La gente ensaya respuestas. No, es que estaba deprimido por la muerte de su mamá, dice una vecina del barrio de Maipú en el que Israel del Carmen Huerta Céspedes creció y vivió hasta hace cinco años. No, es que era violento, amenazó a un vecino con un martillo y le mostraba los genitales a […]
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La gente ensaya respuestas. No, es que estaba deprimido por la muerte de su mamá, dice una vecina del barrio de Maipú en el que Israel del Carmen Huerta Céspedes creció y vivió hasta hace cinco años. No, es que era violento, amenazó a un vecino con un martillo y le mostraba los genitales a los niños, dijo otro vecino a un diario. No, es que tenía esquizofrenia. No, es que ya tuvo problemas con las armas, dice otro, y Ana Huerta -la mayor de las hermanas de Israel- parada afuera de la casa de ladrillo en la que vive Silvia, piensa y cuenta con los dedos:
-A ver. El Pato, el Juan, la Silvia, el Leo, el Ramón, la Emilia, la María y el Cristián. Era el séptimo. El Israel era el séptimo.
Entonces también ensaya su propia respuesta:
-Es que de tanto cuidarlo quizás le hicimos daño.
Israel llega a los ocho años a vivir a Santiago con sus hermanos y sus papás. Un hombre y una mujer que no sabían leer ni escribir y que sólo entendían sobre ser agricultores. Son los años ochenta y llegan de su campo, en Las Cabras, a la misma casa de Maipú en la que Israel viviría con su mamá estando ya casado.
Algo así es haberlo cuidado demasiado. De chico, dejarlo ser mañoso con la comida. De grande, dejarlo vivir en la casa de la mamá cada vez que quedaba sin pega.
-A él le costaba encontrar trabajo-, dice su hermano Juan.
-¿Por qué?
-Mala suerte no más.
Israel hizo de feriante, de electricista y -hasta el año 94- estuvo en la PDI.
-No era del aseo. Era guardia-, cuenta Juan.
-¿Por qué lo echaron?
-No te lo puedo decir-, responde Ana. -Pero tenía ganas de irse. No le gustaba que le dijeran “tenís que hacer esto” porque él pensaba que él valía más que los que lo mandaban.
Extraterrestre
Oscurece, en Maipú. Ana habla de Israel y Juan habla de Israel, y una vecina -Claudia Lillo- también habla de Israel y, aunque hablan por separado, todos tienen el tono de quien habla de alguien que de pronto -a las seis veinte de la tarde mientras Chile todavía empataba con Venezuela- se volvió extraterrestre.
Tienen el tono de quien quiere defenderse, cuando dicen: se han hablado muchas cosas malas, si tomaba poco, si hizo un buen servicio militar, y era tímido, y jugaba fútbol, y hasta le dio por leer la Biblia, y era buen papá -tenía dos hijos- estaba casado hace casi veinte años, no entendemos qué pasó.
-Cuando escuché los nombres yo pensaba que él estaba entre las víctimas, cuenta Ana.
-Yo escuché y dije: “No, debe ser un alcance de nombres”. Pero mi marido me dijo: “No, si es él”, dice Claudia.
-¿Es cierto que se deprimió cuando murió su mamá?
-El día del velorio fue el único que no lloró-, dice la vecina.
-Unos se ponen más tristes y otros menos-, dice Juan.
Como sea. El sábado pasado hacen un asado para conmemorar la muerte de la madre. Al día siguiente hacen lo que cualquiera haría después de un asado. Comer los restos. Mientras, ven el partido de Brasil-Paraguay. Israel apuesta a que Chile gana 2-0 y dice que se va a ver el partido a otra casa con su sobrino, y nadie ve nunca una pistola:
-Ese día andaba con un abrigo y, adonde bailó, le dio calor, y se lo sacó y quedó con camisa, y no tenía nada. Yo estaba lúcido. Si hubiera visto algo le digo: “No, hermano. Esa cuestión no”.
Lo demás, ya se sabe. Y nadie entiende bien cómo pudo ser que un tipo alto, de edad mediana y de abrigo gris entrara al Metro que iba hacia Plaza de Maipú, sacara una pistola nueve milímetros que tenía guardada y disparara al menos seis veces -a las seis veinte de la tarde- matara a Fernando Oñate y Mario Acevedo e hiriera a Karina Catalán, Sebastián León, Antonio Rebolledo y Jonathan Vásquez, para después salir caminando tranquilo -como si nada- volviendo a enfundar la pistola y subiendo las escaleras.
Después, la grabación se pierde. Una testigo cuenta que empieza a caminar más lento porque escucha que un hombre de abrigo gris le dice al aire: “Déjenme, déjenme”. El hombre camina hacia una plaza. Se escucha un disparo. El hombre muere.
Juan Huerta es el último en ensayar una explicación:
-Es que no sé qué pasó. Si el otro día me dijo que hoy día empezaba a buscar pega.