Secciones

The Clinic
Buscar
Entender es todo
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad
Reportajes

Apumanque, un mall detenido en el tiempo: la oferta y supervivencia de un bastión de tiendas con manufactura nacional

Con 43 años, “el primer mall de Chile” sigue su propio curso mediante algunos desvíos notables a las leyes del rubro. Ajeno al retail, dominado por tiendas de larga data de origen familiar, y una clientela liderada por adultos mayores y chicas buscando el vestido perfecto para lucir de noche, el Apumanque es también un lugar de recuerdos y singularidades donde se encuentran calidades difíciles de rastrear en otras partes, y resistencias por parte de locatarios antiguos a la llegada de extranjeros. Este es su pasado, presente y futuro.

Por Marcelo Contreras 24 de Noviembre de 2024
Fotos: Felipe Figueroa/The Clinic
Compartir

“Nosotras somos viudas”, dice Paty de 70 años apuntando a su amiga Elena, con sus maridos fallecidos por problemas renales. Están en la boutique Tiempo del Apumanque y la observación de Paty, la vendedora, surge al comentar que entre la clientela que recorre cansinamente los pasillos del primer mall de Chile, como se promueve el tradicional centro comercial -abrió sus puertas el 26 de noviembre de 1981 y Parque Arauco lo hizo al año siguiente-, es común observar parejas de ancianos donde los hombres reflejan mayor deterioro y dependencia, en tanto las mujeres se mantienen muchísimo mejor. “Nosotras estamos estupendas”, acota la locataria, con una sonrisa.

Paty y Elena son como la Vicky y la Gaby de Mediomundo, el programa humorístico ochentero de Canal 13, pero sin la bisutería resonando como cascabel desacompasado. Hablan rápido y apenas una olvida un nombre o detalles de un hecho remoto ligado a sus vidas en el negocio de la ropa femenina nacional -“porque la gente está chata de Patronato”, acota Elena-, la otra completa la información. 

Paty lleva años trabajando de lunes a viernes, pero fue propietaria “de varias boutiques” tanto en este mall, como en el Dos Caracoles de Providencia. Elena también fue dueña en el sector oriente y en regiones. Lleva un tiempo retirada, pero quiere volver al negocio “a porcentaje, no con arriendo” por los notorios incrementos pospandemia. 

Conocen al dedillo el Apumanque al menos un par de décadas, y contradicen la impresión general de que el tiempo está detenido en el lugar. La oferta, aseguran, ha cambiado. “Encuentro que ahora hay demasiada peluquería, demasiadas uñas, demasiadas cosas de teléfono”, dice Paty. “Y a mí eso me da mala espina”.

“Aquí al frente para afeitarse los hombres -apunta con un mohín-, (el arriendo) debe costar cerca de cuatro millones de pesos mensuales”. 

“Pero eso es la droga, porque acá es tráfico de drogas”, replica Elena.

“Pero es que no sabemos”, responde Paty. “Yo no me atrevo a decir, tendría que tener absoluta certeza”.

Aún así, desliza que una clienta con nexos en la PDI “me dijo que estaban siguiendo al Apumanque por eso”.

Elena cree que siempre han habido locales de dudosa actividad. Relata que hace unos 20 años, cuando tenía una tienda “arriba, al frente, donde estaba el cafecito”, a su lado funcionaba un negocio de joyas peruanas con “harto personal” y escasa afluencia. “Un día llegamos, había unos conos y estaba Investigaciones. Se había acabado el negocio de las joyitas”.

Lo que no cambia, aseguran ambas, es que la gente se fideliza por generaciones gracias a la calidad, con compradoras incluso de más de 90 años. “Tengo clientas profesionales -relata Paty- que me dicen ‘mi mamá me compraba aquí la ropa para el colegio’, o que comentan ‘¡uy, mi pantalón de buzo va a tener siete años!’”. 

“Trabajamos con telas y manufactura nacional”, reitera, con la excepción de una línea de ropa italiana. 

“Esa es la distinción”, interviene Elena.

Patricia, de la tienda Yordall, donde la especialidad es la ropa tejida femenina, asegura que sus compradoras quieren algo “que no sea chino”. 

