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La historia de la líder del Batallón de Amor chileno, la iniciativa que ayuda a los adultos mayores que trabajan en la calle 

Brenda Martínez es la líder del Batallón de Amor chileno, una iniciativa que ayuda a adultos mayores que trabajan en la calle de manera ambulante. La joven, quien es influencer en redes sociales, convoca a un grupo de personas todas las semanas para que donen dinero o comida, y en un video muestra cómo todos se reúnen para entregar la ayuda. Los registros de la actividad han reunido más de 12 mil likes y cientos de comentarios. Pero ninguna de esas personas que interactúan con el vídeo conocen la historia detrás de la líder del Batallón de Amor, quien vivió la carencia en carne propia: pasó una infancia solitaria porque su mamá trabajaba todo el día para llegar a fin de mes, y vivió en una toma en la que solo comió arroz y huevo durante casi un mes.

Por 4 de Enero de 2025
Fotos: Felipe Figueroa/The Clinic
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Hoy Manuel Bezama (77), como todos los días, se despertó un cuarto para las cuatro de la mañana. Con dificultad levantó su cuerpo encorvado y se dirigió a la cocina para preparar cinco cajas llenas de berlines y calzones rotos. Llegó al metro La Cisterna cerca de los ocho de la mañana—los contratiempos de la edad no le permiten subir bien las escaleras—, así que se instaló como siempre en el andén con una silla, su carro con los postres, y un cartel que rezaba: “Berlines y calzones rotos. 3 x 4.000”.

Unas cuantas personas le compraron y, a pesar de que los días así de tranquilos hacen usualmente que se quede dormido, sabía que este día sería diferente. Un par de transeúntes le avisaron que pronto llegaría ayuda, aunque no tenía idea a qué se referían exactamente. Tenía una pista: hace un par de días una joven le compró toda su mercancía y le dio 40 mil pesos. Le aseguró que volvería.

Cerca de la tres y media de la tarde lo supo. La mujer de antes apareció, y detrás de ella habían casi 60 personas con globos dorados y rojos, algunos sostenían carteles que rezaban: “¡Un Batallón de Amor chileno!”. Todos lo rodearon, y de la nada, le gritaron: “¡Lo venimos a ayudar!”. De inmediato, a Manuel se puso la piel de gallina y los pelos de punta. El cúmulo de personas se formó delante de su silla y sus cajas, y como nunca, le compraron toda su mercancía.

“Me siento muy halagado, muy contento. No me imaginaba esto, creí que iban a venir un dos personas nomás”, dice Manuel, mientras con manos temblorosas espolvorea sus berlines y calzones rotos. Son tantos los nervios que siente, que en un punto los mismos asistentes empiezan a pasarse entre ellos la comida.

Dentro de una hora y media, todos los postres ya se vendieron. Son tantos que los niños, mujeres y jóvenes no pueden comerse toda la mercancía, así que empiezan a regalar lo que queda a las personas que pasan. La mayoría de los asistentes que fueron ayudar a Manuel vinieron de varios puntos del Gran Santiago: San Bernardo, San Joaquín, La Pintana o San Miguel. Algunos de ellos, graban videos del Batallón de Amor para TikTok.

“Mucha gente adulto mayor anda trabajando, y eso no debería ser. El gobierno debería ponerse la mano en el corazón y poder ayudarlos, porque esto no deberíamos hacerlo nosotros”, explica Damaris Morel (27), quien vino desde La Pintana y se enteró de que podía venir a ayudar a Manuel por TikTok.

Al final de la actividad, la joven que organizó el Batallón de Amor le dice que tiene algo pendiente con Manuel. Le entrega el dinero recaudado por los berlines y los calzones rotos, y además revela que se llegaron a reunir 150 mil pesos para que use personalmente. También le muestra fardos de harina, botellas de aceite y sobres de manjar, para que pueda preparar más postres.

Esa es la única vez que Manuel sale de su estupefacción: con su cuerpo delgado y encorvado por la edad, abraza con una fuerza implacable. “Gracias, gracias, muchísimas gracias”, recita Manuel, mientras las lágrimas se le asoman en sus ojos.

