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Opinión

20 de Abril de 2017

Carmen Hertz: “Que el bono, que el subsidio, que la beca… ¡eso es lo único que ha alimentado este modelo!”

Conversando con ella en el living de su casa, cuesta relacionarla con esa jurista implacable que a fines de los 90 pulverizaba a los abogados de Pinochet en los foros televisivos. Despotrica seguido, pero con esa gracia que es marca registrada de las chilenas de su generación y que no se conforma con tener razón si no hay risas de por medio. El mismo tono se cuela en “La historia fue otra” (Debate), su divertido y dramático libro de memorias, testimonio inevitable de toda una época: su niñez en una familia conservadora, su juventud mirista y comunista, su trabajo en la reforma agraria de Allende, el crimen de su marido Carlos Berger, sus exilios y su enorme trabajo posterior como abogada de Derechos Humanos, cobran en esas páginas una vitalidad anterior a todo juicio. Aunque nos ha prohibido publicar su edad, Carmen Hertz pertenece a la generación que hoy prepara su retirada y, dentro de ella, a la izquierda que se sintió marginada de la transición. Firme con el PC, hoy cree que la Nueva Mayoría sigue siendo el camino. ¿Y el Frente Amplio? Fantástico, “pero no me gusta la gente que viene a descubrir la bicicleta”.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

En noviembre de 1970, el MIR le encomendó a Carmen Hertz su primera misión de Estado: ser la edecán de la delegación vietnamita que vino a la investidura de Salvador Allende, con cuyos integrantes vivió durante quince días en una casa de discreta ubicación. Mucho antes de eso, había sido elegida Reina de Belleza en la Escuela de Derecho de la U. de Chile, donde junto a su pololo José Miguel Insulza formaban una pareja muy popular que, además de hacer vida política, asistía a las fiestas de gala en el Club de la Unión. Mucho antes aún, había crecido en una familia de derecha, muy conservadora, con un patrimonio algo venido a menos. Su infancia transcurrió entre la silenciosa casa de la calle Infante, llena de retratos, alfombras y porcelanas, y la chacra de la familia en Carrascal. Germán Hertz, su padre, un connotado abogado que fue intendente de Magallanes y deslumbraba a Carmen por su nobleza y rectitud, tenía 57 años cuando ella nació y la trataba como a una princesa. Carmen Cádiz, su madre, momia como ella sola y muy chapada a la antigua, le daba un trato protector y formal que no contemplaba el contacto físico. Carmen Hertz, hija única de ese matrimonio, creció en un ambiente solitario y confortable, aprendió francés antes que inglés y fue siempre una muy buena alumna, destinada a perpetuar las mejores tradiciones de la derecha ilustrada chilena.

Pero la historia fue otra. El Liceo 7, donde cursó los últimos años de colegio, la expuso al contagio de otros mundos, mientras las lecturas de adolescencia de Camus y Sartre le metían ideas raras en la cabeza. En 1962, “de dieciséis años y con trenzas”, llegó a Pío Nono para matricularse en la Escuela de Derecho, y ya lo demás fue el vértigo de una vida política y cultural que no daba tregua, por cuyos recuerdos circulan nombres como José Zalaquett, Camilo Marks, Jorge Arrate o Claudio Bertoni. La vida se iba en tertulias interminables escuchando a los Beatles y a Brassens, y en andar siempre con un libro bajo el brazo para dar el tono. “Había que leer, leer y leer; era una suerte de competencia”, cuenta Hertz, tan izquierdizada a esas alturas que ni siquiera votó por su pololo cuando Insulza perdió por un solo voto el centro de alumnos de Derecho. “Me abstuve”, le confesó un día que caminaban abrazados. Doble traición, porque en realidad había votado por el candidato de izquierda. La relación se acabó poco después.

Cuando la UP llegó al gobierno, Carmen Hertz militaba en el MIR pero ya no creía mucho en la vía armada. Lo advirtió un sagaz diplomático vietnamita que, tras largas conversaciones nocturnas, la convenció de cambiarse al PC. El partido la convocó de inmediato a trabajar en la CORA, que tenía a su cargo la reforma agraria. Al poco tiempo se emparejó con el comunista Carlos Berger, se casaron un día en Melipilla –sin avisarle a nadie– y en noviembre del 72 nació su hijo Germán. Los Berger Hertz vivían en la Villa Frei, trabajaban sin respiro –él en Hacienda, ella en la CORA– y aunque apenas tenían tiempo de darse cuenta, eran realmente felices.

