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Opinión

24 de Julio de 2011

La tragedia de una niña odiada

Por Franco López Pamela camina por el pasillo del segundo piso de la escuela Javiera Carrera de Iquique. Es alta, de tez trigueña, ojos color miel y a sus 13 años tiene una sonrisa de niña en la que empieza a asomar, lentamente, una bella adolescente. En sus manos lleva un trabajo de artes atrasado, […]

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Por Franco López

Pamela camina por el pasillo del segundo piso de la escuela Javiera Carrera de Iquique. Es alta, de tez trigueña, ojos color miel y a sus 13 años tiene una sonrisa de niña en la que empieza a asomar, lentamente, una bella adolescente. En sus manos lleva un trabajo de artes atrasado, que ahora va a entregar al octavo A. Está asustada como casi todos los días que se levanta para ir a la escuela.

Durante los últimos dos años ha sido insultada por varias chicas del colegio y aunque las ha acusado a sus padres, a las profesoras y a la directora, el acoso no para.

Apenas Pamela cruza el dintel de la sala, las burlas comienzan.

-¡Qué te pasai rollo, fea de mierda!… ¡Camina bien, andai parando el poto!- le dicen.

Pamela trata de parecer indiferente pero eso exalta más a las muchachas. Las chicas que quieren demostrar que nadie se mete con ellas –cosa muy importante en el mundo en que viven-, usan a Pamela para exhibir cuan fuertes son. Una chica le tira el pelo por atrás, otra le pega una cachetada por el costado. Una tercera termina por derribarla. Desde el suelo Pamela ve como todo el curso aviva a las agresoras. Se cubre el rostro y llora. Una ex profesora de Pamela, que conoció el incidente de primera fuente, afirma que la maestra de artes la emprendió con la niña caída.

-¿Usted viene a molestar o a entregar la tarea?- dijo la docente.

Es el miércoles 22 de noviembre de 2006. Pamela arranca por el pasillo hacia su sala donde hay otro grupo que también acostumbra a molestarla. Está muy nerviosa. Una de las pocas amigas que tiene, Constanza Zárate, la insta a ir donde la directora de la escuela, Magnolia Marabolí. La mujer, sin embargo, se irrita al ver a la chica llorosa.

-La directora le dijo: “a usted le gusta molestar pues, Pamela. Siempre viene con lo mismo”- recuerda Constanza. Una profesora también fue testigo de esa escena.

Minutos después, en el patio del colegio, una batalla campal está a punto de estallar. Las más bravas del los octavos se amenazan y se insultan. Las rudas compañeras de Pamela quieren desquitarse de las que agredieron a la chica. No lo hacen porque estimen a Pamela, sino porque son territoriales y tienen lógica de clan. Se citan para la salida en medio de gritos.

A las dos de la tarde, Óscar Pizarro y María Álvarez, padres de Pamela, llegan a la escuela. Él es transportista escolar y viene a dejar a los niños de la jornada vespertina.

-Papito, las niñas me dijeron que me iban a pegar a la salida de nuevo. Fui a donde la directora y no me creyó. Dicen que yo quería pelear con las niñas- le cuenta entre sollozos.

Óscar la abraza y parte con ella a la oficina de la directora. La situación ha superado todos los límites. Durante 2006 ha conversado demasiadas veces con la directora, con la orientadora y con la profesora jefe, sobre los insultos que recibe su hija. “Usted tiene razón, pero sabe como son las niñas. No se preocupe que vamos a llamar al apoderado, quédese tranquilo don Óscar”, le repite cada vez la directora.

Pero el acoso se ha transformado en golpes sin que nadie haga nada.

La chica que más molesta a Pamela, dicen sus amigas, es Viviana Rojas de 14 años. Dos meses antes de esa última encerrona, Viviana le reventó un globo con agua en la cara con tal fuerza que le dejó la mejilla roja por varias horas. Cuando Óscar la fue a buscar la encontró llorando en la inspectoría.

-Lo mejor es que Pamela lo espere en la oficina cuando la venga a buscar- le aconsejó la directora.

Semanas después, la misma Viviana la amenazó con ahogarla si osaba aparecerse por el paseo de fin de año. Y junto a la alumna Darlyn Espinoza, de 15 años, le advirtieron que si iba a la fiesta de graduación le cortarían el vestido, el pelo y además le ‘sacarían la cresta’, cuentan las amigas de Pamela.

Los padres reclamaron nuevamente. La directora Marabolí les aconsejó que ellos también fueran a la fiesta.

