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Opinión

21 de Mayo de 2011

El pilar de hueso

Foto: Pato Miranda Algo pasa. La cosa no está quieta. No se trata de ninguna tragedia. No es el caos que viene. Es la gente que se manifiesta. Algunos nunca antes habían tenido ocasión de hacerse oír, ya fuera por desidia o falta de oportunidades. La Concertación contuvo, en sus últimos años, el despegue de […]

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Foto: Pato Miranda

Algo pasa. La cosa no está quieta. No se trata de ninguna tragedia. No es el caos que viene. Es la gente que se manifiesta. Algunos nunca antes habían tenido ocasión de hacerse oír, ya fuera por desidia o falta de oportunidades. La Concertación contuvo, en sus últimos años, el despegue de nuevas demandas. Estuvo a cargo de los escolares y liceanos el dar el grito de alarma. La gran familia del pingüinazo actualmente se halla en la universidad.

El tema de la desigualdad se mantuvo al nivel de discusión teórica, hasta que llegó este gobierno de grandes gerentes, de pitucos compañeros de curso, y algo que desde hace tiempo venía palpitando, cuajó. No es que sean multitudes que salen para hacer la revolución, en primer lugar, porque no son multitudes propiamente tales, como las conocimos a fines de la dictadura, y en segundo, porque no quieren la revolución. Son reclamos nada de insensatos. Los estudiantes bogan por una mejor educación pública. No creen que no importe quién sea el dueño del colegio, si el colegio es “bueno”. Quieren más Estado. Así de irritante. Que tenga más injerencia ese ente que nos representa a todos por igual. Que los fuertes tengan que vérsela con algo más poderoso que todos ellos juntos. Que la oferta y la demanda no se imponga como único criterio a considerar.

Es más o menos lo mismo que reclaman los opositores a HidroAysén. Dicho sea de paso, a varios les ha dado con repetir como argumento a favor de las grandes centrales, que no es viable oponerse a todo, como si los enemigos de las megarepresas en la Patagonia y las termoeléctricas venenosas instaladas en lugares habitados o de naturaleza impresionante, no estuvieran conscientes de que con alguna fuerza se ha de mover el mundo. Esa negativa a escuchar y a considerar las opciones en desarrollo, las modernas –llamadas “alternativas” por no ser propiedad de los grupos económicos imperantes-, y la defensa cerrada de los negocios ya probados, cuyos dueños son pocos y conocidos, como si fueran las únicas maneras serias y respetables de generar energía, es precisamente parte de lo que molesta, incluso más allá del asunto de la electricidad.

No son los mismos de siempre los que están protagonizando estas nuevas protestas. Son, ahora sí y en plenitud, las generaciones que no estuvieron a cargo de la recuperación democrática, que presenciaron la Transición desde más o menos cerca, pero que no la encabezaron, que no tomaron decisiones, las que comienzan a manifestarse con verdadera personalidad. A eso que los mayores consideraron secundario, estos nuevos ciudadanos le dan sincera importancia. Ya no caminamos sobre huevos.

No hay demasiado que temer. Nadie piensa en golpes de Estado. La miseria, que será un tema mientras exista sólo uno que la habite, ya no es el problema central de Chile. No son más consensos lo que parecen desear muchos, sino justamente volver a poner en juego las distintas ideas de sociedad que impajaritablemente inspiran a los individuos. ¿Cuáles son esos proyectos en juego? Hasta aquí pareciera que hubiéramos llegado a un acuerdo definitivo, donde lo único a disputar es el trono de la eficiencia. Un final de historia, a lo Fukuyama. Pero sólo un alma ingenua puede llegar a creer que todos queremos lo mismo.

No ha sucedido nunca así con el homo sapiens, ¿por qué podría ocurrir ahora? Y resulta que quienes están saliendo a la calle, en el fondo, es eso lo que quieren instalar: que no están de acuerdo con lo que la malla gobernante desde hace décadas considera evidente. Hoy encuentra manifestaciones puntuales en la energía y la educación, ambas, posiblemente, las dos principales matrices a partir de las cuales imaginar los proyectos de sociedad en pugna.

Hasta aquí ha primado como motor la competencia, la velocidad, la urgencia, la riqueza elevada al carácter de virtud, la superación de la pobreza, entendida esta última como la falta de bienes materiales. Actualmente, las grandes mayorías poseen los bienes materiales básicos, pero hay quienes quizás se sientan incluso más indefensos que antes, muy antes, en realidad, cuando todavía la pasión por el individuo no echaba al olvido la existencia de la comunidad.

La preocupación por la naturaleza ha tomado un sitial impensable hace unos años entre la población. Debe ser que muchos entienden que quien pasa por encima de los árboles y los animales sin mayores contemplaciones, es el mismo que no trepida en pisar seres humanos. Se trata de volver a respetar lo frágil, y redescubrir su valor. Este 21 de mayo habrá revueltas. Ojalá el gobierno entienda que no se trata de una guerra y que el derecho a manifestar un parecer, aunque le duela, es el pilar de hueso que sostiene a la democracia.

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