Opinión
7 de Septiembre de 2024¿Quién dijo que Santiago es fome?
La creencia de que la capital de nuestro país carece de panoramas es una premisa que discute Rita Cox. Al menos en los que se pueden realizar bajo la luz del sol. "¿Qué le ofrece Santiago de Chile a un visitante extranjero?", se pregunta, respondiendo el cuestionamiento con un sinfín de lugares para todos los gustos.
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¿Qué le ofrece Santiago de Chile a un visitante extranjero? Primero, el convencimiento de que pasa poco durante la noche. Que entre cocinas cerrando temprano, metro que circula hasta las 23 horas, el clima de inseguridad que achaplina y las nuevas costumbres post pandemia, en el Santiago a oscuras hay poco.
Poco no es igual a nada, pero no alcanza para destacar en Time Out, que el 14 de agosto publicó su ranking con las trece ciudades del mundo con la mejor vida nocturna. Lideró Río de Janeiro. Me sorprendió Manila, capital de Filipinas, marcando la segunda posición, Lagos, Nigeria, en la sexta, y Accra, Ghana, en la décima. La vecina Buenos Aires obtuvo el undécimo puesto.
Reconozco, en todo caso, que la falta de noche no me quita el sueño. Si de disfrutar la ciudad se trata, prefiero el día. Y Santiago con luz tiene muchísimo que brindar, especialmente si volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué le ofrece Santiago de Chile a un visitante extranjero?
Parto retrocediendo unos treinta años, cuando por un pituto tuve que sacar a pasear a una pareja de estadounidenses que vino por negocios y contaba con día y medio para pasear. Les diseñé un programa acorde. El objetivo era que conocieran algo del casco histórico, compraran artesanía y probaran sabores chilenos. Más fácil imposible.
Recuerdo que, en taxi, y con sus cámaras de fotos colgadas al cuello, llegamos a la Plaza de Armas desde un hotel discreto en Providencia donde se alojaron. Allí se detuvieron en lo típico: Correos, la Catedral, se acercaron a mirar los atriles de los artistas y, si no me falla la memoria, uno de ellos se dejó retratar y partió con su obra hasta la segunda parada: Bellavista.
Allí compraron unas chucherías hechas en Lapislázuli. Hoy me saltaría olímpicamente esas dos paradas. La primera, para ahorrarme la tensión. La segunda, por obvia. Lo mismo que la tercera: el Pueblito de los Dominicos. Aunque puede ser una sandía calada, lo visité tanto, durante tantos años como en un paseo familiar, que llegó la hora de abstenerme. La guía debiese ser la primera en transmitir entusiasmo. Sí me repetiría de todas maneras el cuarto destino que les ofrecí a los gringos: Doña Tina, el clásico de comida chilena del Arrayán, que no decae, todo lo contrario, y que en primavera y verano se luce con sus terrazas sombrías y agradables
Treinta años después, frente a una misión similar, me costaría muchísimo elegir para no dejar fuera. Descartando “subidas” a la nieve, ofreciendo solo recorridos urbanos, un día y medio no alcanzaría. Y como esta es una ficción, sin limitaciones de presupuestos. Parte el viaje con tres posibilidades de alojamiento sugeridas por quien escribe.
En Vitacura, el Bidasoa, con su propuesta de hotelería sustentable y cocina mediterránea. Ahí mismo está Casa Sanz y su cocina vegana. Ambos con buena coctelería. Otra opción podría ser el Hotel Magnolia, en calle Huérfanos, entre Santa Lucía y Miraflores. Una casa familiar de 1929 transformada por la arquitecta Cazú Zegers. Cincuenta habitaciones y una terraza en la que tomarse un vaso de agua ya es un espectáculo. A cuadras, en el corazón de Lastarria, está The Singular, con el trabajo de interiorismo del arquitecto Germán Margozzini para la oficina Enrique Concha. El bar y la terraza, ambos en el último piso, son de película. Vecino del Liguria, la visita guiada por su dueño, Marcelo Cicali por lo que antes fue el Instituto Chileno Francés de Cultura, sería anotarse un poroto.
Santiago recibe alrededor del 40% de los turistas extranjeros que llegan al país, de acuerdo con las cifras de la Federación de Empresas de Turismo de Chile (Fedetur). Se estima que la afluencia de turistas se recuperará en 2024 en una cifra cercana a los 2,3 millones, llegando a los niveles prepandemia de 2019.
Brasileños y argentinos lideran, atraídos por el acceso a compras y los deportes de nieve. Para europeos (de España, Alemania y Reino Unido) y estadounidenses, la capital es la puerta de entrada hacia otros destinos dentro de Chile. La estancia promedio de los turistas extranjeros en Santiago es de entre 2 a 3 noches. ¿Qué les interesa? Cultura y patrimonio; gastronomía y enoturismo. Compras.