“Son muy baratos y mucha variedad -repasa-, pero la calidad es pésima. Acá la calidad es buena, por eso no somos baratos. Y ya casi no hay tejidos. Somos los únicos que quedamos”.

Patricia también cree que el Apumanque ha cambiado. Tampoco le agrada la oferta notoria de repuestos de teléfonos, manicura y peluquería. “Cuando llegamos había tiendas excelentes, de buena calidad, tiendas bonitas”. 

“Y lo otro es que, claro, no es por mirar en menos, ni desprestigiar, ni quiero ser clasista, pero en todas estas partes de las manos, de los pies, hay pura gente extranjera”.

—Y en la convivencia diaria, ¿en qué se traduce esa presencia? ¿Qué es lo que le causa interferencia? 

—No soy de esas personas que salen a comadrear afuera. Nunca me ha gustado ver a la gente parada en la puerta, ahí mirando, si llega gente. Eso lo he visto en extranjeros. Ayer me llamó la atención que en una tienda, había una dependiente comiendo en la puerta. 

Patricia cuenta que son sus últimas semanas en el Apumanque. “Llego hasta fin de año y me retiro”. 

—¿Y por qué se va? 

—Porque ya no quiero seguir trabajando. Este ha sido mi único trabajo. Llevo casi 48 años trabajando en la empresa. 

—¿Está cansada? ¿Aburrida? 

—Sí, mi jefe tiró líneas para otro lado y le fue mal. Invirtió en otras partes, dejó de invertir acá y no sé… Hemos estado perdiendo de vender. Esa es la verdad.

—¿Y se imagina retirada? 

 —Sí, ya estoy mentalizada y mi hijo hace más de un año que me viene diciendo. 

—¿Qué edad tiene usted, Patricia? 

—Yo tengo 73. Ya estoy pensionada hace rato. Lo que pasa es que yo tengo un grupo de amigas del colegio, todavía nos juntamos. Entonces, necesitamos más tiempo para vernos más, porque incluso con la familia, los cumpleaños, si por ejemplo yo estoy trabajando un fin de semana y alguien cayó de cumpleaños, esa persona posterga su celebración para que yo vaya. Y no puede ser.

Entre experiencia y juventud

En la semana el Apumanque es el reino de la tercera edad, combinado con clientela Gen X. Sábados y domingos los grupos familiares, los abuelos paseando nietos y, sobre todo, la presencia juvenil femenina, matizan la afluencia. Las chicas en busca de vestidos de graduación y fiesta se agolpan con nerviosa energía en las distintas tiendas, de nombres inequívocos como Party Time. 

Irma Cisterna, de la boutique Pascuala y con 30 años trabajando en diferentes locales del Apumanque, está segura de que la atención personalizada es la clave. ”En una multitienda no te pescan”, asevera. En cambio acá, si a una joven le gusta un vestido y lo desea en otro color “se puede mandar a hacer”. El público de fin de semana, observa, incluye también harta gente de regiones.

La vendedora coincide en que “ahora hay muchas uñas acrílicas y muchos salones de belleza atendidos por extranjeros”, en cambio antes el énfasis era la ropa.  

La oferta del Apumanque y sus 360 locales es heterogénea, con el recetario amplio de las antiguas galerías. Tiendas de lana, lencería erótica, ropa para niños, artículos geriátricos, librerías, tatuajes y piercing, implementos de cocina, sastrería a la medida para novios, armería, un local dedicado solo a bikinis, otro a pijamas y un tercero a calzados de cuero; varias cafeterías de generosos pasteles y, efectivamente, mucho salón de belleza atendido por extranjeros, y tiendas de electrónica con reparación y accesorios para celulares.

En el último piso, en el patio de comidas inaugurado en 1995, funciona uno de los locales más emblemáticos del Apumanque: Mirax Hobbies. Cuenta con 14 pasillos de juguetes y atractivos para todas las edades, incluyendo Barbies, rompecabezas, el clásico Monopoly, Lego, peluches, funkos, figuras de acción de Jurassic Park, Star Wars y Avengers, y vehículos a control remoto, entre múltiples opciones. 

