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Reportajes

28 de Junio de 2018

La rastreadora de Chillán

Lilian Fuentes no tendría que estar viva. Un doctor la desahució hace 13 años. Internada, sin embargo, tuvo un sueño donde pactó con la muerte: ok, seguiría respirando. Pero si ponía su vida al servicio de los demás. La ingeniera se convirtió en una buscadora experta. Con el respaldo de la comisaría local, encuentra personas desaparecidas y también creó un buzón internacional donde recepciona las solicitudes de hijos adoptivos que quieren encontrarse con sus familias biológicas en Chile. 284 reencuentros lleva a la fecha y sigue sumando: desde que las adopciones ilegales están en la noticia, estas consultas, dice, se dispararon con fuerza.

Por

-¿Pensaste alguna vez que tenías tantas hermanas?- dice Cecilia Pacheco (48) con los ojos brillosos mirando la pantalla del computador donde las cabezas de sus hijas Loreto, Paz, Camila y la pequeña Madeline se asoman una detrás de la otra, en el living de una sencilla casa de Osorno.

A más de 8 mil kilómetros de allí, en South Shore Beach, Rodhe island, Karna (32) suspira:
-Pensé en ustedes toda la vida- dice mientras sus hermanas le sonríen una tarde de abril de 2018.

El reencuentro
Karna es tan hija de Cecilia como las demás. En rigor, es la primogénita. Pero recién hoy y después de 32 años, puede mirar a su madre y a sus hermanas a los ojos: hasta ahora no las conocía.

Echando levemente la silla hacia atrás, examina sus rostros a través de Skype. El reencuentro es el broche final de dos años de búsqueda. Dos años en que Karna –chilena pero adoptada por padres estadounidenses en 1986- ha sentido que necesita recuperar sus raíces biológicas para poder sentirse un ser humano completo.

-Todos los días quiero hablar con ustedes. Necesito generar recuerdos de aquí en adelante- expresa la joven con la ayuda de Daniela Rodríguez (49): una argentina que está a su lado y que traduce sus palabras desde el inglés al español gracias a que vive hace 22 años en Texas.

En el sur de Chile la familia que acaba de conocer le presenta a sus perros y abre un baúl con fotografías que intentan ponerla al día:

-Ahí está tu abuela. Y ese es un sobrino mío. Y la Paz, tu hermana. Y yo, tu mamá, cuando era chica- cuenta Cecilia con la mirada empañada en lágrimas.

Karna dice tener una buena vida en Estados Unidos. Hija adoptiva de un matrimonio compuesto por una dueña de casa y un ex coronel y dentista de veteranos de guerra, desde pequeña le contaron que sus orígenes estaban en Chile.
Karna jamás ha pisado el país pero sí tiene objetos que la conectan con esta tierra y que ha coleccionado a lo largo de los años. Son verdaderos tesoros que ahora muestra por la pantalla del computador: una bandera, algunas postales, una vajilla con los colores rojo, azul y blanco y una cadenita.

-Siempre supe que era adoptada. No recuerdo que haya habido un día en que me sentaran y me dijeran. Pero mis papás procuraron que tuviera contacto desde chica con otros niños que habían pasado la misma experiencia que yo. Cada vez que encontraban algo de Chile me lo compraban- explica durante las dos horas que se comunica por internet.

Karna, sin embargo, no sabía que su familia biológica era de Osorno: sus padres adoptivos le dijeron que venía de Santiago. Y al principio, confiesa, no sabía a quién recurrir para esta búsqueda.

Cecilia respira profundo:
-No sabías que yo existía en algún rincón remoto de Chile- agrega desde su casa que huele a leña.
Karna tampoco sabe toda la verdad que está a punto de escuchar. Si encontró a su madre biológica fue gracias a un buzón internacional que creó la ingeniera Lilian Fuentes (49) junto a la traductora Daniela Rodríguez, en 2010: Chile Adoption Birth Family Search. A través de Facebook, reciben las solicitudes de hijos que fueron dados en adopción al extranjero entre el 75 y el 95, y que buscan respuestas sobre sus orígenes. Karna es el caso 250 que ellas resuelven exitosamente.

