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Opinión

22 de Febrero de 2025
Imagen: Sandro Baeza/The Clinic

Derecho a la ciudad: ¿Qué pasa con los perros?

Foto autor Rita Cox F. Por Rita Cox F.

En Chile existen 12.482.679 perros y gatos con dueños y otros 4.049.277 que no tienen ninguna supervisión, según un informe del Programa Mascota Protegida, de la Subdere. Pese a normas de convivencia en condominios e incluso multas por pasear perros sin correa o no retirar desechos, en la práctica solo algunos acatan y otros tantos no, originándose un problema entre dueños de perros y personas que se sienten pasadas a llevar. De ello habla Rita Cox en su columna de hoy.

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Cumplí tres años viviendo en un condominio con jardines comunes, tiempo en el que he ganado dos dedicadas paseadoras de perros que aquí pitutean y dos peleas que han marcado un antes y un después en mi relación con mis vecinos.

La primera fue un encontrón con una mujer del piso 2. Paseaba a Polly con correa, cuando mientras ella fumaba y hablaba por teléfono, su perro se nos abalanzó y nos asustó. El primer gesto matutino de bienestar se transformó en un baño de estrés. “Normas de convivencia”, le lancé sin delicadeza alguna – lo reconozco–, aludiendo al artículo XII sobre animales domésticos y mascotas, parte del documento “Normas de convivencia” que todo residente debiese haber leído y, entiendo, firmado, y donde se especifica el uso de correas en espacios comunes. Más brava que su perro suelto, la señora me tapizó a descalificaciones que ya olvidé, aunque pasa el tiempo y cada vez que nos cruzamos no hay saludo y evitamos mirarnos. Nuestros perros tironean sus respectivas amarras para buscar pelea. Como una extensión de la bronca humana, se detestan. Si pudiese verbalizarlo, estoy segura de que mi Polly elegiría las palabras de Pampita: “Provocarme a mí es meterte en una que no te conviene”.

El segundo episodio fue durante un 18 de septiembre, después de que durante toda una noche y parte de la mañana sintiera los ladridos de un perro desde un edificio cercano. Se me ocurrió la pésima idea de manifestar mi preocupación a través del WhatsApp de vecinos. El asunto terminó con un chat-caza de brujas especulando sobre el nombre del dueño o dueña del animal, yo preguntando si lo que procedía era llamar a Carabineros y un tipo increpándome por haber iniciado la dinámica, acusándome de “investigadora privada de cuarta”. Un desagrado. En mi defensa sostengo que mi motivación fue atajar la angustia que me provocaban los ladridos sin tregua e imaginar a un amo desplomado en el piso por alguna urgencia de salud. Esas Fiestas Patrias terminaron con que el perro se calló y yo abandoné el chat para siempre.

Insisto con el artículo de convivencia de mi condominio, que detalla la prohibición de que animales domésticos circulen libres en áreas comunes y la obligación de limpiar cualquier suciedad o excremento. Tampoco se permite que estén en terrazas para que no molesten con los malos olores de orina y fecas, además de ruidos. El incumplimiento de cualquiera de estos ítems expone a una multa de 1 UF por cada reclamo comprobado. El reglamento establece que se puede dejar una queja en el libro de reclamos foliado y una denuncia en Seguridad Ciudadana, Carabineros o en el juzgado de policía local de la comuna. Toda mascota debe, también, contar con una ficha en administración, de la que me entero mientras escribo esto.

Hartas posibilidades en el mundo ideal, que en la realidad se diluyen. Y es que un condominio o un barrio son como un país en miniatura. Están los que siguen las reglas y los que no; los que fiscalizan y los que no; los que recogen la caca y los que no les importa que otros la pisen. Todo eso genera vínculos o tensiones entre vecinos-ciudadanos. Por eso no me extrañó para nada la trifulca que se armó hace unas semanas en un edificio de Vitacura, protagonizada por una mujer dueña de tres perros chicos y un hombre que habría amenazado con matarlos. Declaraciones cruzadas. Ella acusaba que al vecino y a su esposa les molestaban los ladridos y no perdonaban un episodio de uno de los animales sin correa. Él alegaba que los perros habrían atacado en dos ocasiones a su pareja. No sé en qué terminó el cuento.

Más brutal, a principios de enero, en Conchalí, con lesiones graves quedaron un niño de 5 años y su abuela luego del ataque de un pitbull en el corredor de un cité. Según reportaron los medios, ese y otros tres perros que vivían en el lugar solían pasar largas horas encerrados, con una dueña que los soltaba para que circularan en los pasillos, mientras los vecinos debían encerrarse por miedo. Nuevamente perros con hogar y sin correa. Lo mismo que en el caso ocurrido en noviembre del año pasado, también en Vitacura, cuando una bull terrier sola en la calle mató a un maltés toy y dejó con heridas a su amo.

En Chile existen 12.482.679 perros y gatos con dueños y otros 4.049.277 que no tienen ninguna supervisión, según el informe del Programa Mascota Protegida, de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo (Subdere), publicado en marzo de 2022. Cifras que es altamente probable sigan subiendo, si atendemos a lo que ocurre, por ejemplo, en la ciudad de Nueva York, donde viven más mascotas que niños, según un reporte del canal France 24 que, citando cifras de la Corporación de Desarrollo Económico de NY, da cuenta de que en sus edificios habitan un millón de animales, uno por cada tres hogares. El asunto se disparó en pandemia, con humanos buscando compañía, y se ha consolidado debido al costo de la vida (74% de encuestados).