Pero la historia, como se sabe, volvió a ser otra. A fines de julio del 73, el PC destinó a Carlos Berger a Chuqui, donde los supervisores eran de derecha y estaban saboteando la producción. Carmen no podía creerlo, pero el gobierno popular estaba primero y debieron partir. El día del Golpe, Carlos tomó posición en la radio El Loa y cuando los militares le ordenaron dejar de transmitir, se negó. Fue condenado a 61 días, pero el 17 de octubre Carmen logró el visto bueno para conmutar el resto de la pena por una multa. Todo indicaba que el 19 de octubre Carlos iba a ser liberado y volverían juntos a Santiago. Ese día, Carmen hizo las maletas y partió al regimiento –con los pasajes de avión comprados– a buscar la resolución. También ese día, sin embargo, la Caravana de la Muerte pasó por Calama, Carlos Berger fue asesinado y hecho desaparecer en el desierto junto a otras 25 personas, y la vida de Carmen Hertz dio esta vez su giro definitivo.

En el libro cuentas los hechos más dramáticos sin inmutarte. Nunca dices “mira qué terrible lo que me pasó”, sólo describes los hechos.
–Bueno, eso en parte tiene que ver con el estilo que usábamos en la Vicaría de la Solidaridad. Nosotros nos acostumbramos a no usar adjetivos, las cosas más espantosas las contábamos como habían ocurrido nomás. Ahora, en este caso, creo que también es una manera de protegerme.

¿De qué?
–De mis propias emociones. No sacar las emociones hacia afuera, tomar cierta distancia de lo ocurrido para poder contarlo. Porque yo nunca saco mucho las emociones hacia afuera, nunca, nunca… Además, siempre he tenido muy presente, y se lo he tratado de traspasar a Germán [su hijo], que las cosas que nos pasaron no nos pasaron por mala suerte, sino porque formamos parte de un colectivo al cual se le persiguió por razones muy concretas: porque creímos en tales cosas, porque impulsamos la Unidad Popular y después la resistencia a la dictadura. Por eso se nos intentó eliminar, y yo me siento parte de ese grupo de gente. Entonces no es “pobrecita yo, qué terribles las cosas que me han pasado”, no.

¿Cómo quedaron tus relaciones con la gente de derecha que formaban parte de tu entorno antes del Golpe?
–No, muy suspendidas. Salvo mi madre, yo no vi nunca más a nadie de mi familia, ni a las amistades que tenía cuando era chica o joven. Nunca más vi a mis primas, todo eso se cortó… a menos que yo hubiera recibido algún tipo de gesto, que no fue el caso.

Es divertida la relación con tu mamá, que caceroleaba contra la UP mientras tú trabajabas en el gobierno, pero siempre estuvieron muy cerca.
–Es que mi madre fue muy protectora. Y eso del caceroleo en los 80 era al revés: yo caceroleaba y ella me ponía la Canción Nacional con la estrofa que cantaban los milicos.

No cambió de opinión por lo que te pasó.
–No, no, le echaba la culpa a los comunistas: que cómo era posible que hubieran mandado a Carlos a esa ratonera que era Chuquicamata. Pero siempre hizo todo lo que pudo por ayudarme a mí y a todos mis amigos exiliados, que todavía la recuerdan con mucho cariño.

Cuentas que nadie sabía su edad porque era un “secreto de Estado”. Yo busqué la tuya en la solapa del libro y en Wikipedia y tampoco la encontré.
–¡Pero adentro del libro se me ocurrió poner mi fecha de nacimiento! No debí haberla puesto nunca, qué cosa más espantosa. Ya, ni me lo recuerdes.

Con José Miguel Insulza entrando al Club de la Unión.

IDEAS INAMOVIBLES

¿Cómo te has sentido después de contar todo esto? Al libro le ha ido muy bien.
–Sí, eso me ha sorprendido. Pero lo más interesante para mí es haber sido invitada a espacios universitarios y ser interrogada por los jóvenes sobre los hechos que quise contar acá. Este libro se llama “La historia fue otra” porque creo que esos acontecimientos, en los cuales participaron millones de personas, han sido groseramente distorsionados.

¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, el relato oficial sobre el término de la dictadura, que se le atribuye a un grupo de dirigentes políticos y a la campaña publicitaria del No. Eso no es así. Nosotros logramos salir de la dictadura gracias a un movimiento popular que puso el lomo año tras año, día tras día. Y que luego fue excluido de la transición para imponer un camino que, al menos para mí, no era el único posible.

¿No influyó que había un desgaste y la gente también quería descansar?
–Yo creo que todo pueblo quiere descansar cuando ha sido protagonista de luchas multitudinarias, sobre todo si fue reprimido una y otra vez. Porque cuando Jarpa sacaba a los milicos, ¿adónde se iban? ¡A las poblaciones, pues! Esa gente era sacada de sus casas, golpeada, les rompían todas sus cosas, los mayores de 15 años eran llevados a canchas de fútbol donde los tenían horas enteras humillándolos. Pero ese movimiento popular quería un país en el cual tuviera un espacio. A ver, yo entiendo que había situaciones nada fáciles, esto es de luces y sombras. Pero si los pactos tácitos sobre los cuales se construyó la transición están siendo cuestionados 26 años después, es por algo, ¿no? Esta derrota de Lagos y toda la pataleta subsecuente están indicando también el fin de una élite, la concertacionista, durante cuya hegemonía todos quienes criticamos la transición éramos excluidos por una suerte de censura.

¿Cómo funcionaba esa censura? ¿Quiénes te decían “no se puede criticar”?
–Es que no era así, pues. No era “no se puede criticar”. Era el copamiento total de los medios y el desprecio más absoluto por cualquier posición crítica del relato oficial. No había ningún espacio crítico que fuera legitimado o que tuviera algún grado de sociabilización, porque eran estigmatizados, vistos como una molestia. Esa era la censura: la instalación de ideas inamovibles que no había forma de debatir. Lo mismo con los pactos de impunidad. Los gobiernos de la Concertación no dijeron “firmemos acá por la ley de punto final”, hablaban de “modificar el artículo tanto del Código de Procedimiento Penal”. ¿Pero qué significaba eso? Impunidad. “Amnistía impropia”, fue después la fórmula de la Clara Szczaranski, un engendro jurídico. Yo valoro mucho que Aylwin, en condiciones muy complicadas, sacara adelante la Comisión Rettig. Pero nosotros, para poder instalar los DD.HH. no sólo en términos jurídicos, sino incluso la valoración de la verdad, la justicia y la memoria como bienes éticos y políticos, ha sido un camino pero… ¡atroz! Siempre lleno de obstáculos, de intereses que trataban de confundir, de colgarnos los términos más perversos posibles. El trato a los frentistas: ahí tienes otro ejemplo.

Hablemos de eso.
–Todos sabían que el Frente existía y que lo había creado el PC. Pero una vez que falla el atentado a Pinochet y que encuentran las armas de Carrizal Bajo, ¡oye, se cortaron las venas! “Uuuy, ¡armas! ¡Qué cosa más atroz!”. No sé qué habrían dicho estos tipos de la resistencia antinazi, ¿los habrían tratado de terroristas también? Porque ése es el lenguaje que han usado con la gente del Frente. Recién hace dos años, imagínate tú, pudo volver a pisar Chile el hijo de la Marcela Otero, Rodrigo, que fue fusilero en el atentado. Y para qué te cuento todos los trámites que hubo que hacer para conseguir la prescripción… ¿tú crees que estas cosas no hieren a una sociedad? Esos cabros eran todos veinteañeros y sus biografías quedaron pero destruidas. La mayoría quedó para siempre dándose vueltas en oficios menores en Europa.

Cuando describes tus propios exilios en Argentina y Venezuela, hay anécdotas divertidas, pero son los años que pareces recordar con más angustia.
–No, el exilio… uff, es una experiencia demoledora. El desarraigo, sobre todo cuando te han sacado a patadas de algo donde tú eras muy feliz, es una tortura. Y eso que Buenos Aires estaba al lado y se hablaba español. Cuando trabajé en la Vicaría me tocó ir a Europa y era horrendo ver a viejos obreros viviendo en Gotemburgo, donde nunca aprendieron el sueco, donde siguieron haciendo empanadas todos los 18 de septiembre, viviendo en el mundo de la UP, no asimilando nunca que se iban a quedar ahí para siempre. Es un tópico eso, pero es verdad, la gente en los 70 y los 80 vivía creyendo que se iba al día siguiente. Era todo muy doloroso.