La misión
Le dicen “el ángel de las búsquedas”. Lilian Fuentes es una civil que trabaja hace 12 años en la Segunda Comisaría de Chillán. Pelo largo, liso y claro, voz suave, chasquilla, tiene sobre la mesa varios cuadernos verdes que llena a mano con dedicación de hormiga.

Comenzó a escribirlos cuando llegó a la Oficina de Presuntas Desgracias. Allí se dio cuenta que, además de las personas que denunciaban la desaparición de un familiar, había otras que querían encontrar a un familiar al que le perdieron el rastro por años. Lilian notó que necesitaban de una contención emocional que el funcionario de Carabineros frente a un computador no era capaz de dar. Acondicionado una sala con plantas, cuadros con flores, cojines y lámparas, se dispuso a escucharlos por horas. Mirándolos a los ojos, toma apuntes. Construye perfiles, escenas y recopila detalles. Esos detalles, dice, que se vuelven vitales para sus investigaciones y que sólo aparecen cuando quienes le piden ayuda se sienten en un espacio de confianza y no contestando un frío cuestionario.
-Mientras más tiempo pasas con las personas más datos tienes. Pero además, detrás de cada historia hay una situación triste que motivó la separación. Tienes que abrazar eso, no puede ser mecánico. Si desaparece alguien por presunta desgracia, por ejemplo, reconstruir el último momento que pasaron con ella es vital: ¿qué es lo que dijo? ¿Con quién se juntó? ¿Cómo le iba en el colegio? ¿Estaba realmente yendo a clases? ¿Cómo era su pieza, su ropa?- explica.

Lilian intenta no dar falsas expectativas. No sabe cómo, pero cuenta que a pesar de no ser sicóloga sino ingeniera, le afloran las palabras precisas:
-Algo superior me ilumina y me muestra el camino- dice ella.

Lilian no imaginó que se convertiría en una experta rastreadora. Hace 13 años, y mientras desempeñaba un cargo administrativo en la municipalidad de Ninhue, su ciudad natal, tuvo un colapso hepático autoinmune. La ingesta de un medicamento -el reactivante neuronal encefabol o mal llamado “pastilla de la inteligencia”- la tuvo entre las cuerdas: a los 10 días de consumirlo se empezó a poner amarilla. No podía caminar una cuadra sin quedar exhausta. Y tras varios exámenes, fue derivada al Hospital Clínico de la UC en Santiago donde fue desahuciada.

-No sé en qué estado estaba, pero yo vi la muerte. Un día en sueños vi un túnel que me llamaba y me encaminaba hacia un lugar irreconocible pero que emanaba una paz que nunca más he vuelto a sentir. Quería seguir caminando pero también me daba cuenta que el lugar luminoso al que iba significaba dejar atrás lo vivido. Volteé. Ahí estaban mis hijos, entonces de 7 y 16 años, y no estuve dispuesta a abandonarlos. Una energía me mostró que podía decidir entre estos dos polos y elegí volver. Pero también, me comunicó que si regresaba, mi vida tenía que ser puesta al servicio de los demás. Fue un pacto con lo divino- dice Lilian. Pero en ese momento ignoraba en qué se traduciría esa misión que aún la tiene con vida y en perfectas condiciones.

Tras las pistas
Ocho meses le costó recuperar su salud. Lilian volvió a trabajar a la municipalidad de Ninhue, pero no duró mucho más tiempo allí. Su hermana –quien es sargento de Carabineros en Santiago y supo de ese sueño premonitorio- la postuló a la Segunda Comisaría de Chillán y Lilian pasó a ser de las pocas funcionarias administrativas que pese a ser parte de la institución no llevan puesto el uniforme.

A Lilian la ubicaron en la oficina de Planificación en noviembre de 2006. Pero ahí tampoco duró mucho porque una oficial que la había estado observando, le dijo que por las competencias profesionales que veía en ella creía que desempeñaría una mejor labor en la Oficina de Presuntas Desgracias.

-Quiero probarte ahí- le dijo la oficial, advirtiéndole que de vez en cuando también le tocaría hacerse cargo de algunos reencuentros familiares.

Lilian llegó en enero de 2007 a ocupar el puesto de un oficial que querían liberarlo para que pudiera patrullear. Sola, se convirtió en la única civil en atender las denuncias de personas que buscaban a seres queridos desaparecidos.