Con perros y gatos en casa y fuera de ella, las ciudades están cada vez más presionadas. Por un lado, la convivencia entre personas y animales, por otro, la seguridad y la salud de ambos. También emerge el mercado, con tiendas de mascotas que proliferan, retail y farmacias suman productos, zonas pet friendly, restaurantes para humanos que ofrecen menús para perros y heladerías con alternativas para ellos. Aunque mi amor por Polly me ciega, sí alcanzo a ver que para quienes no tienen relación con los animales e, incluso, no les interesan para nada, el escenario actual se torna incómodo. Hasta excéntrico.

Lo resume bien una carta al director de El Mercurio, publicada el sábado 15 de febrero, firmada por Andrés Montero J. Allí se manifiesta en contra de que perros y gatos tengan acceso a las cabinas de los aviones, aduciendo que para él era un desagrado viajar con animales por razones de seguridad, higiene y “sentido común”. Agrega que “las mascotas nos invaden en restaurantes, en los departamentos, en los ascensores, en los parques y, hasta en las iglesias”.

Esta tensión me recuerda las discusiones al rojo vivo que hace unos años se generaban en torno al uso de la bicicleta. No solo respecto de la convivencia vial, que sigue siendo un work in progress, sino cierta superioridad moral que transmitían algunos ciclistas urbanos. Temo que los dueños padezcamos el mismo vicio, creamos que amar a los animales nos hace mejores y que no vale la pena atender lo que piensan y necesitan quienes no están en la misma parada. Temo que nos suceda lo mismo que nos pasa con nuestros hijos, que estemos convencidos de que nuestros perros y gatos son intrínsecamente queribles.

¿Qué hacemos? No queda más que la autoexigencia, cultivar nuestra propia educación como dueños de mascotas y cumplir con la ley y las normas.

Un paso importante ha sido la Ley Cholito (21.020) de tenencia responsable de mascotas y animales de compañía, publicada en agosto de 2017. Allí se regulan los roles de privados y de los órganos de la administración del Estado, en especial de los ministerios del Interior y Seguridad Pública, Salud y de Educación, con la colaboración de las respectivas municipalidades. Sin embargo, dueños que no cumplen y municipios con escaso presupuesto generan problemas. La infraestructura pública también es fundamental y aquí, una vez más, la ciudad se divide entre las comunas con espacios y seguridad y las que carecen de ese derecho. Los perros necesitan pasear. En su libro “Entiende a tu perrhijo”, la veterinaria Josefa Ramírez (@joseveterinaria) sugiere tres paseos diarios para velar por la salud física y mental de los animales y afirma que en perros estresados, o con algún tipo de problema comportamental, el ejercicio es una parte prioritaria del tratamiento.

La comuna de Providencia, por ejemplo, cuenta con una buena cantidad de plazas y parques, además de caniles. Ofrece 89 dispensadores de bolsas para fecas en diversos puntos, incluido el recién estrenado en el anfiteatro del Parque Bustamante. Vitacura, también generosa en áreas verdes y caniles, no dispone de expendio de bolsas, deja eso en manos de los dueños. En ambas comunas, sin embargo, es posible advertir perros sin correa y bolsas con excrementos botadas en cualquier lugar -ambas infracciones-, a pesar de la existencia de contenedores y de una marcada presencia de personal municipal recorriendo calles en auto y moto. Será la seguridad lo prioritario y se entiende, por supuesto. ¿Y cómo exigirles a las municipalidades de comunas vulnerables o rurales?

En Nueva York, las multas por no limpiar las fecas son altas y se despliegan brigadas especiales que patrullan las calles para garantizar el cumplimiento de las normas, atendiendo a que se trata de un tema de convivencia urbana y de salud pública. En España, cerca de sesenta municipios han aplicado el registro de ADN canino para identificar a los dueños que no recogen las heces y poder multarlos. La orina, que parece tan inocua, también está siendo abordada. A partir de este año, Barcelona obligará a limpiarla, para evitar que manchen fachadas y mobiliario urbano. Se suman Bilbao, Sevilla y Valencia, y ya se aplica en varios municipios, con multas que van entre los 90 y 3 mil euros.

La gestión de excrementos es un pendiente enorme. No se trata sólo de los residuos que no recogen los dueños de perros y los que dejan los perros callejeros. Es necesario reciclar y eso es, por el momento, carísimo. En Bristol, Reino Unido y en algunas ciudades de Canadá, se desarrollan proyectos piloto para transformar las fecas en biogás, bueno para alimentar el alumbrado público y producir fertilizantes para áreas verdes.

Vuelvo a Chile para destacar lo que desde 2023 está liderando la Fundación Bienestar Animal (FBA) y el veterinario Rodrigo Sánchez en la conurbación La Serena-Coquimbo. Partieron destacando el problema que generan los perros callejeros en la ciudad, incluida la Avenida del Mar, y las consecuencias sanitarias y comerciales. Hace unas semanas terminaron de realizar el segundo censo de perros con y sin dueños en la zona costera, registrando a 432, el triple de 2023. Suman un piloto de barrio pet friendly en el sector del Canto de Agua, que separa las dos comunas, cuyo objetivo es demostrar que, con acciones concretas, cumpliendo la normativa y con buenas prácticas, se puede lograr un cambio en corto tiempo, con un impacto en las calles y en la convivencia.

El que tiene tienda que la atienda, recuerda el dicho.

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