Opinión
6 de Diciembre de 2024La Habitación de al Lado: sobre los vivos y sobre los muertos
El columnista de The Clinic, Cristián Briones, escribe sobre La Habitación de al Lado, el primer largometraje en inglés de Pedro Almodóvar "Almodóvar ya repasó su vida. Ahora está figurativamente enfrentando la muerte, y decide hacerlo desde un lugar aparentemente más frío de lo esperado, apreciando las memorias de aquello que le ha construido, y con las que hoy día le cuesta tanto reconocer en dónde estamos como sociedad. Puede distinguirse un cansancio, un hastío ahí . La mirada del mundo de un artista puede tener siempre los mismos tonos y colores, los mismos ritmos y sonidos", escribe.
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Ingrid (Julianne Moore), es una escritora que se reencuentra con una vieja amiga, Martha (Tilda Swinton), quien aquejada de un cáncer terminal, ha decidido partir en sus propios términos. Y le pide a Ingrid que la acompañe cuando ocurra, pero en un habitación cercana para evitar involucrarla en un posible delito. Ingrid le tiene pánico a la muerte. Martha arrastra una soledad que considera consecuencia de sus propios actos. Ambas sin pareja, mujeres independientes y cultas, se embarcarán en largas conversaciones sobre sus pasados y como cada una de esas memorias las enfrentan indirecta y directamente, al fin de todo. Desde James Joyce hasta Edward Hopper, esos recuerdos están marcados por el arte, su influencia en la vida y su observación de la muerte.
La Habitación de al Lado (The Room Next Door, 2024), es el primer largometraje en inglés de Pedro Almodóvar. Y sí, la tentación de recurrir al “traduttore, traditore” para intentar justificar aquello que no funciona en esta película es enorme. Pero haré mi mejor intento de ignorar que algo se pudo perder en la escritura del guionista y director, al pasar del español al inglés y trataré de ahondar lo más posible en este nuevo, aunque a veces errático, intento por parte de un cineasta longevo de contemplar la muerte.
Es curioso, porque sólo hace un par de semanas teníamos en cartelera otra película con una temática similar, El Tiempo que Tenemos (We Live in Time, 2024), pero cuyo enfoque era totalmente emocional y por ende, a mucha distancia de la ganadora del León de Oro de Venecia de este año. Nos topamos con “una de Almodóvar” que llega desde un lugar muy distinto al que el maestro español nos ha acostumbrado. Esta es una mirada desde las humanidades, intelectual, si se quiere. Y con un profundo aprecio por las artes que nos definen, y con las que hemos ido moldeando nuestra aproximación al mundo. No sólo en la forma de armar los elementos en pantalla, si no desde su fondo temático. Porque sí, hay cosas evidente e innegablemente “almodóvarianas”: protagonistas femeninas fuertes, la fotografía con atención pictórica de Eduard Grau, el diseño de producción, la siempre exquisita música de Alberto Iglesias, y varias de las inquietudes que ya hemos visto en su filmografía. Esta sigue siendo una película de Almodóvar. En toda ley.
Pero Pedro Almodóvar ya no es el mismo.
Y esto va más allá de cambiar de idioma. Tal como muchos directores en los últimos años (Spielberg, Scorsese, Eastwood, Cuarón, Brannagh), el paso del tiempo lo llevó a revisar su propia historia. Dolor y Gloria (2019) es una obra inmensamente personal. Haciendo recovecos para evitar ser una autobiografía, en el plan de Roma (2018) o Belfast (2018) o The Fabelmans (2022), el director hispano, en ese entonces de 70 años, se zambulló en su arte de forma expresa, en aquells amores que le forjaron y en los demonios que le acechan. Y viendo los cuatro trabajos posteriores a ella, funcionó casi al nivel de un exorcismo al respecto. Sólo Madres Paralelas (2021) parece ser una mirada a las heridas abiertas de su amada España. El resto coinciden todas en ser una búsqueda.
Porque Almodóvar ya repasó su vida. Ahora está figurativamente enfrentando la muerte, y decide hacerlo desde un lugar aparentemente más frío de lo esperado, apreciando las memorias de aquello que le ha construido, y con las que hoy día le cuesta tanto reconocer en dónde estamos como sociedad. Puede distinguirse un cansancio, un hastío ahí . La mirada del mundo de un artista puede tener siempre los mismos tonos y colores, los mismos ritmos y sonidos.