El público, comenta el guardia de la entrada, es preferentemente masculino y de la tercera edad. Carolanis, una administrativa del local, corrobora que los hombres mayores son los mejores clientes. “Sí, más que los niños”, comenta mientras camina por un pasillo repleto de maquetas de aviones, tanques y barcos de guerra, mientras un hombre de cabellera cana y manos tomadas tras la espalda observa en detalle un modelo para armar de un tanque nazi.

Lógicamente la Navidad es un periodo de gran demanda, pero también lo es el Día del niño y los Cyber Day, pero a juicio de la trabajadora de acento caribeño “nunca estamos solitos aquí”. 

Mall Apumanque, ubicado en la comuna de Las Condes. Foto: Felipe Figueroa/The Clinic.

El Patronato high

En los 70, en la intersección de Manquehue con Apoquindo donde se emplaza el Apumanque -de ahí el nombre por ambas avenidas, aunque también se le atribuye origen mapuche-, estaba La Heladoteca. “Donde está El Faro”, precisa Ricardo Martínez, cliente del mall desde sus inicios hasta hoy. 

“Era probablemente la heladería más famosa de Las Condes”, sentencia. 

Cuando el comercio se empezó a desarrollar en la zona en torno a El Faro antes del Apumanque -”el único sector comercial que podía hacerle el peso a Providencia”-, había locales como Panamtur dedicado a diversos artilugios a pilas. “Todo estaba prendido y había un pajarito en la entrada muy característico”, evoca. 

Ricardo Martínez cuenta que donde se levanta el mall, estaba el colegio Craighouse. “Lo botaron y construyeron el Apumanque, y fue como el primer centro comercial -el más antiguo de todos-, porque después hicieron el Parque Arauco y el Panorámico. Pero este fue el primero tipo mall, que desplazó un poco a los caracoles”.

El Apumanque tuvo un efecto en el comercio relacionado a El Faro. “Los locales de los alrededores quedaron como medio desolados”, rememora Ricardo. En cambio, la oferta del Apumanque tenía un encanto de exclusividad “como cierto tipo de ropa, o cierto tipo de accesorios para la casa”. Recuerda también las bondades de librerías como José Miguel Carrera y Andrés Bello, donde “uno podía pasarse horas mirando los libros, en una época en que uno hacía ese tipo de cuestiones”.

Pero, en general, al Apumanque se iba a comprar ropa taquilla, como se decía en los 80. “El año 87-88, se pusieron de moda unas poleras con unos cómics, y esas cosas se compraban en el Apumanque”. 

“Otro ejemplo -sigue- un pantalón Fiorucci, que era un clásico-clásico con el bolsillo de atrás, que la mitad era jean, y la otra mitad como de un cuero amarillo. Todo el mundo andaba como uniformado”. 

Alejandro Contreras se compró ese pantalón Fiorucci en los 80, cuando viajaba desde Quinta Normal en la micro El Golf Matucana rumbo al Apumanque “por más de 40 minutos”. Pero también le gustaba cotizar en las tiendas de zapatillas en la calle Mar de los Sargazos, en las inmediaciones del mall “porque eran un poco más baratas”. 

Cuando era “muy chica”, a Ximena Soto le llamaba la atención El Faro. “Vivíamos en Ñuñoa, nos quedaba lejos. Era como un paseo ir a tomar helado y subirse a esos juegos como metálicos, el autito o el dinosaurio”. 

Con 43 años, Ximena recuerda que de niña la oferta de malls era reducida pero que ahí “había de todo lo que se necesitara” como la típica cartulina para el colegio, y “la lana que quería mi mamá, o la cotona para mi hermano”. 

“Ese detalle funcionaba súper bien y es lo que yo creo que sigue funcionando. Todavía voy para allá porque llevo a mi hijo a cortarse el pelo a las peluquerías infantiles que son también eternas, a comprar botones, o a depilarse”.

En la época de la teleserie Adrenalina (1996), Ximena iba al Apumanque por las calzas en los tonos fluorescentes típicos de Cathy Winter. “Había ropa distinta, ¿cachai? Siempre me ha gustado mucho la ropa, y no eran los típicos jeans que te comprabas en el shopping. Tú ahí ibas a comprar la chaqueta short y las tiendas eran chiquititas, no había producciones así de un millón de polerones iguales. Eso me llamaba la atención”. 