A la persona que abraza es a Brenda Martínez (27), la líder y organizadora de la actividad llamada Batallón de Amor. La joven, desde principios de este año, abrió una cuenta de Instagram con la intención de poder ayudar a todas las personas que pueda. En su primer vídeo le regaló pelotas de fútbol y muñecas a varios niños en San Bernardo, en el segundo le compró una cocina nueva a una persona de Paine, y en el tercero hizo una dinámica en la estación Tobalaba en el que regalaba diez mil pesos a una persona que cumpliera ciertos requisitos. Los tres vídeos juntos reúnen más de 40 mil likes.

Hace un par de semanas cambió la dinámica para convocar más ayuda. Así creó el Batallón de Amor: una iniciativa que replicó desde México, en el que varias personas donan dinero y comida para una persona que esté viviendo necesidad. En específico, Brenda ha orientado el apoyo a adultos mayores que venden en la calle, aunque ya planea expandir su ayuda a madres solteras.

A través de redes sociales, convoca a sus seguidores y les pide donaciones. Después de un par de días todos se juntan al lugar de trabajo de la persona, y le entregan lo reunido. Todo el evento se graba, desde el momento en el que encuentran al adulto mayor hasta sus lágrimas de emoción al recibir la cooperación. La joven ha realizado la actividad tres veces, y cada uno de los vídeos tienen más de 10 mil likes.

La motivación de Brenda es que quiere terminar con la carencia que ella también vivió. Cuando pequeña tuvo que lidiar con la ausencia de su madre, quien trabajaba como asesora del hogar y no podía estar con ella durante el día. Y en la adultez, fue estafada y terminó viviendo en una toma. “En toda la gente que ayudo, veo reflejada a mi mamá, porque ella también se levantaba a las cinco de la mañana y llegaba a las nueve de la noche (…) Entonces, yo trato de hacer mi granito de arena con lo que puedo”, explica la joven.

El amor de una madre

Brenda Martínez recuerda poco de su infancia, sus memorias están bloqueadas por la precariedad y la soledad en la que vivió. Lo único que rememora son retazos de su vida en la población Los Canales de Puente Alto cuando tenía seis años, en una casa en la que varios vecinos iban a cuidar de ella y a su hermana durante el día. Su mamá, asesora de hogar, se levantaba desde las cinco de la mañana para ir trabajar en una casa en Vitacura, y luego llegaba a las diez de la noche para hacerla dormir. El dinero, en esa época, mandaba.  

A pesar de todo, ese fue el período en el que Brenda vio más a su mamá. Seis años atrás, cuando ella aún estaba en su vientre, su madre llevaba un par de semanas trabajando en una casa puertas adentro, y no tenía idea de que estaba a tres meses de tener una hija. Cuando se enteró por las náuseas y porque el período le dejó de llegar, le confesó en lágrimas a su jefa que estaba embarazada. La dueña de la casa, conmovida, la dejó quedarse hasta que diera a luz y le prometió que podía volver cuando quisiera.  

Después de que Brenda nació, su mamá solo pudo estar con ella durante tres meses. En ese tiempo, la mujer estaba viviendo en la casa de su hermana, y con el paso de los días, empezó a sentir que los artículos de aseo escaseaban. No quería ser una molestia para su hermana, así que decidió volver a trabajar y dejar a Brenda a su cuidado. Para acostumbrar a su hija a su ausencia, dejó de darle pecho y a reemplazarlo con relleno. En las noches, cuando la hacía dormir, le bajaba la culpa de tener que dejarla.  

“Miraba a mi hija y me las lloraba todas. La tomaba en brazos y le decía que no teníamos qué hacer, qué teníamos que ser fuertes. Yo le hablaba para que ella me entendiera”, recuerda Fabiola Silva (48), la mamá de Brenda, entre lágrimas.  

Su jefa dejó que volviera a trabajar puertas a dentro, pero sin su hija. Le dio los miércoles en la tarde, parte del sábado y el domingo entero para que Fabiola pudiera ir a verla. Estuvo así durante tres años, hasta que se embarazó de su segunda hija. Pero esta vez, su jefa dejó que fuera con la niña recién nacida al trabajo. Fabiola recuerda cuando iba a visitar a Brenda los días libres con su hermana, y cómo tenía que dejarla:  

“[Brenda] siempre me preguntaba: ‘mamá, ¿por qué te puedes llevar a mi hermanita y a mí no?’. Entonces, siempre habían cosas que me dolían. Pero yo no la podía hacer entender que era porque el trabajo no me lo permitía”, explica Fabiola. 