-No existía un protocolo establecido. Había que pensar qué hacer para encontrarlas- cuenta Lilian. El primer mes le tocó resolver el paradero de un joven que tras una decepción amorosa permanecía perdido. Lilian siguió su rastro inspirada en largas conversaciones con su familia. Pero además descubrió durante la pesquisa que el joven había tomado la locomoción colectiva y que antes de bajarse en un sector cordillerano le había entregado su billetera y sus documentos a un pasajero. Con la ayuda de perros guías, personal Gope que venía de Concepción, logró encontrarlo a los 10 días. Se había suicidado.

-Cuando encontramos su cuerpo tuve que decírselo a la familia. Mis sentimientos eran encontrados: por un lado la pena –porque siempre cabe la posibilidad de encontrar a la persona viva- pero por otro, la tranquilidad de saber que la información que entregas, le permite a la familia cerrar un ciclo. Para mí fue como encontrar la clave de este trabajo: lo principal es que la familia en el proceso de la búsqueda se sienta comprendida, y que sepa que se están haciendo todos los esfuerzos con los recursos humanos y logísticos que se tienen para encontrar a la persona. Porque mientras buscan no descansan. No saben qué pasó, si está vivo o muerto, no se lo pueden explicar- dice en su oficina de Chillán.

En todo pueblo chico, la voz se corre rápido. Y como Lilian no sólo resolvió este caso sino que se contactó con los tribunales, con la PDI y las familias que habían puesto denuncias que esperaban respuesta desde 1993, hasta resolver otros 15 pendientes más, cada vez más gente comenzó a acercársele. El primero en solicitar un reencuentro familiar fue un joven que había sido adoptado y que buscaba a su madre. Lilian echó mano a los contactos que se ha hecho dentro de instituciones como el Registro Civil, el Servicio Médico Legal, los hogares de Sename, los hospitales, hasta ubicar a la mujer en Santiago. Pero cuando logró comunicarse con ella por teléfono para contarle que su hijo la buscaba, ella no quiso conocerlo.

-Fue mi primer rechazo- admite Lilian.
Pero no se desanimó:
-Aunque la respuesta fue negativa, él necesitaba esa información. No pudo abrazar a su madre pero al menos entendió por qué- agrega.
Lilian comenzó a escribir un libro con esos relatos de búsquedas que aún no se atreve a publicar:
“En este momento seré espectadora de cada episodio, puedo pasar a ser parte de los personajes, mezclarme con ellos, ser a veces, una luz de esperanza, para luego desaparecer y quedarme detrás de ese escenario”, se lee en el borrador “Memorias Encargo y Búsqueda de Personas”.

Otro de los fragmentos señala que este privilegio de buscar debe tratarse con sutileza. “Para manejar situaciones, no siempre es necesaria tanta preparación, también es válida la facultad de ponerse en el lugar del otro”, escribe en ese libro inédito.

El terremoto de Cecilia

Abril de 2018 en la casa de Osorno con olor a leña.

-Y en ese lugar que viven hay terremotos?- pregunta Karna desde Estados Unidos mientras su hermana Madeline, va en busca de la mascota más pequeña de la casa para mostrársela por Skype: un pajarito.

-En todo Chile hay terremotos pero además, en el sur, a veces los volcanes están activos – contesta su familia mientras la niña se empina en el patio para descolgar la jaula.

-¡Scary!- expresa Karna. Pero cuando sus hermanas le cuentan que también le llaman “terremoto” al trago que toman en las fiestas e intentan explicarle que se prepara en base a pipeño y Daniela, la traductora, no encuentra una manera de traducir al inglés la receta, estallan las carcajadas.

-Nosotros bailamos mucho la cueca. Para el 18, que es nuestra festividad nacional, yo hago empanadas, alfajores, puras cosas ricas- interviene la madre como queriendo convencerla de que viaje a abrazarlas.

El terremoto más grande que vivió Cecilia, sin embargo, fue emocional. Criada a golpes en el sector de Rehue Alto por una abuela, cuando ésta supo que estaba embarazada de Karna a los 16 años, quiso que abortara.
-Ya, a dar tu guacho ahora- le dijo pasándole “un remedio”.

Cecilia cuenta que era un jugo preparado con detergente que ella se negó a ingerir.

