Así debe ser como tiene que funcionar la suerte. Que se te ocurra que gato y volador son palabras que podrían quedar bien juntas, y ganar un montón de plata con eso. Que se te ocurra que un oso verde que cante yo soy tu gominola es una idea más o menos buena y que, […]
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Así debe ser como tiene que funcionar la suerte. Que se te ocurra que gato y volador son palabras que podrían quedar bien juntas, y ganar un montón de plata con eso. Que se te ocurra que un oso verde que cante yo soy tu gominola es una idea más o menos buena y que, en realidad, sea muy-muy buena. Que se te ocurra que la frase tírate un paso podría pegar un poquito y termine siendo un omnipresente de youtube.
La suerte es esto: llamarte René o Nicolás, o Matías o Emanuel y vivir en las afueras de Buenos Aires, en San José -un barrio pobre- y que tus días pasen entre la bicicleta, el skate, las juntas con los amigos, la disco, el colegio; que, de pronto bailes un pasito y que ese pasito lo vea un productor de tele, y diga: esto es. Y esto es -pensó hace tres meses el mánager de los Wachiturros- un buen producto para la “clase humilde” de Argentina, pero terminó siendo más que eso. Como un reguetón de los buenos, todo el mundo se puso a bailarlo.
Y ahora, justo ahora, doce y algo de la noche, quien intenta bailarlo es Kike Morandé, con el gesto del que está al borde del pre infarto mientras los Wachiturros saltan y bailan, y cantan ¿tírate un qué¿/tírate un paso/vas para adelante y tírate un paso/toma-toma, toma por wacho atrevido/toma-toma, te confundiste conmigo/, y las modelos, peto dorado, short negro, los siguen y el público también los sigue, y el coordinador de piso -ese tipo que dice aplaudan cuando hay que aplaudir y ríanse cuando hay que reírse- podría quedarse sin trabajo porque no es necesario que diga nada para que las chicas de jeans levanta-culo chillen cada pedazo de la canción y salgan corriendo detrás de los Wachiturros -que no son unos chicos lindos- cuando todo termina para pedirles por favor, por favor, por favor una foto y un besito.
La suerte tiene que cuidarse. Eso debe saberlo bien Emanuel, el típico roba-miradas de un grupo: el más guapo, el mayor -tiene 21 y el resto tiene 16-17- el más vivo, el que sabe, el que ahora está en el camarín respondiéndolo todo, aunque las preguntas no vayan para él, diciendo lo que un chico correcto debe: “Es una música muy sana que no habla de drogas, no habla de robar/Seguimos siempre humildes/Yo no dejé de andar por mi barrio, comprar en el almacén de la vuelta/El consejo que me han dado es que no pierda la humildad, no te olvidés que sos Emanuel del barrio San José/Lo lindo es que lo que hacemos le llega a la gente”.
Los Wachiturros están en el camarín cuando aparece una productora a preguntarles qué quieren comer y ellos, todos ellos, dicen que Mcdonalds. Los deseos son órdenes que se transforman en cuartos de libras, papas fritas, nuggets, bebidas y reflexiones sobre lo malo que es el Mcdonalds chileno y lo bueno que es el argentino.
-¿Qué es lo mejor de esto?
-No sé. Qué pregunta jodida-, dice Emanuel, el de las frases correctas.
El mánager, como si fuera un traductor, le pregunta a los otros:
-¿Qué es lo mejor de esto? ¿Ser famoso, ganar plata, conocer gente?
-Es lindo ser famoso. Es lindo todo. La vida del artista es muy linda-, vuelve a hablar Emanuel.
-Ojalá esto dure hasta que me muera-, dice Kaká, que tiene 16 y alguna vez quiso hacerse conocido jugando fútbol.
-¿Y por qué es bueno ser famoso?
Silencio.
-¿Tienen ganas de estudiar algo?
-No-, dicen en coro.
Para los que les gustan las taxonomías urbanas, esta observación: un turro se parece a un flaite chileno. La zapatilla Nike o Adidas, la ropa de marca, el corte de pelo medio rapado a los lados, los piercings por todas partes, la cejita depilada.
Emanuel hace dos observaciones:
1. Acá los flaites están asociados con la droga con el robo. Allá ser turro no significa nada de eso.
2. No somos gays. Nos depilamos las cejas, pero con navaja.
Kaká hace una:
-Impusimos la moda, nosotros. No lo puedo ni creer.
Los chicos asienten. Emanuel murmura que son de Argentina, un país que está tan lejos, y les está pasando esto. El mánager dice que creen que van a llegar a Ecuador y Brasil, y Perú, y etcétera cuando, entonces, empiezan a hablar de minas:
-Las chicas, como dicen allá, se regalan. Hoy conocimos chicas y el primero que le dio un beso a una y se la llevó una fui yo-, dice Emanuel y explica: -Te agarran, te toman te piden un piquito, dicen allá. Acá un pico es otra cosa.
-¿Cómo se dice acá?, pregunta uno de los chicos.
-Dame un beso.
-El pico es lo que te mostramos anoche, eh- le dice Emanuel.
Los Wachiturros ya no están en el camarín. Tampoco en el escenario de Morandé. Están justo detrás del público. Uno habla por celular, otro mira, otro sigue con su Coca Cola Mcdonalds y otro le hace un gesto a una chica del público. El gesto que uno le haría a un mesero para que fuera a atenderlo. La chica lo mira.
-Se llama Nicole-, dice la amiga de la chica.
Pero el wachiturro sigue con el gesto mesero:
-¿Vas a venir o no?
La chica sonríe, se para, se acerca, tiene ojitos de gato, la polera negra ajustada, los jeans todavía más ajustados, la cintura perfecta, las tetas perfectas, el culo perfecto y le dice hola, y él le dice hola, la toma de la mano, se la lleva, desaparecen, la amiga de la chica se da vuelta y dice: “La perdimos”. Y los Wachiturros ganan. Siempre ganan.