Parte el recorrido. Primera parada, el Palacio Pereira. El edificio neoclásico del 1800 de calle Huérfanos, cuyo trabajo de rehabilitación estuvo a cargo de los arquitectos Cecilia Puga, Paula Velasco y Alberto Moletto, es fascinante y un caso de estudio internacional. Es también, me atrevo a decir, el museo del diseño que faltaba gracias a la cuidadosa selección de objetos y mobiliario hecha por Carolina Delpiano y Alexandra Edwards. Si se trata de Lapislázuli, aquí la versión 3.0, elegantísima, con las bancas hechas en ese material por Ignacia Murtagh y que dan la bienvenida. Se puede hacer un alto en la cafetería del primer piso, frente a la sala de lectura.
Cerca, en calle Bandera, está el Museo de Arte Precolombino con sus colecciones y el sello de renovación sintético y contemporáneo del arquitecto Smiljan Radic. En un día de sol, el patio interior de piedras es un regalo que no se olvida. Y, recién abierto al público el martes 3 de agosto, tras catorce años clausurado debido a los daños que sufrió en el terremoto de 2010, el Museo Santiago Casa Colorada, en Merced, con su nuevo guión, es el mejor lugar para que un forastero entienda el desarrollo urbano e histórico de la ciudad de Santiago desde antes de la colonia hasta el siglo 20.
El Centro Cultural Palacio de La Moneda es otro ineludible. No solo por estar pegado a la casa de gobierno, atracción per se. Nuevamente la arquitectura, en este caso de la oficina Undurraga Devés, es una buena forma de mostrar lo mejor de la ciudad. Junto con una buena exposición de arte, fotografía y diseño, la tienda de Artesanías de Chile, en el piso -1, es mi favorita de las siete repartidas por Santiago.
El Museo de la Memoria, por supuesto. Hay que llegar en el metro, ya que su estación —Quinta Normal— debe ser de las más lindas. Cruzando está el parque precioso y con buena historia, con uno de los primeros trabajos en Chile del jardinero y paisajista de origen francés George Dubois, autor del Parque Forestal.
Entre museos, caminatas que de oriente a poniente podrían llegar hasta Plaza Italia. Entre pasos, el relato de un Santiago marcado por la mixtura de la migración, comercio callejero, personas en situación de calle y las huellas del estallido. Es lo que somos hoy. ¿Cómo obviarle a un extranjero el por qué en el corazón de la ciudad hay un plinto vacío? ¿Cómo no sugerirle a un viajero que se retrate en esa rotonda de postal próxima a desaparecer?
¿Comer? Obvio. Un completo de todas maneras, aunque sea casi imposible elegir un solo lugar entre las versiones que ofrecen en La Terraza, la Fuente Chilena, Elkika, el Munich (Vicuña Mackenna con Santa Isabel) y la Fuente Alemana. Todas de alto impacto.
¿Turistas veganos o vegetarianos? El Naturista, en Moneda. El Verde Sazón, en Miguel Claro, si encontrar reserva es posible. El Huerto en Orrego Luco.
Con más despliegue de presupuesto y fama mundial, caería de cajón el Boragó, del chef Rodolfo Guzmán, en Vitacura. El diseño de Guzmán dialoga desde el producto local (agua de lluvia de la Patagonia, leche ordeñada por ellos, vegetales de cultivo propio y trato directo con pescadores) con una sensibilidad internacional que responde a un nuevo tipo de lujo.
¿Comida de mar? Al paso, Con Agallas, en su sede de Av. Ricardo Lyon 105, y su “barra de mar” con un par de puestitos para comer mirando la calle. Si hay más tiempo y plata, La Calma no tiene competencia. Otro nivel. Ubicado en Av. Nueva Costanera, está en la lista de 50 Fifty Best Restaurant Latinoamérica 2024.
Sábado o domingo, en metro se llega hasta el Persa Víctor Manuel y Factoría Franklin. En esta última está Destilados Quintal, donde su fundadora, Teresa Undurraga, puede contar el proceso de elaboración y cómo llegó a interesarse por el gin, los enguindados y otros licores. En la tienda se puede almorzar, comprar unas botellas, chocolates (se pa sa ron) y un agua de colonia, la Franklin Gin Essence 741. Magnífica.
Cerramos con algo más de vitrineo concentrado en Vitacura. Diseño de ropa: Kike Neumann, Sisa, Pas Denom. En la misma zona, las piezas de alpaca, vicuña, llama y guanaco de Kuna, de origen peruano.
Hora de despedirse de los viajeros con un regalito para que se lleven en la maleta: algún producto de Libra, marca de skincare chilena y unisex, inspirados en el paisaje chileno y hechos a base de rosa mosqueta, lúcuma y agua de mar.
¿Quién dijo que Santiago es fome?