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Opinión

21 de Mayo de 2011

El rugido del León

El viejo León es un dominicano que participó en cuanto proceso revolucionario hubo en América Latina desde los años 50 en adelante. Dice la leyenda que conoció a Fidel, a Daniel, a Omar, a Ernesto, entre otros; hay quienes aseguran que se entrevistó con el mismísimo Stalin. Cierto o no, tomarse una cerveza con León […]

Manuel Olate
Manuel Olate
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El viejo León es un dominicano que participó en cuanto proceso revolucionario hubo en América Latina desde los años 50 en adelante. Dice la leyenda que conoció a Fidel, a Daniel, a Omar, a Ernesto, entre otros; hay quienes aseguran que se entrevistó con el mismísimo Stalin. Cierto o no, tomarse una cerveza con León era la mejor forma de aprender de historia, marxismo o santería.

La última vez que discrepé con él fue en un chino donde vendían cervezas en el barrio de Coche, en Caracas. Me habló de los medios y de las izquierdas latinoamericanas. Entre cerveza y cerveza me aseguraba que la posibilidad de que la protesta social sea reconocida como una herramienta válida en el camino de la transformación es remota en tiempos donde el imperialismo y las oligarquía locales -decía- aprendieron hace rato que ante la opción de pagar a un dictadorcillo sanguinario a su servicio, es mejor tener medios de comunicación.

Éstos, infinitamente más efectivos que la represión salvaje, permiten generar corrientes de opinión acorde a sus planes, generalmente contrarios a los intereses de las mayorías. Los medios, me decía, han logrado que sus trabajadores sean los encargados de facilitar la explotación de otros trabajadores: frecuentemente apelando al profesionalismo terminan construyendo la realidad desde la perspectiva de sus patrones, incidiendo directamente en la realidad de sus lectores y en la falta de combatividad de los que producen la riqueza y que, ya tu sabe tigle, nunca disfrutan de ella.

Por otro lado, decía, no ayuda mucho que las izquierdas latinoamericanas sujetas en marcos de alianzas, a veces demasiado amplios, determinen su política en base a consenso con sectores conservadores y no a la luz de las necesidades del soberano y de las capacidades de éste para cambiar el curso de la historia.

Así las cosas es necesario recordar que mientras desde las trincheras del pueblo hemos inhibido la posibilidad de enfrentar más decididamente las estructuras de poder, apelando a cierta ineficacia histórica o a lo innecesario que sería el uso de la protesta dada la posibilidad de negociar; en las posiciones adversarias no han dejado de usar la violencia nunca, derramando ríos de sangre para imponer sus leyes, su agenda económica, sus estructuras de seguridad, depredar la naturaleza en pos del “desarrollo” o atacar preventivamente a sus “futuros” enemigos.

Cabe preguntarse entonces, concluía León, si la violencia contra el pueblo es práctica habitual, cómo puede ser posible que la solución de las izquierdas latinoamericanas sea fundar movimientos o partidos políticos diferentes que finalmente y en la práctica difieren sólo por la composición de sus dirigentes y no por su accionar político.

¿Cómo es posible que las organizaciones sindicales respondan a la violencia de la cesantía con huelgas de hambre? ¿Cómo puede ser que se desgaste inútilmente a la militancia en elecciones anuales para obtener pequeños triunfos electorales que nunca serán de beneficio para la gran mayoría de la clase trabajadora? me espetaba el viejo León.

La violencia es un recurso innecesario en una sociedad avanzada como la nuestra, contradije al viejo. Como suponemos la nuestra, retrucó él, para agregar en tono solemne: en la medida que gobierne la ambición y el egoísmo será necesario revisar los instrumentos que se han ocupado para avanzar en sacudir ese lastre que aplasta las espaldas de la gran mayoría de los pueblos. Apurar el fin de esta sociedad de iniquidad estará determinado por las herramientas que se usen para ello, y no dijo más.

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