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Mundo

18 de Febrero de 2016

Divididos por Sanders: El entusiasmo de Piketty y las críticas de Krugman

Thomas Piketty y Paul Krugman, los dos oráculos del progresismo en materia económica, han quedado en veredas opuestas frente al fenómeno Sanders. Para el francés, asistimos al fin del ciclo que inició Reagan en 1980 y que Clinton y Obama no se animaron a revertir. Para Krugman, las propuestas concretas del precandidato no pasan la prueba del realismo y sus seguidores confunden idealismo con autocomplacencia. El choque de ambas posturas parece resumir la duda permanente en que se debate la izquierda del siglo XXI: dónde ajustar la ecuación entre lo deseable para mañana y lo posible para hoy.

Por

Bernie Sanders EFE

Acostumbrado a recibir agravios, pero desde la derecha, Paul Krugman ha conocido este año la pólvora de los Bernie Bros –así bautizados por ser en su mayoría hombres y jóvenes–, los mismos que hasta hace poco pudieron tenerlo entre sus autores de cabecera. Por dudar del programa de Sanders, el Premio Nobel de Economía que servía de escudo contra todos los dogmas neoliberales, ahora enfrenta cargos como “esbirro del capitalismo” o “agente de Hillary”. Los Bernie Bros son ya un importante tema de debate en las primarias demócratas: un ejército de “guerreros del teclado” que también se ha encargado de trollear a las mujeres que votan por Hillary, al punto que el propio comando de Sanders intenta por estos días desmarcarse de ese tono inquisidor con spots de espíritu fraterno. “No queremos esa basura. La gente tiene que expresar su opinión con respeto”, dijo hace poco su jefa de campaña. Krugman, en todo caso, reconoce que fue peor cuando lo atacaban las huestes de Bush: los correos que le llegan ahora, si no lo respetan a él, al menos respetan la gramática.

Querellas aparte, los partidarios de Sanders no están solos en el campo de la economía dura. Sobre todo desde que Thomas Piketty –que si de algo sabe, es de cifras– entró a este debate y se cuadró con Bernie en un texto desbordante de entusiasmo. Ahora Krugman y Piketty, socios naturales, se ven las caras desde trincheras vecinas pero contrarias, y quizás sea porque la frontera que cruza el discurso de Sanders es la misma que separa a las izquierdas que se adaptan a las “medidas de lo posible” de aquellas que prefieren juntar fuerza para llevarse esas medidas por delante.

Sigamos primero a Piketty. El 13 de febrero publicó en Le Monde un artículo titulado “El shock Sanders”, en el cual sostiene que, aun si el actual senador pierde la primaria, nada permite descartar que “otro Sanders, probablemente más joven y menos blanco, pueda ganar la próxima presidencial de Estados Unidos y cambiar la cara del país”. Y asegura: “En muchos sentidos, estamos asistiendo al final del ciclo político-ideológico abierto por la victoria de Ronald Reagan en las elecciones de noviembre de 1980”.

Piketty retrotrae su análisis al ciclo que vivió Estados Unidos durante el período 1930-1970, marcado por una fuerte reducción de las desigualdades gracias a una política fiscal progresiva de altos impuestos a los sueldos millonarios y a las herencias. Fue también cuando se estableció el salario mínimo, que en dólares de hoy llegó casi a los US$11 por hora a fines de los años 60 (ahora es de US$7,25). Todo esto de la mano de un alto crecimiento y casi nulo desempleo, “porque el nivel de productividad y del sistema educativo lo permitía”, según el economista.

Sin embargo, el descontento de las élites financieras y del electorado blanco más conservador frente a las crecientes políticas sociales, sumado a la inflación, la crisis del petróleo y otros factores que acechaban el orgullo nacional, prepararon el terreno para que Reagan se erigiera en 1980 como restaurador de los orígenes míticos del capitalismo. Su gobierno congeló el salario mínimo, pero más importante, bajó drásticamente los impuestos a los ingresos más altos y a las herencias. Ni Clinton ni Obama, alega Piketty, desafiaron este rumbo, que derivó en la consabida explosión de la desigualdad y de los sueldos desorbitantes mientras la clase media veía estancarse sus ingresos reales.

