Opinión
16 de Noviembre de 2024Me arrepiento de no haber usado bikini todos los días
Tras el éxito de "La sustancia", película protagonizada por Demi Moore, la columnista Isabel Plant reflexiona sobre la conformidad de las mujeres con su cuerpo. "Siento que nos mintieron, que el mundo no era realmente positive con el body, y que volvemos al punto de partida: nuestros cuerpos y rostros siempre están en deuda a menos que los esculpamos, tonifiquemos, exprimamos", analiza.
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Me sucedió de nuevo. Compartieron una foto grupal de hace diez años en el chat de amigas y, haciendo zoom a mi persona, pensé: “¿Por qué me sentía gorda si estaba tan flaca?”.
Pasan los años, las olas de feminismo van y vienen, las jóvenes de veinte andan en peto sin importar su talla mientras que yo, que cumplí 40, las miro y no entiendo cómo lo logran; tendría que nacer de nuevo para mostrar un abdomen abultado sin complejos.
Una y otra vez fracaso: nunca logro estar conforme con el presente de mi cuerpo.
Uno de mis recuerdos de adolescencia es ir tienda por tienda del mall buscando bikinis, llorando en el probador (mi santa madre también tiene el recuerdo quemado a fuego en el cerebro). Mis pechugas muy chicas hacían parecer a mi guata como demasiado prominente, o eso sentía – siento- yo.
Treinta años después, me acabo de poner bikini y siento la misma desazón. Mirar en el espejo y sentir que la de ahí, ahora con los músculos del estómago más sueltos a un año de parir, los brazos menos tonificados y una talla de sostén encogida tras la lactancia, no está a la altura.
¿Cuántas décadas de mi vida he malgastado en esto? ¿Cuántas más vendrán?
Las fotos no mienten: cuando tenía los músculos más compactos, los brazos más esbeltos, la talla perfecta, me sentía igualmente incómoda.
¿Qué hago mal?
El recuerdo de los 90
A los veintialgo leí un libro de ensayos de Nora Ephron (“Me siento mal acerca de mi cuello”) donde se lamentaba de la vejez ironizando: “Oh, cómo me arrepiento de no haber usado bikini todo el año que cumplí 26. Si alguien joven está leyendo esto, en este minuto, vaya y póngase el bikini y no se lo saque hasta los 34”. Lo que no recordaba Nora era que a los 26 suspirabas con nostalgia por el abdomen que tenías a los 15. Una famosa frase atribuida a George Bernard Shaw dice que la juventud se malgasta en los jóvenes.
Ephron pertenecía a otra generación, donde físicamente a las mujeres se las jubilaba a los 30. Yo fui niña y adolescente en los 90, cuando pasábamos del péndulo de querer ser la escuálida Kate Moss en el anuncio de CK ONE a ser la perfección de Cindy, Naomi, Linda o Christy. Del “heroin chic” a las supermodelos de Versace. Cualquier mujer sobre talla 40 era considerada con sobrepeso. Por eso admiré a la generación más joven y su body positive, su rebeldía ante las tallas, su liberación de las carnes; pensé que quizás si a mí me hubiera tocado eso todo sería distinto.
La mayor locura es que este tormento lo he vivido siendo, objetivamente, delgada. Un par de kilos más por unos años, un par de kilos menos otros años, pero delgada. Solo una vez he hecho dieta estricta. No suelo almorzar ensalada. Mi mayor deporte es pasear al perro. Y aquí estoy, con el pánico de tener que ir a comprar un traje de baño para mi cuerpo de madre.
Es demente vivir la vida así.
Veo la cicatriz de mi cesárea y aunque grande y marcada, no me molesta. Mi estómago, en cambio, me da pesadillas y cuando tengo sueños locos de una abdominoplastia, me acuerdo de ir a ver a un par de amigas que se hicieron una y su posoperatorio del terror, y se me esfuma la idea. Mientras escribo esta columna aparece la noticia de una mujer de 38 años que murió en un quirófano haciéndose ese mismo procedimiento estético. ¿Puede la obsesión por sentirnos cómodas en nuestra propia piel llevarnos a la muerte?
Cuando era joven la presión psicológica sobre mi abdomen llegaba en las revistas de couché, la publicidad, la televisión. Hoy el algoritmo de Instagram no me muestra mujeres en bikini – porque ya ni los vitrineo- sino que me ofrece todo tipo de expertas en maquillaje, trucos para una piel mejor, el proceso de diez pasos de skincare que no estoy siguiendo y los iluminadores que no estoy usando con las cinco brochas correctas para parecer como que no me maquillé cuando sí me maquillé.
Ahora no solo me siento mal en bikini, me siento mal con mi cara.
La sustancia
Me miro al espejo y veo ojeras y canas. Debería tener 40 sin verme de 40, debería haber usado baby bótox, o por lo menos estar inyectándome bótox ahora, cosa que no hago por falta de recursos y por fatiga mental. Me da un cansancio en el alma pensar en hacerme esclava de otra cosa más en la vida en lo que a mi cuerpo se refiere. Ya me hice depilación definitiva en varias partes y aún me queda corregir mis dientes con esos frenillos invisibles. Más adelante, quién sabe, quizás me rinda ante el bótox. Porque esto no se acaba nunca.
La mejor escena de La sustancia, la exitosa y muy comentada película con Demi Moore, es la de ella arreglándose para salir. La cinta de body horror es, entre otros temas, una reflexión muy explícita y gruesa sobre las exigencias sociales y propias sobre nuestros cuerpos y la pesadilla de la eterna juventud. Demi, espléndida, es una estrella que queda relegada en Hollywood por sus años y usa una sustancia misteriosa que hace brotar de ella una especie de avatar más joven y perfecto. Todo termina en horror gore, tan excesivo que llega a ser genial. La joven odia a la vieja y la vieja se odia a sí misma y a la joven por ser joven. Ser mujer, básicamente.
En la escena a la que me refiero, el personaje de Moore quiere sentir que su vida vale la pena y va a reunirse con un admirador de juventud. Pero antes de salir se mira una y otra vez al espejo, aplicando cada vez más maquillaje, no puede parar de ver a la versión joven de su cuerpo y odia cada vez más su reflejo. Hasta que se rinde.
Yo he estado ahí. Varias -ojalá no todas- hemos estado ahí, mirando lo que ofrece el espejo, corrigiendo, tapando, sin el placer y la promesa de autocuidado que hoy transmiten las influencer sino que con el pánico de que nunca me pareceré a lo que debo parecer. ¿Según quién? ¿Según todas? ¿Según yo misma?
Me habría gustado pensar que las nuevas generaciones, que mi hija, lo tendrían mejor. Veo a niñas preocupadas del skincare a los 12. A menores de 30 con bótox “preventivo”, a la mayoría de las influencer con filtros y filtros que les van mimetizando las narices. Me preocupa que Tini Stoessel vaya a desaparecer. Se instaló el Ozempic, la droga mágica para la diabetes que es usada como vía expresa para bajar cinco tallas y siento que nos mintieron, que el mundo no era realmente positive con el body, y que volvemos al punto de partida: nuestros cuerpos y rostros siempre están en deuda a menos que los esculpamos, tonifiquemos, exprimamos.
Eso sí que es película de horror. Por siempre atrapada en este hastío, con el feminismo como un paraguas que se ve sobrepasado por el vendaval y se gira y se destroza. Sin poder protegerme de la fuerza de la lluvia porque yo soy la nube.