Después de cinco años allí, despidieron a la mamá de Brenda porque la acusaron de haber robado. Tomó sus cosas y decidió que ya no podía seguir viviendo donde su hermana, así que arrendó una casa en Puente Alto. Fabiola recuerda que, durante ese tiempo, le pagaban 140 mil pesos, cuando el sueldo mínimo de una asesora del hogar era de 200 mil.   

Ahí fue cuando tuvo que dejar a sus dos hijas al cuidado de vecinos o conocidos. A pesar de que Fabiola acordaba con los cuidadores que debían ir a su casa antes de que ella se fuera al trabajo, para no dejar solas a sus hijas, igualmente llegaban cuando las niñas debían prepararse para la escuela. Por eso Brenda debía hacer y darle la mamadera a su hermana cerca de las seis de la mañana.  

Si bien Brenda recuerda que tuvo momentos en los que pudo ser niña —jugaba a la pelota o a las quemadas en el pasaje, iba a ver sus primos en la casa de sus tíos—, la ausencia de su madre le pesó más. Se entristecía cuando Fabiola no podía llegar a verla sus actos de la escuela, o que no pudiera llevarla al parque o al mall.  

Cuando Brenda alcanzó la adolescencia, ese dolor se intensificó. Además de tener que lidiar con la soledad, la joven comenzó a ser consciente de abusos sexuales que vivió por parte de algunas personas que la cuidaban. En un minuto, decidió confesárselo a su madre, pero ella no le creyó.

Eso quebrantó su relación, y empezaron a discutir constantemente, porque Brenda salía mucho a la calle o porque tenía pololos que le doblaban la edad. “Entonces empecé a rebelarme, porque cuando yo necesité que ella estuviera conmigo o que me diera apoyo, no lo tuve”, explica Brenda.  

Fabiola recuerda esta época con arrepentimiento. Cuando su hija le contó lo que había pasado en su ausencia, su primer instinto fue creerle. Sin embargo, cuando recurrió a una de sus hermanas para buscar consejo, le dijeron que la historia podía ser producto de su rebeldía. “Sentí como un revoltijo en mi cabeza (…) Pero hoy, si yo pudiera retroceder el tiempo, sería totalmente diferente”, confiesa Fabiola. 

Un día, cuando la joven tenía 14 años, hizo la cimarra. Partió desde su casa en Puente Alto y caminó todo el trayecto al Mall Tobalaba, mientras se detenía en bancos y plazas para llorar. “Como que me quería ir, no quería saber de nada. Incluso, ese día pensé que ya no quería ver a nadie más nunca”, cuenta Brenda, entre lágrimas.  

Al final de ese día, la joven llegó a la casa de sus tíos, y se enteró de que la familia entera y hasta Carabineros la estaba buscando. Cuando todo estuvo más tranquilo, reveló que había tomado una decisión: quería quedarse en la casa de sus tíos. Estos últimos la apoyaron durante esa época tan convulsa. “Ella se sentía mal (…) Pero con mi marido, que la quería como una hija, la aconsejábamos nomás”, cuenta Edilia Silva, la tía de Brenda. 

Al pasar algunas semanas, Fabiola le ofreció a su hija volver a casa y le aseguró que las cosas cambiarían. Brenda, por la distancia, extrañaba a su mamá y le creyó. Volvieron a estar juntas, y Fabiola dejó de ser tan estricta y la joven empezó a subir sus notas. Incluso, ya en tercero medio era la segunda alumna con mejores notas de su curso.  

Parte de eso se debió a su pasión por la administración de empresas, técnico que estudió en el Centro Educacional Jorge Huneeus Zegers de La Pintana. Brenda, para ese entonces, ya tenía un objetivo claro: quería tener un negocio para mejorar su realidad. A menudo recordaba las veces en las que su mamá la llevaba a las casas donde trabajaba, y veía parcelas gigantes con piscina. Cuando llegaba a su hogar en Puente Alto, buscaba en internet cuánto costaba vivir en un lugar así.  

