Opinión
30 de Noviembre de 2024¡Devuélvannos las veredas!
"Los peatones estamos acorralados", escribe la columnista Rita Cox, quien profundiza en las complejidades de ser peatón en Santiago. Y agrega: "Entre scooters y bicicletas, excremento de perro, comercio ambulante y medidas carentes de propuestas de valor, subyace la ausencia de fiscalización y la inseguridad de los ciudadanos de a pie a quienes se nos están arrebatando las veredas. Caminar con tranquilidad por la ciudad parece ser un nuevo lujo".
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No es fácil ser peatón en Santiago. Demos por descontado que sacar el celular de la cartera es un acto temerario, una incitación al robo, entonces hay que saber administrarse camino a cualquier parte. El problema es que a la vigilancia frente a un potencial carterazo y ataque se suman, a plena luz del día, peligros y molestias en veredas que hoy son todo menos espacios para caminar y mucho menos para hacerlo en paz. Los peatones estamos acorralados.
¿Qué debe pasar para que los conductores de scooters eléctricos entiendan que deben circular por las ciclovías o por la pista derecha de la calzada? ¿O es pelea perdida? El rayado de cancha está bien establecido en Ley de Convivencia Vial, lo mismo que la velocidad máxima. Pero es letra muerta. Unas cuadras bastan para terminar con los nervios de punta, agotada de esquivarlos. Con no pocos ciclistas pasa lo mismo. Con ambos ocurre que el reclamo les es indiferente. No se dan por aludidos. Increpar a uno u otro es comprarse una pelea segura o hacer el loco: suelen andar con audífonos, lujo que he decidido no darme luego de que una rueda pasara arriba de uno de mis pies mientras avanzaba en línea recta y escuchaba música. La explicación de la mujer que me aplastó con su patineta fue “perdona, pero te toqué la bocina”.
Claro: en la calle son el eslabón más débil, pero en la vereda es al revés. El asunto se reduce a una cuestión de poder.
Los scooters tirados en cualquier parte, incluidas entradas de autos de casas y edificios, antejardines y espacios verdes de uso comunitario, son también molestos y un abuso de confianza, además de una deuda por parte de las empresas operadoras que debieran ocuparse de implementar tecnología que impida cerrar el cobro sólo cuando el aparato esté bien estacionado.
A fines de agosto de 2023, los scooters de uso público de París, administrados por Lime, Tier y Dott, salieron de circulación tras una consulta popular que no tuvo gran concurrencia, pero que de todas formas fue definitiva. No solo los accidentes pesaron en el 90% de las preferencias por eliminarlos. También el cansancio de los peatones parisinos de verse obligados a andar evadiéndolos y verlos tirados en cualquier parte. Lo mismo ocurrió hace unas semanas en Madrid.
Santiago, París y Madrid. Todo indica que se sumarán más ciudades a quejas y acciones. Lamentable. Nadie podría negar que es necesaria la intermodalidad y proveer a la ciudad de buenos servicios e infraestructura que permitan una alternativa al auto. Pero no a costa de los peatones.
Los ciclos, como se dice en la jerga, no son el único enemigo. Si en Valparaíso los excrementos de perro en calles y veredas han sido un problema histórico debido a los animales sin dueño, desde no hace mucho observo que en Santiago proliferan las bolsitas de colores con caca. En ocasiones se ven montones de ellas depositadas en un mismo lugar. Cerritos de coloridas bolsas con caca. El arte de los amigos pet friendly incapaces de llegar hasta un basurero. En otra columna prometo abordar el gran dificultad que implica esa gestión de residuos de mascotas (12.482.679 perros y gatos con dueños, según cifras de la Subdere). Mientras, manifiesto que las bolsitas repartidas por ahí me parecen una barbarie. Lo digo con la autoridad que me otorga tener un perro y el convencimiento de que me niego a vivir en una ciudad sepultada de excrementos.
El comercio ambulante. Otro dolor de cabeza. Desde hace unos días la atención la han concentrado los bolones de concreto dispuestos sobre la vereda del Costanera Center, por Av. Providencia. Una estrategia de copamiento de la municipalidad para erradicar los pañitos con todo tipo de productos a la venta que cunden en la zona y se extienden hacia Luis Thayer Ojeda y hasta la salida de estación Tobalaba, generando constantes tensiones, además de competencia desleal para los comerciantes formales. No duró mucho la efectividad del plan. Ya se han visto entre esferas puestitos listos para arrancar.
El tema ha escalado a las declaraciones. A través de su cuenta de X, la concejala Macarena Fernández informó que la instalación fue materia de discusión en el Concejo Municipal y varios concejales manifestaron su rechazo. Fernández atribuyó la idea a Katherine Martorell, asesora de seguridad de la comuna.
En lo teórico, la determinación tiene respaldo en “la arquitectura hostil” o “urbanismo defensivo”, que, en palabras del arquitecto y urbanista Pablo Allard es una tendencia creciente que toma medidas de diseño urbano en los espacios públicos para desalentar su uso indebido. Partió, acota Allard, en Estados Unidos y Gran Bretaña para inhibir a los skaters haciendo piruetas sobre veredas y mobiliario público. Luego avanzó para restringir a las personas en situación de calle y el comercio informal.
La Municipalidad de Santiago ha buscado lo contrario de lo hostil para enfrentar los pañitos que se instalan en la vereda del Museo Nacional de Bellas Artes durante los fines de semana; una feria de “emprendedores”, según se lee en varios logos identificadores, donde se ofrecen desde piezas artesanales hasta productos hechos en China. Se entiende que sus vendedores intentan sacar adelante sus pequeñas economías de sobrevivencia y que darles un espacio formal pretende apoyarlos en eso y ordenar lo que hace unos meses era solo una feria libre frente al museo más importante de Chile. No obstante, es muy probable que solo el primer objetivo se esté cumpliendo, ya que junto a los puestos uniformados se establecen igual comerciantes informales con chimuchina plástica, ropa y libros usados.
El resultado es una vereda caótica. Una cuadra preciosa, ruta obligada para los turistas extranjeros que pasan por Santiago, se ve descuidada y obliga a transitar a tropezones. Distinto sería si en ese espacio público se encontraran stands bien diseñados con piezas bajo una curaduría consistente, que realmente subrayaran la vocación de zona cultural y creativa del barrio. Por el contrario, de allí se sale con la angustia que genera la precariedad de lo hecho al lote. Entre scooters y bicicletas, excremento de perro, comercio ambulante y medidas carentes de propuestas de valor, subyace la ausencia de fiscalización y la inseguridad de los ciudadanos de a pie a quienes se nos están arrebatando las veredas. Caminar con tranquilidad por la ciudad parece ser un nuevo lujo.