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Entrevistas

22 de Diciembre de 2024

Rodrigo Fluxá, escritor: “El sistema de medios no está moribundo, está muerto”

“Corazón Partío”, el nuevo libro de Rodrigo Fluxá, relata la historia de cómo un grupo de agentes del Estado organizado se dedicó a asesinar a homosexuales en Arica durante los primeros años de dictadura militar y de cómo se logró identificar a una de las víctimas, cuyo apodo da nombre al texto. El periodista también cuenta por qué se demoró 12 años en encajar las piezas y por qué nunca se planteó abandonar el caso. En esta entrevista aborda, además, la polémica en que se vio envuelto por el podcast “¿Quién mató a Anna Cook?” y muestra su pesimista visión del oficio periodístico y los periodistas en estos días: “Esto es terminal”, afirma.

Por Jimena Villegas
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“Corazón Partío”, el nuevo libro del periodista Rodrigo Fluxá Nebot (44), no es poético ni se llama así en homenaje a la balada de flamenco y pop, escrita en 1997 por el cantautor español Alejandro Sanz. Tampoco es una etiqueta que lleve a festejar a un ser humano enamoradizo. No, “Corazón Partío” es -observa Fluxá- un apodo. Y, como tantos otros sobrenombres que circulan en la cultura callejera chilena, su sentido es completamente literal: el “Corazón Partío” tuvo existencia y nombre propio. 

Se llamó Carlos Bravo Gallegos, vivió en Arica durante los años 70, y logró sobrevivir gracias al buen hacer de un médico que lo salvó de la muerte tras el ataque con arma blanca que le partió en dos el corazón. Pero Carlos Bravo Gallegos no pudo contra un comando regional hasta hoy semi desconocido y denominado CIRE, que se creó en esa ciudad, durante los primeros tiempos de la dictadura militar. El “Corazón Partío” falleció asesinado a manos de agentes de inteligencia, pero no por ser de izquierda, sino por ser homosexual. Y el nuevo libro del periodista Rodrigo Fluxá buscó, contra todos los elementos, entre ellos el desierto, el olvido y la vergüenza, reconstruir su historia.

Doce años de investigación periodística le tomó atar suficientes cabos y hacer calzar piezas, como para poder lanzar su octava publicación individual, “Corazón partío. Gays perseguidos y asesinados en dictadura” (Catalonia). Le ayudó en el cometido el periodista Sebastián Palma. Antes de comenzar a mostrar los hechos, con fechas hacia adelante y atrás, como lo haría quizá un diario de vida no lineal, el texto advierte: “Los eventos relatados están respaldados en entrevistas grabadas a más de 100 personas, más de dos mil páginas de expedientes judiciales y tres cuadernos de notas que el autor utilizó como bitácora”. 

Visto, entonces, desde una perspectiva solo numérica se trata de un trabajo monumental. Y lo es también si se considera que, para partir, Fluxá no tenía casi nada, salvo la tosca reconstrucción de una cara, hecha por el Laboratorio de Criminalística (Lacrim) de Arica y Parinacota, que él vio publicada en una página cualquiera un día cualquiera en el diario La Tercera. Esa misma cara, ahora coloreada, es la que ilustra la tapa del libro, con un dato debajo: es el informe de reconstrucción facial número 71, hecho por la sección de dibujo y planimetría. La hizo un experto que estaba a punto de jubilar de la PDI. 

Lo paradójico, y quizá también un poco monumental, es que “Corazón Partío” es un libro corto: tiene apenas 119 páginas. En ellas, el autor despliega datos, reconstrucciones, diálogos, perfiles y declaraciones, para armar un arco de asesinatos realizados por individuos fichados por el Estado de Chile y que bien podría servir para una novela de ficción policial. Pero no es fábula, porque los muertos están ahí. 

Este libro habla de tres personas de las que se conoce, una de ellas es Carlos Bravo Gallegos. Perfectamente podrían ser más: “Hay otras dos que sabemos que no están, pero no tenemos los cuerpos ni figuran en el informe Rettig”, afirma el periodista. También está muy claro que hubo agentes operando. Son efectivos de las Fuerzas Armadas que constituyeron este Centro de Inteligencia Regional (CIRE), del que el sitio Memoriaviva.com da muy breve cuenta. Un reportaje, que el propio Fluxá publicó para el diario El Mercurio en 2017, afirma: “A la PDI le tomó casi un año dar con la planilla total del CIRE de Arica, una decena de nombres que tenía gente del Ejército, Carabineros y dos de la Armada: Héctor Morales y Bernabé Vega, quien, al menos en el papel, era el segundo a cargo, por su trayectoria”.

