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Opinión

1 de Septiembre de 2015

“Los niños que fuimos”: El emotivo relato de una menor que creció en Dictadura

"Mis papas asustados a veces, con mucha rabia la mayor parte del tiempo. De esto que hablamos en la casa no se habla en el colegio, esto no se repite. Mi papá enojado puteando frente al televisor a un Pinochet que hablaba y hablaba. Pareciera que hubiera hablado mucho. Parece que hablaba todo el día o al menos o eran los monitos o era él".

Alejandra González Celis
Alejandra González Celis
Por

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“Los niños que fuimos. Las niñas que fuimos”, se titula la narración de Alejandra González, poeta y académica de la Universidad Diego Portales y Alberto Hurtado, quien describe la visión, el día a día de una niña en medio de la Dictadura de Pinochet.

El texto fue escrito a propósito del lanzamiento del libro-objeto “Infancia en Dictadura: niñas y niños testigos: sus producciones como testimonio.”, realizado el viernes 28 de agosto en el auditorio de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales en el marco de la campaña de recolección de objetos creados por niñas y niños entre 1973 y 1989.

Aquí va el relato completo

1.- Los niños siempre estamos solos arrojados en el paisaje de la infancia. Los adultos siempre son voces, son escenarios, son pasajes, vehículos que pueden sacarnos un rato de eso, a veces, depende. Que nos pueden llevar, vaya a saber uno dónde. De ahí la urgencia del niño por hacerse escuchar, por insistir, insiste el niño en el llanto, insiste el niño en el movimiento continuo. Insiste el niño cuando arroja el vaso lleno de agua encima de la mesa, se insiste por que es necesario llenar un espacio que parece inmenso y solitario. Va insistiendo el niño y parece que no puede parar de insistir hasta que esa individualidad sea reconocida como tal y legitimada. Hay que decir una y otra vez que se es, hay que actuar una y otra vez porque o si no pareciera que la identidad completa de difuminara y ser uno fuese ser uno solo.

No es accidente entonces que la imagen de la infancia sea traída una y otra vez por el poeta como ese espacio en el cual se era todo y nada a la vez. La necesidad poética es ese tener que decir de uno y mil modos porque parece que siempre es necesario hacerse escuchar. ¿Quién escucha? ¿Quién es el lector de la infancia? ¿Para quién escribe y produce la infancia?

2.- Nosotras estamos tendidas en la alfombra, la guata abajo, una polera que no alcanza a cubrir y nuestra piel recibiendo el cosquilleo de la alfombra. Estamos viendo monitos con mi hermana. Mi mamá nos prepara la leche y nos deja ahí viendo Marco. Mis lágrimas mezcladas con el sabor de la leche. Mis papas asustados a veces, con mucha rabia la mayor parte del tiempo. De esto que hablamos en la casa no se habla en el colegio, esto no se repite. Mi papá enojado puteando frente al televisor a un Pinochet que hablaba y hablaba. Pareciera que hubiera hablado mucho. Parece que hablaba todo el día o al menos o eran los monitos o era él.

En la mañana estamos tomando desayuno y en la radio Cooperativa alguien dice, no se cómo, no se si lo dicen en la radio, no se si lo dice mi papá a mi mamá. Mi mamá en bata, mi papá en terno. El relato de la infancia es imagen, una imagen tridimendional que se traduce en una gran imagen gestual.Los secuestraron dice, se los llevaron cuando fueron a dejar a los niños. No se quién dice, alguien dice. Lo que queda claro es que se llevaron a los papás.

La tía Pupy era la del transporte escolar que me llevaba al colegio. Mi hermana se quedaba en casa llorando en bata en la puerta porque ella todavía no podía ir. Mi hermana tenía sus ojitos muy rasgados, cosa que hizo que durante toda su infancia la llamaran La Chinita. Mi hermana llora ese día más que ningún otro. Ahí quedó Madamme Butterfly decía la tía Pupy. Y en la noche mi hermana no podía dormir. Tenía miedo, quería dormir con mis papás. Empezaba a caer la noche y mi hermana no se quería dormir. Tengo miedo decía. De qué, decía mi mamá. No se. Yo también tengo miedo pero no lo puedo decir, y es bueno que mi hermana diga que tenga miedo porque así me puedo hacer cargo yo.

A las dos nos ponían unos beatles azules debajo de la camisa de colegio porque hacía frío.

¿Papá qué es degollar? Pregunté así como pregunté lo que era la UF, así como pregunté que era una Isapre, así como pregunté cómo había llegado ese ratón al wáter.

¿Qué es degollar?La mirada metálica de mi papá. No se qué me dijo. Pero su cara dulce era otra cara que yo no había visto y supimos los niños, yo y mi hermana y todos los niños que vimos las caras de nuestros papás que nada de eso era normal.