-Yo hacía que me lo tomaba pero después iba al baño y lo botaba- explica mientras su hija Karna guarda silencio en Estados Unidos.

Cecilia le cuenta que disimuló la panza con ropas anchas. Pero cuando su abuela se dio cuenta que su embarazo seguía avanzando la echó de la casa y la dejó en manos de una matrona y un abogado: Ambrosio Concha. No recuerda el resto de los nombres pero esos desconocidos le dieron un techo en Santiago, la vistieron y la alimentaron.

-En esa casa me encontré con varias niñas de mi edad que estaban en la misma situación que yo. Nos daban ropa y comida sin conocernos, nos acogieron, pero luego nos daríamos cuenta que era con la condición de que diéramos nuestras guaguas en adopción-señala Cecilia.

Las hijas que viven con Cecilia ya conocían esta historia. Su madre, en ese mismo living donde ahora están conociendo a Karna por Skype, les contó “su verdad” hace algunos años.

-Era como una espina que no podía seguir guardando- recuerda Cecilia sobre el momento en que supieron que tenían una hermana mayor que había sido dada en adopción bajo coerción al extranjero.

Karna frunce el seño y suspira. No lo sabía hasta hoy.
-¡That’s awful!- exclama en South Shore Beach. Y Cecilia continúa:
-Después de tenerte, te tomé en brazos unos instantes. Pero llegaron dos personas a las que no conocí nunca, y que te llevaron.

“¿Dónde van?”, les preguntó Cecilia pero no recibió respuestas. Cuando volvió al lugar donde la tuvieron durante el embarazo sólo había un pasaje esperándola.

-Tuve que volver a mi ciudad en bus y vivir de allegada donde una tía. Me dijeron que te habían dado en adopción- dice.

Cecilia recuerda bien ese viaje por el fuerte dolor de pechos que sentía:
-Estaban llenos de leche pero tú no estabas para amamantarte y eso me dolía. Me dolía el corazón- agrega.
Karna respira profundo. Y el silencio se vuelve triste y filoso.

-¿Qué te dijeron a ti tus padres?- pregunta Cecilia con la voz en un hilo.
-Mi mamá adoptiva me dijo que me tuviste cuando era muy chica y que como no tenías los medios y querías que tuviera una buena vida me pusiste en adopción- dice Karna sorprendida.

Los padres adoptivos de la joven, se inscribieron en el listado de una agencia en Estados Unidos a la espera de un bebé. Cuando los llamaron, su madre viajó a Chile.

-Se quedó en Santiago bastante tiempo hasta que fueron al juzgado y firmaron el acta de adopción- dice Karna. Antes de tomar el avión le cambiaron el nombre y pasó a ser la hija legal de esta nueva pareja. La guagua se llamaba como su madre biológica en Chile: María Cecilia, pero a Estados Unidos llegó como Karna.

Cecilia se agarra la cabeza. No recuerda haber firmado ningún documento. Le confiesa a Karna que es analfabeta.
-Mi abuela nunca me mandó al colegio. Hasta ahora no sé leer ni escribir- expresa con una mueca de espanto.

Karna y su familia se miran a través de los monitores con los ojos humedecidos:
-Debe ser muy fuerte, interiormente, haber pasado por todo eso- dice la joven estadounidense con una voz que la acaricia a la distancia.
El silencio continúa cayendo pesado entre ambas partes. Cecilia tiene el pecho apretado. Como si el nudo que guardó en su garganta por 32 años por fin cediera al llanto.
-Eres tan hermosa- alcanza a decir antes de quebrarse.

Daniela, la traductora argentina, interviene. Comenta que de acuerdo a su experiencia, de todos los casos de adopciones que ella conoce gracias a este trabajo, no hay ninguno donde los padres adoptivos hayan sido parte de una organización de tráfico.

-A ellos sólo les dijeron que había una guagua para adoptar, pero no son cómplices de nada- le dice a Karna para tranquilizarla.

La misión de Daniela
Daniela Rodríguez se convirtió en la traductora y pieza vital de los reencuentros que surgen entre hijos e hijas dados al extranjero y sus familias biológicas chilenas cuando conoció a Lilian. En octubre de 2010, y tras ser derivada desde las comisarías de Santiago y Concepción, la llamó por teléfono a Chillán, buscando ayuda para una amiga que había adoptado a una hija que necesitaba saber de sus raíces.