Fluxá tuvo soportes en esta investigación. El soporte de algunas casualidades, el de la perseverancia propia y el de una joven detective. A Rosa Otárola le asignaron un primer caso de un cuerpo encontrado al azar y que resultó ser una desaparecida uruguaya. Desde ahí se fue derivando en los demás. Sin sus ganas y su necesidad de éxito nada podría haber sido. 

Los asesinos que periodista y policía buscaron e identificaron eran Vega, que se había transformado en pastor, y Morales, quien vivía en una zona rural de la VI Región y al comienzo negó todo. Ambos fueron hallados culpables, aun cuando su paso por las rejas fue exiguo. Dice el libro: “Como ninguno de los acusados tenía condenas ni detenciones previas, el juez los condenó a cuatro años, conmutables con el beneficio de libertad vigilada”. Entre los dos, pasaron apenas 18 días presos. 

Sentado una tarde de diciembre en su casa, Rodrigo Fluxá afirma: “A los gays los metían al camión y los dejaban como 40 kilómetros afuera de Arica, en el desierto, para que se volvieran caminando. Eso les permitía hacer un chiste: Ah, tienes los zapatos gastados, eres gay”.

—Qué crueldad.

—¡Que crueldad! Yo no sabía que algo así fuera una práctica. Es tan banal el mal que se muestra en el libro, ni siquiera es parte de un plan maestro.

—Lo que se refleja en el libro es que hubo una política sistemática en contra de los homosexuales en Arica durante la dictadura.

—Sí, la hubo y fue una orden expresa, porque se repetían los eventos. Un caso puede ser casualidad, dos ya es tendencia, pero tres es tema. No me gusta hablar en absolutos, pero en Arica fue completamente sistemático y a prueba de desmentidos. Algunos terminaron en muerte y otros, no sabemos cuántos, no. Tampoco sabemos si pasó en otros lados. O, a lo mejor, dependió de que el capitán a cargo tenía un tema no resuelto con eso y fue solo en esta ciudad. 

—¿Por qué una investigación tan extensa derivó en un libro tan flaquito?

—Me gusta decir que está desprovisto de adornos. La historia es tan inusual y potente que realmente sentí que no tenía que adornarla. Bastaba casi con contar lo que me pasó en estos 12 años. ¿Para qué inflar el texto, que es lo que pasa muchas veces, sobre todo en el nivel periodístico? Además, hay muchas cosas, y esto lo he pensado harto, que en el mundo nuevo de la comunicación ya no tienen sentido. Por ejemplo, las descripciones. Entonces, salvo cuando se trata de un detalle muy singular, trato de no entrar en eso.

—Saber que se demoró 12 años da para pensar que pudo ser bien frustrante y que pudo abandonar muchas veces.

—No me hubiera planteado botarlo, porque me sentía demasiado adentro. Y, bueno, cosas como los exámenes de ADN siempre son muy frustrantes dependiendo del resultado. Literalmente, te enteras por una hoja si una persona es o no pariente de otra persona, y yo estaba tan encima que, muchas veces, me enteraba antes que los propios parientes. Entonces sentía el peso de esa información, y cuando estoy metido en algo así es difícil salir. Una de las preguntas que estaban ahí es: ¿por qué uno hace esto, por qué alguien va a estar 12 años haciendo esto que no es normal?

—Sí, ¿por qué?

—Pero es que hay otra pregunta, que es más complicada: ¿por qué haces esto y con esto? Es decir, primero, por qué eres capaz de pasar 12 años haciendo esto y por qué con esta historia de todas las historias posibles. Tiene un poco que ver, yo creo, con las cosas que te hacen levantarte en la mañana. Todos tenemos una fuerza que hace que no te que quedes acostado. Yo encuentro una maravilla que exista esa fuerza y siempre vivo con el miedo a que desaparezca. La verdad es que nunca me lo había preguntado, había sido mucho más autómata. Es como que esto me interesa porque me interesa y lo hago porque es mi trabajo. Igual, me impresiona ver la seguidilla de días. Porque algunas cosas del libro fueron como una vida.

