Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

LA CALLE

4 de Octubre de 2010

El fútbol dejó de ser pasión de multitudes

Por

Por PABLO VÁSQUEZ

Colo-Colo está de nuevo en la cresta de la ola; las primeras planas de los diarios muestran a todo color a sus estrellas y sus muecas de triunfo y paroxismo, sus desaforados gritos de gol.
La memoria es frágil, sí, pero la del hincha y la del periodismo deportivo supera todos los límites.
La semana pasada, hace apenas siete días Colo-Colo era una bomba de tiempo, una cuenta regresiva al desastre, una carroza funeraria, un racimo de dedos acusadores que iban y venían; se hablaba de crisis y la renuncia del cuerpo técnico era inminente. El indio estaba dolido, los hinchas, sedientos de éxito acusaban a los dirigentes, los dirigentes a la junta de accionistas, la junta de accionistas a los jugadores, los jugadores responsabilizaban al entrenador, el entrenador a los jugadores, y así.
Hoy todo eso parece ser el recuerdo fantasmagórico de un mal sueño, porque bastó con que Colo-Colo ganase uno o dos partidos, para que la vida retomase el carril, volvieran el equilibrio, la normalidad, los aplausos, las sonrisas, las loas y las notas humorísticas.
La U es lo mismo, pero exactamente al revés: hace muy poco se autoproclamaban como el mejor equipo de Sudamérica, el cuerpo técnico era digno de respeto y sus jugadores, estrellas del Olimpo. Perdieron dos partidos y la tortilla ya dio la vuelta. La barra insulta al entrenador y como no pueden contener la frustración rompen las butacas, los dirigentes acusan al periodismo, el periodismo a los accionistas, los accionistas a los árbitros, etc. El chuncho perdió la altura de su vuelo.
La semana pasada la palabra crisis era blanca, ahora es azul. ¿De qué color será en siete días más: cruzada, roja, anaranjada?
Hay algo que el periodismo deportivo ha hecho olvidar a la gente, algo muy sencillo, la principal regla del juego: Colo-Colo, la U, la Católica y Tricolor de Paine son sólo equipos de fútbol, y el fútbol es una actividad en la que la igualdad de condiciones deja abierta la posibilidad de ganar o perder; esa es la gracia, ahí está la verdadera fiesta. Pero no, los tiempos cambian y ahora todo es más rápido, y como además al pueblo hay que adormecerlo más de lo que ya está y más de lo que es en su esencia, y como los accionistas también presionan, hay que vender el producto a como de lugar, ¿cómo?, dando al espectáculo una connotación que no tiene (ni tuvo ni tendrá), mintiendo, sembrando expectativas que están infinitamente más allá de la realidad y armando un mundo lindante en el que lo deportivo es lo que menos importa.
Y ya no basta con mostrar los goles y las buenas jugadas, no, hay que verlos desde diferentes ángulos y velocidades, analizarlos filosóficamente, buscarle una y otra y otra y otra explicación, y también hay que ir a la casa de la mamá del fugaz goleador a ver cómo reaccionó ella, y mostrarle el video y pedirle que haga como si lo estuviese viendo por primera vez, y que luego nos diga cómo era su hijo cuando chico, que nos muestre algún recuerdo y si es posible que nos haga reír con alguna anécdota de su niñez.
También hay que mostrar (en la edición de la noche del domingo, del lunes en la mañana, del matinal, al mediodía, en la tarde, en el avance, en la edición central y en la del cierre) lo que pasó fuera de la cancha, en la graderías, en los pasillos, y poner atención a lo que dijeron los cracks antes de irse a las duchas, escuchar atentamente la conferencia del entrenador, ver a la gente llegando en masa al estadio y rematar con el elevado comentario de los mal llamados periodistas.
Y como somos inseguros e incapaces de enfrentarnos a algo nuevo, la prensa nos abastece de un variado menú de comparaciones a lo que ya fue probado y aceptado (el Pelé chileno, a este muchacho lo comparan con Messi, el nuevo Caszely…), y de seudónimos alusivos a la gloria y la fantasía (el Mago, el niño Maravilla…), y así, sin darnos cuenta ya son parte del día a día, y en un abrir y cerrar de ojos nuestra vida gira en torno no sólo a sus goles y fintas sino además a su privacidad. Son expuestos como ejemplos a seguir, sinónimos de éxito y modelos de esfuerzo y superación; no importa que coman chicle con la boca (la tentación de decir “hocico” es tremenda) horrorosamente abierta, que no tengan la menor noción de cómo vestirse, que se comporten como animales, que hablen como el carajo y que tengan el gusto a la altura de los pies.
Hoy en día los noticieros dedican treinta y a veces hasta cuarenta minutos al sobredimensionado mundo de fútbol (y sin mencionar la farándula, que dedica horas), y como ahora tienen que esperar 24 horas antes de poder exhibir los goles, el repetitivo bloque deportivo es un colorido catálogo de mentiras y desinformación (hacer creer que la Selección triunfó en Sudáfrica, por ejemplo), y miles y miles de personas se sientan frente a su LCD adquirido a interminables cuotas (porque a la Roja había que verla en un LCD; en los otros televisores capaz que ni siquiera hubiese llegado al mundial), y mientras la vida pasa de largo, los verdaderos problemas se acumulan y la mierda les llega hasta el cuello, fantasean con los millones de dólares de las transacciones, con la cuestionable proyección internacional de los equipos; se preocupan de los amoríos e inquietudes de sus jugadores y lo que es peor: asumen los triunfos ajenos como propios.
El fútbol dejó de ser una pasión de multitudes, hoy es una falsa religión, algo que enemista a muerte e irreversiblemente a miles de persona antes de que la aptitudes personales tengan tiempo y espacio para lo suyo; una infinita mina de oro que enriquece a todos salvo al público, una mafia digna de novela de Puzo, un grosero despilfarro de dinero, un exitoso mecanismo de idiotización que nos hace soñar despiertos y todo el día, con lo imposible.

Notas relacionadas