Lilian le dijo que no recibía solicitudes telefónicas. Que por favor se acercara. Pero Daniela le contestó que no podía hacerlo porque le estaba hablando desde Estados Unidos.

-Entonces se me encendió la luz. Dije: wow. Tengo que colaborar aquí- cuenta Lilian.

Fue la primera solicitud de búsqueda que le llegó del extranjero. Pero esa preocupación por recuperar los lazos entre familias chilenas y niños dados en adopción a otros países (Suecia, Suiza, Italia, Alemania, Estados Unidos, Francia) era algo que ya venía dándole vueltas. Unos años antes del llamado de Daniela, Lilian recibió las solicitudes de varias mamás que buscaban a sus hijos adoptados y que decían que ellas no los habían querido entregar. Pero como dichas causas están bajo siete llaves en los juzgados y esas madres, una vez que entregan a sus hijos, no tienen el derecho de saber cómo y dónde están, no pudo ayudarlas.

A eso se suma que esos hijos cambian de rut y de nombre una vez que salen del país. Es decir, “desaparecen del mapa”.

-Fue la primera vez que escuché sobre las adopciones forzadas o ilegales y quedé con esa sensación de vacío. Sabía que faltaba poder ayudar en esa área pero no tenía cómo. Hasta que fueron los hijos los que comenzaron a buscar a sus madres. Ellos sí cuentan con algunos datos sobre sus orígenes. Aunque sean vagos, es algo con lo que partir las búsquedas- dice sobre los documentos que entrega el Sename cuando aquellos menores cumplen los 18 años y haciendo valer su derecho a la identidad de origen, los solicitan.

Lilian le pidió a Daniela que le enviara un correo con el caso de su amiga desde Estados Unidos para tenerlo como respaldo. Y comenzó a trabajar en esa solicitud. Para fortuna de todos, el documento de adopción que la joven estadounidense tenía, indicaba que sus orígenes estaban en Chillán.

-En menos de una semana le tenía la respuesta: ubicamos a la madre. Había tenido 10 hijos. Pero estaba fallecida- dice Lilian.
Los correos continuaron. Así, buscando y buscando, al menos dio con la abuela.

-Logré entrevistarla. Era analfabeta y como no teníamos los medios de Whatsapp en ese tiempo se nos ocurrió hacer la comunicación vía escrita. Funcionaba así: Daniela traducía las cartas de la niña estadounidense y yo se las dejaba a su abuela. Y cuando la abuela quería contestar, ella me dictaba las cartas y yo se las escribía a mano, las escaneaba y las mandaba para Estados Unidos, donde Daniela las traducía y se las hacía llegar a la chica. Toda una odisea- cuenta Lilian sonriendo.

El caso le abrió los ojos a estas mujeres.

-Si existía este caso, debía haber más personas adoptadas con ganas de conocer a su familia en Chile y nosotros podíamos darles esa posibilidad- recuerdan.

Dos meses después, en diciembre de 2010, abrieron con ese propósito el buzón internacional que funciona vía Facebook. Daniela lo administra: a la fecha han recibido 299 solicitudes. Y de ellas, 284 han sido resueltas exitosamente. La mayoría eso sí, dice Lilian, no son de Chillán. Sino de otras regiones de Chile.

-Primero llegaba uno al mes. Pero a medida que empezamos a tener éxito en los resultados se empezó a correr la voz y tuvimos que levantar una estrategia. Decidimos entonces que si bien los funcionarios de Carabineros de las distintas comisarías de Chile hacen el primer contacto, una vez que ubican a la madre biológica, sea yo quien hable con ellas. En cuanto a la información que se le entrega al hijo o hija dada en adopción, es Daniela la que se encarga- explica Lilian.

Dada la distancia, los primeros contactos entre las familias biológicas que acceden a reencontrarse con las personas adoptadas en el extranjero, no se dan en vivo y en directo. Si antes fueron las cartas y luego los correos electrónicos los vehículos para comunicarse entre ellos, ahora lo hacen por Facebook o Skype como es el caso de Karna y su madre y hermanas en Osorno.