Carito Núñez estudió al frente del Apumanque, en el Compañía de María. “El único mall que había”, dice, un destino frecuente cuando se arrancaba del colegio, incluyendo una ocasión memorable motivada por la presencia de Felipe Camiroaga en la Feria del Disco “por una teleserie”. De niña “ahí me compraban siempre vestidos en mi cumpleaños, vestidos hermosos donde una señora alemana”. También era fan del local de Village -”las esquelas y los lápices”-, y la clásica tienda juvenil Il Gioco, una de las más recordadas del Apumanque. “Recuerdo el olor muy especial -dice-, así como de perfume”.  

Carito vive “al lado del Alto Las Condes”, pero nunca deja de ir al Apumanque. “No ha tenido como un cambio muy significativo -reflexiona-, siguen las tiendas chiquititas. Lo veo más como un Patronato high acá en el sector ¿cachai? Si quiero un vestido de fiesta, yo sé que voy encontrar allá en vez de las tiendas caras de acá al lado, y el trato es más personalizado”.

El Apumanque registra estas peculiaridades y también otras ligadas a las páginas policiales más espectaculares y sanguinarias de los 90. En plena fiebre navideña, a las 10:18 de la mañana del 19 de diciembre de 1992, se declaró un incendio en la tienda de computación Compumanque a través de un ducto de ventilación, que afectó a una juguetería. Distintas compañías de bomberos trabajaron durante diez horas para contener el fuego que se hizo particularmente violento en piso superior, con equipos de televisión transmitiendo en directo el siniestro.  

El jueves 21 de octubre de 1993 se produjo una verdadera matanza frente al mall, entre miembros del Movimiento Juvenil Lautaro y Carabineros. La acción fue la penúltima del grupo tras asesinar a varios efectivos policiales uniformados entre fines de la dictadura y los inicios de la Transición, y protagonizar secuencias de película como el rescate a balazos de Marcos Ariel Antonioletti liderado por Marcela Rodríguez Valdivieso -“La Mujer metralleta”- en noviembre de 1990, con cuatro gendarmes muertos. 

Cinco lautaristas robaron cuatro millones de pesos desde el banco O’Higgins en Apoquindo 6417, matando a un guardia. Luego abordaron un bus interceptado por un furgón de la 17º comisaría de Las Condes, a la altura del Apumanque. Un suboficial fue abatido por uno de los asaltantes detonando una balacera en contra del bus matando a tres pasajeros y tres miembros del Lautaro, dejando a otras 12 personas heridas. El vehículo, con 20 pasajeros a bordo, recibió 162 balazos. Dos policías fueron detenidos por uso imprudente del arma de servicio.

El Willy Wonka del Apumanque 

Entre otros recuerdos rescatados de su disco duro de los 80, Ricardo Martínez menciona una boutique “en el subterráneo, al lado de los flippers”, que tenía “maniquíes vivas”.

“Eran niñas de entre 13 y 16 años -cuenta- que les pagaban para que se pasearan por la boutique y los pasillos mostrando la ropa”. Las chicas eran protagonistas del lolerío que se reunía allí, junto a los estudiantes del Craighouse, que siguieron rondando el sector que había sido su colegio.  

En ese contexto, Ricardo evoca a El Gato, “un personaje legendario del barrio alto de los 80, que era un cabro que tenía como 20 años más que los quinceañeros (…). Tenía algún tipo de condición, y era muy-muy famoso, era como el líder de esa pandilla”. 

“Hoy día debe tener -sigue-, no sé, 75 años. No sé qué habrá sido él, pero el Gato era muy clásico”. 

Otro hito del Apumanque es la confitería homónima, a la que se ingresa por Manquehue. Traspasar su umbral es retroceder en el tiempo con sus vitrinas de madera y bandejas repletas de chocolates y frascos de golosinas para comprar a granel, mediante una poruña. 

“¡Así se llama la palita!”, exclama sorprendido un joven vendedor del local, al enterarse del nombre del implemento.  

Su dueño, Antonio Serrano, menciona la probabilidad de que la tienda de confites que partió junto al Apumanque, acabe con él. A pesar de ser un negocio familiar de larga data, no hay interés en continuar. Trató de convencer a una sobrina, pero no ha pasado mucho. “Sigue con la familia”, comenta con expresión resignada y encogiendo los hombros.  