En ese contexto es que el autor de “El capital en el siglo XXI” interpreta el boom de Sanders como una prueba de que muchos estadounidenses se cansaron de la desigualdad y de las “seudoalternancias”, y quieren revivir la tradición igualitaria de los tiempos mejores. Sanders, que ha definido su “socialismo democrático” apelando a esa misma memoria, propone subir los impuestos a los más ricos y llevar el salario mínimo a los US$15 por hora de aquí al 2020 (Clinton, a US$12), además de salud y universidad gratuitas “en un país donde la desigualdad de acceso el estudio ha alcanzado niveles inauditos, evidenciando un abismo gigante respecto a los hipnóticos discursos meritocráticos que enarbolan los ganadores del sistema”, sentencia Piketty. Y concluye animoso: “Estamos muy lejos de las sombrías profecías que predicen el fin de la historia”.

Muy distinto lo ve Krugman desde Estados Unidos, país en el que oficia, tal vez, como el intelectual público más influyente. Su principal crítica, la que encendió la mecha, apunta al plan de salud de Sanders, caballito de batalla de su discurso social. El “BernieCare” contempla eliminar los seguros privados de salud y pasar a un sistema financiado íntegramente por el Estado. Modelo que para Krugman es deseable en el largo plazo pero inviable en el corto, y cuyos costos, además, el equipo de Sanders tendría subestimados. Por eso afirma que tales propuestas consiguen en realidad una “distracción de los verdaderos problemas”, sacrificando, en aras de una “quijotada” que chocará contra la pared, el capital político de una agenda progresista que en el próximo gobierno debería priorizar temas como la universidad para todos o la recuperación del poder negociador de los trabajadores. “Lo siento, pero no hay nada noble en ver tus valores derrotados porque has preferido los sueños felices a pensar seriamente sobre los medios y los fines. No dejes que el idealismo vire hacia una destructiva autoindulgencia”, contestó en una columna a quienes lo acusan de renunciar a sus ideas justo cuando podrían hacerse realidad. También ha recordado que ya en un libro de 2007 juzgaba impracticable un plan de salud como que el que ahora se discute, de lo cual desprende, decepcionado, que muchos seguidores lo han leído “recogiendo un tono y una dirección, pero sin tomar en cuenta los planteamientos específicos”.

Krugman ha desmentido cualquier vinculación suya al comando de Clinton (quien, por lo demás, lo cita frecuentemente), pero ha dejado claro que está del lado de quienes consideran al dinero “la raíz de muchos males”, pero no “de todos los males”. Y devolviendo los golpes, observa que los fanáticos de Bernie parecen más impacientes por acabar con el lucro de los privados que por subsanar las carencias de los más pobres. Argumentos que no nos suenan tan lejanos, y que vuelven a demarcar la pugna progresista entre el enfoque que se adecúa a las condiciones del presente para conquistar avances graduales (y Obama ha logrado unos cuantos, tan “significativos” como “insuficientes”), y aquel que, como Piketty, pone las cosas en un contexto histórico más amplio –hacia atrás y hacia adelante– para bregar por un cambio de paradigma más general que, por lo menos, contradiga a Fukuyama.

En el último debate, al ser consultados por un líder histórico al que tuvieran por referencia, tanto Sanders como Clinton nombraron a F.D. Roosevelt. Y así como Piketty remite su apoyo a Sanders al ciclo impulsado por Roosevelt en los años 30 (a la vez que define a Clinton como “la defensora del statu quo, heredera del régimen político Reagan-Clinton-Obama”), Krugman ha hecho notar que aquella agenda de Seguridad Social –la que delineó Roosevelt– se parecía más a lo que ha hecho Obama en su segundo período que al cambio de dirección que promueve Sanders.

¿Y qué estará pensando Noam Chomsky? En enero declaró a Al Jazeera que las políticas de Sanders son las que más lo identifican y que ve con muy buenos ojos el movimiento generado en torno a él. A lo que agregó, sin embargo, que no le ve reales posibilidades, ni puede una sola persona gobernar Estados Unidos. Y si Hillary es la candidata en noviembre –dijo por último– votará de seguro por ella, porque la diferencia entre demócratas y republicanos es insoslayable… ¿Empate?

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