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Opinión

31 de Julio de 2014

Juan Pablo Hermosilla, abogado: “En Chile no hay grupos terroristas”

Los bombazos de los últimos días han puesto los ojos sobre las medidas que un grupo de abogados prepara para reformular la ley antiterrorista. En pocas semanas más deberán entregar sus conclusiones a la presidenta Bachelet. Según Hermosilla, la solución al problema de fondo no pasa por esta normativa: “Si tuviéramos partidos políticos con buena llegada a los jóvenes, esto no estaría pasando”.

Jorge Rojas
Jorge Rojas
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foto: Alejandro Olivares

¿Qué es terrorismo?
El terrorismo como definición no es algo claro. Terrorismo es lo que la ley respectiva dice que es, y la ley en Chile no dice lo mismo que la ley en Perú, en Italia, España o Alemania. Justamente el encargo que ha recibido esta comisión de expertos constitucionalistas y penalistas es estudiar el contexto actual para proponer una puesta al día del sistema legislativo. Es muy importante entender que esto ya no es opinión solo del gobierno o de algunos académicos, sino que también de las Naciones Unidas.

¿Por qué esta ley antiterrorista es poco eficaz?
En primer lugar, esta es una ley con un origen ideológico propio de la guerra fría, y de ahí para adelante se han hecho modificaciones, pero no ha variado la estructura general de la ley. En segundo lugar, tenemos problemas de expectativas sobre el rendimiento legal, porque se ha generado la sensación de cierta impunidad cuando no se aplica la ley antiterrorista y eso no es así. En el caso de Celestino Córdova (condenado por la muerte del matrimonio Luchsinger-Mackay), por ejemplo, no se aplicó la ley antiterrorista porque se estimó que no incurría en los presupuestos, pero sí se aplicó en forma muy dura el delito de incendio del código penal.

¿Por qué ese delito no es terrorista?
No conozco el caso en detalle, pero lo que dice el tribunal es que no se acreditó la finalidad de terrorista. No es delito terrorista poner una bomba, no es delito terrorista quemar algo, no es delito terrorista llegar y matar a alguien, se requiere que concurran finalidades especiales. Aquí se requiere que, además de querer matar a una persona, la finalidad de ese acto sea infundir temor a la población. Ejemplo: imagínese que hay una persona que está presa y yo le digo a la autoridad: “lo libera o voy a hacer detonar un artefacto explosivo”. Y lo hago detonar. En ese caso aparece un delito terrorista. Lo mismo si decido poner una bomba en el Paseo Ahumada o en el Metro para infundir terror a la población sobre el uso de espacios públicos.

¿El bombazo en el Metro cambió el panorama?
Evidentemente hay un giro. Una cosa es destruir la propiedad con una bomba, un cajero automático, un banco, una comisaría de noche, una dependencia de gendarmería, por nombrar algunos casos que han ocurrido, en que es evidente que no se buscaba dañar a personas, y otra cosa es poner la misma bomba durante el día. Ahí cambia la finalidad. Parece bastante claro que la intención no era dañar el carro, sino que exponer a personas al riesgo de sufrir lesiones o la muerte, entonces creo que hay un giro importante.

¿La suma de bombazos a la propiedad no genera el mismo efecto de terror en la población que uno destinado sobre los civiles o la autoridad?
Es importante poner las cosas en contexto. En primer lugar, comparémonos con nuestro entorno. ¿Cómo está la estadística de muertos en Argentina, Perú, Bolivia, o Brasil? Nosotros tenemos estadísticas de homicidio que son propias de un país desarrollado. No es que no haya problemas, pero nosotros nos hemos desagregado, porque hace 50 años teníamos una estadística de violencia parecida a la de Brasil. Segundo, en términos de seguridad pública la puerta giratoria ha desaparecido, y con el gobierno de Sebastián Piñera quedó claro que ese no era el problema. Tercero, en Chile circulan excepcionalmente armas de guerra, en cambio esto se ve todos los días en Perú, Argentina, y Brasil en delitos que son comunes: el asalto de una casa se hace con un AK-47. Esta situación nos separa de todo el resto del continente. Veamos el tema de los grupos anarquistas: por lo general hasta el momento son bombas de escaso poder destructivo. La pregunta del millón: ¿Cuántos muertos llevamos por bombas? Ninguno. Al revés, los únicos heridos o muertos son los que han puesto la bomba. Yo no digo que no haya un problema, pero hay que poner las cosas en contexto, porque no tiene sentido que la gente en Santiago viva más intranquila que la gente en Sao Paulo, que tiene cinco veces más homicidios y violencia de todo estilo. En Chile hay que preocuparse de estos fenómenos, están ocurriendo cosas con los grupos anarquistas, pero Chile es un país admirado afuera por la tranquilidad.

¿Por qué entonces esta percepción de inseguridad?
Yo creo que hay manipulación. Desde que desaparecieron las peleas a muerte entre grupos de izquierda y de derecha surgió este tema de la delincuencia, eso pese a que hemos estado dentro de los veinte países con menos violencia del mundo. Pero cuando esto se presenta como un discurso político produce una conmoción social. La cantidad de alambres de púa que tenemos, esta cantidad de cercos eléctricos, tiene que ver más con la excepción que con una realidad, con una situación de temor artificial que se ha creado. Recuerda que hay políticos que han hecho carrera con el temor por la seguridad ciudadana.