-Nos dijo: “Usted que es su mamita entra con ella al baño cuando quiera ir y usted, su papá, no la suelta del brazo para que no le pase nada. Ve que ahí va a estar más segura”- relata Óscar.

El padre entra en la oficina de la directora, pero antes de que diga nada, la mujer se deshace en disculpas.

-Ay, caballero, la niña interpretó mal las cosas, usted sabe cómo son las otras… No se preocupe, mire que no vuelve a pasar.

-No vuelve a pasar porque en este momento la retiro del colegio- respondió Óscar.

-Sí, es lo mejor que puede hacer. Yo también reaccionaría así- acotó Marabolí.

Durante el viaje de regreso a casa Pamela sigue sollozando. ¿Qué pasará con la prueba de castellano que tiene el jueves? ¿Y con el paseo de fin de año? ¿Y con la graduación? Los padres la tratan de calmar. Dará las pruebas pero no irá más a clases. Y para el paseo le prometen comprarle un traje de baño. Pese a las amenazas Pamela quiere ir a la graduación. Con sus amigas lleva tiempo hablando de ese evento como hacen todas las chicas. No se lo quiere perder. Pero también tiene miedo.

Sus padres le dicen que ya todo se acabó: el próximo año irá a otro colegio a estudiar enfermería y no verá más a esas niñas.

Pamela llegó a su casa más calmada. Después de almuerzo y para animarla, los padres la llevaron al mall para que comprara una polera para su graduación. Al regresar se sentó en su computador a chatear y le mostró a su mamá las conversaciones y piropos que le enviaban los niños.

-Le escribían que la amaban, que era linda, que querían ser los primeros en darle un beso. Ella nunca había dado un beso. Yo incluso le decía ‘pero, hija, un piquito’ y mi niñita me decía ‘¡Ay, mamá, me da asco de sólo saber que tengo que meter la lengua’- cuenta María.

Al día siguiente, el jueves 23 de noviembre, Óscar Pizarro se levantó como todos los días a las 7 de la mañana para hacer su recorrido escolar. Volvió a las 10 con su esposa y los tres se acostaron a ver tele, mientras comían pan tostado con mantequilla.

-Mi niña era demasiado regalona-, recuerda Oscar. “Siempre me pedía que yo le hiciera su pan porque a su mamá no le quedaba igual. Yo a veces… cosas que a lo mejor no se debe, pero le lavaba su ropa interior a mano, todo. Le planchaba sus jeans, cualquier cosa”.

A la hora de almuerzo la madre le dio una mala noticia. Una de sus agresoras estaba postulando al mismo colegio que Pamela.

-¡¡¡Pero mamá!!! ¿Siempre voy a tener que andar arrancando de estas cabras?- reclamó la niña.

-Déjame preguntar primero, hija. De repente no la reciben, debe tener su hoja de vida sucia. No pueden tener un informe de personalidad, no las pueden tener ahí…- le dijo. Pero ella misma no tenía mucha fe en sus palabras y por eso propuso otra cosa.

-¿No te gustaría ir a otro colegio, mejor?. Por ejemplo al Saint Margaret que está cerquita de tu abuela…

-Es que allá no hay enfermería…

Después de pensar un rato, la madre agregó:

-Mira, mañana vamos a ir las dos al colegio y preguntamos.

Pamela se tranquilizó. Al menos esa impresión tuvo su madre. Luego siguió en el computador y le empezó a mostrar los peinados que salían en la revista Tú. La chica indicó uno y le dijo ‘yo quiero ser así’. El peinado lo hacían en el mall y costaba 20 mil pesos. María le dijo que le preguntara al papá. Pero ambas sabían que le iba a dar la plata así que hicieron planes.

-Cuando te hagas el peinado y estés con tu vestido de gala te vamos a sacar hartas fotos y las vamos a mandar a la revista para que participes en el concurso- le propuso.

-Estaba contenta mi chiquitita- recuerda hoy María.

Pasadas las seis de la tarde, los padres salieron a hacer el recorrido escolar en el furgón. Antes de despedirse María le prometió a su hija que le compraría un bronceador y una toalla para el verano. En la casa quedaron su hermano Nicolás (16) y su nieta Anais (6). La pareja volvió 40 minutos después. La casa estaba en silencio.

La pequeña Anais subió a la pieza de Pamela y gritó desde arriba.

– ¡¿Mamitaaa, qué le pasa a la Pamela?!

