Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Uncategorized

22 de Marzo de 2009

¿Qué se siente al matar a un hombre?

Por

Por René Naranjo S.

Hace más de cuatro años que Clint Eastwood no se dejaba ver en pantalla. Lo había hecho por última vez en 2004, cuando encarnó a un instructor deportivo que entrenaba a una joven boxeadora en “Million dollar baby”, una de sus películas más formidables y dolorosas. En “Gran Torino”, el gran Clint, viejo roble de 78 años de edad, vuelve a ponerse ante la cámara y su sola presencia anuncia desde el inicio que éste será un filme sin adornos, anclado firmemente en el presente y en el que la muerte –obsesión constante del director-será mirada siempre cara a cara.

Película cíclica, “Gran Torino” comienza y termina con un funeral. En esa primera escena, quien ha muerto es la esposa de Walt Kowalski (Eastwood), y él, sus dos hijos y un joven cura pelirrojo despiden sus restos según la fe católica. Ex combatiente en la Guerra de Corea y racista impenitente, el ahora viudo Kowalski debe compartir su barrio de Detroit con inmigrantes venidos de todas partes del mundo. Por cierto, su vida cotidiana está marcada por los roces con los vecinos, y pronto lo vemos con un rifle en las manos apuntando a quienes pisan su jardín.

Sin embargo, Eastwood quiere ir mucho más allá de los conflictos raciales, recurrentes en sus películas. En esta ocasión, nuestro cineasta apunta su ojo, cargado de sentido moral, social y religioso, hacia las conexiones misteriosas entre la vida y la muerte, y hacia la relación que se puede dar entre un veterano que vislumbra el fin de sus días y un adolescente de origen indochino, Thao (Bee Vang), que busca su destino mientras lucha por no ser reclutado por la violenta pandilla que lidera uno de sus primos.

Si bien las referencias a otros filmes de Eastwood retumban a cada instante de “Gran Torino” (se piensa en “Honky Tonk Man”, “Cazador blanco, corazón negro”, “El guerrero solitario” y “Los imperdonables”, entre otras), esta película profunda y emotiva se eleva también como un sólido tributo a la herencia de John Ford, el cineasta por excelencia de los Estados Unidos. Su apellido está citado explícitamente en el relato, ya que Kowalski trabajó toda su vida en esa fábrica, y se moviliza en una camioneta blanca donde se lee Ford escrito con grandes letras grandes. Pero el asunto va más allá,y se inserta en el filme de manera esencial. “¿Qué clase de hombre eres tú”, era la pregunta continua del cine de John Ford. La formulaba, por ejemplo, James Stewart ante el bandido que interpretaba Lee Marvin en “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962). Eastwood toma aquí esa interrogante y la une a su inquietud constante: “Qué se siente al matar a un hombre?”.

Sobre esas dos cuestiones existenciales, el viejo Clint arma un filme que no tiene desperdicio, donde cada escena aporta a develar el interior de sus personajes, sin que se abandone por un instante el realismo seco de la puesta en escena. Sólo un personaje, el chamán de la comunidad hmong, alcanza a ver más allá de lo visible, cuando lee los tormentos del alma de Kowalski con sólo mirarlo. Desde ese instante, el protagonista empieza a darse cuenta de sus amarguras y las distancias afectivas que mantiene con los demás. Y el cambio para él vendrá a la par de su paternal amistad con Thao. Y es por ahí que llega la escena pivotal de “Gran Torino”, uno de esos momentos de antología que dan luces de que el espectador está frente a una obra maestra. Es aquella en que Kowalski acude a la peluquería junto a Thao, y le enseña a hablar “como lo hacen los hombres”, a garabatos y con chistes racistas, en un magnífico ritual de paso a la madurez, que cristaliza a la escena siguiente, cuando Thao encuentra trabajo.

De eso se trata justamente “Gran Torino”, de hacerse hombre en un mundo nuevo, sin referentes claros de integridad y sin ejemplos de autoridad creíbles, pero sin perder ni la dignidad ni descuidar los afectos.

Y el auto deportivo Gran Torino 1972 que Kowalski guarda en su garage y que da título a la cinta es el referente de esos atributos. Un referente de libertad, de masculinidad, de un pasado en que los lazos eran durables, tanto como el refrigerador de Kowalski saca de su sótano para entregárselo a la familia de Thao.

Pero atención, lejos de cualquier nostalgia, Eastwood entrega aquí una visión sumamente contemporánea, ajustadísima a los tiempos que corren. Tiempos turbulentos, en que abrir nuevos caminos cuesta caro. Y así, el único horizonte que se ve en el filme es el que divisaThao, en el último plano, a bordo del Gran Torino. Y tiene su precio en sangre.

Hace tiempo sabíamos que en el cine de Eastwood sin una muerte no hay ficción. Ahora sabemos también que sin un sacrificio la vida de verdad no puede empezar.

Temas relevantes

#gran torino

Notas relacionadas