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Opinión

29 de Noviembre de 2024
El tiempo que tenemos
El tiempo que tenemos

El Tiempo que Tenemos: permanecer en los detalles

Foto autor Cristián Briones Por Cristián Briones

En su columna, Cristián Briones desentraña El Tiempo que Tenemos (We Live in Time, 2024), una película que escapa de los clichés del drama romántico tradicional. Dirigida por John Crowley y protagonizada por Florence Pugh y Andrew Garfield, el filme evita las lágrimas predecibles, para enfocarse en la belleza de los detalles cotidianos. La historia plantea una poderosa pregunta: ¿qué significa vivir en el tiempo?. "Crowley y Payne eluden las trampas e insisten en lo cotidiano, incluso cuando las situaciones no tienen nada de ello, como un parto en una bencinera, unas olimpiadas culinarias o estar a las fauces de la muerte. Es el día a día", escribe.

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La primera advertencia que se debe hacer con respecto a El Tiempo que Tenemos (We Live in Time, 2024), es que la película dirigida por John Crowley no es la bomba lacrimógena detonada en una sala cerrada que pareciera ser en sus promociones. Se entiende ya a estas alturas que hay una tradición muy extensa de obras como Todo por Amor (Dying Young, 1991) o Yo Antes de Ti (Me Before You, 2016) que coinciden en una relación que está condenada a la pérdida desde el minuto uno, y por ello demandan que los espectadores estén preparados para las lágrimas. Pero no es el caso. Y es muy probable que por eso, muchos consideren este como un relato que no está a las alturas de quedarse grabado en sus corazones. Porque el resultado no es uno que agotará los pañuelos desechables llevados especialmente para la ocasión.

Pero si se le da la oportunidad, puede ser mucho más que eso.

El Tiempo que Tenemos es la historia de Almut (Florence Pugh) y Tobias (Andrew Garfield). Una pareja de comedia romántica en todos sus niveles, algunos de ellos bastante predecibles, si quieren enjuiciarlos así. Hay un meet-cute, momentos de comedia muy británicos y un bien exquisito y tradicional etc. de encuentros y momentos encantadores. Pero siguiendo el edicto del drama, el idilio quedará a la sombra de una tragedia, porque Almut padece un cáncer terminal.

Pero esa es solo la trama, y si hay una cosa que le debiéramos respetar a los británicos es que las historias más repetidas, pueden tener otro giro en sus manos. Y creo que tanto Crowley en la dirección, como Nick Payne en el guión, entregan justamente eso. Desde la forma en que la narración está estructurada, hasta cómo subvierte la expectativa de su propio argumento. El Tiempo que Tenemos está relatada de forma no lineal, con saltos temporales que guardan el respeto hacia su audiencia al no ser explicitados, y cuyo dinamismo demanda atención.

Esa salida de la zona de confort del género, ha demostrado darles nuevos aires, y se agradece a montones. Y se amplifica al entregar una dimensión más allá de la propia fatalidad a los personajes, un peso específico que si bien puede no resultar lo esperado, les dota de mucha humanidad. La falibilidad de los protagonistas es uno de los aspectos más memorables de esta película. Son personas enfrentadas a la vida, a la muerte y al amor. Que cometen errores, que dicen aquello que no debían, que cambian de opinión, que sienten y resienten, que siguen adelante. Y probablemente no destacaría tanto de no ser que las interpretaciones están en cotas tan altas, especialmente la de Florence Pugh, quien más rango debe abarcar. Desde un parto hasta una quimioterapia, en el apartado más vistoso, pero dónde arma mejor a su Almut es en lo emocional.

En su lucha interna por ser algo más que una moribunda. Un personaje cuyos pasos en falso fueron convertidos en nuevos caminos, hasta que ya no quedaron más para recorrer. Andrew Garfield tiene una tarea un tanto más ingrata, porque le toca construir a un personaje práctico y a veces demasiado sobrio, al borde de lo concreto. Y que lidia con el duelo de forma mucho menos llamativa. Y en eso se logra entrelazar con la misma película, que también se enfrasca en eso.