-A veces tenemos que pedir apoyo extra en las propias comisarías o a los miembros más jóvenes de la familia para facilitar el enlace porque hay madres que son de escasos recursos y de sectores rurales que no tienen acceso a la tecnología- agrega Lilian. Esta cruzada se hizo aún más indispensable el 2014: ese año explotó públicamente el caso de los niños dados por muertos y entregados irregularmente en adopción en el que se vinculó al sacerdote Gerardo Joannon.

Dudas que matan

A pesar de que se inició una investigación por delitos que se cometieron entre 1975 y 1983 y que Joannon fue sobreseído por la justicia debido al tiempo transcurrido de los hechos, quedó en evidencia que muchos de los certificados de nacimiento de esos menores cedidos, fueron falsificados y en algunos casos no quedó registro de su entrega a las nuevas familias.

La duda, dice Lilian, quedó instalada en las mentes de los hijos adoptivos y su buzón recibe desde entonces cada vez más solicitudes:

-Las personas de distintos países comenzaron a tener la curiosidad: ¿Fue mi adopción legal? ¿En qué circunstancias me entregaron, voluntaria o forzadamente?, se preguntan, y eso los insta a buscar- confirma el comisario de Segunda Comisaría de Chillán, el mayor José Freire Urbina, jefe de Lilian.

Los hechos han movilizado a miles de madres e hijos alrededor del mundo a buscarse entre sí, pero también han dado origen a organizaciones como Nos buscamos o Hijas y Madres del Silencio, que intentan reunirlos y darles orientación legal. Para ellos, muchas de las adopciones ocurridas en Chile desde los años 60 a los 90 fue un verdadero tráfico de niños donde participaron asistentes sociales, matronas, médicos, cuidadoras y hasta jueces.

Algo que el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago, Mario Carroza, está encargado de dilucidar.

En la investigación por presuntas adopciones irregulares que sigue abierta, ya ha identificado al menos a 29 captadoras de niños que habrían participado en la salida de a lo menos 525 menores al extranjero.

Daniela –la traductora argentina y administradora del buzón internacional- piensa, sin embargo, que hay que hacer una distinción. En su experiencia, si bien esto debe salir a la luz, hay una gran diferencia entre los casos de hijos que fueron dados por muertos y aquellos que nacieron de personas analfabetas, pobres, solas y que igualmente fueron dados en adopción.

-Lo primero es lo irregular, lo ilegal y criminal. A ellas se los robaron. Las otras adopciones fueron por coerción-apunta desde Estados Unidos.

El ruego de Luz

Luz Sánchez (53) se acaba de reencontrar con su hija Carlina en la Segunda Comisaría de Chillán gracias a la labor de Lilian y Daniela. Temblando en una mediagua de Chillán Viejo, dice que la vio por Internet tras 28 años, y que ayer se dieron cuenta que tiene el mismo lunar en la espalda.

Adelgazada por una diabetes y con secuelas de un alcoholismo severo que la tiene en pie y sin recaídas hace seis meses, confiesa que no dejó de rezar porque algún día apareciera. Pero Carlina no es la única guagua que ella dice, le arrebataron por ser pobre. Otras cuatro también se fueron en adopción al extranjero cuando ella, en situación de calle, fue captada por una mujer de apellido extraño que la llevó a Santiago una y otra vez para entregar a sus guaguas.

-La primera vez fui engañada y me pilló de sopetón- dice. Y luego explica:
-Un día que hacía frío y estaba embarazada, fui a buscar café a las Damas de Rojo del hospital y se me acercó. Al verme sin zapatos y tiritando con guata de siete meses, me llevó a comer y me compró una casaca. “Vente a Santiago y tú y la guagua van a estar bien”, me dijo. Yo no tenía nada. Mi vida era puro alcohol así que acepté- dice con los ojos rojos y mirando una pared con la foto de Pinochet.

Luz no conocía la capital y pensó que dicha mujer le daría trabajo. Pero cuando llegó a una casa particular, le pusieron una cuidadora que la seguía a sol y a sombra y que le compraba zapatos y ropa nueva. Luz dice que tenía alcohol a su disposición, pero que la controlaban permanentemente en el Hospital Sótero del Río para que su embarazo no se viera afectado. Luz recuerda estar dopada la mayor parte del tiempo. Rememora sólo siluetas de caballeros y señoras entrando a la casa. Y flashes de ella firmando papeles y papeles, que veía borrosos y que el tercero básico cursado le impedían comprender.