CLAVES DE UNA GENERACIÓN

Junto a Fernando Paulsen en los tribunales, enfrentando un requerimiento contra el periodista. Aparecen también José Carrasco, Juan Pablo Cárdenas y María Eugenia Camus, 1984.

Aunque tú sí volviste a Chile, o quizás por lo mismo, en el libro echas mucho de menos la dignidad del mundo popular que te tocó ver en la UP, y que ya no ves.
–Bueno, todos los viejos dicen que su época fue fantástica… Pero durante la Unidad Popular tú veías a los obreros, a las mujeres, a los campesinos, con un nivel de dignidad de verdad impresionante. Porque además su cultura, la cultura popular, era hegemónica. O sea, nadie en esa época podía ser arribista. ¿Por qué? Porque la cultura popular era la que aportaba al pensamiento crítico, y el pensamiento crítico era la matriz de todo: de tus conversaciones, de tu vida diaria, de tus aspiraciones. Y eso se notaba en la calle, la gente usaba los espacios públicos, no había la segregación de ahora. O sea, todo este arribismo incluso de la izquierda, que se mueren por jugar golf y que los acepten en un club privado… en esa época era visto como lo peor, ¡o sea, lo peooor! La gente trabajaba para organizarse, para hacer demandas colectivas, no por ánimos individuales. Hoy día quieren puros subsidios…

Cuentas la decepción que sufriste con la gente al ser candidata a diputada por Pudahuel, el año 2005 [por el Juntos Podemos]. Dices que en el fondo eran puros pedigüeños.
–¡Oye, eso lo digo en broma! ¡Ja, ja, ja! Pero claro: que el bono, que el subsidio, que la beca, ¡si eso es lo único que ha alimentado este modelo! Es imposible que haya otro tipo de perfil. Que págueme la cuenta del agua… no, atroz.

¿Así te decía la gente, “págueme la cuenta del agua”?
–No, pero esos eran los problemas que te ponían. Nunca problemas colectivos. A lo mejor la mayoría tenía problemas con la cuenta del agua, pero es la organización lo que te va a solucionar ese problema, la movilización, no la pedida individual. Y eso es lo que vivió la generación de los 60, que después ha seguido gobernando en todos los países: Hollande, Felipe González –un espanto–, la Tercera Vía, los renovados chilenos, son todos de mi generación.

Gente que, como dices, se curtió en una época en que el pensamiento crítico estaba en el centro de todo. ¿Crees que a las generaciones posteriores les falta esa densidad intelectual?
–Sí, creo que sí. Puede que tenga una visión un poco encantada, pero la verdad es que, te insisto, la vida diaria pasaba por discutir de política, de literatura, y tomar posiciones frente a todo. Hasta las 4 de la mañana discutiendo por qué Neruda o por qué De Rokha, por qué los chinos o por qué los soviéticos, si el existencialismo A o el existencialismo B. Eso era lo que te marcaba, y por supuesto la música, la discusión sobre los hippies, Mayo del 68, la Guerra de Vietnam. No te digo que fuéramos muy especiales, sino que la época hacía natural que fuera así. La hegemonía de los jóvenes y del progresismo era a nivel mundial, y eso te hacía pensar siempre en términos colectivos. Era muy mal visto que tú te preocuparas de tu futuro, pésimo. O preocuparse de la pega, ¡último! O de la familia, que era un concepto completamente cuestionado.

Todo eso queda muy reflejado en el momento en que tú y Carlos se van a Chuqui. No sólo estaban con una guagua de meses, sino además con una casa recién construida, listos para cambiarse.
–Imagínate qué rico, habíamos hecho la casa, el lugar era precioso, un terreno que nos había regalado el papá de Carlos en Los Dominicos. Yo había comprado hasta una estufa Comet, que era lo máximo en esa época. Era todo fantástico… chao. Parece insólito, pero la verdad que uno no se cuestionaba nada.

En tus memorias defiendes la épica de esos años, pero también reconoces una tremenda ingenuidad.
–Por supuesto.