Muy probablemente porque decide huir de los clichés en los que debiera encasillarse, es que están ausentes los grandes gestos y los diálogos para el “clip del Oscar”. Incluso la, muy cuestionada hoy en día, “lucha contra el cáncer”. No hay lecciones sobre la forma correcta de enfrentar la muerte en esta historia. Hay reflexiones sobre cómo vivimos hasta que llega.

“We Live in Time” es un texto que me ha estado acechando desde que vi esta película. ¿Qué es “vivir en el tiempo”? Y he llegado a pensar que cualquier revisión de esta película bien puede sostenerse en esa pregunta. Ninguno de los personajes tiene un monólogo sobre esto. No hay un sabio entregando verdades en un momento emotivo mientras el tema musical de fondo va subiendo de volumen (Acotación al margen: hay que empezar a prestar atención a Bryce Dessner).

Crowley y Payne eluden las trampas e insisten en lo cotidiano, incluso cuando las situaciones no tienen nada de ello, como un parto en una bencinera, unas olimpiadas culinarias o estar a las fauces de la muerte. Es el día a día. Las carreras profesionales, ir por los niños al colegio, que se conozcan los consuegros, etc. Y es que la vida es menos esos gestos grandiosos de los que tanto vive el cine, y más esos detalles que a veces no sabemos que atesoramos en nuestro diario vivir. Puede que hayas tenido la suerte de que tus padres pagaran tu carrera universitaria, o tu boda, o que te ayudaran con el pie para la vivienda, pero son otros los momentos realmente indelebles. Y no siempre podemos ver en el cine que se les preste atención. Ese partido al que fueron juntos al estadio. Esa receta de cocina que hasta el día de hoy sigues preparando igual.

Una ayuda en la vestimenta antes de una cita, que hace que esa persona que fuiste a ver, lo note. Esa afición compartida que cuando aquella persona te falta, deja de ser lo mismo. Pero se queda. Los detalles se quedan. Puedes estar en la cúspide del éxito profesional, o en el fracaso matrimonial. Y la vida puede empezar de nuevo. O no. Lo único seguro es aquello que vivimos. Qué sentimos. Y con quienes. Y El Tiempo que Tenemos decide estampar eso en la pantalla. Son los detalles los que permanecen. 

La segunda acepción del verbo permanecer en español es: estar en algún sitio durante cierto tiempo. Eso es la vida, supongo. Estamos en un sitio durante cierto tiempo. Y luego ya no. Y eso es morir. Pero permanecer también es algo más. Es algo que resiste al tiempo. Hemos llegado a creer que los logros son lo que nos extiende en él. Aquellos trofeos tanto inmateriales como los que pueden estar sobre una repisa. Y para muchos, eso es todo. Y quizás sea cierto.

Pero esta película plantea algo más. Nos lleva a otro lugar. A pensar un momento en aquellos que hemos perdido, en esa persona que ya no está, o incluso en qué va a pasar cuando nosotros ya no estemos. Darnos cuenta que podemos temer ser olvidados, pero nos quedaremos en un gol gritado a todo pulmón, existiremos en una pelea que terminó con todos riendo y preguntándose por qué empezó, nos hallaremos en una canción mal entonada, en los lugares que compartimos, en los recuerdos que dejamos en alguien o incluso quizás, en un alguien. En la forma de una receta que será preparada de una manera específica. Permaneceremos porque estuvimos en un sitio durante cierto tiempo, rodeados de otros.

Eso es vivir en el tiempo.

Puede aparentar ser un simple detalle, pero si se lo permiten, El Tiempo que Tenemos puede convertirse en una de esas películas que con el paso de los días, meses y años, permanecerá en sus corazones y retinas.

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