La radiografía que usted ve fue tomada a una mujer que intentó entrar en su vagina un celular a la ex Penitenciaría de Santiago. No es lo único que Gendarmería ha encontrado durante las visitas: además de deliciosas cazuelas con pistolas y carne rellena con “falopa”, bajo los calzones se han hallado hasta cargadores de teléfonos. El record de decomisos intravaginales lo tiene la pasta base: en enero, una señorita fue sorprendida con seis ovoides que, en la balanza, llegaron a los 101 gramos. Un mes después, le salió competencia: 180 papelillos que apenas alcanzaron los 19,2 gramos.
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Por Claudio Pizarro · Fotos, gentileza de Gendarmería de Chile.
Treinta de octubre de 2005. Claudia Alarcón hace fila en la Cárcel Colina II para visitar a su pareja Víctor Muñoz. La mujer es asesora del hogar y le lleva a su hombre algo que sabe que le va a gustar: una sabrosa cazuela explosiva. Al revisarla los gendarmes encuentran, además de papas, zapallos y sopa, dos pistolas, cuatro balas y seis explosivos Tronex con sus mechas, capaces de volar un murallón de la cárcel. Estos condimentos están debidamente recubiertos con preservativos.
Los gendarmes sospechan que eso no es todo y llevan a esta cocinera de mano fuerte a la posta de Colina. Al examinarla con rayos X descubren que su vagina es una réplica a escala del otrora famoso “Cité de la droga”: lleva nueve gramos de marihuana, nueve dosis de flunitrazepan, 20 gramos de pasta base y ¡dos celulares y un cargador! Como detalle, descubren también que tiene dos meses de embarazo.
En su declaración, Claudia confiesa que en anteriores visitas y usando el mismo método, había logrado meter a la cárcel tres celulares y diversos tipos de drogas. Los tribunales la condenan a 541 días de presidio menor por tráfico y porte ilegal de armas y explosivos, pero por ser primeriza, se le conmuta la pena por tres años de firma en el Patronato Nacional de Reos. El hijo de Claudia debe tener hoy poco más de un año.
Casi 18 meses después, en abril pasado, los gendarmes encontraron cuatro cartuchos de explosivos Tronex en una celda de Colina II. Allí cumplía su castigo Juan Arzola, un reo con cinco condenas por delitos como robo con intimidación, secuestro y lesiones graves. En diciembre de 1999, Arzola encabezó el violento secuestro de dos oficiales de Gendarmería, a los que los amotinados empaparon con bencina y amarraron a un balón de gas. La definición de “reo de alta peligrosidad” parecía inventada justo para él.
Según explicó a la prensa Mario Aros, el alcaide de Colina, los explosivos podrían haber sido ingresados “a través de la cavidad corporal de una mujer”. Arzola tenía una pareja, Marcela Ramírez y los ojos se posaron en ella con sospecha y cierta admiración, pues los cartuchos eran de 15 centímetros de alto, tres de ancho y pesaban casi un kilo. La mujer, sin embargo, aseguró que no tenía nada que ver con los explosivos y no se le pudo comprobar nada. Con todo, este caso de presunta vagina explosiva le costó el cargo al entonces director de Gendarmería Alfredo Bañados.
Dedos impertinentes
Las vaginas llevan tiempo despertando sospechas en la cárcel. Por ello, hasta hace un año muchas mujeres eran conminadas a desnudarse y exhibir sus partes íntimas para demostrar que no portaban elementos extraños.
-Yo no estoy autorizada para tocar, solo para mirar y sugerir- cuenta Johanna Vásquez, gendarme encargada de la revisión de visitas en la Ex Penitenciaría. Agrega: “Cuando una las nota muy nerviosas les pide que se bajen los cuadros y que se agachen un par de veces. Si traen algo entubado, termina por caer solo”.