¿Crees que la épica legitima esa ingenuidad o la irresponsabilidad que provocó?
–Es que son dos cosas distintas.

¿Se las puede separar así nomás?
–Espérate. Te digo que son cosas distintas porque el proyecto político de la Unidad Popular, que consistía en iniciar un proceso de transformaciones conquistando el gobierno a través del voto, no era ingenuo. Pero ese proyecto –promovido desde el PC a través de Orlando Millas y Luis Corvalán, en contraposición al Frente de Trabajadores que planteaban los socialistas, que era más excluyente– fue muy cuestionado por la propia izquierda, y ahí es cuando digo que éramos tremendamente ingenuos. Yo estaba en el MIR y nuestro faro era la Revolución cubana, entonces decíamos “no, hay que ir en la dura, lo que funciona es la lucha armada”. Pero esos éramos nosotros. La UP quería transformar, por la vía institucional, un país de latifundios donde los campesinos eran unos siervos de la gleba. Sin la reforma agraria, todo este capitalismo exportador de ahora, olvídate, no existiría.

Y trabajando en esa reforma, te tocó sufrir al MIR en carne propia.
–Terriblemente. Y a sectores socialistas también.

Se tomaban predios chicos…
–Y para nosotros era clave implementar la reforma sin salirnos del marco legal. Nos hicieron pasar muchas rabias, porque el resultado era que los pequeños agricultores se sumaban a los latifundistas. Ahora, quiero dejar algo bien claro: esos fueron pelos de la cola al lado de las razones reales del Golpe. Y los problemas mayores los teníamos con los latifundistas, que eran una cosa atroz, en el libro lo cuento. Tampoco olvidemos que el MIR trató de apoyar al gobierno en otras tareas, como desbaratar sabotajes de los grupos terroristas de derecha que funcionaron día y noche, y que yo hasta ahora me pregunto: ¡cómo es posible que no se les haya metido presos!

Con Altamirano sí eres mucho más dura.
–Bueno, ahí sí hablo de irresponsabilidad en el gobierno: la irresponsabilidad de sectores del PS que pretendieron “avanzar sin transar” y dejaron solo a su presidente. Esa tampoco fue la causa del Golpe, pero ayudó a aislar políticamente a la UP y a que los sectores medios nos fueran quitando el apoyo. Nunca debimos habernos aislado de la Democracia Cristiana, por ejemplo, porque los proyectos coincidían en muchas cosas. Pero si pecamos de ingenuidad, fue por no habernos dado cuenta de que la conspiración, dentro y fuera de Chile, se había iniciado incluso antes de que Allende saliera elegido. Por eso no se puede hablar de “los errores de la UP” para explicar el Golpe. ¡Oye, es un escándalo, yo he escuchado a socialistas diciendo eso para hacerle la pata a la derecha! ¡Me resisto! No fueron los errores de la UP, fueron sus reformas que, Guerra Fría mediante, alimentaron la sedición. A lo cual, probablemente, también ayudó que nos fuimos aislando. Por algo el Golpe lo dan el 73 y no antes.

Y hoy día, ¿eres comunista o frenteamplista?
–No, no, no… O sea, me parece fantástico que el Frente Amplio se constituya, pero no me gusta la gente que viene a descubrir la bicicleta, no me ha gustado nunca. Aquí nada parte de cero. Yo al Partido Comunista le tengo un respeto enorme, porque su aporte a la democratización de este país desde los inicios del siglo XX no tiene comparación. Entonces no se puede empezar a descalificar así nomás, no, no, no… Fantástico el Frente Amplio, ojalá les vaya bien, pero no les va a ir bien a costa de los comunistas. Y lo otro es que estos cabros, que a mí me encantan, tienen que darse cuenta de que no descubrieron la bicicleta.

¿Militas en el PC?
–Me inscribí ahora, pero por ayudarlos. Vida de militante, ya sería incapaz de hacerla.

Decías que la UP no debió aislarse de la DC. ¿Ahora tampoco?
–Ahora tampoco. Lo que pasa es que la DC no lo está poniendo fácil. Hay sectores que han saboteado permanentemente a la Nueva Mayoría y al programa de la presidenta.