Nicolas subió corriendo. El hermano gritó apenas entró a la pieza: “¡¡¡MI CABRA CHICA, MI CABRA CHICA!!!”

Pamela Pizarro se había ahorcado usando una de sus sábanas.

MALDITO VIERNES FASHION

Lejos de la casa de Pamela está la población Jorge Inostroza, un barrio duro que aporta muchos de los titulares delictuales de la prensa local. Ahí vive Viviana Rojas, la chica que según todos los testimonios era la que más acosaba a Pamela. La fachada de su casa es de cholguán y tiene algunos rayados. Es martes en la mañana. Viviana discute con su abuela y los gritos se escuchan desde lejos.

La señora se asoma, pero pega un portazo cuando escucha que otro periodista viene a conversar con su nieta. Desde atrás Viviana grita un par de garabatos.

Su papá está en la cárcel por homicidio y su mamá ‘es una drogadicta que la dejó botá’ cuenta una vecina. Viviana vive con su abuela María, una mujer de 75 años que se hizo cargo de ella y con dos ‘tíos’ que venden pasta en la esquina de su casa. Es baja, delgada y morena. Tiene cara de niña, rasgos finos. La dura vida que le ha tocado se asoma en sus ojos desafiantes.

-Ella siempre tuvo un resentimiento con la Pamela, le decía que si se iba a otro colegio, ella la iba ir a buscar para pegarle igual. Le cortaba el pelo, la molestaba y la insultaba delante de los niños en el liceo. ‘¡Maraca, les ponís el poto a los cabros, dejai que te toquen!’, le gritaba desde el segundo piso- cuenta Constanza Zárate.

En las salas de clases chilenas siempre hay un alumno que carga con las crueldades de sus compañeros, a veces por algún defecto físico, o por pensar o ser distinto. En el 8vo. básico del Javiera Carrera, Pamela cumplió ese rol porque era linda, porque era muy inocente y porque tenía una situación económica un poco mejor que sus compañeras.

Todas esas diferencias se hicieron más notorias cuando las chicas empezaron a crecer y a interesarse en los muchachos. Los peores episodios ocurrían los ‘viernes fashion’, una actividad que organizan en las escuelas de Iquique para juntar fondos. A cambio de 150 pesos los alumnos pueden ir ese día con ropa de calle. Como es natural, las chicas llevan su mejores prendas y se las ingenian para no repetirse y así evitar las burlas. Pamela sorprendía siempre con algo novedoso.

-Mi niña siempre iba con zapatillas nuevas, jeans, poleras y cuando no podíamos comprar nada ella iba donde mi suegra o mi hijo mayor. Incluso a veces yo le cosía blusas. Iba a la Zofri, compraba una tela y le hacía su blusita de dos colores. Pero las niñas no le creían y le decían ‘¿adónde la compraste, pará?’.

Viviana era una de las que se encargaba de aguarle la fiesta a Pamela. Harta de que su compañera siempre innovara con su ropa, una vez le sacó una colonia de su mochila y la derramó encima. En otra oportunidad se limpió la sangre que le brotaba de un diente con un delantal de Pamela. Viviana no podía tener una tenida nueva todos los viernes. Con suerte, lograba conseguir los 150 y no pasar por la vergüenza de ir con uniforme.

Sino era ella la que desquitaba su rabia con Pamela, era Darlyn Espinoza (15) que le robaba la colación o le pegaba chicles cada “viernes fashion”. Darlyn vive a unas cuadras de Viviana.

-Me mandaron a llamar el fiscal y qué, si era hueveo no más, poh, qué le ponen tanto color ahora- dice Darlyn mientras se esconde entre otras amigas que piden no la molesten más.

Es miércoles en la tarde y afuera de la casa de Viviana su abuela arma un nuevo alboroto antes de que se le pueda preguntar nada. La mujer tiene una cabellera larga y blanca que le llega hasta las caderas. Viste ropa andrajosa, sus manos están sucias y su rostro muestra un profundo cansancio. Tiene 75 años y grita que en la última semana han venido de todos los medios a acusar a su nieta. Alega que nadie se ha preocupado por el destino de Viviana.

-¡¡¿Qué acaso mi nieta le pasó la cuerda a la cabra?!! Déjennos tranquilas, total ya está muerta ya- grita mientras pega un nuevo portazo.

Lejos de ahí, en otra población vive Francisca González de 15 años.

