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Nacional

26 de Mayo de 2015

El testimonio de un padre transexual y su hijo transgénero

Hace unos días, se conoció el caso de una niña transgénero de cinco años a la que el Colegio Pumahue de Chicureo, le negó la solicitud, hecha por sus padres, de tratarla como Andy, luego de haber cursado prekínder en el mismo establecimiento como Baltazar. El programa Contacto de Canal 13 del pasado domingo, mostró esta historia en profundidad. El caso de Andy y su familia no es el único. Martín de cinco años ha pasado por lo mismo. Nació como Martina, pero desde temprana edad comenzó a manifestar su identidad masculina. Hoy, luego de ser rechazado en varios colegios, cursa segundo básico como Martín, pero solo la directora y los profesores lo saben. Sergio, su padre, que no tiene dinero para demandas ni abogados, está asustado. Con su anonimato quiere protegerlo de lo que él cree será una “cacería de brujas” para los niños transgéneros. Y Sergio sabe muy bien de qué está hablando. Él, al igual que su hijo y que Andy, nació en un cuerpo equivocado.

Por
trans

Frente al computador, mientras revisaba las fotos de la graduación del kínder de su hija, Sergio comenzaba a sollozar. El día de la celebración, Sergio, orgulloso y emocionado, le había puesto a Martina un vestido “que la hacía parecer toda una señorita, se veía preciosa”. Revisando las fotos se dio cuenta que en casi todas Martina lloraba.

A través de esas imágenes recorrió su propia historia. Y le dolió.

A él también lo obligaron a vestirse como niña.

Sergio, como su hijo, había nacido en un cuerpo que le era extraño.

LA VIDA DE SERGIO COMO ANA
El primer recuerdo que tiene Sergio sobre su transexualidad es cuando veía a su hermano ir al colegio de hombres. Él siempre quiso ser parte de ese grupo de adolescentes de pantalones gris, vestón negro y bien peinados. Soñaba con su primer día de clases. Cuando ese día llegó, a Sergio lo vistieron con jumper y zapatos de charol. Sin darle mucha importancia a como iba vestido, salió junto a su mamá. Dejaron a su hermano en el liceo de hombres y él quedó en el liceo de niñas. En ese tiempo Sergio no entendía –o no quería entender- que él no era él, sino ella: Ana, una niña.

Hace 32 años, cuando Ana entró al liceo, se tuvo que conformar que la vistieran como una niña, un género que no la representaba y que no la hacía sentir cómoda, pero en ese tiempo el tema de las personas transgénero estaba casi invisibilizado. Pese a eso, la enseñanza básica la vivió sin mayores problemas. Fue “Ana tres cocos”, o “Ana la marimacho”; siempre arriba de los árboles –sin importar como estuviera vestida-, jugando fútbol, peleando o buscando un beso de la compañera más bonita. Los problemas llegaron en la pubertad, cuando sus pechos crecieron, se ensanchó su cadera, y el pene que ella pensó que crecería, nunca llegó.

Ya estando en la enseñanza media, Ana convenció a su padre de que la inscribiera en un colegio nocturno. Ahí pudo andar como siempre quiso: pelo corto (el mismo corte que mantiene hasta ahora: casi rapado a los lados y atrás, y un poco más largo arriba), pantalones y poleras lo suficientemente anchas, que hacian pasar desapercibidas sus formas de mujer.

Años después de haber terminado el colegio, y por la presión de su abuela (“¿y el pololo cuándo?”, le decía), Ana se emparejó con Ismael. Tener sexo con él fue una manera de autoconvencerse que ella no tenía un problema. Atrás dejó a las mujeres que le gustaron y con las que se besó. Luego de un tiempo de pololeo se embarazó y justo antes que naciera su primera hija, Ana e Ismael se casaron. Pero el matrimonio duró apenas unos meses. Ana vio crecer a su única hija con preocupación. No quería que la niña se criara sola y cuando cumplió los cuatro años, se acercó a su ex marido para persuadirlo que la embarazara otra vez, Ismael sólo sería el progenitor.

En febrero del 2008 nació su segunda hija, Martina. Ese mismo mes, Ana decidió ser quien ella sentía y quería ser: un hombre. A sus 29 años, comenzó su tratamiento hormonal. Las dosis de testosterona agravarían su voz y acelerarían el crecimiento del vello corporal. A un mes de ser madre por segunda vez, Ana se convirtió en Sergio.

MARTINA ERA MARTÍN
La infancia de Martina fue tranquila. Sergio le compraba muñecas, vestidos, carteras y pese a que Martina siempre prefería autos, super héroes, y juguetes de niño, hasta los tres años, esos gustos “distintos” tenían a Sergio sin cuidado.
A fin de año, el jardín donde asistía Martina fue invadido por una plaga de pediculosis, las educadoras aconsejaron a los apoderados que quisieran cortarle el pelo a sus hijos. Sergio pensó que era una buena idea. Cuando Martina se vio con el pelo corto, se le iluminó la cara. Para él, esa fue la primera señal que algo no andaba bien.

