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Opinión

4 de Enero de 2025

“María Callas”, la película de Pablo Larraín protagonizada por Angelina Jolie: sobre personas y personajes

Foto autor Cristian Briones Por Cristian Briones

Cristián Briones reseña el filme "María Callas" en su columna de hoy y señala: "Angelina Jolie intenta ser la diva arrogante y la mujer emocionalmente frágil, pero en busca de la fuerza para presentar a su personaje, termina siendo solo el primer aspecto". Y añade: "La idea de contar esa última semana de su vida hace que el retrato del personaje sea más enfocado y consigue que la película resuene, a pesar de sus fallos".

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No es de interés para hacer una valoración de la película misma, es simplemente para verificar el terreno en el que estamos deambulando al llegar al cine. Entramos a ver a Angelina Jolie interpretar a María Callas en una biopic (película biográfica) a cargo de un director que ha conseguido que sus dos heroínas previas hayan sido nominadas al Oscar por sus actuaciones.

Y es que convengamos esto: esa es una de las razones por las que se hacen estas películas hoy en día. Porque le interesa al actor o actriz, o porque el estudio considera que el público iría a cantar las canciones de sus estrellas favoritas. Y es por eso, también, que las biografías de estrellas e iconos de la cultura pop han ido perdiendo cualidades creativas. Porque se han vuelto un producto. Están completamente industrializados. O son vehículos para que intérpretes se luzcan y vayan en búsqueda de una ansiada nominación, o son tristes concesiones de relaciones públicas de los mismos protagonistas reales o de sus herederos.

La trilogía de Pablo Larraín responde a lo primero: él está ahí para sus musas. No obstante el suyo ya es un trabajo depurado artísticamente. Pertenece a una conversación que acomoda a los creadores. Fotografía, música, diseño de vestuario, un ritmo identificable, un montaje que incluso corre riesgos. Un nombre con el que firmar ese biopic, que garantizará la entrada por la alfombra roja a la temporada de premios.

Larraín aborda a estos personajes más grandes que la vida en sus instantes clave. El brutal momento de viudez y pérdida de privacidad de Jacqueline Kennedy, el quiebre definitivo de la Princesa Diana con la realeza británica. La última semana de vida de María Callas.

Pero ninguna de estas historias puede ser considerada un retrato íntimo. Son episodios biográficos sobre íconos, no sobre aquellas mujeres. Son relatos sobre los personajes, no sobre las personas.

No es que las protagonistas de Pablo Larraín deban ser totalmente fieles a los sucesos y realistas en un cien por ciento. Esta no es una crónica periodística. Es una ficción. Basada en hechos y personas reales, sí, pero una ficción al fin y al cabo. El cine no tiene el deber de ser realista, debe ser verosímil. Y eso no puede negársele a la triada de Larraín. Cada una de esas películas es un mundo en sí mismo, creíbles en sí mismas. Pero, quizás, sí podamos cobrarle que tengan tantas coincidencias narrativas siendo sujetos tan distintos. Otra vez, solo como constatación de los hechos y no como calificación de ellos: todas en el privilegio, todas sufriendo el perder un aspecto de su status quo, todas en un momento decisivo de sus vidas siendo el eje absoluto de sus historias.

Pablo Larraín amplifica una fotografía de los personajes en vez de escudriñar a sus personas. Y con una cantidad de vicios formales que resultan susceptibles al reduccionismo. Que todas las protagonistas pasen por más de alguna secuencia en que se les contrasta sobre una amplia panorámica, para así establecer su soledad de manera visual, llega a ser agotador. Pero son los recursos que le han valido el reconocimiento crítico internacional. Y gracias a la cualidad de ir refinando a partir de ello, es que llegamos a “María Callas“, quizás el mejor resultado posible de esta escuela del biopic del más exitoso cineasta nacional.

Obvio que habrá acercamientos dispares a la película. Razones hay bastantes. Empezando porque la María Callas de Maria es unidimensional. Angelina Jolie intenta ser la diva arrogante y la mujer emocionalmente frágil, pero en busca de la fuerza para presentar a su personaje, termina siendo solo el primer aspecto. Sin embargo, este no es un problema en la narrativa de la película. La audiencia puede ver los atisbos de esa otra Callas más frágil y con más camino para sobreponerse, gracias al efectivo guión de Steven Knight y a las elecciones de montaje de Larraín, y muy probablemente su editora Sofía Subercaseaux, que van bañando de la suficiente ficción dentro de la ficción (curioso el uso del personaje de Kodi Smit-McPhee) para hilar las secuencias y hacerlas interesantes de seguir. Aunque, claro, en ello también influye el simplemente extraordinario trabajo de fotografía que fascina en cada plano.

Lo de Edward Lachman está derechamente en otra categoría. El director de fotografía, que este último lustro sólo ha hecho ficción con el director chileno, y que perfectamente puede obtener su segunda nominación consecutiva al Oscar con este trabajo, hace evidente el estudio del personaje a nivel visual. Una serie de encuadres dignos de la diva, del espectáculo en el escenario, de la ciudad y de la intimidad de la más grande estrella de la ópera del siglo XX. Lachman hace magnífica a María Callas. Ya sea en los colores de París o en los blancos y negros de EEUU, María es La Callas en un retrato impecable. Y acá, probablemente, no haya discusión alguna al respecto.

La selección musical, por otra parte, sí es un punto de discordia. Esto, porque cada vez que el cine se refiere a otro arte, se encuentra con otras formas narrativas. La ópera cuenta historias. Y lo hace de forma desgarradora. Era un poco una trampa en la premisa de esta biografía que la música jugaría un papel fundamental. Sin embargo, y acá volvemos a los recursos que llevaron a Larraín a ser elegido el director de esta película, en las dos partes previas de su trilogía, el cineasta contó con músicos que complementaban su visión asfixiante. Tanto Mica Levi en Jackie, como Jonny Greenwood en Spencer usaron su minimalismo para hacer las escenas todavía más opresivas. Ese recurso está fuera de alcance esta vez y la clave siempre estuvo en las piezas a elegir. Larraín sí ve ese apartado trágico en la ópera, aunque según los entendidos, yerra en la selección.

Pese a ello, puede que la sensación en la audiencia no sea de un fallo al respecto. El mismo Lachman comentaba que en las ocho representaciones más famosas de “La Callas”, todos sus personajes morían. Esta es una de las claves que hacen que “María Callas” se distancie de las otras dos partes de la trilogía. El momento de su vida en el que se centra. Y también lo que la vuelve más directa y más sencilla, tanto en su nivel narrativo como en su llegada al público. Callas sí es un personaje más grande que la vida y que vemos justo cuando se enfrenta a la muerte. Y que está definida por su entereza para enfrentarse a ella. Desde su arte. Desde su posición como la más grande en él. Callas sabía que era un ícono, un monumento a lo sublime de su expresión artística. La idea de contar esa última semana de su vida hace que el retrato del personaje sea más enfocado y consigue que la película resuene, a pesar de sus fallos.

Quizás uno de los resultados que más debiéramos apreciar de “María Callas” es que Pablo Larraín completó su trilogía. Es de esperar que no volvamos a ver a una mujer significativa caminando en la lejanía, acongojada mientras la música intenta revelarnos su hondo pesar. Resulta indispensable que huya de esa fórmula lo más posible. Ya tiene el prestigio internacional y entre sus pares para hacerlo. Tal como sus heroínas, ha llegado a una encrucijada que sólo puede enfrentar yendo hacia adelante. Con fortuna, no se quedará en la comodidad.

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