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Los Legionarios de Cristo, la secta que ha conquistado los corazones de la elite chilena, recién empiezan a reconocer, tibiamente, que su fundador Marcial Maciel no era un querubín de la cintura para abajo.
El diario New York Times trae hoy una dura noticia para los Legionarios de Cristo. Según esta pretigiosa publicación Marcial Maciel habría tenido un romance con una de sus seguidoras y una hija con la misma. La noticia ha golpeado tanto a la congregación que Álvaro Corcuera, actual director general de la orden “recorre discretamente las comuidades religiosas de su grupo y los seminarios de los Estados Unidos, informando que el fundador llevaba una doble vida”, dice el diario. La orden no ha confirmado directamente la noticia, pero el vocero del grupo ultra católico, Jim Fair, admitió al New York Times que “nos hemos enterado de algunas cosas de la vida de nuestro fundador que son sorprendentes y difíciles de entender. Sabemos que hay algunos aspectos de su vida que no son apropiados para un cura católico”.
Estas tibias palabras son las primeras que emite la Legión para reconocer los abusos de un hombre que fue denunciado por una decena de ex seminaristas de haber sido sus víctimas sexuales. Desde la tumba Maciel sigue levantando escándalo. Ahora con un hijo.
ABUSO DE MENORES
Maciel nació el 10 de marzo de 1920, en el estado de Michoacán, México. El sacerdote fundó los Legionarios de Cristo en 1941, un movimiento conservador donde reclutaba y entrenaba sacerdotes y también a laicos. Además, hasta sus últimos días se mantuvo como el líder.
Fue muy cercano al Papa Juan Pablo II, quien muchas veces se refirió a él y su movimiento como una “guía efectiva para la juventud”, situación que hoy daría para revisar la doctrina de la infalibilidad Papal.
En 1997, nueve seminaristas que habían sido abusados sexualmente por Maciel cuando no tenían más de 16 años, hicieron públicos sus abusos en el New York Times, desatando un escándalo que la legión trató de acallar por todos los medios. Las nueve víctimas también redactaron un libro llamado “Voto de Silencio: El abuso de poder durante el papado de Juan Pablo II”.
Maciel en innumerables ocasiones negó los cargos. En 2002 dijo: “nunca he realizado ninguna de las conductas repulsivas que han dicho que he hecho”. Pero cuando los casos de sacerdotes pédofilos y abusadores saltaron a la fama en Estados Unidos, el caso de Maciel se convirtió en un símbolo. Los críticos más acérrimos ejemplificaron con Maciel la actitud de la iglesia católica de acallar y hacer vista gorda a las acusaciones de abusos sexuales.
En 1999, una de estas mismas investigaciones sobre el cura Maciel -que había sido indagado en la década del cincuenta por abuso de drogas -fue archivada por el cardenal de la época Joseph Ratzinger, que estaba encargado de reforzar la doctrina de la iglesia católica. Pero en el 2004, Ratzinger repuso la investigación. Y en mayo del 2005, cuando el cardenal ya se había convertido en Papa, impuso un voto de censura hacia Maciel. No se dijeron las razones de tal castigo. Sólo se dijo que Maciel había aceptado pasar sus últimos días en un lugar callado y tranquilo, realizando penitencia y rezando. Tenía prohibido no sólo hablar con la prensa, sino también dar discurso masivos. Y no podía hacer nada de lo que hace un sacerdote. Ni misa, ni confesar.
Muchos tomaron esta decisión como el reconocimiento de la culpa de Maciel ante los abusos sexuales de los que había sido acusado. Aunque otros encontraron que una vez más la iglesia católica escondía a los culpables y los protegía al no dar a conocer los verdaderos motivos de su censura.