Luego vino la graduación de kínder.

“Para la graduación del jardín obligué a Martina a ponerse un vestido. En todas las fotos sale llorando. Cuando las revisé después del evento, me puse a llorar, porque me acordé cuando me obligaban a ponerme ropa de niña. Entonces empecé a ser más flexible con lo que ella quería usar: dejó las poleras rosadas y los vestidos y empezó a usar zapatillas para skate y poleras de Kick Buttowski, su dibujo animado favorito”, explica Sergio.

Y así fue como Martina pasó el jardín infantil: con buzo, poleras y zapatillas “de niñito”.

Los problemas vinieron cuando tuvo que entrar a primero básico: Martina debía ocupar falda, y siempre la rechazó. De hecho, el día en que Martina mejor lo pasó ese año en el colegio, fue cuando tuvo que hablar de su profesión favorita: los camioneros.

“Fue vestida de jeans, camisa cuadrillé, suspensores, jockey y bigotes. Y entró al colegio (que era de niñas) vestida así, y una compañera dice: ‘oye ¿por qué hay un niño, si este colegio es de niñas?’. Y ahí lo empezaron a molestar, pero a ella no le importó tanto, porque se sentía cómoda. Ese día llegó a la casa y se quedó vestida así”, recuerda Sergio.

Poco a poco Martina perdía las ganas de ir al colegio. La profesora la molestaba por jugar como niño y las veces que iba, besaba a sus compañeras. El lesbianismo fue la justificación a la que Sergio se aferró para poder entender el comportamiento de su hija. Eso hasta que la directora del colegio lo llamó para decirle que la conducta de Martina no era la adecuada para una niña.

Estaba bloqueado. Sergio no quería reconocer en su hija su propia historia.

“Cuando salí de la reunión con la directora entré a una página de internet de transexuales en Chile y escribo: ‘¿cómo puedo saber si mi hijo es trans?’, y entonces otra usuaria, que después sabría yo que también es madre de una niña trans, me responde: ‘¿le has preguntado cómo se llama?’”.

Al día siguiente, Sergio realmente pudo escuchar a Martina.
-Marti, si tú hubieras sido niño ¿habrías tenido otro nombre? –le preguntó Sergio.
-Sí ,poh, si yo me llamo Martín.

-¿Y desde cuánto te llamas Martín?- preguntó el padre.
-Desde hace tiempo igual. ¿Cómo no te diste cuenta?

-Pero ¿cómo es que te llamas Martín, si el nombre que yo te di al nacer es Martina?
-Sí, pero mi otro nombre es Martín.

-¿Y por qué ‘otro nombre’?
-Porque yo soy niño poh, papá. Yo no soy niña. Lo que pasa es que tú estás confundido, porque yo siempre he sido niño y tú no te has dado cuenta.
Entonces Martina lloró. Y Sergio también. Y se abrazaron.
Sergio había liberado a Martín.

¿QUIÉN SOY YO?
En la intimidad, Sergio había reconocido a su hija Martina como Martín, pero este es un camino que recién comienza. Las cifras de aceptación e inclusión, por ahora, no son alentadoras. En Chile, hay un trangénero cada 20 mil personas. Según la Fundación Todo Mejora- organización centrada en la prevención del suicidio adolescente y el bullying homofóbico y transfóbico- 42% de los jóvenes chilenos no heterosexuales han sufrido bullying homofóbico de manera frecuente. Eso, sumado a que un adolescente no heterosexual es cuatro veces más propenso a suicidarse, una probabilidad que aumenta para quienes no cuentan con apoyo familiar.

A la edad que tiene Martín, que es la primera infancia, se descubre “quién soy yo”, según explica Gabriela Gómez, sicóloga clínica especialista en identidad de género. “La atención está centrada en uno mismo. Es por eso que los niños a los cuatro años hacen pataletas. Básicamente lo que buscan es reafirmar la identidad que están construyendo. Las personas configuran su identidad de género más o menos a los tres, cuatro años. Desde ahí uno empieza a construirse como hombre o como mujer, y esa construcción tiene que ver con las preferencias, con qué te gusta jugar, cómo te gusta vestirte, cómo te gusta llamarte, cómo te gusta actuar en la vida, cómo piensas y cómo sientes”, explica Gómez.
A primera vista, se podría pensar que Martín imita el comportamiento de Sergio. Pero Andrés Rivera –consultor internacional, especialista en derechos de los transexuales, reconocido activista chileno y trans- es enfático en decir que hay una distinción entre “imitar a alguien” y “reconocerse y expresarse como tal”.

