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Opinión

7 de Febrero de 2012

El peligroso forrito

En tiempos en que la moral no existe, la promiscuidad sexual no solo es aceptada como un hecho, sino que es promovida. En medio de esta ordinariez en que todos tiran con todos pero en que nadie quiere comprometerse ni procrear, algunos fariseos señalan cuestionables métodos de “prevención sexual” como la única alternativa. El Condón […]

Javier De Roquefort
Javier De Roquefort
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En tiempos en que la moral no existe, la promiscuidad sexual no solo es aceptada como un hecho, sino que es promovida. En medio de esta ordinariez en que todos tiran con todos pero en que nadie quiere comprometerse ni procrear, algunos fariseos señalan cuestionables métodos de “prevención sexual” como la única alternativa.

El Condón (está explicación es necesaria para quienes nunca han recurrido a anti-naturales métodos de anti-concepción) es “una funda de textura plástica, de diversos grosores y niveles de elasticidad, utilizada para cubrir el miembro masculino durante el acto sexual justo antes de irse cortado” ¡¿Qué?! ¿Meterse algo alrededor del pene? Sé que suena asqueroso y en efecto lo ES.

La supuesta finalidad de este retorcido artilugio es evitar la fecundación y el contagio de enfermedades de transmisión sexual. Pero no hay que dejarse engañar por la promoción de estas propiedades casi mágicas. El Papa Juan Pablo II, baluarte de la moral en el Siglo XX, fue claro al señalar las falsas propiedades del condón. El Santo explica que “el Virus del SIDA es demasiado pequeño como para ser retenido por el preservativo”.

Este peligroso “forrito”, aparte de ser poco efectivo, atenta contra la dignidad del propio hombre. En una declaración iluminadora (como era costumbre en él), Juan Pablo II reveló que el uso del preservativo “es una blasfemia contra Dios que hace vana la cruz de Cristo y acaba negando la dignidad humana”.

Hubo una vez en que incluso yo estuve apunto de perder mi dignidad. Fue con mi única polola. Una chiquilla rubia, estupenda y elegante, aunque algo calentona. Durante los doce meses de nuestro idilio, ella insistió permanentemente en que tuviéramos relaciones sexuales (normales). Como la persona creyente que soy, le insistí en que teníamos que estar casados para poder copular y procrear con tranquilidad.

Pero no entendió, ni quiso entender. La muy maraca me puso el siguiente Ultimátum “o follamos ahora o terminamos”. Desesperado ante la idea de poder perder a la mujer de mi vida, accedí. Aunque con una condición: para evitar tener un bastardo (“hijo ilegitimo” como le llaman ahora los siúticos) usaríamos un preservativo.

Como no quería exponerme a que alguien me viera en la farmacia comprando ese tipo de asquerosidades, mi polola fue a comprarlo. La muy dama escogió uno “con sabor a fresas”. Al llegar a mi casa degustamos los elevados placeres del salmón y un exquisito mix de Berries (con fresas incluidas). Tras el último bocado, estaba nervioso. Ella tomó mi mano y me llevó hasta mi cama. Nos sacamos la ropa y, antes de que pudiera recostarme, mi rubia apunto al paquete de Látex.

No sabía como ponérmelo, así que ella lo extendió con sus blancas manos y lo comenzó a insertar alrededor de mi pene. Apenas sentí la asquerosa textura del látex y el olor a fresas podridas, me di cuenta que no podría seguir adelante. Extendí mis manos sobre las suyas y le dije “¡No! Así no”. Plantó sus irresistibles ojos azules sobre los míos y me pegó una cachetada.

Fue lo último que supe de ella. Y prefiero no saber más. Sin importa que tan bonita sea o que tanto te excite, las relaciones sexuales no pueden ser pervertidas por ningún método anti-conceptivo. Sé que cualquier persona decente me entenderá.

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