Yo en el colegio sentada en mi puesto mientras un profesor habla algo, no se en qué clase estoy. Escribiendo en mi agenda Pascualina, abriéndome el primer botón de la camisa, metiendo mi mano por mi cuello, agrandando el espacio entre el beatle y mi piel, tomando el cuello del beatle, desplegándolo hasta subirlo a mi boca, tomar la orilla con mis dientes, sostenerlo, sentir el sabor de la tela frotándose con mis dientes que suena así como jui jui. No quiero tener nada en mi cuello. Mamá no quiero ponerme este beatle, no me sale la cabeza. Entonces no te lo pongo más.

3.- La palabra degollar entro en mi cuerpito y dejó una huella indeleble. Así como entraron otras miles de palabras y no me quedó otra que escribir. No había otra cosa que hacer en un silencio que se instalaba difuso en las casas. En una posibilidad que nos permitiera sentirnos un poco menos solos y que permitiera disputar en algo la lógica de poder instaladas.

Yo soy la niña de esa carta escrita al mundo, que protegida en su catolicismo intenta remover a sus propios católicos a los que juzga. Mis padres católicos y socialistas. Mi educación en un colegio de monjas y de niñas en el corazón de Ñuñoa. Yo soy esa que necesita decirle al mundo que no se puede soportar tanta pobreza que tenemos un deber, porque algún sentido tendrá este mundo y yo que ya me di cuenta, tengo el deber de comunicarle esto al mundo.

Sigo siendo la misma niña desesperada que frente a una maquina de escrbir Olivetti decide plantearse y dar a conocer su opinión. Era un documento importante, no había que escribirlo a mano, había que escribirlo a máquina porque era un documento oficial, una especie de encíclica infantil, la posibilidad de decirle al resto, de disputar un trozo de verdad.

4.- La producción de la infancia, su potencia creadora, reside a mi parecer en esa necesidad de fabricar un lazo irrompible con el otro que le permita traspasar el peso abismante de esa soledad y de esa pequeñez. La infancia escribe, aunque no sepa las letras, escribe con sus lápices de cera y sus temperas. Araña las hojas blancas con esos lápices de mina intentando afanosamente representar ese algo que solo desde ahí se ve. Mira lo que hice, dice una y otra vez aunque no lo diga, lo dice igual, porque lo ha pintado y escrito, porque lo guarda, porque lo regala para que otro lo guarde, es un gesto de subversión permanente en un sentido político amplio: se requiere disputar el poder de que lo real es todo aquello que tu dices, mira yo también se, yo también miro, mira acá estoy yo.

Un sujeto político que produce la realidad donde se encuentra de formas múltiples todas ellas igualmente legítimas. Lo que nos une, lo que une a esta infancia en dictadura es una necesidad que se llena de formas distintas y ahí Patricia Castillo describe las formas que tuvo esa reacción, esa apelación, como un canto dulce que le dice a esos niños que somos que alguien nos está escuchando, que ese alguien para el que escribimos, para el que pintamos al fin aparece y decide escuchar lo que decíamos, ese a quien iba mi carta, ese gran otro para el cual creamos.

Ella índica que esos niños son testigos y en tanto testigos tiene un testimonio que entregar, son poseedores de una verdad, tal como plantea Agamben, le dan crédito a un acontecimiento determinado.

Este libro es para mí, una invitación, una vitrina dulce que muy respetuosamente reivindica el lugar del niño como un sujeto político que disputa esa realidad que se le ofrece, tan espantosa como lo fue la dictadura chilena, y donde el adulto, su adulto, aún cuando pareciera haber sido la única posibilidad de transporte, fue construido y deconstruido de distintas formas. Esto es un ejercicio de dignidad, de reconocimiento, de justicia. Una dignidad, un reconocimiento y una justicia que no solo debe realizarse con los niños de la dictadura si no que plantea un desafío muchísimo mayor que es decir que niños y niñas están escribiendo y pintando para que alguien los lea y vea, no para ser sobreinterpretados en test psicologizantes o en pruebas estandarizadas en nuestros colegios para decir qué nos falta, hasta dónde tenemos que llegar. La infancia es una productora estética y política, su arte es producto de la necesidad de hacerse escuchar. ¿Quién lee a nuestra infancia hoy? ¿Para quién producen nuestros niños? ¿Cómo disputan esta otra hegemonía en la que cada uno de nosotros es de nuevo una, de las tantas, alternativas de salida?

Esos niños son y siguen siendo testigos y nosotros los adultos también tenemos el deber de ser testigos de esos testimonios. ¿Qué lugar prestamos a ese testimonio? Patricia Castillo nos presenta aquí un espacio concreto y hermoso de reconocimiento de ese testimonio. Los niños que fuimos te lo agradecemos. Los niños que somos tendremos que generar espacios distintos para escuchar a nuestros pequeños testigos.

carta

*Carta realizada por Alejandra Gonzalez a los 9 años donada a la campaña de recolección de objetos creados por niñas y niños entre 1973 y 1990

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