En febrero del año 2002, Báltica Contreras Rodríguez, una auxiliar paramédico de 61 años, hastiada de las “minuciosas” revisiones de Colina II, decidió presentar un recurso de protección a través de la Corporación de Asistencia Judicial. Se trataba de la primera denuncia de este tipo interpuesta contra Gendarmería. Cinco años después del episodio, doña Báltica recuerda que cuando fue a visitar a su hijo “una funcionaria con guantes quirúrgicos me instó a bajarme los calzones, acostarme en una banca y me exigió que me agachara con la finalidad de revisarme la vagina y el ano. Yo le dije que cómo se le ocurría que me iba a trajinar con los mismos guantes que había utilizado para revisar a otras personas y que eso lo podía hacer sólo un profesional”.
Julio Barría, su abogado, apeló al artículo 19 nº 1 sobre apremio ilegítimo y al Pacto de San José, aprobado por Chile en la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Acusó a Gendarmería de tratamiento degradante y vulneración de la integridad física y síquica de la persona.
-Imagínese, soy una mujer mayor, criada en otra época. Me sentí vejada, violada en mi integridad. Está bien que mi hijo sea delincuente pero yo tengo mis papeles limpios -aclara doña Báltica.
La Corte Suprema finalmente acogió el recurso y consideró extensiva la resolución para todos los penales del país.
Pese a la vigencia del dictamen, basta sugerir el tema afuera de la Penitenciaría, para que las mujeres se lancen en picada contra las funcionarias encargadas de la revisión. Carla, esposa de un reo condenado por robo con violencia, asegura que “esas güeonas son casi todas mariconas, adónde la vieron que no tocan. Es súper feo lo que hacen porque por unas pocas personas que ingresan cosas pagamos el pato todos. No puede ser”.
Debido esto, hace sólo tres semanas los reos de la Penitenciaría de Santiago se rehusaron a salir al patio de visitas hasta que Gendarmería se comprometiera a otorgar un mejor trato a sus familiares.
El ingenio del chileno
Hay cosas que simplemente no resulta práctico llevar en una vagina. Por ejemplo, alcohol. Algunos presos, entonces, deciden fabricarlo y es así como Gendarmería decomisa cada año 2 mil 900 litros de chicha producida entre rejas. Otros se ponen a pensar y le sacan lustre al famoso ingenio del chileno. Una primera solución fue cambiar la bebida de las botellas y la leche de las cajas, por un buen trago. Pero cuando los gendarmes descubrieron el truco empezaron a exigir que los líquidos se trasvasijaran a bolsas de plástico transparente.
-La idea es que la mercadería pueda ser percibida por el ojo humano. Si no, aplicamos el tacto -explica José Sepúlveda, uno de los gendarmes con más experiencia en la revisión de visitas de la ex Penitenciaría.
Pero como toda acción tiene su reacción y todo ataque, una defensa, unos reos de Chillán se pusieron a buscar un envase perfecto, que no se pudiera vaciar, ni palpar y que ocultara su contenido. Y lo encontraron. Hace un par de años los guardias de la cárcel de esa ciudad encontraron un balón de gas lleno de aguardiente.
Hoy, una técnica recurrente y difícil de detectar es usar tarros de conserva y latas de bebidas. “Le pegan un pinchacito imperceptible a la lata, le inyectan el copete y después la sellan con silicona”, explica Patricio Olivares, funcionario de Encomiendas de la Ex Penitenciaría.
Más ingenio hay, sin embargo, para proveerse de la dorga de cada día. Una de las vías más comunes es a través de la comida que mandan los familiares.
-Hemos encontrado bolsas de droga entremedio de la carne, al fondo de las ollas de arroz, en papas ahuecadas, en cebollas, en bolsas de té, en pollos asados, en tortas y en berlines -comenta Cristián Acuña, Jefe de la Oficina de Seguridad de la Penitenciaría.
La mayor sofisticación, sin embargo, se encuentra en los penales del Norte. “Como en algunos recintos se permite usar cocinillas a parafina, algunas visitas diluyen la pasta base en los bidones. Luego los reos recuperan la droga untando diarios y dejándolos secar al sol”, agrega Acuña.
También las visitas mezclan la droga con el detergente que llevan de encomienda. El reo demora harto tiempo en separar el Rinso de la coca, pero tiempo es lo que le sobra.