¿Crees que el espíritu original de la Nueva Mayoría sigue siendo a lo que habría que apostar?
–Sí, yo creo que eso es. Y por eso lamento profundamente cuando escucho a gente del PS despotricando contra Guillier y contra la Nueva Mayoría porque perdió Lagos, lo encuentro de una mezquindad espantosa.

Concón, 1972.

 

HACER CAMINO

No es fácil que Carmen Hertz conteste a qué dedica su tiempo hoy. Alcanza a decir que está leyendo mucha novela negra y mucha historia sobre las dos guerras mundiales, pero casi por inercia vuelve sobre sus pasos trabajando por los DD.HH., como si le costara pensarse en otra cosa. Leyendo su libro se entiende hasta dónde llegó su pasión por esta tarea. Ahí están sus años en la Cancillería, que se acabaron cuando Pinochet fue detenido en The London Clinic, el gobierno chileno se cuadró con su defensa y Carmen Hertz, parte querellante, le renunció al ministro Insulza. También sus misiones en el extranjero, como esos inauditos cuatro meses que pasó en una ciudad fronteriza de El Salvador –recién terminada la guerra civil– durmiendo en un cuchitril que compartía con iguanas, sapos, arañas y culebras.

Pero nada de esto se compara con lo que fue su trabajo en la Vicaría de la Solidaridad, desde 1977 hasta 1992. Las largas páginas que dedica a esta etapa confirman, por si hiciera falta, el valor incalculable de todo lo que allí se hizo. “La entrega era total, total. No había horario, no había fin de semana, no había nada. Estábamos en estado de alerta máxima todo el día, con la adrenalina a mil, no sé cómo pudimos sostenerlo. Creo que estábamos poseídos por la indignación de lo que estaba ocurriendo”, cuenta ahora. Por supuesto, los riesgos eran altos, y en el caso de Carmen, el costo fue altísimo. El 22 de noviembre de 1988, agentes ingresaron a su casa cuando ella no estaba y degollaron a la empleada, Sofía Yáñez, de 21 años, embarazada de dos meses. También descuartizaron al perro.

Te tocó sufrir y conocer muchos casos de una crueldad inconcebible. ¿Te has preguntado de dónde salió esa crueldad?
–Yo creo que la crueldad con la que actuaron, sobre todo el Ejército, tiene que ver con la instrucción que recibieron en la Escuela de las Américas. Ahí les incubaron el concepto, propio de la Guerra Fría, de que el adversario político es un enemigo al que hay que liquidar, y de la peor manera, para conseguir lo que los nazis llamaban el “efecto disuasorio”. Los nazis, por ejemplo, inventan la desaparición forzada de personas, en un decreto del año 41 que se llama “Noche y Niebla”, “Nacht und Nebel”. Ahí dicen que hacer desaparecer personas en la noche y en la niebla crea mucho más terror que la pena de muerte. Eso es exactamente lo que se buscó acá, nada fue por casualidad. ¿Por qué hacían desaparecer a alguien que simplemente había alojado en su casa a un dirigente clandestino? Porque entonces cualquiera podía desaparecer. Todo tiene una lógica, siempre.

No les das una explicación psicológica a los hechos más brutales…
–No, no, lógica, lógica. Hubo una metodología desde los primeros días. La Caravana de la Muerte no fue porque sí. Tú dices, ¿por qué matan con corvos y de a poco, si no dejaron civiles vivos que pudieran contar eso? Para aterrorizar a los milicos de esa zona, que habían sido calificados de “blandos”.

El general Lagos…
–Bueno, ahí tienes tú otro ejemplo de la transición. ¿Qué reconocimiento hay a una persona heroica como fue el general Lagos? Cero. Reconocen a Cheyre, el niño maravilla de la transición, claaaro, uuuy, ¡grandes homenajes! Y del general Lagos, yo creo que no fueron ni a los funerales.

Se va muriendo mucha gente en tu libro, a muchos los matan, otros se suicidan, pero parece que nunca dijiste “esto es demasiado”, siempre se puede seguir. Seguiste teniendo amores, riéndote de cualquier cosa…
–Mira, no quiero hacer un panegírico, pero yo creo que el hecho de tener convicciones muy profundas, y no sólo en tu fuero íntimo sino que trabajar por ellas, te ayuda mucho. Y también esto de vivir tan rodeada de referentes tuyos, amistades históricas de una vida en común. Porque mis amigos son todos muy parecidos, se ríen mucho de sí mismos, no se echan a morir, hacen unos análisis de un humor negro realmente despiadado, ¡una cosa que no tiene límites! Y claro, eso ayuda.

