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Opinión

19 de Diciembre de 2014

Editorial: El fin de la revolución

El miércoles 17 de diciembre de 2014, Cuba y Estados Unidos reanudaron públicamente las conversaciones tras más de cincuenta años de guerra declarada. El odio al imperialismo yanqui, máximo símbolo de la opresión capitalista, ha sido hasta hoy el gran motor de la Revolución.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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El miércoles 17 de diciembre de 2014, Cuba y Estados Unidos reanudaron públicamente las conversaciones tras más de cincuenta años de guerra declarada. El odio al imperialismo yanqui, máximo símbolo de la opresión capitalista, ha sido hasta hoy el gran motor de la Revolución. Fidel se jugaba el orgullo –y por ende, todos los cubanos- en este enfrentamiento con el monstruo. Recordemos que Cuba es una isla diminuta a pocas millas de EE.UU, tan pocas que se puede llegar remando sobre una balsa. En secreto, Obama y Raúl Castro ya venían hablándose haces meses. Raúl recibió incluso a dos senadores norteamericanos este año. Cayó el precio del petróleo, con lo que Venezuela, su último soporte, terminó de convertirse en un gato mojado. El Alba ya es un refugio sin guardias. Económicamente las cosas están pésimo y podrían estar todavía peor. Desde hace rato que la Revolución no cree en la Revolución. No es mucho, a estas alturas, lo que tiene para defender. El sueño del socialismo desde hace tiempo que no se les aparece; más bien a sus gobernantes los desvela la sobrevivencia. Hasta sus defensores retóricos entienden en el fondo que no es un modelo a seguir. Alan Gross, uno de los presos norteamericanos liberados en este acto de acercamiento, había sido detenido por distribuir ordenadores y equipos de comunicación satelital entre la comunidad judía en Cuba (El País, 2-12-2014). Varias semanas atrás comenzó a filtrarse que en el precio de su libertad estaba la piedra de tope al interior de las negociaciones secretas. También liberaron a un agente de inteligencia, cuyo nombre no fue revelado, y a quién Obama agradeció su valiosa colaboración para identificar espías cubanos en el territorio. Los norteamericanos, por su parte, soltaron a los últimos tres espías del castrismo que mantenían detenidos, tipos a quienes al interior de la isla el gobierno consideraba héroes, y cuyos rostros podían verse por todas partes, como un recordatorio de a donde dirigir el desprecio y qué valores defender. Es decir, algo tuvo esta ceremonia de tratado de paz. Se ha repetido hasta la saciedad; era el último testimonio de la Guerra Fría. Una rémora de otros tiempos, como la cola de una lagartija que se sigue sacudiendo sola, lejos de su cadáver. Obama no puede terminar por decreto con el bloqueo. Eso le corresponde hacerlo al parlamento a través de una ley. Lo que puede, en cambio, y efectivamente acaba de hacer, es acordar el ingreso libre de los norteamericanos a las tierras de la Revolución. En tiempos de alta circulación de personas, equivale prácticamente a terminar con el embargo. La gente no sólo se desplaza con su ropa y su arsenal de creencias, también acarrea productos y oportunidades, y es difícil imaginar que abiertas las compresas, el comercio no se imponga. La Biblia habla de cómo hasta los templos se convierten en mercados. Los cubanos están felices. Amigos de allá me dicen que cunde la excitación. Ambas partes pueden contar esta historia como un triunfo. Castro se puede jactar de haberle puesto un precio alto al trueque. Pero la verdad es que no es en la vida de los gringos donde estas medidas generarán cambios, sino en la de los cubanos. Es el fin de la Revolución. No todo sucederá enseguida, pero se trata del golpe de timón más radical desde su ingreso a la órbita soviética.. Por décadas, ahí se usó la palabra “orgullo” como virtud. Cuando miren para atrás, quizás descubran por qué para el resto es un pecado capital.

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