Cuando llegó la hora de parir, la llevaban a una clínica ubicada en Santa María. Tenía 18 años.
-Tuve la guagua. Le puse Isabela. Pero cuando pregunté por ella me dijeron que había nacido enferma así que volviera nomás a la casa sin ella, porque le harían tratamiento- dice.

Luz lamenta no haber exigido más respuestas porque al llegar al lugar la cuidadora la mandó a comprar y al regresar ya no había ropa, ni comida ni ninguna de las regalías que había recibido. La casa estaba desocupada. No había nadie a quien recurrir.

Luz volvió a Chillán como pude. Le habían dicho que le habían ligado las trompas, pero se volvió a embarazar y la misma mujer la contactó otra vez y la terminó llevando a Santiago. Esta historia se repitió cinco veces. En las distintas casas donde estuvo (ubicadas en el centro o en poblaciones como Pablo de Rokha en San Bernardo) habían más niñas recién paridas o con guata.

-Decían que eran sobrinas, pero uno no era tonta. Lo que tenían era un tráfico de niños y se aprovechaban de ti porque sabían que tú no tenías nada- cuenta.

Luz se quedó callada por sobrevivencia. Sabía que dada sus condiciones de indigencia, que nacieran sus hijos, ya era un milagro. Y así dejó ir a Carlina y al resto de las guaguas. Con la esperanza de que tuvieran una vida mejor de la que podía darles, se encomendó a Dios y le pidió que algún día estos hijos la buscaran. Pero volver a este infierno, una y otra vez, también la hizo despabilar. Y más grande y ubicándose mejor en Santiago, buscó a unos familiares en Lo Espejo y con ellos volvió a una de las direcciones de las casas en que estuvo para reclamar una de las guaguas. No estuvo dispuesta a perderla esta vez.

-Un tío amenazó con llamar a Investigaciones si no me la entregaban y casi se la tiraron por la reja pa’ afuera- dice sobre la última vez que entregó a un hijo.

El año pasado vio en la tele un reportaje sobre las adopciones irregulares. Sólo entonces se dio cuenta que cada bebé que entregó fue a parar a un sistema macabro de agencias internacionales y asistentes sociales que procuraban captar embarazadas en situaciones de vulneralidad para vender guaguas a 10 mil dólares.

-Me equivoqué. Y ahora mi gran temor es morirme antes de ver las caras de todos mis hijos y saber que están bien- dice Luz con los ojos llorosos.

Hace cuatro años se le cumplió en parte ese deseo: Brenda la buscó desde Estados Unidos y así como con Carlina ahora, se reencontraron por Skype. Pero faltan otros tres. Sólo entonces, dice, se puede ir tranquila a la tumba.

-Fue bonito lo de Carlina. Yo estaba muy nerviosa. Se me subió el azúcar, estaba mareada. Pensaba que me podía rechazar, temía que me dijera mala madre, pero ella, en cambio, me mostró a mi nieto y me sonreía. Le pedí perdón porque no solamente la gente que se la llevó tiene culpa, sino que yo también. Por estar con la botella, por tener comida, una cama, fui un vientre de alquiler y la entregué- solloza.

Lilian la escucha e intenta tranquilizarla. El 20% de los casos que ella ha conocido tiene este mismo modus operandis.

-Siento que haber ayudado en el reencuentro con su hija en Estados Unidos fue un aporte para que ella pueda sanar-dirá más tarde y rumbo a la comisaría donde sus cuadernos verdes siguen llenándose de solicitudes con cada reportaje sobre adopciones ilegales que sale en los medios de comunicación.

-Es terrible porque se aprovechaban de la vulnerabilidad de la gente para hacer un negocio con los niños. Era como una fábrica de bebés- dice sobre un fenómeno que para ella tuvo un boom: del 75 al 95.

Lilian se va todos los días tarde a la casa pues su misión, dice, le demanda cada vez más tiempo.

La recompensa es gigante: mientras sigue rastreando en Chillán, en Osorno y dentro del hogar con aroma a leña, Karna sigue hablando vía satélite con Cecilia y sus hermanas. No hay día en que no sueñe con viajar a Chile a abrazarlas y poder recobrar sus raíces, por fin, en vivo.

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