Antonio Serrano confirma que proviene de la familia dueña de recordadas confiterías en el centro de Santiago en Ahumada y frente a la plaza de Viña del Mar. De hecho, estudiaba ingeniería comercial cuando la familia le encomendó hacerse cargo del local de la ciudad jardín. “Todo lo que era confites Serrano partió con mi abuelo -cuenta el heredero de 67 años – y después con mi papá y mis tíos, hasta que se vendió todo incluyendo el nombre”.

Antonio relata que estaba trabajando en Viña cuando surgió lo del Apumanque “y me tincó acá, además que yo soy de Santiago y toda la familia es de acá”. 

El por qué de mantener el local exactamente igual todos estos años, Antonio Serrano lo achaca a una enseñanza “de los viejos”, cuando la sucursal viñamarina se hizo a imagen y semejanza de la confitería capitalina. “La gente quiere todo igual, no puedes hacer mucha variación”, asegura. 

Los productos estrellas según el dueño, “son las guagüitas y las naranjitas”. “Tengo que tener todos los días”, subraya. 

Antonio Serrano recuerda que cuando se instaló en el Apumanque se llenaba de niños. Ahora, con el paso de los años, “vienen mamás con sus hijos y se acuerdan que la abuela les compraba acá. Es como una tradición venir, venir y venir”.

SANTIAGO (CHILE) 22/11/2024 – Mall Apumanque, ubicado en la comuna de Las Condes. (Felipe Figueroa)

Así se quedará

La gerente de marketing del Apumanque, Leticia Varela, cree que el éxito y la permanencia del centro comercial durante 43 años -fue inaugurado el 26 de noviembre de 1981-, obedece a su ubicación “en el corazón del sector oriente”, según responde por escrito. Menciona también la “atención personalizada en las tiendas que han estado por años”, la mixtura de ofertas “de una variedad ecléctica” y “la buena relación precio-calidad de la oferta, en relación al resto de la competencia del sector”. 

La ejecutiva revela que desde un inicio el sentido del Apumanque fue privilegiar locales comerciales “entre 25-40 mts2”, y que por el plano regulador “no es posible agrandar” el mall, lo cual, de paso, descarta a las grandes marcas de retail, con la solitaria excepción de Tricot

“Al ser de este modo -precisa- atrae a tiendas y emprendedores que quieren iniciar sus negocios de atención presencial (…) motivados también por el atractivo económico del arriendo”.

Leticia Varela coincide en que el Apumanque se caracteriza por parecer congelado en el tiempo, y que el calendario retrocede al menos un par de décadas en su interior, sobre todo si se compara con la fisonomía de los malls posteriores. “Es una afirmación que he escuchado sobre todo de las generaciones más jóvenes y creo que tienen razón -concede-. El centro comercial no tiene cine, supermercado, varias tiendas ancla o departamentos, o una gran terraza de restaurantes, que es como hoy ellos probablemente miden un mall”.

La gerente de marketing asegura que reciben pocos reclamos de clientes, lamenta la ausencia de un bicicletero en el estacionamiento básicamente por el riesgo de robo -lo cual obliga a quienes se mueven en dos ruedas a encadenar la cleta en la calle-, y cuenta de “un proceso de remodelación interior” para cambiar “el pavimento de ambos niveles del edificio”. 

“Seguiremos incorporando novedades y señalética -continúa- para ir mejorando la experiencia de nuestros clientes”. “Nuestra visión -dice en otro pasaje- es seguir manteniendo a Apumanque vivo en la mente y corazón de las personas para que el centro comercial siga vibrante, interesante y donde siempre estén pasando cosas”.

En rigor, lo que sucede en el Apumanque es la representación férrea de la tradición y las costumbres en el consumo, arraigadas por generaciones en respuesta a la calidad, en un contexto paradójico donde la ciudad cambia constantemente y los propios centros comerciales atraviesan incesantes ampliaciones y remodelaciones, como ocurre en el vecino Parque Arauco. Pero en el cruce de Manquehue con Apoquindo, no. Donde ocurrió el big bang de los malls en Chile, el tiempo parece detenido. Y en el rubro, con la excepción del Apumanque, esa peculiar oferta nadie la tiene. 

Comentarios

Notas relacionadas