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Opinión

31 de Marzo de 2017

Columna de Constanza Michelson “Nabila: El juicio suspendido”

"Esa palabra faltante, que impide la emergencia de cualquier otra, se parece al lugar que tienen los ojos de Nabila Rifo. Tal como el perro muerto bajo la luz de mediodía, el horror está situado en su rostro como algo tan presente que no se puede mirar de frente, no puede ser drenado en las palabras".

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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Parto con el arrebato de Lol V. Stein, el personaje de Marguerite Duras. Tras una escena en que el guion conocido habría sido el de los celos o la ira, Lol más bien queda sin palabras. Silencio que la autora describe como “palabra-ausencia, una palabra-agujero donde se enterrarían todas las demás palabras. […] Faltando, esa palabra estropea a todas las demás por el hecho de faltar, las contamina, es también el perro muerto en la playa en pleno mediodía, ese agujero de carne”.

Esa palabra faltante, que impide la emergencia de cualquier otra, se parece al lugar que tienen los ojos de Nabila Rifo. Tal como el perro muerto bajo la luz de mediodía, el horror está situado en su rostro como algo tan presente que no se puede mirar de frente, no puede ser drenado en las palabras. Porque las palabras se despojan de la cosa al nombrarla, mientras que la cicatriz de la maldad radical se torna demasiado espesa para ser dicha, ante esta se suspende cualquier repertorio conductual. ¿Qué se puede decir a alguien en ese lugar?

Se suspende el juicio. Y su expresión literal es el ánimo -aunque no se verbalice- de que someterse a tribunales en este caso sobraba, cualquier argumentación del imputado y su defensa caería en nada más que en la versión obscena de la razón. Y así fue, la argumentación del abogado defensor husmeando en la vida sexual de la víctima, generó la incomodidad que trae el pragmatismo cínico. No soy experta en esas materias, desconozco si la maniobra del profesional es correcta o acaso ética.

Pero así como la instancia judicial es ineludible por más solidaridad que se tenga hacia la víctima -que en este caso es rotunda- el juicio subjetivo tampoco puede suspenderse. Ahí cuando el horror paraliza, es aún más fundamental seguir pensando. Indagar acerca de la problemática relación entre la erótica, la pasión por la dependencia y la violencia, se puede pasar por alto en el entusiasmo de las explicaciones únicas.

Sin negar el lugar que le corresponde, hay casos en que no alcanza solamente la explicación de la violencia de género, queda algo aún por dilucidar respecto del lado más opaco del amor. Muchos podrán reconocerse amargamente en la defensa que hace Nabila en primera instancia a su agresor: “porque lo quería”. Algunos se verán en el reflejo de ese mal amor, otros en el abuso que han hecho del mal de amor de los demás.

El psicoanálisis ha descrito cierta afinidad humana por objetualizarse y entregarse como una especie de ofrenda hacia un otro privilegiado, amado, idealizado o temido. Pero ya mucho antes la cultura se encargaba de organizar esos lugares, el de quienes gozaban activamente y quienes eran gozados. Pascal Quignard ( “El sexo y el espanto”) toma la práctica del obsequium, la que traduce como la adicción por la dependencia en sí misma, para explorarla en las sociedades antiguas. Tanto griegos como romanos administraban la erótica indicando las direcciones de goce y poder, ya sea por edad o por castas. En la nuestra, pues ya sabemos, estas cuestiones se distribuyeron durante un largo tiempo por sexos, quienes dominan y quienes estarían en posición de objetos a poseer. Y es ahí cuando se vuelve un asunto político: en la infamia de cristalizar en algunos grupos, el lugar de quienes someten a otros, no sólo a través de la opresión, sino que también de la sujeción que esta pasión por la entrega sin límites favorece.

Así es como, aunque esta pasión por la dependencia sea constitutiva del ser humano, hay subjetividades que dado los ordenamientos culturales quedan librados a ser arrasados en mayor medida que otros. Mientras que lo masculino ha sido construido para avergonzarse de la pasividad amorosa -y por lo mismo suele desplazar su dependencia, por ejemplo, en toxicomanías- lo femenino tiende a quedar anclado con mayor facilidad en ficciones del mal de amor. Por cierto, que todo eso puede estar acentuado por las dependencias materiales y la distribución desigual del poder. Son cuestiones que habrá que seguir explorando para comprender e intervenir.

Por otro lado, surge en estos casos la pregunta por el odio que implica ya no la contra cara del amor, sino que el paso al acto. ¿Ante qué tiranía de los impulsos quedan suspendidos algunos sujetos? A veces se trata de miseria simbólica, en quienes pueden estar incluidos socialmente a partir de lo material, pero no cuentan con el recurso de metabolizar las pulsiones en las ideas. Otras veces, se trata de quienes coinciden demasiado consigo mismos, y caen en esos totalitarismos parecidos al del instante de certeza absoluta del asesino. ¿Los tiempos que corren son favorables a estas suspensiones del juicio?

Termino con una anécdota. Un conocido apareció despotricando de que había muchos canallas que se permitían criticar a la víctima de este caso. No dudo que los haya, pero en mi experiencia particular no lo he escuchado ni pública ni privadamente, por el contrario, encuentro solidaridad hacia ella. Pregunto entonces a mi amigo quiénes serían tales infames, me responde que en realidad se trata de un compañero de trabajo que algo habría insinuado, nada muy claro, pero que dada la moral dudosa que le atribuía de antemano, suponía que alguna barbaridad debía pensar. Es decir, frente a un confuso comentario de un sujeto, corroboró lo que deseaba: que fuera ese que se sentaba a su lado y lo incomodaba, el portador del peor mal. Nada nuevo en todo caso, la violencia siempre se ha tratado de eso: de juicios de pensamiento suspendido.

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