Hay una persona que persevera casi tanto como usted, la detective Otárola.

—Bueno, ella está obligada a perseverar.

—Usted, en algún minuto del relato, empieza a habla de usted mismo, como en tercera persona. 

—Es que hay un narrador y traté de tratarme como un personaje.

—¿Y por eso elige hablar de usted como “el periodista”?

—Hice esa opción primero porque realmente encuentro que yo soy un engranaje en una pieza mucho más grande y no quería que, solo por yo ser el narrador, mi pieza en este engranaje tuviera más importancia que otra. Pero también porque necesitaba verme con alguna distancia para hacer estas preguntas. ¿Por qué partí? ¿Por qué vi ese número y por qué llamé? Pienso que es un poco pretencioso, pero es tanto el tiempo que ha pasado que realmente he tenido que hacerme preguntas.

—Usted persigue una historia muy única. ¿Cuánto operó su ego?

—Por eso está este pensar en cuáles son los motores. Al principio, me acuerdo todavía de la emoción de salir firmado en el diario, pero ese mareo suena supertonto ahora.

—¿Le parece tonto?

—Digo, porque ya nadie lee un diario. Al principio es un motor superbueno que te digan que eres bueno, pero me empecé a quedar sin bencina como a la mitad: ¿qué más hay? Entonces, se empiezan a hacer más delicadas las preguntas: “Ya, ¿pero por qué este caso? ¿Por qué te emociona esto y no te emociona esto otro?”

—¿Y qué tenía para usted este caso? 

—Inicialmente es la historia de un muerto que nadie sabe quién es. Se sabe que lo mataron. Se sabe por qué lo mataron y se conocen algunas características suyas. Para mí, es estadístico. En todo este océano de temas posibles se prenden de repente unas luces. Mi impresión es que, por una cuestión de personalidad, desde chico he sido siempre muy cerrado, no me gusta emocionarme, me es muy incómodo. Después lo fui logrando, pero igual te hace un poco cínico, porque estoy siempre como desatachado de las situaciones. Eso ayuda extrañamente a veces para ser periodista, porque hay que mantener una distancia. Mi impresión es que, inconscientemente, como estoy incapacitado de esos sentimientos, estas historias tienen unas rarezas, unas pequeñas imágenes que me hacen sentir un poco, y digo: “Ah, acá hay algo. En este conflicto hay algo verdadero”. 

—¿Y entonces sintió algo?

-Me paso siempre tratando de no sentir nada, y aquí sentí una cosa interesante. Hay una persona que estuvo en un hoyo 40 años, y la vida siguió como si nada y nadie lo reclamó. ¡Qué susto! Es como el terror máximo, desaparecer y que después la vida siga funcionando como si nada.

—Encontró el caso leyendo el diario.

—Salía un aviso con una cara muy rara, porque no era una foto, pero tampoco era un dibujo. Y decía que, si alguien tenía información de esta persona en los años 70, escribiera a un mail o llamara a un teléfono. Lo vi y llamé, pero no me dijeron nada. Después tuve que ir a Arica y fui a hablar con el juez. Inicialmente pensé que era un caso suficientemente importante, porque no había registro en ninguna parte. Y después de la publicación del reportaje fue creciendo, me vi literalmente en el medio del tema. Había una responsabilidad.

—Pudo ser que usted no hubiera seguido el hilo. Ahí ya hay un 50 y 50 de posibilidades de sí o no.

-Me sentí un poco artífice de un avance. Eran familias que estaban en sus casas y que habían cerrado ese capítulo en sus vidas. Vieron esto y dijeron: “Tenemos una herida entre nosotros y nos hemos estado haciendo un poco los locos”. Como familias estas personas, muy inicialmente, sentían vergüenza de preguntar por un familiar gay.

—Uno de los aciertos de esta investigación fue detectar este patrón. Hubo asesinatos de homosexuales por parte de agentes del Estado en Arica y se sabe muy poco. 

