Opinión
8 de Marzo de 2025

8M: Intenté ser una feminista feliz, pero estaba muy cansada

En una nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo, la columnista Isabel Plant reflexiona sobre los avances y retrocesos del feminismo en Chile y también sobre los cuestionamientos que enfrentan las mujeres en la lucha feminista. "Por estos días estoy muy cansada como para ser una feminista feliz, por sobre todo porque nuevamente hay que estar justificando ser feminista, como si fuera algo 'woke' o extremo", escribe.
Compartir
He escuchado la conversación en pasillos, algo he visto en redes sociales: este 8M es quizás el con menos espíritu 8M desde que explotó la ola feminista hace ya siete años. Que incluso en la pandemia, entre encierros, había más onda. Que las que marchaban sin falta, esta vez se van a la playa. O que las marcas que organizaron alguna vez conversatorios en conmemoración, desesperadas por participar, hoy mandan chocolates para “celebrar”. El morado, desteñido.
Todo estallido tiene también su decante y la efervescencia de la lucha por lo igualitario ha ido volviéndose más calma. ¿Retrocediendo? Ojalá no.
¿Qué es lo que cansó a la sociedad? Quizás, como he hablado con alguna feminista de más edad, esta revolución se sintió muy “anti-hombre” y eso a muchas no les acomoda. Tampoco es sustentable en el tiempo: la única manera de avanzar, lo sabemos, es incluyendo a todos y todas en el cambio. Pero necesitábamos purgar, necesitábamos gritar y denunciar. Necesitábamos que se dieran cuenta, ellos, lo que había que dejar atrás. Era lo justo. ¿Se nos pasó la mano? ¿Cuál era la otra opción? Muchos se resintieron y estuvieron esperando, esperando, esperando, para pasar la cuenta.
Otras expertas hablan de que esta oleada fue de prohibición: no me toques, no me hables, no me grites, no vengas a marchar si no eres mujer. Analizan que es difícil convocar cuando el mensaje es en negativo. Que debimos hablar de la alegría que ya vendría con un futuro femenino.
En lo personal, la fatiga viene -como he dicho con anterioridad- de tener que ser la feminista perfecta. Ya tengo suficiente con la culpa de la maternidad de Instagram -mis muffins saludables quedaron tan malos que no se los comió en la colación y sacó la de los compañeros-; con la culpa de no llamar lo suficiente a mis amigas; con la culpa de no haber hecho deporte en un año y de no verme más joven de lo que soy. Debo lidiar, además, con los que me dicen, en los comentarios de estas columnas, o feminazi y pañuelo verde, o “feminista blanca” o “feminista blanda”, dependiendo de la semana.
Aunque realmente lo que más me cansa es que, declarándome orgullosa como feminista, se supone debo tener respuesta para todo. En estos años me han preguntado si me depilo -sí, pero no brasilero, ya lo hablaremos-; si visto de rosado a mi hija –sí, y con harta flor-; si creo que todos los hombres son potenciales violadores -no, pero véase el caso Pelicot y seguimos con esa conversa-; si digo elle o compañere -no, muy vieja me pilló la ola-; y así.
Me preguntan si hay que seguir marchando. En los últimos años me he saltado marchas, ya sea por miedo pandémico o por fatiga maternal. Quizás este año me anime a llevar a la criatura con coche, o quizás me quede en la casa descansando luego de una semana de un marzo arrollador, no lo sé. ¿Soy peor feminista si no marcho? Probablemente sí, pero doy todo lo que tengo estos días, mi cabeza, mis convicciones, mis intentos de transformar el mundo partiendo con mi metro cuadrado y conmigo misma, aunque fracase la mayoría de los días.
¿Hay que seguir marchando? Un rotundo sí. Y aquí podría enumerar eternamente todo lo que falta: más mujeres en jefaturas y directorios; sala cuna universal; que una vez por todas el código civil cambie a que las mujeres -y no sus maridos- puedan administrar sus bienes en la sociedad conyugal; para que haya más mujeres rectoras, a la cabeza de Fuerzas Armadas, en el Congreso y en todo espacio social.
Para que los monumentos en las calles no sean sólo un 4% en homenaje a mujeres; para que en el colegio aprendan quién era Eloísa Díaz y Elena Caffarena junto con Arturo Prat; para que no siga siendo el mismo número de femicidios, año a año; para que no seamos un país de papitos corazón; o para que no se normalice la violencia en el pololeo ni el acoso en el trabajo. Para que ninguna niña se quede sin hacer deporte porque piensa que es de hombres. Para que podamos, alguna vez, cambiar que solo una de cuatro mujeres que entra a la educación superior lo hace a carreras en STEM. Y para que el aborto sea salud pública.
Razones superficiales, razones urgentes, razones fundamentales; hay de todas. Más allá de los eslogans, los cantos, las que marchan y las que no, las que están fatigadas o las que están más energizadas que nunca. Todo eso, y más, falta todavía.
Fue Agnès Varda, la maravillosa directora francesa, la que en una de sus películas explicó que quería ser una feminista feliz, pero estaba muy enojada para ello.
Por estos días estoy muy cansada como para ser una feminista feliz, por sobre todo porque nuevamente hay que estar justificando ser feminista, como si fuera algo “woke” o extremo. Como cuando crecía en los 90. No señores, no de nuevo.
Feminista a mucha honra, cansada, pero jamás derrotada.