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Mundo

23 de Octubre de 2011

El sindicato de drogadictos

Los 5 millones de habitantes de Sinamarca prefieren hablar por si mismos, enorgulleciéndose de ser el "país de las organizaciones". En esta pequeña península y archipiélago, hasta los enfermos mentales tienen su propio organismo, el movimiento de los locos, donde la razón no tiene voz ni voto. Desde hace dieciocho años, los drogadictos también disponen de una expresión orgánica, la unión de usuarios de drogas (www.brugerforeningen.dk), su portavoz y sindicato. Este reportaje retrata la labor en defensa de los derechos de estas personas a una vida más activa, sin otra intervención de las autoridades que un discreto apoyo financiero.

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Por Rasmus Sønderriis desde Copenhague

“¿Vas a entrevistarte con el presidente de los drogadictos? ¡No en mi casa!” advierte mi madre, de nacionalidad danesa al igual que este enviado especial. A ella, como a muchos, apenas escucha la palabra “heroinómano”, se le viene a la mente la imagen un cadáver andante que blande su jeringa sangrienta, gritando: “¡¡¡dame lo que tengas, o te inyecto SIDA!!!”

Pero las cosas no huelen tan mal en Dinamarca. El Presidente de la Unión de Usuarios de Drogas, Jørgen Kjær, me recibe tranquilo y amable en el amplio y lujoso local de la organización que dirige. Muestra los talleres, el gimnasio, las bicicletas, los equipos audiovisuales -“lo único que guardamos bajo llave”, asegura -, las salas de clase, las oficinas, las computadoras conectadas a Internet, los extensos archivos de prensa, y especialmente, un baño provisto de jeringas desechables y otros elementos propios de un heroinómano organizado.
En este privilegiado ambiente, los drogadictos tienen el mando absoluto. Allí conviven desde los personajes más rascas –que hablan el equivalente danés del “coa”– hasta los activistas refinados, como Jørgen Kjær, heroinómano, pero también hábil lobbyista por el bienestar de los drogadictos, experto en métodos humanitarios de ayuda y tratamiento, integrante del Consejo de Narcóticos del gobierno de Dinamarca y un conferenciante altamente solicitado en varios países.

VEINTE AÑOS DE ADICCIÓN

“Mi dominio de los temas relativos a las drogas es importante,” admite, “pero si mi cargo estuviera vacante, habría que poner en el anuncio: un mínimo de 20 años de experiencia en la adicción a las drogas duras.”
Las facilidades con que cuentan los drogadictos son financiadas por los contribuyentes daneses. Las autoridades terminaron por entender que este formato de trabajo social es bueno y barato, pues en un país con sueldos muy altos, todos los activistas laboran gratis, aunque algunos viven de una jubilación estatal de invalidez. Para ellos, lo importante es cumplir con el lema que llevan grabado en el uniforme del sindicato: “por usuarios de drogas activos”.
“Si quieres estar en este refugio después de las tres, y comer gratis aquí a las seis, tienes que ser activo”, enfatiza el presidente, y explica el tipo de actividades que puede realizar un heroinómano menos elocuente y preparado que él. “Por ejemplo, nos llama la señora Jensen (apellido tan común como “Pérez”) para quejarse de unos locos que se están pinchando en su patio. Nosotros partimos de inmediato, les proponemos un lugar mejor para drogarse –nuestras dependencias -, y luego limpiamos los desperdicios. Y bueno, aquí hay trabajo, aquí también hay que cocinar y hacer el aseo. Además, tenemos talleres de autodesarrollo, a veces tomamos las bicicletas y vamos de picnic. Los más fuertes nos preocupamos de dar apoyo a los más débiles. Además de cuidar las relaciones públicas.”

NIÑOS, ¿QUIEREN VER LA HEROÍNA?

