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Opinión

1 de Noviembre de 2024

El estreno en Chile de la ganadora del Festival de Cannes, “Anora”: Un cuento de hadas, con clase

Foto autor Cristián Briones Por Cristián Briones

En su columna, Cristián Briones escribe sobre "Anora", que acaba de llegar a la cartelera chilena con la Palma de Oro en el último Festival de Cannes y que ya es una de las favoritas para los próximos premios Oscar. "Fílmico" destaca cómo el cineasta Sean Baker expone las fisuras del "sueño americano" desde el submundo de quienes quedan atrapados en él. "Anora es una tragedia escondida en un cuento de hadas. La tragedia de darse cuenta de aquello que nunca fue real. Es uno de los cimientos del sistema el que creamos en eso. En que le dediquemos cuerpo y alma a alimentarlo", escribe.

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Sean Baker es único en su especie. Al menos en Hollywood. Esto, por su combinación de cineasta de tintes en extremo naturalistas, y una perspectiva de clase como prácticamente nadie en su país siquiera lo intenta. El neoyorkino se ha empecinado en contar historias sobre una sociedad fracturada. Y de la gente atrapada en ella. Y para conseguirlo, la mayoría de sus protagonistas vienen del mundo más callejero posible. No es la primera vez que Baker usa trabajadores sexuales para hablar de los sueños rotos de nuestro entorno moderno, casi toda su filmografía trata de ello: Starlet, Tangerine y Red rocket las más evidentes. Y si ya en El Proyecto Florida (The Florida Project, 2017) miraba los castillos de fábula como el escenario de fondo, en Anora ha decidido ir de frente y trenzarse a golpes frenéticos con una narrativa a la que claramente le guardaba rencores.

Anora es el cuento de Ani (Mikey Madison), una cenicienta / bailarina exótica / prostituta que conoce, en una noche de trabajo en el club, a su príncipe encantador. Y tal como en el cuento, es “rescatada” por este jovenzuelo oligarca ruso para prestar sus servicios en exclusiva primero, y luego un desenlace más cercano al “y vivieron felices para siempre”.

Pero sabemos que no. Por mucho que seamos asiduos consumidores de este tipo de relatos, sabemos que el cuento de hadas siempre fue una farsa. Lo que hace Baker, sin embargo, es hacernos mirar hacia otros lugares que no solemos relacionar con este tipo de historias. Al sistema completo. Al sueño americano (¿occidental ya en estos días?). La idea de que el azar nos ponga finalmente en ese lugar de abundancia que nos fue negado, no es exclusivo de esas fábulas infantiles.

El azar o el trabajo duro, ambos hijos de la misma Dama Fortuna. No por nada Sean Baker recurre tanto al trabajo sexual para centrar sus historias. Ese golpe de suerte, ese avatar del destino. Ese sacrificio hasta del cuerpo para conseguirlo. Esa declaración es la que acecha en Anora. Y quizás en toda la filmografía de Baker. Que si arrojamos un poco de luz sobre todas esas premisas en las que basamos nuestra fe en el entramado social, veremos el por qué existen este tipo de relatos. Esta historia, en este mundo, no va a terminar bien.

Y llegado este momento en la película, luego de haber mantenido un cierto tono narrativo, uno con luces y cuotas de humor, con excesos juveniles y opulencia, con cierta calidez al borde de la esperanza, es que Sean Baker decide arrojar las formas por la ventana. Casi poseído por los Hermanos Safdie, se lanza a ese lugar que sabíamos que llegaríamos en algún punto, pero de forma tan hilarante como enervante. Esta es de esas películas en que se requieren descansos cada cierto metraje.

Lo de Mikey Madison no es de extrañar, ya en Better things ha mostrado de lo que es capaz, pero lo del viejo “compañero en el crimen” de Baker, Karren Karagulian interpretando a Toros, es simplemente tan estresante para los personajes como para la audiencia. Mucho se va a hablar de los cambios de ritmo y tono. Tanto como un merecido elogio, como para tratar de bajarle el perfil. No se extrañen de los “no es tan buena como dicen”, es un sino de la apreciación cinematográfica en estos días. Porque definitivamente es un error pedirle consistencia a un descalabro. Esta no es una demolición controlada, este es un derrumbe. Exigirle estabilidad tonal, es un absoluto despropósito. Debe desarmarse tal y como esos cuentos que (ni siquiera tan) en el fondo sabemos de su irrealidad.

Pero esto no significa que el guionista y director no tenga completamente clara la historia que está contando. Y el dominio de su relato. Baker no se pierde. Por mucho que nosotros no supiéramos que el cineasta pudiera dar semejante comedia, en momentos físicos y en otros derechamente social. Sumándole unos personajes, sobre todo los exasperantes secundarios, como piezas de un rompecabezas que nos obliga, si tenemos la disposición, claro está, a ver la mutación de la parábola en una silenciosa tragedia. Para luego volver a un lugar en donde por mucho que el frío arrecie a las afueras, la calidez de las emociones son las que nos permiten seguir con vida.

No pude evitar recordar una frase de James Ellroy sobre “las rameras y los policías”. Como, por formación y recorrido, tenían más en común que cualquier otro tipo de profesiones. Ambos en la calle, ambos viendo y viviendo los rincones más oscuros de la ciudad, ambos al servicio de un sistema que no los considera más que un trozo de carne. Ninguno heroíco, ninguno engañándose con alguna fantasía sobre la vida que tienen.

Anora es también la historia de una prostituta y un guerrero. Uno auténtico. El príncipe siempre supimos lo que era, un ricachón consentido incapaz de responsabilizarse por nada en su existencia. Porque el Rey y la Reina tomarán su avión privado para solucionar cualquier problema que pudiera tener. Porque siempre tendrá vasallos diligentes, torpes y sacrificados, con inclinación a servirle a la familia soberana. Porque siempre existirá una Ani dispuesta a todo con tal de probar unos días de vivir en el Palacio y tener sirvientes. El príncipe nunca tuvo ninguna razón para tratar de ser mejor. Ni siquiera sabe de su parte en la obra.

Con Anora parece que Sean Baker cambia el tono una última vez, tan solo para que mucha de la audiencia deba replantearse lo que vio.

Bueno, por eso y porque, aparentemente, también se enamoró del “y vivieron felices para siempre”.

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