—Es por esto mismo. En general, los casos de detenidos desaparecido los empujan siempre los familiares de las víctimas. Los deudos han sido el motor siempre para que los temas no se olviden. Pero acá no había nadie empujando y eso era muy escalofriante. ¿Por qué no había nadie empujando por estas personas? Y no, porque no sabían qué les había pasado y les daba un poco vergüenza. Después, el hermano de uno de los desaparecidos se murió sin saber lo que le pasó a su hermano. Lo encontré atroz. Nunca había conectado las partes. Es distinto leerlo en un informe que ver a alguien vivo y después muerto sin una respuesta. Eso te aterriza el peso de historias que uno ha escuchado tanto que, a veces, se despersonalizan. Pero fue una de las razones por la que tampoco podía abandonar.

—Pasa que los críticos, esa gente no tan adepta, se quejan: ¿para qué seguir desenterrando estas historias, que solo hace daño y dividen?

—Yo los pondría frente a las familias de estas personas. Los fallecidos ni siquiera eran militantes políticos, estaban literalmente pasando por ahí. Y se tomaron esta atribución y los mataron. Si, idealmente, sobre todo en los tiempos que vivimos, esto sirve para mirar de nuevo con otros ojos historias muy contadas, qué bueno. Están contadas en primerísima persona, porque yo las vi. Sería una meta cumplida, porque traté siempre de que se sintiera no como otro libro de dictadura, sino como en el presente. 

—Es otro riesgo, que se piense que este es otro libro más de dictadura. Así como se dice: “Otra película más de dictadura”.

—Lo entiendo, y es otra de las razones por las que lo hice así, en presente. El interés humano se desgasta, y acá hay un ala nueva. Entonces que se leyera como otro libro más de dictadura sería la peor señal. Están todos los esfuerzos para que no sea eso, para revivirlo con ojos nuevos. Siento que soy demasiado periodista, incluso cuando hago series me sigue matando la novedad, que necesito lo nuevo. Y el libro tiene novedad en ese sentido, son cosas que ni siquiera se sabía que habían pasado. 

—Usted hizo esta investigación y sumó nombres a la lista de casi 1.100 desaparecidos en Chile.

—Es brutal. Pero está el Plan de Búsqueda y este caso entró, gracias a la investigación, dentro del radar del plan de búsqueda. Hay gente analista que cree que lo que pasó en Arica pudo pasar en otras partes. Por eso es importante seguir difundiendo la cara, por si a algún otro familiar le paso, y dice: “Tenemos este tema del que no se habla en la casa, pero están pasando cosas”. Puede ser que, con un cambio de gobierno, por esta neo ola de relativización de estos casos, el Plan de Búsqueda sea de las primeras cosas bajo la lupa para no gastar plata. Pero esto demuestra que aún hay trabajo por hacer. Sería un fracaso de Estado dejar de buscar a los desaparecidos y tirar la esponja.

Rodrigo Fluxá encontró la punta de la historia de “Corazón Partío” en una esquina perdida de un diario. En aquella época, él trabajaba para El Mercurio: “Llegaba a la redacción y leía todo para comenzar el día. Lo ideal es buscar en la calle, pero mejor eso que ver Twitter”, afirma hoy. Él sabía que las noticias en las zonas superiores de las páginas de la prensa chilena las miraban sus compañeros, por entonces -afirma- un equipo de unas 15 personas. Él, para diferenciarse, buscaba en los rincones poco cotizados por los demás. 

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Hoy -dice Fluxá- ver grandes equipos en una sección de diario es escaso, las redacciones se han vuelto pequeñas. Hace una década, cuando él empezó esta carrera por conocer la identidad del “Corazón Partío”, todavía no se habían sucedido la caída de los diarios en papel, la consolidación de la prensa digital, la arremetida de las redes sociales, ni la instalación de la inteligencia artificial. 

En esos años, el oficio que Fluxá Nebot estudió en la Universidad de Chile todavía ejercía de puente entre las distintas capas de la sociedad. Ese oficio era más parte de la solución que del problema. Él solía ganar premios por sus reportajes en la revista “Sábado”. Eran textos armados para ser periodísticamente indestructibles, como el reportaje que dio origen a “Corazón Partío”. Otro de esos trabajos, en coautoría con otros periodistas y titulado “Las acusaciones contra Herval Abreu” (2018), acabó con la carrera de quien era llamado “el zar de la televisión”. 