DESINTELIGENCIA

¿En Chile existen grupos terroristas?
En Chile hay violencia de distintos estilos, pero en mi opinión -y más allá de lo que algunos digan- yo creo que en Chile no hay grupos terroristas. Eso no significa sí, que no existan actos terroristas. El concepto de terrorismo ha adquirido cierto simplismo. La gente dice: “pero si todo el mundo sabe que lo que hicieron los mapuche es un acto terrorista”. Eso no es así. Por eso es que ha sido muy útil la intervención de las Naciones Unidas al pedirle al gobierno que no aplique la ley antiterrorista. Aquí hay un conflicto social violento, no cabe duda, hay que aplicar el contrato social y la legislación que viene de atrás, pero no hay un acto terrorista.

Sólo el 10% de las causas terroristas finalmente tienen condena. ¿Hay una ineficiencia de la inteligencia policial?
Hay pruebas que son suficientes para producir una opinión de un análisis de inteligencia y que, claramente, no son suficientes para condenar a alguien. Pero en algún momento esto tiene que conectarse, y yo creo que puede estar fallando la interacción entre el sistema de inteligencia y el sistema de control penal. El trauma de nuestros servicios de inteligencia en la dictadura nos ha impedido tener un trabajo que es necesario. Creamos una cosita acotada como para decir que tenemos aparato de inteligencia, pero me da la impresión de que eso hay que revisarlo.

El ex fiscal Alejandro Peña y el ex director de la ANI, Gonzalo Yuseff, tienen la teoría de que los que ponen las bombas son los mismos de siempre. ¿Qué te parece eso?
Yo creo que está equivocada. Si fuera cierto que son los mismos de siempre no se entiende por qué la policía y los fiscales no tienen las pruebas para castigarlos. Este es un fenómeno en desarrollo, dinámico, y puede estar incrementándose. Lo que está sucediendo tiene más bien que ver con una cuestión ideológica muy importante. Hoy el Partido Comunista está incorporado al gobierno y ya no es el que aglutina fuerzas de oposición más cercanas a las ideas revolucionarias. Quedó ese espacio libre sin las ideologías y apareció el anarquismo, que ataca toda autoridad. Acá abajo, en mi oficina, después de una marcha alguien rayó “Destruyamos la civilización”. No deja de llamarme la atención la rabia y la falta de estructuración política y eso tiene que ver con esta incorporación del Partido Comunista al gobierno. Hoy no hay un grupo que contenga y queda abierto el espacio para Bakunin y sus amigos. Una sociedad sana se nutre fuertemente de los sectores descontentos, eso nos permite evolucionar.

¿No hay propuesta en el anarquismo?
Yo creo que esta crisis refleja la falta de participación que se creó en la sociedad chilena en los últimos 25 años. Los partidos políticos, en vez de ser canales frescos de discusión, terminaron anquilosándose. Si tuviéramos partidos políticos con buena llegada a los jóvenes esto no estaría pasando. Este es un llamado de alerta grave sobre algo que hemos hecho mal. A los anarquistas hay que convencerlos de que destruir la civilización es un mero acto catártico. Uno sabe lo que pasa cuando se suprime la autoridad del Estado: se produce la ley del más fuerte. Lo rescatable de todo esto es que hay gente enrabiada con el sistema y esa gente tiene que ser escuchada. Hay que explicar sí que la forma de hacerse escuchar no es poniendo bombas, porque se produce un efecto paradojal. Hay un problema del modelo, porque el anarquismo tiende a proliferar cuando la estructura del sistema excluye a grupos que expresan el descontento, y una democracia debe nutrirse del descontento duro. Pero eso no está ocurriendo.

¿Las motivaciones para poner bombas tienen que ver con eso?
Por lo que he visto sí, pero insisto, el sistema penal tiene que estar al día sobre el contexto social que vive cada país, para contener y evitar que los conflictos escalen. Pero no resuelve el problema, porque el derecho penal llega tarde, cuando ya se le fracturó la pierna a la señora, o cuando mató al hijo, o lo que sea: lo que está clarísimo a estas alturas es que la respuesta penal contiene estos brotes de violencia, pero no es la solución.

¿Por qué la derecha se ha empeñado en calificar toda bomba como acto terrorista?
Esto es casi una respuesta refleja de la derecha en todas partes del mundo, que trata de buscar una asociación con las víctimas por esta vía en vez de enfrentar y resolver los problemas. Pero el tema de hoy es de Estado y es muy importante asumirlo así y no desde las trincheras políticas. Hay que tratar de no manipular el tema políticamente, tratando de sacar ventajas a corto plazo, porque la gente se confunde y genera estas expectativas que son defraudadas posteriormente porque el rendimiento de la ley no va por ese lado.

Las bombas no se acaban con una ley distinta.
No, la ley contiene el conflicto y permite que el contrato social siga vigente, pero si uno quiere resolver el problema de fondo hay que preguntarse por qué hay jóvenes que quieren destruir la civilización. La solución final, insisto, está dada por crear un mayor espacio de participación, una sociedad más inclusiva que valore la diversidad y que permita un mayor apego con el sistema político. La rabia que hay detrás de muchos miembros de estos grupos anarquistas tiene que ver con que este es un sistema que segrega y nuestro deber es generar una sociedad con más apego y espacios de participación. Que en vez de maltratar a los pueblos indígenas, nos sintamos orgullosos de ellos, como pasa con México, Perú, Ecuador, y otros países.

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