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Opinión

20 de Noviembre de 2010

Genaro Arriagada ni siquiera está equivocado

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POR RAMSEY LAWRENCE*
Ilustración: Ajab

Cuando el físico austríaco Wolfgang Pauli debía defenestrar teorías mal planteadas, investigaciones mal hechas y tesis mal argumentadas, espetaba su ya célebre y exquisita frase para el bronce: “[Este trabajo] no sólo no está en lo correcto, ni siquiera está equivocado”. Tanto en sus declaraciones públicas como en el artículo escrito para este medio, La peligrosa idea de la libertad sin límites, Genaro Arriagada ni siquiera está equivocado.

Sabemos que Arriagada concurrió con su voto para apoyar los cargos que el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) formuló al programa El club de la comedia por un “sketch” en donde se burlaban de Jesucristo. En una carta publicada en El Mercurio, Arriagada justificó: “Jesús es, para muchos, Dios, el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Ese hecho da a la ofensa una dimensión y gravedad mayor”. La supuesta divinidad de una figura histórica, Jesucristo, no es un argumento para obligar.

El creyente perteneciente a las corrientes dominantes del cristianismo profesa—aquí traduzco a Richard Dawkins—alguna combinación de los siguientes postulados:

• En algún tiempo remoto, un hombre nació de una madre virgen. En el proceso de concepción de este hombre no intervino ningún padre biológico.

• Este mismo hombre sin padre biológico resucitó luego de haber estado tres días muerto.

• Luego de haber muerto por tres días y resucitado, el hombre sin padre biológico estuvo vivo otros cuarenta días. Acabado este lapso de tiempo, el hombre sin padre biológico subió a la cima de un cerro y desapareció mientras su cuerpo ascendía hacia los cielos.

• Si uno musita pensamientos privadamente dentro de su cabeza, el hombre sin padre biológico, y su “padre” (que también es él mismo) escuchará nuestros pensamientos y podría llegar a actuar sobre ellos. El hombre sin padre biológico puede escuchar, simultáneamente, los pensamientos de todos los seres humanos que habitan el planeta.

• Si uno hace algo malo, o algo bueno, el mismo hombre sin padre biológico, y su “padre” (que también es él mismo), lo ve todo, aunque nadie más lo haga. Se nos castigará o premiará acordemente, incluso después de que hayamos muerto.

Tertuliano, uno de los padres de la iglesia cristiana, declaró: credo quia absurdum (lo creo porque es absurdo). Los postulados del cristianismo, y por extensión los de cualquier religión, no pueden tener validez en el discurso público. Un postulado es una proposición cuya verdad se admite sin pruebas y que es fundamento necesario para razonamientos posteriores. En el discurso público, en el ámbito político, el marco legal que nos vincula no puede estar basado en afirmaciones inverificables. Steven Pinker lo dijo mejor que nadie: “Los mismos estándares de razonamiento que utilizamos en las ciencias para refutar empíricamente una hipótesis o para descartar aquellas que son infalsificables, también los podemos usar para descartar teorías conspirativas delirantes, repudiar ideologías integristas y totalitarias y desechar panaceas tóxicas disfrazadas de política pública. Nuestros sistemas morales, precisamente porque son por definición públicos y compartidos, deben sustentarse en datos verificables —informados por la psicología y la biología—que nos digan qué hace que los seres humanos prosperen o sufran”.

Pero en el irracionalismo de Arriagada y el CNTV, las creencias en el absurdo y las falsedades no sólo deben ser parcelas del ámbito privado, sino que pueden y deben valerse de la fuerza de ley. En El Mercurio, Genaro Arriagada también declaró: “En la jerarquía de los valores son muchos los que creen […] que la jerarquía superior corresponde a los valores religiosos. Siempre será malo insultar […] pero el insulto al Dios de una persona es una ofensa mucho mayor pues lo religioso está en el plano de lo absoluto, el ámbito de lo santo, lo sagrado[…]”. Aquí, uno no sabe si Arriagada dice lo que piensa o piensa lo que dice.

Consideremos “el ámbito de lo santo, lo sagrado” en que se desenvuelve el cristianismo y que no estamos, según Arriagada, autorizados a profanar. Veamos la justificación que da el cristianismo al acto profundamente inmoral que significa golpear a un niño para “corregirlo”. Un pastor evangélico dirá que dicha inmoralidad la justifican las sagradas escrituras: “No rehúses la corrección del muchacho: porque si lo hirieres con vara, no morirá. Tú lo herirás con vara, y librarás su alma del infierno” (Proverbios 23:13-14). La indefensión y disparidad en la correlación de fuerzas (¿puede defenderse un menor de un adulto, de más de 55 kilos, en total control de sus funciones motrices?) es ya un motivo suficiente como para condenar el uso de la violencia como método formativo en la crianza de los niños. A esto, sumémosle la ignorante pretensión de querer obligar a un menor, a través de la fuerza, a ajustar su conducta a las expectativas del mundo adulto sin considerar sus vulnerabilidades psicológicas y las tremendas limitaciones neurobiológicas que tiene el niño para comprender las abstracciones —normas morales, convenciones sociales, expectativas escolares— del mundo de los mayores.

Ahora bien, Genaro Arriagada jamás osaría levantar un solo dedo cuando un padre, digamos, en la plaza del barrio golpée en las piernas, con un palo largo y delgado, a su hijo. Es más, Arriagada se felicitaría de que fuésemos sancionados por osarnos a detener un acto profundamente inmoral que está, según cristianos y su Biblia, amparado bajo el manto “de lo absoluto, de lo santo, lo sagrado”.

En cuanto a su justificación de limitar la libertad, Genaro Arriagada también ni siquiera está equivocado. Es curioso que en su artículo La peligrosa idea de la libertad sin límites, Arriagada diga que “la libertad ejercida sin restricciones por el poderoso puede ser el instrumento para condenar a la servidumbre o la esclavitud al que es pobre, carente de poder o menos dotado”. ¿Y qué ha hecho el CNTV, con sus cargos a El club de la comedia, sino cometer un acto de matonaje en contra de una minoría (ateos, humanistas laicos y escépticos de la religión) y defender las preferencias metafísicas—creencias arbitrarias libres de estándares de evaluación que nos sean comunes a todos, inverificables, carentes de evidencia, y por tanto sin valor argumentativo en la esfera pública— de una mayoría, algunos de cuyos miembros son bastante poderosos?

La ética básica de una sociedad abierta y libre es exigirnos estar preparados para defender lo que creemos con argumentos razonados sustentados en evidencia pública, estar preparados para cambiar de opinión, y ser tolerantes con diversos puntos de vista cuando la evidencia no basta para tomar una decisión. La fe religiosa que nos promete sendos regalos en el más allá como recompensa por adherir a afirmaciones inverificables contradice esa ética. En última instancia, los seres humanos prefieren que se razone con ellos antes que se les manipule y coaccione. Genaro Arriagada, en esta pasada, ni siquiera está equivocado.
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*Profesor, licenciado en ciencias políticas y magíster en letras hispánicas de la Universidad de Virginia

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