También fue muy importante para ti el trabajo en el Caso Pinochet.
–Por supuesto.

Que además te hizo famosa.
–Atroz. Los periodistas de la tele estaban acá afuera a las tres de la mañana, porque soy cuñera. Me llamaba la televisión japonesa… no, una cosa espantosa.

¿Quedaste conforme con lo que se logró?
–Mira, yo diría que sí, porque fue un camino muy duro. Visto para atrás, dicen “no pisó nunca la cárcel”, pero cada día tiene su afán. En cuanto Pinochet se subió al avión en Londres, nosotros presentamos la petición de desafuero y que nos dijeran “ha lugar” ya era un triunfo, ¿me entiendes? Después vino toda la parafernalia de los alegatos y cada paso era una pelea tremenda, con muchos nervios de no saber cómo nos iba a ir, porque el lobby que había no era menor y la campaña de los llamados poderes fácticos era desatada.

¿Cuáles poderes fácticos?
–Las fuerzas armadas y el empresariado. Entonces, cuando lo desafueran, no podíamos creerlo, ¡no podíamos creerlo! Los contenidos del fallo… era algo grandioso. Después lo procesó el ministro Guzmán, y bueno, después vino toda la arremetida de la demencia senil que el Servicio Médico Legal avaló. Pero en definitiva, Pinochet murió hecho un cadáver político y una ruina moral de la peor especie. La verdad es que murió hecho una porquería. Y tenemos que agradecerle para siempre al juez Garzón y a Joan Garcés, que a su vez pudieron usar el trabajo que hicimos desde los años de la Vicaría. También hubo muy buena disposición de las autoridades británicas, por el repudio que inspiraba este viejo. Si no es por el lobby del gobierno, ¿sabes tú cuándo lo iba a liberar Jack Straw? ¡El día de la callampa! Ni se te ocurra poner que dije eso.

Sí, hay que ponerlo…
–Por ningún motivo. Puedes poner que dije “sine die”, una expresión latina. Significa lo mismo.

Pero suena mucho mejor “el día de la callampa”.
–Qué niñito más latero… Ya, haz lo que quieras.

Dices que el final de esta historia vas a ser tú entrando a la corte con un bastón…
–Sí, yo arrastrando las patas a ver si hay sentencia en el Caso Calama. Así como vamos…


Carlos y Germán Berger, marzo de 1973.

¿Ese final es lo que todavía te falta?
–No sé si falta, a estas alturas… Es como dar cuenta de lo que ha sido la justicia en este país, de dosis tan mínimas que, si llega 43 años después, parece casi una denegación de justicia. Pero en todo este proceso, uno al principio decía “qué bueno, pude denunciarlo”, después “qué bueno, pude presentar una querella”, ¿te fijas? Así avanzamos. Me acuerdo que el año 84 apareció en un documento el domicilio de Arellano Stark. Y con una amiga, la Raquel, abogada de la Vicaría, quisimos llevarle una carta en la que yo lo emplazaba a asumir su responsabilidad. ¡Oye, todo un operativo! Este tipo vivía en Américo Vespucio al llegar a Bilbao. Yo manejando la Citroneta, la Raquel al lado, las dos muertas de susto. Ya sólo preguntarle al conserje por el departamento del general Arellano Stark –porque teníamos el edificio– era una temeridad pero terrible. Paramos la Citroneta y la Raquel me dice: “Bueno, ¿y tú no me vas a acompañar?”. “No puedo, si estoy manejando, ¡ya, bájate!”, le decía yo, ¡ja, ja, ja! No te puedes imaginar el susto de haberle tirado por abajo una carta y después irnos. Ese tipo de hechos, en ese momento, eran enormes para nosotros. Y así se fue haciendo la vida… Entonces, mirando para atrás, no podemos decir que no sacamos nada, no es así. A partir de esas pequeñas cosas, con esos tremendos obstáculos, se terminó haciendo un camino.

LA HISTORIA FUE OTRA
Carmen Hertz
Debate, 2017, 331 páginas

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