Hoy, Fluxá crea guiones para series audiovisuales, escribe libros y desarrolla podcasts, todo de no ficción. “¿Quién mató a Anna Cook?” (2023) provocó polémica. Artista chilena, diseñadora gráfica y DJ, Cook se llamaba realmente Ana María Villarroel. Murió el 2 de agosto de 2017 a los 26 años. Su caso llamó la atención del periodista, quien fue invitado a explorar un relato en podcast. Aun cuando la fiscal, Mitzy Henríquez, determinó que la causa de muerte fue una sobredosis de drogas, sin intervención de terceros, grupos como La Colectiva Justicia para Anna Cook cuestionaron el contenido: están convencidos de que ella, quien presentaba signos de violación y tenía costillas rotas, fue asesinada. 

Fluxá afirma: “Ella vivía al lado de mi casa. Había cosas. Por ejemplo, que al final de las fiestas se daban ravotril o clonazepam. Ahí dije: Algo pasa aquí, no es lo que yo recuerdo de los finales de fiesta”. Los casos -dice el periodista- siempre “te llevan donde te llevan y a ella le pasó lo que le pasó y no lo que creen que le pasó” y agrega: “No creí que, después de 18 años de carrera, iba a tener que estar dando explicaciones y diciendo: Oye, esto no es un homicidio. El homicidio no ocurrió nunca y toda la gente que sabe de esto, incluido el fiscal, lo sabe”. Fluxá añade que tenía tan bien mapeado todo que sabía que había un riesgo de funa, y la hubo.

—¿No le importó exponerse?

—Al revés. Encontraba que la historia de Anna Cook valía la pena por el riesgo y no a pesar del riesgo, porque contaba algo importante. Algo importante de cómo estamos funcionando. Obviamente que fue un desagrado que a parte de mi equipo le gritaran en la calle o le pegaran una encerrona. He tenido que ir a declarar a fiscalía. Sigue andando una maquinaria del absurdo, donde nadie que es parte dice: “Paren la tontera”. Pero es porque hay grupos de influencia muy agresivos. Pero tampoco me quejo. No me quejo nunca.

—Su especialidad son los crímenes. ¿Por qué?

—No lo veo así, pero no sé. Entré a este tema como cualquier otro. Me interesan otros temas. Ahora, ¿este es un libro de un crimen realmente? Sí y no, porque hay otra aproximación y no es como “Usted sabe quién”, el libro de Viviana Haeger. A mí me interesan las cosas que van debajo de la anécdota policial, no soy Carlos Pinto.

—No es primera vez que dice eso. ¿Qué le pasa con Carlos Pinto?

—Es que me da risa eso de “eres un periodista de crímenes”. Soy un periodista nomás. El origen de esto no pudo ser más fortuito. Me interesan los temas donde el conflicto esté nítido y es imposible más nítido que con los deportes y los crímenes, porque uno ve las dos fuerzas en conflicto. El asesino y el asesinado o Colo Colo y la U. de Chile. En términos narrativos es atractivo. Ni siquiera hay que esforzarse en descubrir, porque el antagonista y el protagonista ya están ahí.

—¿Fue doloroso no haber podido llegar con esta historia para los 50 años del Golpe Militar?

—No, no fue doloroso. O sea, uno tiene pensamientos de bajeza, pero tampoco podía hacer mucho y, en realidad, quizás fue mejor separarse del evento de la conmemoración grande. Hay una fantasía instalada ahora, que los periodistas tenemos un plan maligno para no sé qué, y uno tiene demasiados menos caminos de lo que la gente cree.

Es como con esta historia, que iba para un lado y daba lo mismo lo que yo quisiera. Lo que uno tiene que hacer es lo que pide la historia. Antes hice un libro de Zamudio y la historia fue por otro lado. No tenía un plan homofóbico en ese tiempo, ni ahora tengo un plan de nada. Las historias tiran para donde tiran y la pega es no pelearlas. Cuando uno lo hace bien, cuando uno tiene un método y vives por ese método y no acomodas el método, no tienes el control.

—¿Y cómo es su método?

—Es trabajar. Tú no eres más grande que la historia. La historia se acaba cuando se acaba. Habla con todo el mundo. No sé ahora, pero hace cuatro años había discusiones en redacciones sobre si se tenía que entrevistar o no a los victimarios, sobre si esa era una voz válida de salir, y no era en pocos medios. A mí me gusta tener unas reglas, que son como el juramento hipocrático, y yo sigo estas reglas porque soy periodista y me da tranquilidad. Antes las seguía mucha más gente y ahora no las sigue casi nadie. 

