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Cuando tenía quince años una de mis mejores amigas llegó con la mala noticia: tenía piojos. Y lo que era peor, la muy infame nos los había pegado. Así, las tres mejores amigas teníamos una razón más para juntarnos, esta vez, para despiojarnos. Eso sí, nadie debía saberlo.
Por Lorena Penjean. Periodista-peluquera.
Era verano. Eso nos libraba del suplicio del colegio, pero nos lanzaba a otro: el de las vacaciones. Nosotras nos creíamos la muerte y nos hacíamos las lindas con los chiquillos del barrio. Obviamente esto de tener piojos no nos ayudaba en nada. Entonces empezamos a despiojarnos. P (la que nos contagió) hervía en piojos y liendres. Y tenía el pelo largo y ruliento como la Shakira. Terrible. M, también tenía el pelo largo pero liso y tenía ene, pero nunca tanto como P. Yo, tenía el pelo hasta el hombro y tenía pocas. Verdad. Una que otra liendre loca, nada más.
Partimos echándonos Quitoso y Launol. Había que aplicarse el ungüento y dejarlo actuar durante quince minutos. Nosotras nos lo dejamos toda la tarde para que el efecto fuera más potente. Y nos pusimos al sol a fumar escondidas mientras nuestras cabezas se irritaban. Luego, la hora de la verdad, el lavado y a revisar si seguían vivas. ¿Cómo lo sabíamos? Si al apretar una liendre, esta sonaba como un mini mini guatapique.
Mal. Por más que nos aplicábamos “tratamientos” los piojos no se morían. Entonces aplicamos plan B. Fuimos a la farmacia y pedimos lo mejor: Lindano, un líquido que además se usa para tratar la sarna (nadie puede) y que valía menos de quinientos pesos. Bueno, volvimos a la casa y nos echamos. Les juro que el casco se nos caía a pedazos. Nos ardía. Pobre de nosotras si el líquido nos caía en los ojos. Es que se mueren.
Así, hasta que terminamos con la vida en nuestras cabezas. Pero aún quedaba lo más difícil: sacarnos todo indicio de ella. Así, pasábamos tardes enteras sacándonos requetepatitas muertos y liendres. Y no había caso, la P tenía tanto, pero tanto pelo que no terminábamos nunca. El verano avanzaba y tener liendres nos obligaba a medir nuestras apariciones sociales. Hasta que una tarde llegó mi viejo. Y nos vio en el patio despiojándonos y se quedó de una pieza. “Papá, tenemos piojos, pero filo, lo importante es que ya están muertos y sólo debemos sacar las liendres muertas”.
Recuerdo la cara de mi viejo mirándonos. Tenía la boca abierta y no decía nada. “Ya poh, qué onda, no le pongai color, a cualquiera le pasa”. Y sucedió algo que quedó grabado en mi vida de hija: mi viejo se burló en nuestra cara: “¡Tienen piojos, tienen piojos! Se creen la muerte, se juran minas y tienen piojos”. Con mis amigas nos frikeamos. Demasiado cruel. Nosotras lo estábamos mal. “Si supieran sus amigos”, dijo. Y ahí saltamos como gatas: “ni se te ocurra decirle a nadie jamás en tu vida lo que acabas de ver. Se supone que eres mi papá, deberías apoyarme, lamentarte, decirnos palabras de aliento”, le dije furiosa. Pero no hubo caso, se entró cagado de risa.
Entonces cada vez que estábamos con nuestros amigos, mi papá llegaba con una sonrisa socarrona rascándose la cabeza. Mis amigas me miraban. Teníamos miedo. Nos tenía en sus manos. Yo le hacía señas: era una broma fuera de lugar, de pésimo gusto. Pero él seguía molestándonos delante de los niños que nos gustaban: “Me pica la cabeza”, decía. “Se imaginan tuviera piojos?”. Con mis amigas casi nos desmayábamos. Y mi viejo terminaba: “Pero nada que ver, seguro estoy nervioso, porque… nadie puede tener piojos, verdad?”, decía el muy pesado y se iba.
Menos mal que nunca nos delató, pero por Dios que se burló de nosotras. Hasta grandes. Incluso hasta el día de hoy lo recuerda. Qué rabia porque los piojos son algo supuestamente normal… Pero a quién engaño, nadie que no sea niño puede tenerlos y quedar expuesto a las burlas y comentarios de gente como mi papá. O sea, los piojos son sinónimo de suciedad. Punto. Son asquerosos. De solo recordarlos me pica la cabeza.
El tratamiento es largo y bien latero. Pasa que un piojo pone chorrocientos de huevos (liendres) al día. Y para asegurarse de que queden bien pegados al casco y tengan una temperatura óptima para desarrollarse, le ponen una suerte de cemento que hace muy difícil su extracción.
Los piojos son parásitos de color negro, alargado. Como una mosca famélica pero sin alas. O sea, los piojos no vuelan, pero saltan heavy. Es así como se contagian.
Tienen tres pares de patas que terminan en garfios para sujetarse mejor de cada pelo y se ubican preferentemente en la nuca y detrás de las orejas. Buscan calor los perlas y se alimentan de sangre. Guácala. Los piojos viven cerca de quince días y ponen más de 200 huevos.
Tratamientos: hace ene años, los que se contagiaban con piojos eran tratados con bencina o parafina. Y se los envolvía con una bolsa durante toda la noche para que hiciera efecto. Además de matar los piojos, la parafina dejaba a los pobres cabros medio aturdidos, con el casco irritado a mango y el pelo bueno para nada. Eso era cuando no los rapaban al cero. De todas las lociones que usé lejos la mejor fue el Lindano, además era ultra barato. Pero me acabo de enterar que lo han sacado del mercado porque en algunos casos (seguro idiotas que se lo echaron mal o que no debían usarlo) produjo cefalea, convulsiones y parestesias (¿?). Bueno, ya no hay Lindano y sólo quedan las marcas tradicionales que nunca funcionan a la primera y que son demasiado caras. Pero encontré algo bacán: se llama Cuasia, que es una hierba que mata los piojos. Se puede comprar en esos puestos que hay en La Vega. El sistema es bien simple, se hierve y se pone en el mate. Pero lo que yo recomiendo es comprar la loción preparada, es económica y funciona estupendamente.
Del despiojado: cuando las liendres están muertas se pueden sacar a mano (valor) o con un peine de metal. En ambos caso lo mejor es ayudarse con vinagre en el enjuague porque las suelta. Hay que tener ene ojo con esta parte del proceso. O sea, ya están muertas, pasaste piola y te cachan porque llevas una liendre muerta. No. Hay que sacarlas porque conforme el pelo crece se van alejando del casco quedando así más expuestas. Si a eso le sumamos que una vez muertas cambian su color medio café por un blanco novia… Todo mal. A sacarlas de una.
Lo que sigue: una vez terminado el tratamiento hay que repetirlo una semana después. Uno nunca sabe y es mejor asegurarse. También hay que cambiar las peinetas y hervir la ropa de cama y las toallas, no vaya a ser que quede un piojo loco por ahí.
Así con los piojos. Mala onda. Que nadie nunca te vea uno. Ah, y además de cuidarte del contagio, sé prolijo con tu higiene capilar. Obvio, lávate el pelo.