Esa estrategia también se usa para el ingreso de explosivos. “La amongelatina, que contiene granitos de sulfato, la introducen en platos consistentes como el charquicán y después lo separan. Teniendo un poco de este material pueden ampliar su carga de proyección, agregándole jabón y esquirlas fabricadas con clavos cortados”, asegura Acuña, quien recuerda que en el año 2004 se incautó un cargamento de 250 gramos del explosivo.
El boom de los celulares
En 2006 se incautaron alrededor de 320 celulares en las cárceles de Santiago, y 1.500 a nivel nacional. Los aparatos están prohibidos desde fines de los 90 porque se detectó que los narcos los usaban para seguir supervisando sus operaciones de tráfico. También porque algunos presos ingeniosos crearon verdaderas empresas de estafa con tarjetas de pre pago.
Los más perjudicados con la prohibición fueron los reos comunes y corrientes para los que el teléfono hacía más tolerable el encierro. Alejandro, celular en mano, confiesa desde su celda en la “Peni” que “el teléfono ayuda mucho acá en la cana. Podís comunicarte con tu familia pa los cumpleaños, pa la pascua, hablar con la bruja. O te pueden llamar gente que no veí hace tiempo. Te arregla la vida. Es una alegría para nosotros”.
Así las cosas, el celular es un artículo de primera necesidad y las formas de burlar la prohibición son infinitas. Al comienzo, el lugar favorito para esconderlo fue en la planta de los zapatos. Se prohibió entonces el ingreso de mujeres que usaran calzado con plataforma. Pero los teléfonos se achicaron y aplanaron.
-Hace poco sorprendimos a una mujer que escondía uno en una chala. Era súper delgado. Si no fuera por el olor a neoprén que salía, nunca la habríamos pillado -recuerda la Cabo Sarella, funcionaria de Santiago 1.
Otro escondrijo ya clásico es el tarro de conserva. “Los envases de atún están hechos a la medida del celular. Cabe perfecto y no alteran el peso. Una vez pillamos un tarro de duraznos con un celular, una bolsa con pasta base, otra con coca y, en vez del jugo de fruta, ron. Era un cóctel”, recuerda el cabo José Sepúlveda.
Alejandro –a través del celular prohibido- acusa a los gendarmes de ser los principales proveedores de drogas y teléfonos.
-Los ‘pacos’ la llevan acá. Trabajan pa los módulos donde están los traficantes. Con decirte que una vez hicieron un allanamiento, me quitaron el celular, y ahora, cuando llamo a ese número, me contesta un loco de los módulos. La pulenta- dice.
El baile del perrito
Pese a las denuncias que hacen los reos y sus familias, es presumible pensar que a la mayoría de los gendarmes no les gusta revisarle el ano o la vagina a la gente y que si lo han hecho se debe, fundamentalmente a la falta de tecnología. Eso, sin embargo, ha empezado a cambiar sobre todo en los nuevos penales. En algunos centros, a los clásicos detectores manuales, con forma de paleta se sumaron arcos detectores de metal y sofisticada tecnología para revisar encomiendas. Además, cada nueva cárcel concesionada tiene una red de seguridad que incluye máquinas de rayos X, un sistema de exploración de cavidades conocida como Silla Boss, un aparato detector de drogas y explosivos que funciona por aspiración de partículas y un sistema de anulación de comunicaciones inalámbricas.
Estos avances amedrentan y es así como este año, en el nuevo penal de Santiago 1, sólo se han realizado 24 incautaciones de productos prohibidos.
-La gente recién está comenzando a probar el sistema y estudiando cómo vulnerarlo – dice la teniente Atenea Crisosto.
Pero todos saben que es cosa de tiempo. La tecnología no es infalible. El ingenio del chileno, sí. Un ejemplo memorable. En el Centro Penitenciario Femenino, un recinto amplio y con áreas verdes, algunas visitas idearon un singular método para ingresar droga. Ya que los hombres en general no son dados a meterse cosas en sus cavidades, la táctica consistía en reclutar un quiltro, meterle droga en el ano y hacerlo entrar a la cárcel a cómo diera lugar.
Nadie quiere ni imaginarse cómo pretendían sacarle el cargamento al animal.