Regularmente se organizan visitas de escolares de provincia, chicos de 15 ó 16 años de edad. Un activista les explica, sobre la base de su propia experiencia y mostrándoles fotos aterradoras, las penurias que sufren los adictos a los opiatos, el grupo de sustancias que comprende la heroína. Los alumnos toman nota, y al verlos da la impresión de que no quisieran cometer el mismo error. Eso sí, algunos revelan conocimientos sorprendentes sobre “ecstasy”, hongos alucinógenos y hashish. Como modelo a seguir, el activista destaca a su propia hija, que –conociendo la historia de su papá– hoy es estudiante de medicina y no quiere saber nada de drogas.
Los niños aguzan los oídos, cuando se les pregunta: “¿les gustaría ver la heroína?” y responden “¡¡¡¡Sííí!!!” “Qué bueno –dice el expositor -, por casualidad tengo algo aquí.” Muestra un frasco de un polvo blanco que va pasando de mano en mano. Se ven decepcionados cuando el activista reconoce que la droga es falsa. “Por supuesto que no podemos demostrar la cosa auténtica al público,” se disculpa el activista, pues en ese caso tendría que intervenir la policía.”
Por cierto que otro día les toca venir a los policías, también en calidad de alumnos. Quieren aprender sobre la realidad de los drogadictos, qué es lo que los mueve a robar y prostituirse, y cómo se puede ayudarlos.
“Hay simpatía mutua entre la policía y nosotros,” explica Jørgen Kjær. “Ellos sienten lástima por las existencias miserables de ciertos drogadictos botados en las calles, y nosotros nos apenamos por ese inútil papel de basureros sociales que la sociedad les obliga a desempeñar a ellos.”

SI ES BAYER, ES BUENÍSIMO

El presidente enseña una publicidad de la empresa farmacéutica Bayer – la misma de la aspirina -, de finales del siglo XIX. En ella son anunciadas las bondades de la heroína como remedio para la tos. “¡Y sin siquiera una receta médica!” afirma con cierta emoción. “De hecho, hay mucha gente capaz de mantener un consumo ocasional de heroína, la mayoría de ellos son ejecutivos y artistas. Pero estas personas son muy mal vistas por los adictos, quizás porque tienen un discurso público y uno privado, quizás por envidia.
“Los heroinómanos de verdad viven un promedio de 36 años,” se permite admitir con una tímida sonrisa, él que ya tiene 49. “Lo que mata no es la heroína, sino la prohibición, la obligación de conseguir dinero para pagar por el riesgo que corren los vendedores. Se necesitan unos mil dólares al mes para satisfacer la adicción, y eso acaba matando a alguien que ya se encuentra en la marginalidad”. Jørgen Kjær, en cambio, siempre ha podido trabajar para financiar su vicio. Además, al usar sólo proveedores confiables y jalársela en vez de inyectársela, gasta un poco más para evitar la sobredosis, el contagio o el envenenamiento. Los que no pueden pagar ese lujo recurren a la delincuencia más desesperada y peligrosa.
Experimentos realizados en Suiza y otros países han demostrado que la paz ciudadana se ve tremendamente beneficiada cuando los adictos más perdidos consiguen sus drogas a precio de costo y con receta médica. Después, incluso pueden mantener un trabajo, recuperar la autoestima, y entrar en tratamiento voluntario.
En Dinamarca aún no se receta la heroína, pero Kjær y muchos otros activistas reciben metadona, otra sustancia que quita las abstinencias, aunque lamentablemente crea otro tipo de adicción. “Al menos me salva de la desesperación, y me permite disfrutar de la heroína sólo cuando tengo suficiente dinero,” afirma.

CONSEJOS PARA CHILE

Al enterarse de que la heroína acaba de llegar a Chile, el dirigente de los drogadictos daneses termina la entrevista dando consejos a las autoridades chilenas sobre esta delicada materia: “La represión es un premio muy lucrativo para los especialistas en burlar la ley. Es imposible impedir el comercio de la heroína, porque sucede de común acuerdo entre dos partes que generalmente actúan para financiar su propio consumo. La estrategia más común es llenar las cárceles de vendedores callejeros, aquellos que están más abajo en la pirámide del tráfico, y que son fáciles de capturar. Esto es lo que han hecho en Estados Unidos y sólo han conseguido generar una catástrofe humanitaria, promoviendo una cultura mafiosa en las clases marginales. El problema de la droga requiere de un enfoque más integral. La educación es buena, pero cuidado con las campañas del terror, porque hacen perder credibilidad. Lo importante es dar a los jóvenes la seguridad de estar bajo control y de que sus vidas tienen sentido.”

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