro. Pero alrededor de un 2% de las embarazadas experimentan náuseas severas o excesivas, no pueden parar de vomitar ni sentirse pésimo. No solo invalidante, puede incluso llegar a ser peligroso. Pienso en mi mamá, quien siempre me dijo: contigo vomité los nueve meses completos. La respuesta era: mala suerte, nada que hacer. Pero ahora se descubrió que el exceso de una hormona específica sería la causa de las náuseas excesivas; si tenemos y entendemos la razón del mal, se puede empezar a trabajar en un tratamiento. 

Las nuevas alternativas del PAP comienzan recién a anunciarse y probarse, y me recuerdan los avances que se han hecho en cuanto a anticonceptivos. Por supuesto que cuando apareció el examen del cáncer cérvico uterino fue un éxito: se redujo la mortalidad por esta enfermedad en un setenta por ciento durante el siglo XX, según The New York Times. Pero ahí nos quedamos, hasta ahora. Cuando apareció la píldora anticonceptiva en los años 60, también fue una revolución cultural y de salud. Pero ahí se quedó la farmacéutica y recién en la última década nos hemos puesto a discutir efectos secundarios, mujeres a las que no les acomoda, y más opciones que no sean sólo la descubierta hace más de cincuenta años. 

Los avances comienzan a vislumbrarse, lentamente. A ver si la ciencia se pone al día para entender, sanar y salvar a los cuerpos femeninos. Para eso, claro, hay que saber escuchar a las mujeres. ¿Habrá llegado el futuro en eso?

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