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Planeta

8 de Abril de 2013

La verdadera razón por la que odias ir al gimnasio

Vía El Confidencial Todos tenemos un amigo que no se cansa de repetir lo bien que le sienta hacer deporte: “Te libera, te permite reflexionar, hace que te sientas mejor con tu figura, te permite empezar el día con una sonrisa en la cara…” Pero no a todo el mundo le convencen tan manidos argumentos. […]

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Vía El Confidencial

Todos tenemos un amigo que no se cansa de repetir lo bien que le sienta hacer deporte: “Te libera, te permite reflexionar, hace que te sientas mejor con tu figura, te permite empezar el día con una sonrisa en la cara…” Pero no a todo el mundo le convencen tan manidos argumentos. Nada más poner el pie en el gimnasio te preguntas quién demonios te mandó apuntarte y, tras practicar cinco minutos en la bicicleta estática, estás sudando, te duele todo y, lo que es peor, estás terriblemente aburrido. Pero tranquilo, no estás solo.

Según atestiguan diversos estudios recientes, hay personas predispuestas a pasarlo mal en el gimnasio. La falta de entusiasmo podría no estar relacionada sólo con la pereza o la falta de motivación, sino también con la manera en que nuestro cerebro reacciona ante el ejercicio físico. Es la tesis que ha defendido en varios artículos científicos el profesor de psicología deportiva de la Universidad Estatal de Iowa Panteleimon Ekkekakis, que asegura que la manera en que nuestro cerebro interpreta las respuestas de nuestro cuerpo frente a la práctica deportiva está íntimamente ligada con nuestro disfrute a la hora de hacer ejercicio físico.

Encontrando nuestro límite

Ekkekais ha estudiado en profundidad lo que se conoce como “umbral de ventilación”, el punto a partir del cual, cuando hacemos ejercicio, nos falta aire para respirar, tosemos y apenas podemos hablar. El umbral se alcanza antes o después en función de nuestra capacidad física y, sobre todo, en función de lo que hayamos entrenado previamente. La mayoría de personas alcanzan el umbral cuando sus cuerpos están al 50% de su esfuerzo máximo, pero los atletas profesionales pueden llegar al 80% de su capacidad física antes de superarlo. En cualquier caso, una vez que se atraviesa el umbral el ejercicio empieza a pesar sobre nuestros cuerpos: tosemos, sudamos y al cuerpo le falta el oxígeno. El ejercicio empieza a doler. Pero no todo el mundo reacciona igual ante este sufrimiento autoimpuesto.

En uno de sus experimentos el investigador de origen griego analizó las reacciones de un grupo de personas, con niveles similares de sedentarismo, que fueron empujadas a practicar ejercicio hasta alcanzar su umbral de ventilación. Las reacciones frente a éste fueron muy distintas. Algunos vivieron el alcance del umbral de forma satisfactoria: a mayor esfuerzo y sufrimiento más disfrutaban del ejercicio. A otros les ocurría todo lo contrario: su ánimo caía a medida que crecía el sufrimiento, y tiraban antes la toalla. Para Ekkekais esto prueba que nuestra reacción frente al ejercicio es distinta, independientemente de nuestra forma física.

En opinión del investigador, la tolerancia al dolor al practicar cualquier deporte, y el punto a partir de cual empezamos a sentirnos mal, depende al menos en un 50% de nuestra carga genética. Todo esto no se manifiesta hasta que alcanzamos el umbral de ventilación, el problema es que mucha gente lo alcanza demasiado pronto, mucho antes de lo que se imagina. Una persona sedentaria, que no práctica deporte, alcanza el umbral tras andar más de 10 minutos. Para ellos es indispensable que el ejercicio físico se vaya realizando de manera gradual, pues de lo contrario, si no están entre los afortunados que toleran el ejercicio tras alcanzar el umbral de ventilación, abandonarán el gimnasio a las primeras de cambio.

Las emociones y la práctica deportiva

Es una obviedad que a las personas les gusta hacer cosas que les hagan sentir bien, y evitan aquellas que les hacen sentir mal. Si practicar deporte está entre las segundas, ¿cómo vas a aguantar yendo al gimnasio? La única manera de hacer deporte, si no estás predispuesto a disfrutar de él, pasa por trabajar las emociones hasta que su práctica sea placentera.

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