—¿Esa falta de respeto por estas reglas lo hizo renunciar a los medios?

—No. Lo que me pasa es que las redacciones de los diarios ya no existen. Trabajar en medios me permitía tener un sueldo y armar equipos. Hace siete años yo ya estaba dando la lata con que eso se iba acabar, era evidente. Lo más triste es ver cómo empezó este libro y cómo termina. Yo no podría hoy estar en “Sábado”, buscando artículos en la prensa. 

—Eso, dice usted, ya no existe.

—Ya no existe. Eso se acabó, colapsó en los medios escritos y va a seguir colapsando. Esto es terminal. La caída de los medios ha sido ante nuestros ojos y hay gente que sigue en la fantasía de que no está pasando.

Por eso era súper interesante la polémica que se hizo en el Washington Post. Su nuevo dueño, que es Jeff Bezos, decidió que el diario no iba a apoyar a ningún candidato presidencial y la redacción del Post se volvió loca. Pero, entre medio, Bezos al que detesto, porque obviamente no tiene ningún interés en el periodismo y es literalmente un multimillonario como los de Superman, escribió un editorial como diciéndole a su equipo y a toda la gente: “Lo que están pensando ustedes ya no existe. Nosotros ya no tenemos efecto y hay que partir por asumir donde estamos. Si no nosotros apoyamos o no a un candidato…”.

—¿No le importa a nadie?

—No le importa, y quizá era hasta contraproducente apoyar a alguien en ese momento. Porque, si tú eres un medio y ya tienes poca credibilidad, vas a tener a la mitad gente que piensa que estás mintiendo, y es un problema grave. Bezos, que es de afuera, tiene razón. Y quejarse no es una estrategia. Él está viendo muy bien el problema.

—La paradoja es que la gente se convence de que un medio está mintiendo solo porque apoya o no a Donald Trump. ¿Cómo se llegó a eso?

—No sé cómo, pero no es muy distinto al panorama en Chile. Se escucha: “Apaga la tele y no te dejes influenciar”. Para mí es: ¿cómo le digo a esta la gente que la tele ya no importa, que no la ve nadie? 

—Pero la gente todavía ve mucha tele. 

—Pero no tiene el poder que la gente le otorga. Y también cómo va a tener poder el duopolio, si el duopolio solo se ha achicado y cada vez influye menos. La gente ya le cree lo mismo al Canal 13 que a alguien que tuitea algo. Entonces, decídete: o son ultra poderosos y malignos o realmente tienen el problema que tienen y eso es que tienen muy poca influencia. ¿Qué portada de diario detiene Chile?

—¿Quizá es todas las anteriores? Poco influyentes y malignos.

—No sé. Yo tiendo a pensar que el método salva todo. Si tu medio aplica el método, a la larga vas a estar OK, y si lo aplicas en todo el espectro de intereses vas a estar más OK. Porque si te dedicas solo a investigar uno de los dos lados, ya eres una herramienta de ataque. Y, al final, ¿qué te separa? Ni siquiera estás hablando de qué te separa de, por ejemplo, la inteligencia artificial, que es lo que va a pasar en todas las redacciones en cinco años. ¿Qué te hace valioso en tu set de herramientas? Yo creo que la salida está en el método aplicado por profesionales. No sé cómo venderla después, pero supongo que va a llegar un momento de saturación de fuentes falsas y va a haber una necesidad de volver a creer en algo y a alguien.

—¿No le da la impresión  de que este método derivó en declaraciones? Que todos opinen, pero no hay hechos.

—Es la debacle, pero por hartas partes. Porque muchas veces el “dijo” es parte de un poder del Estado. Hay señales de que vamos hacia algo más autoritario y son demasiado claras. En el Congreso se pierde poder y es muy mal visto por la ciudadanía. Hay destrucción de industrias de trabajo. Hay inmigración masiva y se apela a algo que fue muy bueno y hace poco: “antes de que llegaran los venezolanos”. Todo eso es muy peligroso y se empiezan a cumplir uno a uno los check. Y está la caída de los medios de comunicación, que son parte de eso, porque es muy raro que te dediques algo y que la mitad de la gente no te crea.

