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Opinión

2 de Noviembre de 2011

Jaime Collyer: “Estamos cansados de que nos follen y el sistema sólo ofrece vaselina”

Foto: Cristóbal Olivares Collyer acaba de lanzar “Fulgor”, novela que empezó a escribir el 2006 cuando intentó reestablecerse en Madrid, donde había vivido entre los años 80. Ese amague de remake no funcionó y Collyer volvió a Chile, retomó el texto y terminó publicando este año la historia de un astrónomo que se retira a […]

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
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Foto: Cristóbal Olivares

Collyer acaba de lanzar “Fulgor”, novela que empezó a escribir el 2006 cuando intentó reestablecerse en Madrid, donde había vivido entre los años 80. Ese amague de remake no funcionó y Collyer volvió a Chile, retomó el texto y terminó publicando este año la historia de un astrónomo que se retira a un observatorio en medio de la cordillera y que atraviesa una crisis de la madurez que también vivió el autor. “Es la sensación de que esto era un lento atardecer, que por lo tanto todo se iba a acabar. Tiene que ver con el paso biológico de la vida”, explica.

¿Cómo relacionas la temática de “Fulgor” con tu última estancia en Madrid?
-Viví en Madrid diez años y cuando me vine a Chile volví esporádicamente a ver a los amigos, y siempre tenía la sensación de que ese lugar seguía igual y que yo podía volver ahí y encontrar lo mismo que había vivido. Pero cuando volví el 2006 a vivir, no había nada de eso. España había cambiado mucho. Al entrar a la Unión Europea se volvió una sociedad más atomizada, más ajena, más liberal, menos tradicional. Y no estaban los amigos, mi matrimonio ya no existía, mi hijo estaba en Chile. Tuve la sensación extraña de que no hay un Shangri-la, un lugar detenido en el tiempo y entre las montañas al cual uno puede volver y en el cual vuelves a ser inmortal o joven.

Tras la dictadura chilena, España representaba para nosotros una especie de norte al que mirar. ¿Cómo ves eso en contraste con tu segunda estancia allá y lo que pasa ahora?
-Ahora son los indignados, pero es lo mismo, en esencia. España, desde el tardo franquismo hasta hoy, sigue siendo un país infinitamente reacio a la autoridad. A mí me tocó en los 80 la movida madrileña, que fue un punto de expansión intelectual y cultural, surgió el cine de Almodóvar y desde luego todas las reivindicaciones. Recuerdo haber vivido episodios muy sustanciales de gente que se movilizaba en la calle porque prohibían un libro de poesía. Los madrileños no querían saber nada con la autoridad y el autoritarismo franquista que los tuvo aborregados durante 40 años. Creo que los indignados de ahora son lo mismo.

¿Sí?
-España es el país más anarquista de la historia de la humanidad. Anthony Burgess decía que España tiene un singular talento para los excesos. Lo que pasa es que ahora están en una lucha más global.

¿Y cómo ves los movimientos sociales acá en Chile?
-Fenomenales. Creo que el movimiento estudiantil es excepcional por lo que está generando: un debate a nivel nacional que pone en cuestión todo el modelo. Después de la Concertación, que fue una especie de interfase, de tapón que vació de contenido las reivindicaciones sociales, hoy en día se ha liberado la capacidad de ir en contra del sistema. El neoliberalismo nos tiene a todos hasta la coronilla. Los estudiantes han abierto la válvula, pero de ahí están saltando otras cosas: el tema presupuestario, la igualdad. Este lío que hubo recién con la barra del Colo Colo es muy sintomático. El sistema muestra su peor cara. A la gente se le impide el acceso al barrio alto por su aspecto, por su condición social, por pertenecer a un grupo, y como dice Carlos Peña, por eventuales desmanes. O sea, se eliminó la detención por sospecha en Chile pero sigue practicándose. Las instituciones siguen creando un cordón sanitario en torno al barrio alto.

Como sicólogo, ¿cómo ves el movimiento de masas que se está dando?
-Creo que existe eso que se llaman las enfermedades colectivas. La escuela de Frankfurt estudió el fascismo, el nazi fascismo, como una enfermedad colectiva. Hay un momento en que cualquier comunidad entra en un proceso autodestructivo en que la entropía se vuelve contra sí misma y arremete contra algunas minorías y las extermina o las reprime. Aquí ocurrió con el “marxismo leninismo”, como le llamaba el prócer, y fue un auténtico genocidio. Creo que este país se empezó a intoxicar y a enfermar en esos años. Es muy probable que la UP contribuyera a eso, y ahora yo creo que está ocurriendo el coletazo de vuelta. La comunidad siente que tiene que depurar algo. Por ejemplo, no me extraña todo el despliegue que hubo en torno a los mineros, y a los cuerpos en Juan Fernández. Es como si la derecha quisiera pagar alguna culpa al rescatar cuerpos de debajo de la tierra o del mar, que fue donde en algún momento los más radicalizados de entre ellos los pusieron.

¿Ves alguna salida a este tema de los estudiantes?
-Es difícil. El tema de la gratuidad tiene reparos, porque en el fondo es cierto que si tú le das educación gratis a todos, también los sectores acomodados van a disfrutar de eso. Ahora, de que se puede hacer, se puede. Coincido con Marcel Claude: hay riqueza para hacerlo. Lo que sí creo que no va a poder seguir adelante es el supermercado de la educación. Se está esquilmando a las familias y a los estudiantes con una educación de muy mala calidad. Yo trabajo en el sector y sé lo mal que están las cosas. No se puede seguir subvencionando a las fuerzas armadas y no a los estudiantes. Esto que dicen los estudiantes de 5 años estudiando y 20 pagando es real. Es un negocio.

Que también es lo que ha pasado en España.
-Correcto, y de manera ostentosa. Eso tiene que ver con el modelo neoliberal. La sensación que tenemos todos es que a partir de los 90 -en que se agota la lucha ideológica porque cae el muro de Berlín y el neoliberalismo es la panacea- nos están esquilmando. Y de repente los indignados, que no quieren este sistema de gente oscura, salen a las calles a hacerse oír. Estamos cansados de que nos follen y el sistema ofrece vaselina, pero ya ni con vaselina.

NARRATIVA

¿Cómo ves la Nueva Narrativa Chilena hoy?
-Creo que existió la Nueva Narrativa, de partida, porque hay mucha gente que dice que fue un invento. Siguió los derroteros clásicos de un movimiento generacional y editorial. En el 90 eclosionó dentro y hubo autores muy relevantes. Yo estuve al medio del asunto, en Planeta, y sé que hubo autores muy activos en Chile, que incluso fueron publicados en Buenos Aires. Después de eso, por el ‘95, ocurrió lo que suele ocurrir, que es que los editores se concentran, como son empresarios, en los autores que más venden. Que no eran precisamente los que habían integrado la Nueva Narrativa. O sea, Serrano, Rivera Letelier, Ampuero, y ahí se focalizó el asunto y los demás pasaron a segundo plano.

Y hoy, ¿cómo crees que anda el tema de las micro historias, cosas más individuales como las que trataba la nueva narrativa, en momentos en que el tema de la colectividad parece predominar?
-No lo había pensado. Los movimientos sociales no necesariamente se van a traducir, creo yo, en una épica de los movimientos. Va a seguir habiendo historias particulares de individuos que están insertos en ese movimiento. Esa es la narrativa más valiosa. Hijos de padres separados, adolescentes entrampados en este escenario social donde no tienen salida. Yo creo que la temática no tiene que ver necesariamente con las oleadas de la historia.

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