Por eso, empezó a crear pequeños emprendimientos e instancias en las que podía destacar. Por ejemplo, comenzó a vender panqueques en los recreos y se convirtió en presidenta de curso. Su esfuerzo llamó la atención de uno de sus profesores, y en clases le confió una profecía:  

—Brenda, usted tiene ojitos de pena, pero recuerde que va a ser muy feliz. 

Hoy es una realidad.  

La estafa que se convirtió en un sueño 

 Cuando Brenda salió de cuarto medio, dio la Prueba de Selección Universitaria (PSU), y con el puntaje pudo entrar a ingeniería comercial en la Universidad Autónoma de Chile. Un año después, decidió quedarse embarazada de su pareja para poder irse de su casa: sentía que no se concretaría sin una buena razón.  

En el 2017, nació su primera hija. Para poder costear los gastos, su pareja trabajaba de inspector en una empresa de agua potable. Y por el lado, ella vendía sándwiches de ave mayo y palta en la universidad para poder pagar el arriendo de su nueva casa.  

Vivían justos, pero la madre de Brenda ayudaba siempre que podía: les regalaba pañales, ropa y aconsejaba a su hija. Además, Fabiola tuvo otro hijo más, y para no repetir la historia de Brenda, decidió emprender como cosmetóloga y dejar de trabajar como asesora del hogar. “Ahora yo voy siempre que lo necesita, porque yo sé que no estuve cuando ella era chica”, explica Fabiola. 

Esa nueva relación limó sus asperezas, y como nunca comenzaron a llevarse bien. Brenda, en su nuevo rol como madre, también comenzó a entenderla. “Mi mamá se convirtió en mi mejor amiga. O sea, todo lo que yo hago, ella es la primera en saberlo, siempre la llamo”, cuenta Brenda.  

Un día, un conocido del sector les dijo que un amigo vendía terrenos baratos. Cada uno medía seis por doce metros, así que Brenda y su pareja decidieron comprar dos. Vendieron el auto, pidieron dinero prestado de sus familiares, y gastaron más de dos millones en esa compra.  

La persona con la que hicieron el negocio les prometió que les daría “un papel” en el que consignaría que eran los dueños legales, pero que debían pagar primero. Lo hicieron, pero este nunca llegó.  

Con la falta de una formalización, Brenda y su pareja decidieron construir en los terrenos eriazos que habían comprado. Sentían que no les quedaba de otra, así que contrataron dos maestros, y empezaron a levantar una casa de dos piezas con materiales ligeros. Sólo utilizaron madera, vulcanita y planchas de zinc.  

Pero mientras construían la casa, se dieron cuenta de que varios extranjeros comenzaron a instalarse al lado de ellos. Esa fue la pista definitiva para que se dieran cuenta de que los habían estafado, y que el lugar dónde estaban construyendo se estaba convirtiendo en una toma. “Nos sentimos tristes, porque pensé que si lo quisiera vender, no iba a recuperar ni el 20% de lo que yo gasté. Entonces eso es fome, porque es plata que pude haber gastado en otra cosa, como en el pie de una casa”, explica Brenda.  

A inicios del 2020, la joven empezó a ver varias tiendas de maquillaje chino en redes sociales. Comenzó a fijarse en la cantidad de seguidores que tenían, la manera en la que promocionaban sus productos, quiénes eran sus proveedores. Juntó ese análisis con lo que aprendía en la universidad, y finalmente se lanzó a las redes con una tienda. 

Dentro de tres meses, ya contaba con 40 mil seguidores. Lo logró destinando la mitad de lo que ganaba en publicidad. Por ejemplo, se contactaba con influencers nacionales para que hicieran historias en Instagram recomendando sus kits de belleza. Además, realizaba vídeos en el que mostraba su cara, para que las personas tuvieran confianza en su negocio. En ese año, recibía más de 200 mensajes al día de personas que buscaban comprar.

