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1 de Noviembre de 2017

La historia de la niña chileno-suiza que comió pizzas con Roger Federer

"Le pregunté si se iba a relajar al día siguiente. Me contestó que mañana, pasado mañana y pasado pasado mañana se relajaría. Mientras comíamos las pizzas, le conté que yo vivía en Zürich, como él”, cuenta Nathalie Antipán.

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Hay que remontarse 40 años en el tiempo para llegar hasta el momento que acontece el último domingo cuando Nathalie Antipán Guerrero, chileno-suiza, 13 años, se sienta a comer pizzas nada menos que con el mejor tenista masculino de la historia, Roger Federer.

Cuenta LUN que Nathalie vive en Zurich, pero su familia arriba a la Suiza de Federer cuatro décadas atrás cuando se asientan en Berna.

Ahí es que su padre Jimmy comienza a abrirse camino en la sociedad helvética estudiando y trabajando en oficios como chofer o la construcción. Jimmy Antipán conoce a Paola Guerrero, también chilena, y juntos forman una pareja de la que nace Nathalie.

A los ocho años Nathalie ingresa a una academia de tenis, momento que seguramente repercutirá en que cinco años más tarde llegue a conocer a Federer.

“Ahí fue creciendo su pasión por el tenis. De un hobby pasó a ser un deporte de alto rendimiento, con entrenamientos de hasta cinco veces a la semana”, cuenta Antipán.

El fin de semana anterior, cuando Federer se disponía a disputar la final del ATP de Basilea ante Juan Martín del Potro, Nathalie junto a otros niños que oficiaban como pasa pelotas miraban el partido con la esperanza de que si “su majestad” ganaba su título 95 se sentaría con todos ellos a comer pizzas.

Y así nomás fue. Tras perder el primer set por 6-7, “Rodgeur” lo daba vuelta y volvía a levantar la corona en su Basilea natal.

“Cada vez que Roger se iba acercando a mí para entregarme la medalla, sentía que mis ojos brillaban de emoción. Cuando llegó mi turno, me dio la mano y me dio las gracias por haber estado ahí. Agaché la cabeza y me colgó la medalla. Un orgullo inmenso sentí en ese momento”, cuenta Nathalie.

Ya en el momento de la pizzas, dice que “yo sabía más o menos dónde se iba poner y traté de sentarme lo más cerca de su lado”.“Luego de unas pocas palabras para darnos las gracias, empezó a repartir las pizzas. Lo tenía a medio metro. Aproveché de conversar un poco con él. Le pregunté si se iba a relajar al día siguiente. Me contestó que mañana, pasado mañana y pasado pasado mañana se relajaría. Mientras comíamos las pizzas, le conté que yo vivía en Zürich, como él”.

“Mi lápiz lo usó al final para firmar todos los autógrafos pedidos, jajajá. Fue un sueño hecho realidad”, cierra Nathalie, quien se fue con una polera autografiada.

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