—¿Y desde su perspectiva eso nos lleva derechito al autoritarismo?

—Son factores y la prensa es un factor más. Obviamente, hay un vacío y se diluye el poder. Incluso con el Presidente. Le ordena a alguien que no haga una conferencia de prensa y esa persona sale y hace la conferencia de prensa. Hay muchos check cumpliéndose desde hace rato. Obviamente, el periodismo no puede salvar todos esos check, pero se ha vuelto parte del mismo problema. Las democracias necesitan puentes en el sentido de que haya gente que pueda hablar con gente que piensa distinto, y el periodismo siempre tuvo mucho de eso. Te mostraba algo, un punto de vista que tú no habías visto.

Pero, en Chile y en el mundo, lo que ha pasado es que se han ido a los extremos, no hay periodismo que cubra todos los extremos ni que yo pueda leer un reportaje y diga: “Nunca había pensado esto”. Que yo ahora esté odiando a los venezolanos y que me muestren un reportaje sobre ellos y yo diga: “Ay, no había considerado esto mi pensamiento”. Cuando nadie hace los puentes y cuando los medios son parte de la polarización, no hay diálogo. 

—Esta crisis del periodismo ha hecho que muchos periodistas experimentados estén usando una especie de puerta giratoria: se pasan del medio a la comunicación estratégica o a gabinetes de Gobierno. ¿Cómo lo ve?

—Como una señal de que el sistema de medios no está moribundo, está muerto. Hace quince años el dilema ético era si estaba bien que los periodistas se pasaran de la industria de los medios a lo estatal o corporativo. Ahora ya ni siquiera está el dilema, es casi solo el camino de salida de los medios a las otras industrias, porque la nuestra no existe. Yo no voy a apuntar a nadie por querer ganar mejor, por querer ganar digno, pero hay situaciones que rozan el absurdo: ¿cuántos periodistas habrá en todo Chile que cubran todos los días un frente tan importante como salud? ¿Diez? ¿Cuántos periodistas tiene el aparato estatal contratados solo en el área de Salud, contando ministerio, subsecretarias, servicios y hospitales? ¿Ciento cincuenta? ¿Doscientos? ¿Más? Y ampliamente mejor pagados.

¿Así esperamos que haya fiscalización? En una ciudad de región, ¿le vamos a decir a un reportero que gana un poco más que el mínimo que fiscalice a los poderes que son la única opción de optar a un sueldo bueno y que pueda vivir de lo que estudió? Pegarles a los periodistas es lo más fácil, porque son la parte más delgada de la cadena. Pero como, ¿de dónde vienen las críticas? ¿De gente, de lado y lado, que acusa líneas editoriales tendenciosas, cuando el propio algoritmo que ellos diseñan en su consumo de noticias resulta ser mucho más tendencioso que el de los medios?

—¿Hay pérdida de rigor o de credibilidad en este reciclaje? ¿Se puede volver desde la comunicación a los medios?

—Me parece una premisa un poco anacrónica. No es lo ideal, pero ojalá hubiese un sistema de medios que pudiese recibir, con esos sueldos, a la gente del aparato público o de la comunicación estratégica y plantearnos el dilema ético. Eso ya no existe, salvo excepciones. Estamos viendo recién las primeras consecuencias de la debacle de la industria de medios y de su desplome en credibilidad, pero nadie sabe bien las dimensiones del daño. Pero, de nuevo, a nadie le importa realmente. Todos están viendo más bien cómo acomodarse.

—Y después existe otro fenómeno: el de los periodistas de las nuevas generaciones que buscan ser rostros. En esos casos no hay método periodístico que cuente.

—Supongo que es un problema, porque el incentivo está torcido: “Quiero agradar o enojar, para generar atención. Entonces lo central se vuelve eso y no el material o la pieza periodística. Pero uno suena un poco gagá y eso ya es así. Me encanta debatir sobre temas éticos, sutilezas, punto de vista en notas, si algo se debió publicar o no, pero es como quejarse en el desierto porque la bebida que te regalan no está helada y no es light. Preguntarse si el uso de un off es válido o no, cuando el director del medio no sabe puntuar ni usar comas, es de viejo gagá.

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