Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

28 de Mayo de 2013

Suspensión corporal: El doloroso arte de colgarse de la piel

Javier Fingazz lleva más de cinco años trabajando en suspensiones corporales. Esto es, básicamente, colgarse a través de ganchos que se pasan por la piel. No es el primero que lo hace en el país, pero a él no le interesa el morbo ni los shows. Entre amigos y conocidos, realizan verdaderas ceremonias, donde lo que importa es hacer todo en función de que quien se suspende viva la mejor experiencia posible.

Por


Fotos: Martín Quiroz

Un domingo de marzo cerca de 30 personas llegaron a la Comunidad Ecológica de Peñalolén para participar de un evento privado de suspensión. Todos estaban ahí por convocatoria de Javier Fingazz, body piercer que hace algunos años abrió su línea de trabajo hacia las suspensiones corporales, es decir, colgar con ganchos en la piel. Los participantes, que en su mayoría no habían practicado antes, llegaron a la tienda Amor Real en Baquedano a pagar su inscripción y finalmente se encontraron en el gimnasio Antupirén en Peñalolén: “la gente que fue estaba agendada previamente. No fue nadie a mirar, no queríamos público”, cuenta Javier.

En el patio, Javier junto a otros ocho profesionales de las perforaciones, se reunieron con los participantes y conversaron sobre algunas normas básicas como cuidar el lugar y no actuar por iniciativa propia. Después fueron pasando a una de las tres estaciones estériles donde se aplicaron los ganchos: “la posición más usada es la suicida, que es colgado de la espalda, parado”.

Este fenómeno artístico casi desconocido en Chile surgió en la década de los ’70 cuando el artista Stelarc popularizó esta práctica. Durante los últimos años se ha usado más masivamente en el contexto de fiestas y “fetiches”, como dice Javier. “Eso es según el punto de vista que lo veas. A mí no me gusta tanto eso. He ido a fiestas de suspensiones y lo he pasado súper bien, pero para yo suspenderme, no”, cuenta.

Para Fingazz lo más importante es entregar una experiencia de calidad para el que decide probar la suspensión: “aquí estamos hablando de hacerlo de la forma más segura posible para la persona, desde la instalación, el sistema de poleas, el tipo de ganchos, que sea seguro para ti. Uno entiende los perfiles de la gente. Uno se da cuenta cuando de pronto estás hablando con una persona que su motivación es hacerse daño. Yo no lo voy a ayudar a eso, ese no es mi trabajo”, dice Fingazz.

También, frente a los prejuicios, Fingazz dice que esto no se aleja demasiado de los piercings o los tatuajes: “es la misma linea, sólo que en distintos puntos. El tattoo y el piercing, la suspension son manifestaciones que te llaman o no te llaman. Son como las guatitas, o las amas o las odias. Si te sientes llamado, si realmente tienes la inquietud, lo vas a hacer. Hay muchas cosas que la gente no prueba simplemente porque no conoce. Pero así como a mí me hizo click en la cabeza, a mucha gente le está haciendo”.

Fingazz cuenta que la mayoría de la gente llega a la suspensión corporal porque quiere probar algo nuevo: “tiene mucho que ver con experimentar con el cuerpo, saber cuáles son los límites de tu cuerpo”. Además dice que lo peor no son los ganchos: “eso duele harto, pero te va a durar un rato. El que diga que no duele, es mentira, pero yo creo que la parte más conflictiva es cuando tus pies se empiezan a despegar del suelo y pierdes sustentabilidad”.

Ahí es cuando la gente puede pasarlo mal: “el dolor que estás sintiendo es tan intenso pero sabes que puede ser un porquito más y cuando tu cerebro comienza a secretar endorfinas tú lo vas sintiendo, el dolor cambia como a exitación y depende cómo estés afrontzando la suspensión. Hay gente que tiene suspensiones super introspectivas, que simplemente se quedan tranquilos, hay otros que les encanta moverse, sentir la sensación de volar”.

La primera experiencia de Fingazz con la suspensión corporal, en 2004 fue más bien artesanal, “bastante precaria”, dice él, y cuenta que “estaba súper nervioso e incomodo. La primera vez siempre es raro, pero no fue ni bueno ni malo, ni introspectivo ni de hueveo, estuve super poco rato suspendido”. La hizo con un grupo de amigos y aunque no tenían los materiales precisos, todo salió bien.

Sin embargo, fue su segunda suspensión, en Alemania, la que lo marcó más. “era una especie de campamentos. Fueron tres dias, 24 horas de suspensiones sin parar”. A él le tocó último con un riel de carga 30 metros: “te tiraban y llegabas al final del riel con la misma fuerza”, cuenta. Dice que en general, hay gente que se suspende por 15 minutos y otros que pasan una hora y media en el aire. Algunos se divierten y juegan y otros tienen una experiencia más introspectiva. Después, al otro día, la sensación es similar a la de hacer ejercicio luego de mucho tiempo. Una especie de dolor muscular generalizado.

La suspensión, la que hace Fingazz al menos, es sin anestesia, sin drogas ni alcohol. Tampoco se trata de hacer una dieta especial, pero sí de llegar en buen estado físico: “ fuimos súper categóricos en eso y en decirle a la gente que los dias anteriores no tomaran nada vasodilatante, y que ojalá no tomaran alcohol. Que trataran de venir bien físicamente, ojalá sin haber trasnochado”.

Aunque parece algo muy traumante para el cuerpo, Fingazz recalca que la reacción posterior no es tan terrible. Dice que hay cierta incomodidad y que los ganchos se sacan en la misma sesión: “debido a la tensión de los ganchos se despega un poco la piel y se forma algo llamado enfisema subcutaneo entonces te pueden quedar un poco de burbujas de aire que se remueven en el mismo momento y que tampoco afectan mayormente”.

Antes de Berlín, Fingazz sólo conocía la suspensión como algo de show y fiesta, “no desde el punto de vista de que sea una experiencia y no una locura más que hiciste en tu vida. Que sea algo distinto, que realmente te marque. Entonces ahi me hizo un click en la cabeza y ahi empezamos de a poquito”, cuenta.

La primera vez que Fingazz organizó un evento de suspensión en Chile fue el 2010, y desde entonces no las hace muy seguido. Dice que cuesta encontrar gente profesional y de buen criterio. Trabaja mucho con Mauricio Torres, a quien reconoce como uno de los mejores artistas del piercing de sudamérica, pero que vive en Copiapó.

Pero lo que más destaca Javier, es que no se trata de un negocio, porque nunca han ganado plata con los eventos. Pero también porque no le interesa: “no lo hacemos por lucro, lo hacemos por movida. No todo se hace por plata. Hay que hacer las cosas por amor a lo que uno hace también. Lo que hicimos ese domingo, nos marcó la carrera”, destaca.

Notas relacionadas