-La Francisca le pegó más de una vez a Pamela. La dejaba en el suelo, le sacó varios mechones de pelo. Y siempre era por lo mismo. Le decía ‘tenís relleno’ y la Pamela lo único que le respondía era ‘ay,

Francisca, tú tenís tu vida, córtala’ – dice Constanza.

Francisca posee unos tremendos ojos verdes que resaltan en su figura maciza. Durante años a ella también la aislaron y fue objeto de burlas cuenta Juan, su padre.

-Cuando chiquitita nadie se juntaba con ésta- dice señalando a la muchacha. “Cuando entró al kinder y jugaba a las pillás, como siempre ha sido gordita y grande las empujaba y nadie quería jugar con ella. Llegaba llorando, porque era muy brutita. Siempre la molestaban por lo mismo. Hasta ahora que sigue gorda y pesa como dos toneladas”, remata con una carcajada.

Francisca hace una mueca incómoda. Las amigas de la chica se ríen. Juan no se da cuenta de cuanto ofende a su hija y en esa displicencia revela algo central: las chicas acusadas de agredir a Pamela no son distintas a muchas preadolescentes de las escuelas pobres chilenas. El mundo en que viven es muy duro con ellas y crecen rápidamente. Una profesora, que no quiere identificarse, dice que Pamela y sus amigas eran aún muy niñas: “vivían soñando con su vestido de graduación y hablando de música. Las otras, la mayoría, repitientes y mayores de hasta 17 iban a fiestas, tenían sexo, vivían en otro mundo”.

SOBREVIVIENDO

Sentado en el sofá de su casa, Óscar Pizarro viste de negro como lo ha hecho durante los últimos meses. Su esposa reza y asume la muerte de a poco. Antes fueron una familia católica pero ahora él no quiere saber nada de Dios.

-No puede ser que se lleve a la gente buena. Y si existe ¡puta, que me la devuelva entonces!- grita entre medio de un llanto que lo ahoga.

Pizarro no ha tomado las llaves de su furgón desde el día del suicidio. En el asiento delantero quedó la polera que le compraron al regresar del colegio. Óscar tampoco ha permitido que nadie entre a la pieza de la niña. No quiere que se toque ni se mueva nada.

-Tengo la esperanza de que vuelva, de que venga… – dice.

Todas las tardes el papá de Óscar los pasa a buscar y la familia entera se instala junto a la tumba de Pamela. En el cementerio ya identifican a los Pizarro y conocen su ritual. A pleno sol y siempre de luto, los ven cargando las sillas y los quitasoles con base de cemento que colocan en el lado sur del Parque del Sendero. Ahí, durante varias horas María reza, su hijo Nicolás duerme y sus abuelos tratan de dialogar con Óscar. Pero él parece ido.

Todos los días llevan flores y limpian el lugar. Muchas veces encuentran cartas, pequeñas esquelas coloreadas con flores y escritas con letra infantil. Las llevan niñas que son acosadas por otras niñas. Para ellas, Pamela se ha convertido en un símbolo del acoso que viven.

“Yo sé lo que se sienten que te traten así, ellas no tenían razón de hacerlo. Sólo espero que por fin descanses en paz y cuida a toda la gente que te ama”, escribe una anónima muchacha.

En otra carta Khanda Valenzuela agrega: “ellas van a pagar por todo el daño que te hicieron, no me explico por qué a una niña tan hermosa como tú le pasaron todas esas cosas. Tenías tanto por delante… ojalá donde estés seas feliz y puedas ayudarme desde allá arriba. Quiero pedirte que me ayudes a pasar de curso y a ser fuerte ante todas las niñas que me tienen mala y que me tiran pura maldad”.

Otra chica llamada Jessenia Mondaca, muestra que está tratando de hacer frente al acoso: “Tú debías seguir viviendo para taparle la boca a todas esas estúpidas y envidiosas. Yo tengo el cuerpo igual que tú, con figura y pompis bien levantado y no me avergüenza, sigo adelante para taparle la boca a todos y a todas”.

Oscar lee esas cartas y no sabe qué pensar. Le es tan difícil que su hija se haya suicidado por ese motivo… Y, sin embargo, por más que le da vuelta siempre vuelve a lo mismo. Pamela era una niña, no supo cómo hacer frente a sus compañeras. Y en el colegio no encontró ningún tipo de protección.

La directora Magnolia Marabolí no responde a esa acusación. Hoy no quiere saber nada de prensa ni de Pamela. Apenas nos ve grita desde su oficina “¿quién se preocupa de nosotros, quién nos pone un psicólogo a nosotros? Yo tengo mi conciencia tranquila”.

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