Pero cuando el mundo ha cambiado tanto, ha ido tanto a un lugar que el autor simplemente no puede procesar, se produce un agotamiento muy irreconciliable. Llega el cinismo. Basta notar la conversación sobre el sexo que Almodóvar plantea acá. Desde la renuncia al contacto y al placer físico, hasta su uso como escudo para insensibilizarse frente a las atrocidades que la humanidad comete contra sí misma y contra su entorno. Damian (John Turturro), ex amante de ambas protagonistas y un papel que asoma como la voz manifiesta del autor en pantalla, plantea que el sexo fue importante para él, pero que hoy sólo le queda la desazón. Desde la academia, desde el corazón de los artistas que buscan cultivarse, todo se ve perdido. Es cautivador, aunque con muchos ripios narrativos, este aspecto del guión, que el enfrentamiento a la muerte no es sólo personal, es colectivo.
La guerra, el desastre ecológico. Desde compartir la muerte como acto, pasando por pararse en los podios perdiendo la voz clamando advertencias que ya han caído de forma definitiva en oídos sordos, hasta llegar al lugar de la desesperanza absoluta, y con ello, el siguiente paso. Frente a esto, lo que el cineasta español rescata son dos cosas: la primera es la conexión humana, la segunda es el aprecio por las artes y las humanidades. El primer aspecto pudo desarrollarlo mucho mejor.
Quizás tiene más interés en el planteamiento sobre cómo podemos usar ese arte que nos conmueve para que el mundo sea menos hostil, que en desarrollar un vínculo entre las propias protagonistas y con la audiencia. Almodóvar pareciera detenerse en la arquitectura, en los libros, las pinturas, incluso llevando a Victoria Luengo (la protagonista de la excelente Antidisturbios) apenas para estampar un homenaje a ‘Christina’s World’ de Andrew Wyeth, un ejemplo vívido del apego que quiere profesar: que esas obras de arte son las que más resuenan cuando se acerca el final.
Esto último no implica bajo ningún punto que Moore y Swinton vean sus talentos desaprovechados. El desarrollo de sus personajes y sus interpretaciones están a la altura de las tremendas actrices que son. Pero se puede percibir que eso viene más de un guión que de la ejecución narrativa. El largo tema de la muerte es una conversación en muchos niveles, pero en el caso de Martha e Ingrid, es uno explícito y no es si no hasta el tercer acto en que recién la dimensión humana empieza a aflorar, y cuando lo hace, bien podemos quejarnos de que no estuviera presente en la hora y algo anterior. Que se hubiera hincado el diente en la corresponsal de guerra, o en la escritora que teme, y aun así es capaz de llevar las tragedias del resto. Pero siempre ha sido un error pedir que las películas sean algo que nosotros queremos y no dejar que quién está detrás de ella cuente su historia.
Y el español tiene algo que contar. Hay un interés sobre el fin de la existencia que lo desasosiega y deja el relato errático, pero sincero. Qué es lo que muere y qué no puede morir. Qué no podemos dejar que se apague y que estamos viendo extinguirse sin poder hacer mucho al respecto. La Habitación de al Lado tiene tintes de ser una ensordecedora catarsis en el gesto de permanecer sereno ante todo ello.
Almodóvar se decide abiertamente por tomar el proverbial toro por las astas. Por instalar sus esperanzas en que la siguiente generación, que como sea será una consecuencia de nuestros actos, sea capaz de perdonarnos. Comprender, en alguna medida, nuestra ausencia al momento de comprometernos. Tenga la posibilidad de heredar aquello que sí nos impulsó, incluso en los momentos más oscuros. Inscribe una declaración al reinventar aquellas palabras, colores, imágenes, notas musicales. Todo eso que parece ser el único legado amable que estamos dejando: el tomar aquellas obras de arte, en esas humanidades que nos dieron humanidad, que nos definieron como personas primero y alguna vez como sociedad, y abrazarlas hasta convertirlas en algo propio y luego tener el privilegio de poder compartirlas “al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”, en ese final, cuando la Muerte ya haya visitado una habitación cercana a la nuestra.