“Esto no tiene que ver con lo que uno puede imitar. Estas son conductas diarias. La imitación es una cosa que, a lo más, puede durar un par de horas. La niña puede imitar muchas cosas, pero decirse ella que es niño es otra cosa. O peor, que derechamente te diga por qué Dios se equivocó, si ella quería ser niño”, explica Rivera, refiriéndose también a los más de diez casos de niños transgénero que él asesora y apoya.
De hecho, no es solo una manifestación explícita del niño con la que se confirma su transgénero. En el caso de Martín, él pasó por el reconocimiento, primero, de su nombre social, y después fue la confirmación del equipo psicológico que, luego de un largo proceso de observación, determinó que Martín es trans. El ejercicio que mejor representa su género es el del dibujo: se le pide al paciente que se dibuje a él mismo, y que después dibuje a alguien del sexo opuesto.

Martín, en el primer dibujo, se hizo pelo corto y ocupó colores asociados a lo masculino. En el segundo dibujo, hizo lo contrario.

UN COLEGIO PARA MARTÍN
Luego que “liberaran” a Martín, Sergio tuvo que explicarle a la directora del colegio el proceso por el que pasaba el niño. Pese al diagnóstico del equipo de sicólogos, la directora no lo aceptó. En el colegio la seguirían llamando Martina, su nombre legal. No habría espacio para su identidad como Martín.

En noviembre del año pasado, Martín abandonó ese colegio y terminó el año académico dando exámenes libres. Salió del primero básico con promedio 6,4. El problema fue buscar otro centro educacional.

Luego de una larga búsqueda llegaron a un colegio de Recoleta. Hablaron con el director, que en una primera instancia dudó de lo que pasaba, hasta que conoció a Martín. Vio en él a un niño como cualquier otro y lo aceptó en el colegio, siempre y cuando fuera un secreto entre la familia y las autoridades. En febrero de este año, Andrés Rivera capacitó a los profesores del colegio para que le dieran al niño un trato igualitario. Ahora ellos saben que en la lista Martín sale inscrito como Martina, pero en voz alta deben llamarlo por su nombre social. Junto con eso, el ministerio de Educación exigió que Sergio y el director firmaran un documento con todos los acuerdos a los que llegaron. Dentro de esos acuerdos, el más problemático fue el baño: Martín usa el de profesores.

El ministerio de Educación no tiene un protocolo ni lineamientos sobre el trato para niños y niñas trangéneros. De hecho, para llegar al colegio en el que está, Martín tuvo que pasar por otros cuatro que lo rechazaron. Una historia similar a la de Andy, la niña de cinco años que la semana pasada le fue rechazada la solicitud, en el colegio Pumahue de Chicureo, de ser tratada de acuerdo a su género y no a su sexo.
La forma en que Martín vive siendo transgénero en el establecimiento educacional es una improvisación. Esto hasta que Andrés Rivera, quien actualmente trabaja con el Mineduc en protocolos de integración y respeto a la identidad de género, logre -junto a otras agrupaciones- que la ley que está en el Senado se apruebe.

El día siete de mayo de 2013 se ingresó a la comisión de derechos humanos del Senado el proyecto de ley titulado “Reconoce y da protección al derecho a la identidad de género”. Lo que se busca es “que las personas que son transexuales no necesiten someterse a una operación quirúrgica para poder ser reconocidas por su nombre social”, explica Lily Pérez, senadora de Amplitud y una de las impulsoras del proyecto.
“Las personas pueden someterse a cirugías de cambio de sexo, luego se van a un tribunal, después al registro civil y ahí se le otorga una nueva identidad. Pero hay personas, como los menores de edad, que creemos que no tienen por qué tener la obligación de someterse a una intervención quirúrgica. Pero sí tienen el derecho de ser reconocidos socialmente”, explica la senadora Pérez.

En el caso de los centros educacionales, lo que busca el proyecto de ley es que se respete la identidad de género. Es decir, que en los colegios dejen de obligarlos a ocupar cierta ropa (jumper o pantalón, dependiendo del sexo biológico y no del género), y que les permitan entrar al baño que les corresponde de acuerdo a cómo ellos se identifican. Pero para casos como el de Martín, explica la senadora Pérez, “es mucho más complejo, y todavía estamos en trámites”.

LO QUE LLEVAS BAJO EL PANTALÓN
Sergio aceptó hablar con The Clinic siempre y cuando se ocultara su nombre y el colegio en el que estudia actualmente Martín, pues con el caso de la niña de Chicureo, el género de su hijo se transformó en el argumento perfecto para iniciar una cacería de brujas.
Mientras recordaba la escena de las fotos de la graduación, Sergio agachaba la cabeza y explicaba así, cabizbajo, que el miedo más grande para él no era que los compañeros de colegio del niño se enteren del secreto, o peor, que los apoderados lo hagan. El miedo mayor es el día en que Martín se dé cuenta que el país en el que nació le ofrece derechos dependiendo de lo que lleva bajo el cierre del pantalón y nada más. No por cómo se ve, ni mucho menos cómo se siente. “¿Cómo te sentirías si te obligaran a ser quien no eres?”.

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