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Cultura

25 de Julio de 2009

Thomas Bernhard, escritor austriaco: Pare, conozca y lea a este feroz anticatólico

Vicente Undurraga
Vicente Undurraga
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POR VICENTE UNDURRAGA

Acaban de llegar a librerías chilenas los “Relatos autobiográficos” de Thomas Bernhard (1931-1988), considerado con unanimidad uno de los narradores más corrosivos, radicales, feroces e influyentes de la segunda mitad del siglo XX, comparado con Beckett, Broch y Musil. Bernhard ya tiene sus lectores en Chile, pero si usted no lo conoce, conózcalo. No se arrepentirá.

“Durante todos estos años nos hemos preguntado qué aspecto tendría lo Nuevo… Aquí está lo Nuevo”; con estas elocuentes palabras se refirió, en 1969, a Thomas Bernhard la poeta Ingeborg Bachmann, que no solía exagerar. Y es que, en efecto, la prosa y la inventiva del austriaco Bernhard le han granjeado, transcurridos ya veinte años de su muerte, un lugar de honor en la literatura mundial. A la hora de ponderarlo, la más prestigiosa crítica internacional lo ha situado como uno de los mayores renovadores de la narrativa moderna, comparándolo con Samuel Beckett, con Hermann Broch, con Robert Musil, gigantes al lado de los cuales Bernhard se defiende de lo más bien.

Nacido accidentalmente en Holanda, Bernhard creció en Salzburgo, Austria, ciudad a la que odió con rigor y a la que maldijo, con ese talento incomparable que tenía para el denuesto y la crítica y la maldición, en todos y cada uno de sus libros. Hijo de un campesino austriaco que nunca lo reconoció y al que nunca pudo conocer, fue criado por su madre, pero su gran referente, su gran educador y formador intelectual y moral y literario fue su abuelo materno.

El año pasado se cumplieron veinte años de su muerte y, para homenajearlo, Anagrama acaba de reunir sus “Relatos autobiográficos”, que es el segundo volumen de Otra vuelta de tuerca, la nueva colección de la editorial. “Relatos autobiográficos” agrupa cinco novelas escritas entre 1975 y 1982: “El origen. Una indicación”, “El sótano. Un alejamiento”, “El aliento. Una decisión”, “El frío. Un aislamiento” y “Un niño”. Juntas constituyen “la mejor introducción posible para conocer a Thomas Bernhard” según Miguel Saénz, el excelente traductor (y biógrafo) del escritor austriaco al español. Saénz escribió para esta edición un preciso prólogo que concluye, sin un ápice de exageración y con profundo conocimiento de causa, señalando: “Sólo puedo repetir dos advertencias ya hechas anteriormente: la primera es que leer a Bernhard, aunque no tiene nada de deprimente (al contrario, toda su obra es una exaltación de la supervivencia), puede cambiar la vida de una persona. La segunda, que la literatura bernhardiana produce dependencia… Con todo, envidio sinceramente al lector que todavía no se ha enfrentado nunca con Thomas Bernhard”.

“EN LA DIRECCIÓN OPUESTA”

Y que no exagera Sáenz lo refrenda este volumen, donde Bernhard, con esa prosa musical, barroca, repetitiva, carente de siquiera un mero punto aparte, reconstruye su vida entre su infancia y su juventud, más precisamente entre sus ocho y sus 18 años, y lo hace centrándose en ciertos hitos que son para él puntos de inflexión en la historia de su carácter, y no se ahorra al hacerlo los detalles incómodos porque, dice, “tengo sed de darme a conocer”.

En “El origen” describe su nefasta educación en un instituto nacionalsocialista destruido al final de la Segunda Guerra y transformado en un instituto católico (“régimen del terror católico”): ambas cosas -nazismo y catolicismo- para Bernhard vienen a ser lo mismo. Esa es una época de espanto, de soledad, de permanente pensamiento en el suicidio. Luego, “El sótano”, como bien lo dice su subtítulo, es la historia de “una decisión”, la decisión, tomada no con demasiada premeditación, de enmendar una mañana cualquiera el rumbo y en vez de ir al instituto partir “en la dirección opuesta”, hacia los bajos fondos de la ciudad a buscar trabajo como aprendiz del almacenero Podlaha, para posteriormente retomar sus estudios musicales.

Luego, en “El aliento” y en “El sótano” describe la enfermedad respiratoria que contrae trabajando en el sótano de Podlaha, enfermedad que lo obliga a pasarse largas e infernales temporadas en hospitales y que, al convertirse en enfermedad pulmonar, lo tiene de casero en sanatorios insufribles y desmoralizadores, período en el que, pese a su desencanto vital y al escepticismo que ha desarrollado como defensa, decide vivir: cuando las monjas enfermeras lo tienen casi desahuciado, él decide respirar. En estos dos libros, Bernhard establece una diferencia que es, en el fondo, la misma que establece Enrique Lihn en su “Diario de muerte”: ambos vienen a decir, con parecidas palabras incluso, que sólo existen dos países, el de los sanos y el de los enfermos. Habitante recurrente de hospitales, Bernhard los define como “círculos de conciencia”, diciendo que son, o debieran ser, lugar recurrente para los intelectuales, pues allí el hombre se plantea las cuestiones más profundas y quien no los frecuenta se vuelve irremediablemente superficial, tonto. De pasada, Bernhard levanta una crítica al sistema de salud, crítica que al sistema chileno de hoy le cae de perilla: “Todavía no se han abolido las clases en los hospitales, pero tenemos que insistir en que sean abolidas, tan pronto como se pueda, porque precisamente el hecho de que siga habiendo clases en los hospitales es realmente una situación indigna del ser humano y una perversión político-social”.