Pronto tuvo que contratar a más personas, en un momento llegaron a ser ocho. Todos ellos atendían a la masiva cantidad de clientes, cargaban cajas llenas de maquillaje, hacían inventario y preparaban los más de cien pedidos que distribuían por Santiago.  

Sin embargo, hubo un momento en el que Brenda decidió expandirse vendiendo fajas y jeans, pero la falta de tiempo afectó el negocio principal. Además, las personas dejaron de comprar y ya no percibió el sueldo de antes. Por ejemplo, hubo meses en el que las ganancias no eran más de 20 mil pesos. En ese período, aunque nadie lo creyera, volvió a pasar hambre: durante tres o cuatro semanas solo comía arroz con huevo.  

Ahí se aferró a su fe en Dios, y tuvo los primeros indicios de lo que después se convertiría en el Batallón de Amor. “Yo prometí que si volvía a estar bien, iba a hacer las cosas diferente. Eso me inspiró, porque yo dije: ‘tengo que estar bien para poder ayudar a más personas, que estén como yo en un ahogo’”, cuenta Brenda.  

La joven tuvo que tomar la decisión de despedir a algunos de sus empleadores, y a enfocarse solamente en su negocio de productos de belleza. Empezó a mejorar en ventas y como lo prometió, empezó a hacer rifas y a elegir el mensaje de una persona para depositarle 10 mil pesos.  

Cuando hacía esa última dinámica en específico, muchos seguidores le contaban sus historias. Brenda recuerda la primera que la impactó: una mamá soltera que criaba a su hija ciega y estaba endeudada. La joven, de pronto, imaginó las horas incansables que trabajó su propia madre para mantenerla, y la soledad que ella vivió como daño colateral de ese esfuerzo. En el mismo día, le transfirió 180 mil pesos a esa seguidora.  

“Esto es: ¡Un Batallón de Amor!”  

En abril de este año, Brenda decidió pensar en grande. Hizo una cuenta de Instagram dedicada a ayudar a los demás: “Si le puedo cambiar el día a alguien, para mí es bueno, porque eso a uno lo llena en verdad. Yo me siento tan feliz cuando ayudo a una persona, es como un gozo en el corazón. Es inexplicable”, cuenta Brenda.  

Pero como llegaron seguidores, también aparecieron detractores. Algunos de sus vídeos comenzaron a llenarse de comentarios sobre la autenticidad de su labor. ¿Es su ayuda desinteresada si eso mismo le da miles de visitas y likes? La joven ya está acostumbrada a ese cuestionamiento. 

A mí en este momento, Instagram y TikTok no me pagan nada. Yo no recibo ningún pago por esas cosas. Pero a veces la gente dice que no, que ella monetiza, pero eso no es así. Aparte, si lo hiciera, con eso ayudaría a más gente”, responde Brenda.  

Su esposo, Francisco Benimelis (37), confiesa que los comentarios negativos le afectan. A veces, Brenda cae en el vicio de todas las personas: se fija más en lo malo que en lo positivo. “Yo le digo: ‘Brenda, fíjate que hay miles de comentarios diciendo lo bonito que haces, y dos en los que comentan cosas negativas’. Yo la trato de animar”, cuenta Francisco.

La organización la hacen a través de redes sociales: Brenda avisa que se realizará un Batallón de Amor por su cuenta de Instagram y TikTok, e invita a las personas a que donen lo que puedan. La idea es que, ella junto con los que ayudan, vayan a entregar las donaciones en persona. El propósito final de la actividad es que marcas comerciales también cooperen con sus productos, además de empezar a hacer vídeos en YouTube para poder monetizar la iniciativa.

Hasta el momento, Brenda ha realizado tres veces el Batallón de Amor, y la iniciativa se ha replicado en otros lugares del país. La joven describe esas instancias como un momento de emoción y de amor: la persona que ayuda llora, se ríe y abraza a los demás. Los propios asistentes, también se emocionan hasta las lágrimas y abrazan a la joven, contándole sus propias historias. Al final de la actividad todos se reúnen, y mirando a la cámara gritan: ¡Esto es un Batallón de Amor! “Yo siento que toda la gente que va a ayudar es buena y quieren que haya un país mejor”, finaliza Brenda.  

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