Finalmente, “Un niño” rompe la cadena cronológica que unía a los primeros cuatro relatos para retrotraernos hacia la infancia de Bernhard, cuando tenía ocho años y la Segunda Guerra Mundial y el nazismo eran el telón de fondo de una infancia en ningún caso idílica.

Probablemente la mejor recomendación literaria del año, estos “Relatos autobiográficos” pueden oponer cierta resistencia a la primera lectura, pues, como queda dicho, Bernhard rehuye el punto aparte y se vale de incontables ideas intercaladas y repeticiones de palabras y de frases, pero una vez que se le agarra el ritmo, su prosa se vuelve hipnótica, imparable, adictiva. Además de su lucidez, de la densidad filosófica de sus observaciones y de su valentía autobiográfica (“me he fijado como norma decir todo…, e incluso desvelo pensamientos que, en realidad, no pueden publicarse”), impresiona de Bernhard su sentido del humor, su malicia, su talento para el denuesto, cuyos blancos recurrentes son Austria (específicamente Salzburgo) y la iglesia católica (con particular énfasis en el Papa), pero también la maternidad, la seriedad y ciertos autores y pensadores para él beatos, como Heidegger, al que ha definido como “una vaca filosófica constantemente preñada que pastaba en la filosofía alemana”.

Furibundo, insobornable, impío, mordaz y anticatólico consumado, Bernhard, al autobiografiarse, es tan radicalmente honesto que se atreve a contar sin remilgos que en el entierro de su madre, a la que no adoraba pero tampoco odiaba, le vino un ataque de risa que no pudo, y tal vez ni quiso, controlar.

Fragmento escogido:
“PADRES IGNORANTES Y VILES”
*
Por Thomas Bernhard

Somos procreados, pero no educados, con todo su embrutecimiento, nuestros procreadores, después de habernos procreado, actúan contra nosotros, con toda la torpeza destructora del ser humano, y lo arruinan todo, ya en los tres primeros años de su vida, en ese nuevo ser, del que no saben nada, sólo, si es que lo saben, que lo han hecho aturdida e irresponsablemente, y no saben que, con ello, han cometido el mayor de los crímenes. Con una ignorancia y una vileza completas, nuestros progenitores, y por tanto nuestros padres, nos han echado al mundo y, una vez que estamos ahí, no pueden con nosotros, todos sus intentos de poder con nosotros fracasan, pronto renuncian, pero siempre demasiado tarde, siempre sólo en el instante en que nos han destruido, porque en los tres primeros años de vida, los años de vida decisivos, de los que, sin embargo, nuestros progenitores como padres no saben nada, no quieren saber nada, no pueden saber nada, porque durante siglos se ha hecho todo en favor de esa espantosa ignorancia, nuestros progenitores, con esa ignorancia, nos han destruido y aniquilado y destruido y aniquilado siempre para toda la vida, y la verdad es que, en el mundo, nos encontramos siempre con seres destruidos y aniquilados, y destruidos y aniquilados para toda la vida, en sus primeros años, por sus progenitores como padres ignorantes y viles y faltos de ilustración. El nuevo ser humano sólo es siempre parido por su madre como un animal, y es tratado siempre como un animal por esa madre y llevado a su perdición, sólo encontramos animales paridos por sus madres, no seres humanos, que ya en los primeros meses y sólo en los primeros años han sido destruidos y aniquilados ya por esas madres suyas con toda su ignorancia animal, pero a esas madres no les corresponde ninguna culpa, porque nunca han sido ilustradas, los intereses de la sociedad son distintos de la ilustración y la sociedad no piensa en absoluto en ilustrar, y los gobiernos están siempre y en todo caso y en todo país y forma de Estado interesados en que su sociedad no sea ilustrada, porque si ilustrasen a su sociedad serían aniquilados ya en poco tiempo por esa sociedad ilustrada por ellos, durante siglos no se ha ilustrado a la sociedad, y vendrán muchos siglos en que la sociedad no será ilustrada, porque la ilustración de la sociedad significaría la aniquilación de los gobiernos, y así nos encontramos con progenitores no ilustrados de niños no ilustrados en toda su vida, que seguirán siendo siempre seres no ilustrados y condenados, durante toda su vida, a una ignorancia completa. Cualesquiera que sean los medios y métodos educativos con que se eduque a los nuevos seres, serán educados para su perdición con toda la ignorancia y la vileza y la irresponsabilidad de sus educadores, que sólo son siempre así llamados educadores y sólo pueden ser siempre así llamados educadores, ya en los primeros días de su vida y en las primeras semanas de su vida y en los primeros meses de su vida y en los primeros años de su vida, porque todo lo que el ser nuevo recibe y percibe en esos primeros días y semanas y meses y años lo es luego para toda su vida futura y, como sabemos, cada una de esas vidas que se viven, cada una de esas existencias que se existen es siempre sólo una vida turbada o una existencia turbada, una vida perturbada o una existencia perturbada y una vida aniquilada o una existencia aniquilada, turbadas y perturbadas y aniquiladas. No hay padres en absoluto, sólo hay criminales como procreadores de nuevos seres…

*Este fragmento corresponde al arranque de la segunda parte de la novela “El origen”, primera de la pentalogía ahora publicada por Anagrama.

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